Supongo que todos nosotros, de una manera u otra, tenemos una espinita clavada en el fémur por algo que siempre hemos querido tener en el pasado, pero nunca tuvimos. No me refiero a amor, amistad, dinero, felicidad, popularidad, suerte ni todas esas cosas que siempre deseamos en los brindis porque realmente nos da vergüenza decir en voz alta que llevamos años sin mojar el churro y nos gustaría hacerlo, a poder ser, antes de que nos salgan canas en el pubis. Me refiero a cosas físicas y tangibles, objetos, cacharros, juguetes que nuestro compañero de clase el hijo único mimado tenía pero nosotros ni siquiera podíamos soñar con tocar. Para unos era el castillo de Grayskull, para otras la carroza de Chabel, para mi padre era un hijo menos vago, y para mi eran las gafas 3-D de la Master System.

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La Sega Master System (SMS de ahora en adelante) fue mi primera consola de videojuegos, y puedo decir con orgullo y emoción que fui una de las primeras personas de España en tenerla, ya que la compré allá por abril o mayo de 1987. Por aquel entonces yo era un crío de 7 años con enormes gafas y zapatillas J’Hayber enamorado de los bares, pero no como ahora por la birra sino por las máquinas recreativas que solía haber en todos, y no me refiero a las máquinas esas de tocar la pantalla y jugar al ahorcado y al trivial y a las sopas de letras, con el único objetivo de plasmar tus gracias en la pantalla de puntuaciones para que las vea todo el mundo hasta que el dueño del bar apague la máquina, tipo «POLLONLARGO», «DANIYSONIA», «JENY_TKM_XXXX» o similares. Realmente estoy hablando de Rastan, Double Dragon, Shinobi, Cabal, Ghosts n’ Goblins, Golden Axe, Enduro Racer… ya sabéis, las «clásicas», las «de siempre», o cualquier otra expresión de esas cargantes que te dicen tus compañeros de trabajo cuando les cuentas que te gustan los juegos viejos, que exclaman con complicidad y condescendencia «hombre, es que esos juegos eran los mejores, no tienen ni comparación con lo de ahora», pero en cambio se compran una WII para navidades.

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Pero sobre todo, mi juego favorito era Out Run. El hecho de poder manejar el coche con un volante de verdad, pisando un pedal de verdad, con un cambio de marchas de verdad, y un escenario que iba cambiando a medida que ibas avanzando en el juego, pudiendo incluso elegir tu camino en bifurcaciones de la carretera, superaba con creces lo que mi pequeña cabeza podía abarcar. Era tan jodidamente inútil que jamás pude superar la primera fase, de hecho en mi primera partida ni siquiera me percaté de que tenías que pisar el pedal de la parte inferior para arrancar, pero mi sueño de una tarde perfecta era pasarla en el bar que tenía la máquina de Out Run, con 100 o 200 pesetas en monedas de 25. Me gustaba tanto, que en momentos habría deseado que mi padre fuera camarero.

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Así que cuando, una tarde primaveral dando una vuelta por El Corte Inglés con mi madre, divisé un televisor con un cacharro enchufado y el Out Run en la pantalla, no pude dar crédito a mis ojos. Mi cumpleaños estaba cercano, o tal vez era la comunión, o quizás algún otro evento que justificara el desembolso de más de quince mil pesetas, si no recuerdo mal, así que gracias a eso y a mi emocionado argumento de «ahí va!! que es igual que en la máquina… y gratis!!», mi madre me compró mi primera Master System con el juego Out Run.

Dejaré para otra ocasión mi historia con la SMS porque podría extenderme más de lo necesario, ya que ha convivido conmigo durante más de 20 años, y aún hoy, que soy ya más viejo que la tos, la tengo enchufada en la tele y todavía juego un ratico por las noches antes de irme a dormir.

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El periférico más famoso para la SMS, como bien sabréis ya puede que incluso la tuvierais en su día, fue la pistola Light Phaser. Una pistola que se enchufaba en la entrada del mando y con la que se podía disparar hacia la tele y vivir trepidantes aventuras en juegos como Rambo III o Gangster Town, aunque todo el mundo acababa, cuando nadie estaba mirando, acercándose a la pantalla y disparando a medio centímetro de la misma, hasta las narices de lo poco fiable que era apuntar con una pistola óptica, que a veces convertía a los juegos en una experiencia más frustrante que un granizado de aceite.

La Light Phaser tuvo una segunda juventud en los tiempos de la Master System II, que fue el modelo más popular en España, ya que seguía siendo compatible con el nuevo rediseño de la consola y se podía seguir usando, además de aparecer nuevos juegos como Operation Wolf o Space Gun. No obstante, la SMS II carecía del puerto de tarjetas, que se usaba en el primer modelo para los juegos, más baratos, que se ponían a la venta en formato de, efectivamente, tarjeta. Como todos estos juegos, considerados «de mierda» por las nuevas generaciones de la SMS II, fueron reeditados en formato cartucho y a un precio irrisorio, a ver si algún incauto picaba y se compraba el horripilante F-16 Fighter en vez del Sonic 2, el puerto de tarjetas fue eliminado totalmente de la segunda versión de la consola porque, ¿para qué? si ya no se iba a usar para nada

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Pero había otro periférico que precisamente necesitaba ese puerto de tarjetas para funcionar. Un periférico que jamás se hizo popular en España, que nunca levantó el vuelo en este país, un periférico oscuro, desconocido, y portador de un status cuasi-místico para mucha gente, incluido yo mismo: SegaScope 3-D Glasses, más conocidas como «las gafas 3-D para la Master System», una frase a la que siempre siguen otras como «ostia, yo tenía el alex kiz», «jajjajaj sí hombre no jodas, para ver al alex kiz en tres dimensiones» o «es que esos juegos eran los mejores».

Porque efectivamente, existieron unas gafas 3-D para la Master System I, bastante populares en Estados Unidos y Canadá, relativamente conocidas en Alemania, Francia y Reino Unido, pero absolutamente ignoradas en España. Sólo se vendieron durante dos o tres años, en una época en la que los ordenadores de 8 bits tipo Spectrum y Amstrad dominaban el mercado con sus juegos en cassette, sólo se podían conseguir en tiendas muy concretas y muy escasas (desde 1989 hasta 1991 sólo vi juegos de SMS en El Corte Inglés y en otra tienda más, aquí en Zaragoza), pero lo que realmente fue decisivo para el fracaso absoluto de las gafas 3-D fue su precio. Las gafas sueltas más uno de los pocos juegos que las soportaban (que externamente tampoco parecían el gran goce supremo en forma de videojuego) valían casi tanto como la consola entera, y aunque existía un pack llamado Super System, que incluía las gafas aparte de la pistola, era más caro que la coliflor en almíbar y ningún padre en su sano juicio lo habría comprado, optando todos por el paquete básico, que sólo incluía la consola y el juego Hang On en tarjeta. Que evidentemente es el paquete por el que optó mi madre.

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Durante mis años de EGB, llegué a pensar que era el único en el universo con una SMS, todo el mundo tenía un Commodore, un Amstrad o un Spectrum, todo el mundo intercambiaba cintas grabadas con juegos cutrones, con todos mis respetos, y todo el mundo se quedaba flipando cuando venían a mi casa a merendar bocadillos de jamón y sacaba de repente mi Out Run o mi Choplifter. Durante unos cuantos meses mi popularidad se incrementaba cada día, los amigos se me multiplicaban por momentos y era conocido como el ser afortunado de grandes gafas que tenía «la Sega» en su casa. Pero yo, aunque feliz y satisfecho de poder jugar en cualquier momento y durante horas a Double Dragon o Wonder Boy, y lanzar hachas y matar caracoles y rescatar novias ingratas y medir el lomo con bates de baseball a punkies con las botas por fuera, internamente sollozaba en secreto porque todavía no había sido capaz de probar, ni tan siquiera tocar, las gafas 3-D. ¿Qué secretos esconderían? La publicidad en los catálogos prometía transportarte directamente a dentro del juego. ¿Daría la impresión de poder tocar las navecicas con las yemas de tus dedos? ¿Podrías olerle el culo al protagonista de Space Harrier? Fui conociendo a más gente de mi colegio que tenía la SMS, pero ni siquiera un chico de un curso superior al mío, al que todo el mundo llamaba «el Fresón» porque tenía la piel rosácea y cara afrutada, las había conseguido. Cuando estás en el colegio tu mundo es pequeño, y realmente me daba la impresión de que nadie, absolutamente nadie, había comprado las gafas 3D en España.

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Apareció la SMS II, las gafas se dejaron de fabricar y vender, los años pasaron, guardé mi SMS en un armario, empecé a preocuparme por cosas como el calimocho, las guitarras y los truquitos absurdos para que no se notara el aliento a tabaco, los años pasaron de nuevo, empecé en 1998 a coleccionar juegos otra vez, ya que los 8 bits por aquel entonces estaban más de capa caída que la carrera de Corey Feldman y muy baratos, los años pasaron una vez más, y no ha sido hasta este mes, octubre de 2008, que por fin he conseguido sacarme la espinita de las gafas 3-D, tras más de 20 años de soñar con ellas en secreto, y por fin poder entregarme a un sueño plácido y feliz cada noche. ¿O no?

Gracias al puñetero eBay ya las tengo encima de mis orejas, tras esperar casi tres meses a que por fin llegaran a mi puerta y darlas por perdidas, y por supuesto previo pago de una cantidad algo bochornosa, teniendo en cuenta la crisis y la pobreza en el tercer mundo y en el primero, que jamás revelaré en público a no ser que alguien me pille borracho y con las defensas bajas.
Ha merecido la pena? Me gustaría decir que sí, pero lo cierto es que, tras probarlas durante un par de tardes lluviosas con todos los juegos 3-D que tengo (que son básicamente todos los que aparecieron excepto dos, Poseidon Wars 3-D, que tiene pinta de ser nefasto, y Line of Fire), lo único que he conseguido es acabar con un dolor de cabeza estilo Jani Lane un domingo por la mañana, y con un nivel de frustración elevado al número pi.

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Las gafas consisten en, efectivamente, unas gafuzas enormes tipo negro macarra futurista en una película post-apocalíptica tipo Mad Max, que te pones en la cabeza, y en un adaptador que se inserta en la ranura de las tarjetas. De un lateral de las gafas sale un cablecico que conecta con el adaptador mediante un mini-jack como el de los auriculares del walkman. ¿Dije walkman? Quería decir MP4.
Jugar a juegos 3-D sin tener las gafas es tan absurdo como quitarle el polvo a una ensalada para luego cagarte encima. ¿Por qué? Pues porque se muestran dos imágenes ligeramente diferentes en pantalla, que se alternan parpadeando a toda velocidad. Supongo que si te has quedado sin drogas y cerveza un sábado por la noche y las calles están tomadas por zombies podría valerte, pero si no se da ese caso, tus juegos 3-D se pudrirán en el armario. Lo que hacen las gafas es tapar y destapar cada uno de los ojos, a toda velocidad también y de forma sincronizada con la imagen en pantalla, de forma que cada ojo vea sólo una de las imágenes. Como el parpadeo es tan rápido y casi imperceptible cuando tienes las gafas puestas, la visión se centra, las imágenes se juntan… y ¡zas! navecicas volando por tu casa.

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El problema es que yo no consigo ver nada, y a lo más que puedo aspirar es a quedarme más cegato de lo que estoy o a parecer Stevie Wonder con la boca abierta y sin trencitas. Lo he probado todo, desde limpiar todos los conectores y cristales exhaustivamente hasta ponerme a varias distancias de la televisión. Desde ir probando los juegos uno por uno, por si alguno de ellos era una basura y no estaba muy bien logrado hasta mirar fijamente a la pantalla, sin parpadear y con navecicas flotando y proyectiles que intentan impactar en mi nariz como únicos pensamientos en mi mente. Todo ello sin éxito.

Por no comentar que casi no me entran en la cabeza y, cuando me las pongo, las patillas quedan ensanchadas hacia afuera que parece que en cualquier momento se va a oír «¡plas!» y van a saltar astillas de plástico por todas partes. Debo reconocer que tengo un buen cabezón, que no es de los más pequeñicos precisamente, pero joder, tampoco es que sea un cebollón del tamaño de una calabaza transgénica!

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Como he dicho antes, tengo todos los juegos que se fabricaron para ser usados con las gafas excepto dos, y dudo que sean casualmente los que no tengo la gran panacea que les de cinco mil vueltas a todos los demás y que realmente te haga excitarte de una forma tan ebria como este tío.
El primer problema es que algunos de los juegos de por si no son muy buenos, y necesitan realmente que funcione el efecto 3-D. Zaxxon 3-D, por ejemplo, es bastante rancio como juego (una navecica volando y disparando a bichos indeterminados en escenarios bastante parecidos entre si) sospecho que es uno de los que mejor uso hace del efecto 3-D, y es uno de los juegos con el que casi, *casi*, ¡casi! vi algo remotamente tridimensional, como si la nave estuviera a un palmo de la pantalla.
Blade Eagle 3-D es otro juego un tanto deprimente, con más navecicas disparando y un sistema de perspectivas mediante el cual puedes situarte más arriba o más abajo, con el que se consigue que no tengas ni idea de a quién estás disparando o dónde te encuentras. Harto de subir, bajar, y no atinar ni al más mierdero de los enemigos, quité el juego y lo lancé al vacío. Aunque le puse un cojín para que no se rompiera.

Out Run 3D (por cierto uno de los juegos más buscados y cotizados de la SMS, el que tendré que vender si la miseria se apodera de mi, y que conseguí por prácticamente dos duros comprándoselo a un pobre incauto) y Space Harrier 3D están bastante bien, pero me da la impresión de estar jugando a sus versiones no-3D, con el plus añadido de llevar unas gafacas de sol encima en las que se ha colado un abejorro que está aleteando sin parar.

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Me acabo de dar cuenta de que todavía no he probado Missile Defense 3-D, porque éste también hace uso de la pistola (la culminación del goce y la diversión!), y el otro día me daba pereza sacarla del armario porque me tengo que subir a una silla para llegar, y tenía todas las sillas llenas de zarrios. Así que el último juego es Maze Hunter 3-D. Dejando de lado el hecho de que han hecho un rediseño horripilante para la portada y, en vez de usar la original japonesa que era bien majica, han convertido al protagonista en una especie de jugador de baseball con pinta de truchón, la verdad es que es otro juego en el que casi, *casi*, ¡casi! vi algo remotamente tridimensional. Cuando el personaje salta, realmente parece que se sale un poquico de la pantalla, y el hecho de que las fases estén separadas en niveles de diferentes alturas también da un efecto de profundidad. Pero no obstante, ninguno de esos detalles es algo jodidamente sublime.

Así que mi veredicto de las místicas gafas 3-D, aunque aún tengo que probarlas más a fondo, quedarme como un topo borracho en el intento, y contrastar opiniones con más gente, es: suspenso. Aunque algo me hace pensar que no hay nada malo con ellas, sino que soy yo el que tiene el problema y no puede captar el efecto 3-D. Hay algo que poca gente sabe, y es que de muy muy pequeño me operaron de la vista porque, según cuentan los ancestros, nací con un ojo mirando hacia la Meca. Sospecho que ese defecto no se ha corregido del todo, y es por eso que no consigo centrar la mirada de la forma necesaria para ver la tercera dimensión imaginaria. Si no es por eso, es que las gafas son una puta mierda y los críos hyper-excitados de los anuncios me engañaron. Y hey, mirándolo en perspectiva… tal vez hice bien en no comprarme las gafas 3-D en 1988 y seguir feliz y satisfecho jugando a Alex Kidd: The Lost Stars y Penguin Land. Tal vez las mágicas gafas 3-D me habrían jodido la infancia y ahora sería un desgraciado.

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