Era jueves, y la tarde tenía todas las papeletas para seguir tan horriblemente mal como había transcurrido la mañana. Llovía, hacía frío, me había levantado a las 5:30 de la mañana para llegar a la recién inaugurada nueva ubicación de mi curro, en los albores del culo del mundo, en unos parajes con vistas desoladores y grises, y lo que es peor, mi salud había tenido una recaída similar a las de Steven Adler.
Porque sí, amigos y amigas, estoy viviendo un invierno que no se lo deseo ni al alemán aquel que me dijo un día que Stormwitch eran una mierda. Pasé la nochebuena con mil mocos por centímetro cuadrado, mi madre me preguntaba que qué tal estaban los canapés y no le supe contestar porque toda la comida me sabía a moco. Pasé la nochevieja en casa por culpa de mi recaída, con una voz similar a la de Tom Waits en cuaresma, fiebre a ratos y unos mocos con consistencia de cuajada Danone y colores variados.
Pero este jueves acabó siendo diferente. Cerca de las cuatro de la tarde, mientras medio en ayunas desde que me había levantado luchaba contra los peatones portadores de paraguas, los charcos enormes en los que puedes meter hasta la rodilla si te despistas, y los ancianos en grupo que ocupan toda la acera y te impiden alcanzar tu portal que está sólo a un par de metros, por fin llegué a mi casa y ¿qué me esperaba allí? Una nueva visita del cartero, que me había traído el EP de Lovecraft, el grupo posterior a March Violets que tuvo mi amor platónico Cleo Murray, y del que os hablaré en un par de días, porque realmente ha sido una grata sorpresa y un gran hallazgo, y la revistilla de Tipo.

La verdad es que no se por qué todavía me mandan la revista de Tipo. La tienda física me da bastante cagueruela porque no hay vinilos, nunca hay ningún CD que me pueda interesar, está llena de carteles de Avalanch y similares, venden mucho merchandising de marihuana que me pone enfermo, y suele estar frecuentada por un montón de adolescentes con ropa de cuadritos, flequillón tapando un ojo y pantaloncicos estrechos. Ya sabéis de lo que os hablo. Aparte, el señor que suele haber en el mostrador es menos simpático que Hordak el de los Masters del Universo.

Sólo traspaso sus puertas cuando tengo que comprar un regalo a alguien y no se me ocurre nada en condiciones o aquella vez que me compré unas lentillas nuevas y me dijeron en la óptica, que estaba a un par de calles de distancia, que volviera un par de horas más tarde, con lo que no me quedó más remedio que entrar en Tipo a mirar merchandising de marihuana mientras evaluaba qué tal se veía con las lentillas nuevas. Y como comprenderéis, eso no ocurre todos los días.
Tampoco es que haya comprado un montón de cosas por correo. Una vez pedí una camiseta de Ghostbusters que nunca llegó, y que cuando llamé para preguntar si iba a llegarme antes de que muriera de viejo Bill Murray, me dijeron que se habían agotado las existencias. También pedí otra vez unos DVDs de Lee Aaron y Tokyo Blade que tampoco llegaron jamás, pero esa vez ya ni me digné en llamar para averiguar dónde se encontraban, porque llegué a la conclusión de que no los necesitaba, y que sólo quería el de Lee Aaron porque salía con unas mallas de spandex muy majas marcando culamen, y decidí que no era motivo suficiente. Y por último, pedí unas camisetas hace bastante tiempo, que sí que llegaron pero me dejaron un sabor un tanto agridulce, porque eran más recias que la armadura del Cid Campeador, y con una forma tan cuadrada que era imposible aparentar tener un tipo decente con ellas, y les tuve que meter más tajos con la tijera que los que tienen que meter cada vez que Merlín va a la peluquería.

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De todas formas, siempre otorgo el beneficio de la duda a la revistilla que tan amablemente me envían cada vez que sale un nuevo ejemplar, porque hey, tiene que ser un auténtico rollo escribir esas descripciones pequeñitas para todos los discos, yo creo que si tuviera que hacerlo, cuando llevara sesenta escritas empezaría a escribir mensajes del tipo «este disco es abominable y deseo la muerte a todos los tíos con camiseta de Blind Guardian, así como a sus abuelas paternas». Así que siempre la leo mientras como o ceno, o cuando voy a hacer caquita, o cuando voy en el bus, o incluso en el curro en momentos de tedio infinito, con la esperanza de que algún día haya un disco que me interese comprar, o un DVD que por fin se digne a llegar hasta mi casa, o alguna camiseta que no tenga hojas de marihuana impresas. Jamás pude adivinar lo que me esperaba al abrir la revista, justo en la primera página…

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Efectivamente, zapatillas J’Hayber. Zapatillas J’Hayber!!! Sí amigos, las inmortales zapatillas J’Hayber, más conocidas como «las zapatillas de jevi trasnochao». Todos hemos tenido un par en algún momento de nuestras vidas, pero no creo que ese momento haya sido posterior a 1990, a no ser que, efectivamente, seas un jevi trasnochao. Hey, y ésto no implica ningún tipo de crítica o menosprecio a los jevis trasnochaos, de hecho yo soy uno de ellos en muchos aspectos (no hay más que echar un vistazo a la sección S de mis vinilos). J’hayber debió ser una marca puntera e innovadora allá por los años 80, porque yo recuerdo haber tenido por lo menos dos pares diferentes, pero poco a poco, con el auge del pijerío y de la élite del calzado deportivo extranjero, tipo Reebok, Nike o Puma, J’hayber se vio obligada a recortar su extenso catálogo, en el que únicamente permaneció, contra viento y marea, el modelo Atenas con sus dos modalidades, Atenas Negra y Atenas Blanca. Todo ésto me lo estoy inventando porque no tengo ni idea de la evolución de J’hayber como empresa, pero de lo que sí estoy plenamente convencido es de que hace más de quince años que no veo zapatillas de este tipo excepto cuando voy a la zona heavy de Zaragoza. Ya sabéis, el look clásico e inmortal de melena, camiseta de Exciter o Angel Witch, chupa de cuero, chaleco vaquero encima con mogollón de parches chungos de encontrar como de Raven, Wildfire, Vio-lence o Virus, pantalones elásticos y, por supuesto, zapatillas deportivas de bota. Hace una década y pico, era facilísimo localizar unas buenas zapatillas deportivas de bota (ya comentamos superficialmente este tema en la entrada sobre las zapatillas de Michael Jackson, y juro que volveremos a hablar de este fenómeno muy pronto), pero poco a poco fueron desapareciendo porque dejaron de estar de moda, y se vieron tristemente reemplazadas por unas abominaciones de zapatillas de colores dorados o formas absurdas. La hermandad del metal se vio de repente sin calzado, y mientras algunos desertores se entregaron de lleno a las terribles zapatillas de trekking, otros valientes supervivientes siguieron inmortalizando la estética con sus dos únicos aliados: Paredes y por supuesto J’hayber.

Con todo esto quiero decir que J’hayber no es popular, no está de moda, no es en absoluto cool ni provocaría admiración cuando entraras con ellas puestas en clase de 4º de ESO, ni mucho menos te ayudaría a comerle el parrús a la tía buenorra emo de tu clase de ciencias naturales. Pero entonces, por qué aparecen en primera página de la revistilla de Tipo? No hay duda, todas las tendencias vuelven, está de moda lo retro, las modas pasan a la velocidad de la luz, y alguien ha tenido la brillante idea de convertir a las zapatillas cutres por antonomasia en las zapatillas guays del momento. La pregunta es, lo conseguirá?

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Algo que parecía impensable, como resucitar una cosa tan horrible como las zapatillas slip-on de Vans, que sola y únicamente le quedaban cool a Jeff Spicoli, tuvo éxito, y aún hoy podemos ver a hordas de adolescentes con esas zapatillitas sin cordones, con estampado de cuadritos, de calaveritas o de hojitas de marihuana en una amplia gama de colores, con las que te hielas en invierno, te sudan los pieses en verano, se te mojan en seguida con la lluvia, y tras una única noche de juerga de bares, llegan a casa con un amplio abanico de manchas de vómito, calimocho y serrín de los baños.
Un par de visitas que he hecho últimamente a tiendas tipo H&M o New Yorker, en las que me compro mis pantalones de tía, me han demostrado que lo último en volver es la estética ochentera de camisetas blancas anchísimas con letras negras de bloque, tipo Frankie Says Relax, así que supongo que lo próximo son las zapatillas J’hayber. El tiempo lo dirá, pero si ésto sigue así, creo que lo próximo en imponerse serán los bombachos de MC Hammer, las hombreras de Vanilla Ice, y los jerseys de cachemires que todas nuestras madres solían llevar alegremente mientras veían Falcon Crest en la tele y nos obligaban a hacer los deberes.

Por cierto, ninguna moda es considerada cool hoy en día si no conlleva una estafa a mano armada. Ya ocurrió con las zapatillas Chuck Taylor de tela y punterita de goma blanca, pese a que solíamos comprarlas por menos de mil pesetas, en su última reencarnación de hace unos años alcanzaron precios de 60 euros por lo menos. Un justo precio a pagar para una mierda de zapatillas que te hacen unas rozaduras del tamaño del culo de Teté Delgado. Así que efectivamente, a pesar de que hace un par de años vi unas J’Hayber en una zapatería cutre por 18 euros e incluso me permití el lujo de reírme a carcajada limpia al verlas, ahora un par vale 47 euros. Sí, sí, ocho mil putas pelas por unas zapatillas que antes no te habrías puesto ni a punta de pistola de llamaradas de fuego infecto. Sí, a ti te digo, chavalín con flequillo tapando media cara.

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Hojeando el resto de la revistilla, he comprobado con estupor que las zapatillas J’Hayber no son lo único que se intenta rescatar del más que merecido olvido. También va a volver la bomber. Horror! La bomber, la cazadora más deprimente que jamás ha existido, con la que siempre parecía que tenías el culo gordo, hecha de ese material tipo viscosa que daba como repelús tocarlo, y normalmente de tan mala calidad que a los dos meses ya estaba toda radida y llena de bolas de hilo, por no hablar de que no abrigaba en absoluto y su utilidad general era absolutamente nula. Hubo cierta parte de mi adolescencia en la que la cazadora bomber se puso de moda en mi colegio, para ser alguien tenías que poseer una bomber. Los múltiples fachas exhibían sus bellas bomber verdes con el forro naranja, y nunca supe realmente qué pasaba si le dabas la vuelta y te la ponías con la parte naranja por fuera. Alguien lo sabe? Tuve que escuchar tantas teorías a lo largo de varios años que al final acabó importándome tres pepinos fritos. Los pseudo-punkies de mi colegio también se apuntaron al carro, y posteriormente toda la caterva de pijos sin demasiada personalidad. Hubo un tiempo en el que, si observabas el patio de mi colegio sobrevolando la zona desde un helicóptero, sólo veías manchurrones verdes y negros, todo el mundo tenía una bomber. Con lo cual, me siento profundamente orgulloso de haber atravesado mi adolescencia sin tener una bomber, ni tan siquiera desear una porque me daban bastante asquete, y permanecí ajeno a esa moda con mi abriguico de cuero. Aún recuerdo con nostalgia aquel día en el que mi amigo Nacho apareció en el colegio con una bomber… pero forrada de borreguillo! Nadie sabe de dónde la sacó, nadie sabe qué le impulsó a ponérsela, pero lo que está claro es que nadie comprendió semejante innovación y la bomber con borreguillo de Nacho provocó tal conmoción que yo juraría que fue el principio del declive de la bomber. Supongo que Nacho y yo siempre fuimos unos genios incomprendidos en nuestro colegio.

La revistilla de tipo nos presenta este revival de la bomber con un fantástico párrafo en el que dice «la legendaria cazadora de los pilotos de la II Guerra Mundial». A quién pretenden engañar? Nadie en su sano juicio asociará la bomber a los pilotos de la Guerra Mundial, todos los que tuvimos que vivir el auge de la bomber la vamos a asociar con los pseudo-nazis que nos daban la murga por tener melenas, los que nos llamaban guarros, los que llevaban las botas con punta de acero con desconchones hechos a posta para que se viera que realmente eran de punta de acero, y los que encima luego pretendían copiarte en el examen de inglés. Por favor, compráos unas zapatillas J’Hayber si queréis, pero jamás una bomber. Ya tuvimos suficiente en los 90.

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Las camisetas supuestamente góticas, supuestamente oscuras y supuestamente de tío o tía satánico y supervampírico son otra historia completamente aparte. Todos hemos visto por los bares al típico pseudo-jevi con perillita, pelo corto repeinado, pantalones negros sin formas, culo gordo y pinta de zelote. Pues bien, todo ese look siempre está complementado con una de estas camisetas llenas de calaveras pintadas con aerógrafo, tíos con colmillos, guadaña y capucha, y estampación hasta en el recoveco más recóndito de la manga derecha. Dibujos que harían estremecer de dolor hasta al mismísimo Hansi Kursch. Por qué se empeñan en poner en la revistilla de Tipo a mozos guaperas y cachitas, si en la vida real éstos nunca llevarían camisetas de pseudometalero ni aunque se la regalara su novia por san Valentín? Si alguien ve a un mozuelo guapetón y carismático con una de estas camisetas, por favor que le haga una foto y me la envíe, porque ya doy por hecho que eso y el monstruo del lago Ness son dos cosas que jamás seré capaz de ver antes de morir.

Aunque no se si abomino más de el extremo totalmente opuesto: las camisetas con mensaje gracioso. Ya sabéis, todos tenemos un amigo que se las pone y además se siente orgullosísimo de hacerlo. Son esas en las que aparece el logo de una empresa famosa, pero modificado para que al verlo te partas el culamen de semejante forma que te dure la risa hasta que llegues a casa a las 8 de la mañana. Garrafone, Fuma, Vomiestar… hay una amplia gama a cada cual más graciosa. O también podéis conseguir esas en las que pone alguna frase del tipo «en caso de accidente no me quiten el vaso», «deja de mirarme las tetas», «si sonríes es que quieres sexo» y cosas similares, que hacen que te conviertas instantáneamente en el típico tío con barrigón, manchurrón de calimocho, flequillo sudadísimo, mirada de cerdo y que siempre suele ser el que tiene la brillante idea de perforar el culo de los vasos de litro para que no puedas terminarte tu birra tranquilamente y tengas que montar el espectáculo pintoresco y tópico en los bares. Por favor, que pasen de moda ya las camisetas graciosas. No quiero ver ni una más en lo que me quede de vida.

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Pero el galardón al objeto más absurdo que puedes conseguir en esta edición de la revistilla de Tipo es la «Tequila Bandolier». Como los pistoleros, que llevaban las bandoleras para sus municiones, te presentamos la impresionante bandolera tequilera. Oh, fantástico! Y qué tendrá que ver que los pistoleros llevaran las municiones con llevar una botella de tequila? No puedo llevar longanizas? Sólo tequila? Y a dónde se supone que debo llevar semejante farsa? Al curro? Seguro que mi jefe estaría entusiasmado de echarse unos buenos tequilas a las 7 de la mañana este miércoles por ejemplo, con su sal y su limoncico.
Oh vamos, cualquiera que haya salido de juerga mínimamente debería saber que llevarte una bandolera con una botella de tequila y vasos de chupito no es ni será nunca una buena idea. Empezando porque no te dejarían entrar en ningún bar y a lo mejor hasta te llevabas un tortazo del portero. Y siguiendo porque todos sabemos que a la segunda ronda dos vasos de chupito se han roto en el suelo, otro se lo ha llevado un tío descamisao sudoroso que nadie conoce, y la bandolera está semipegada en la barra, con manchurrones del tequila de tu propia botella, que cierra mal.

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Acabo de imaginar una situación. Creo que voy a comprarme un par de zapatillas J’Hayber, una camiseta graciosa, otra de supercalaveras al óleo para atarme a la cintura, una bomber con la parte naranja por fuera, y la Tequila Bandolier cargada de vasos. Buscadme este fin de semana porque la fiesta no va a tener precedentes en la historia de la humanidad.