No tengo ni idea de su situación actual, de si existen todavía, de si aún se fabrican en papel ni de si a alguien le importan una mierda a día de hoy, pero no se puede negar que los cromos dominaban nuestras vidas durante nuestra infancia y adolescencia. Siempre había varias colecciones entre las cuales elegir, nacidas a la sombra de las series de televisión del momento, y la mayoría no eran más que 250 fotogramas de la serie en cuestión, capturados al azar aunque el dibujo resultante fuera una mierda de escena, que ilustraban una especie de resumen escrito de forma parca y sin ganas de tres o cuatro capítulos. Pero hey, a veces venían cromos plateados o con brillitos, y ese mero detalle compensaba la frustrante sensación de comprar cinco sobres y que todos los cromos fueran repetidos. Sí, creo que todos recordamos ese momento de volver a casa con ilusión, abrir los cinco sobres, añadir todos los cromos al mazo de 500 repetidos atados con la gomita de las lechugas, y ponernos a merendar pensando «vamos a pretender que esto no ha ocurrido jamás».
Y, ¿cómo olvidar el olor del pegamento de los cromos autoadhesivos de Panini? Supongo que, experimentando una especie de trastorno obsesivo-compulsivo que sospecho que está manifestándose en toda su gloria hoy en día, sentía la necesidad de olisquear uno por uno los cromos que iba pegando. Era una especie de ritual, mi nariz se quedaba sin sensibilidad como el culo cuando llevas veinte minutos sentado en la silla de madera de la casa del pueblo y no, no me siento excesivamente orgulloso de ello.
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Personalmente, hice muchas colecciones de cromos. Muchas. Aunque tal vez debería decir «comencé», porque la única que llegué a terminar en toda mi triste existencia fue la de «Masters del Universo», que por cierto todavía conservo como si fuera el segundo advenimiento de Blas. Todas las demás quedaron incompletas, algunas con 100 cromos, otras con 40, otras con 14, y de otras ni siquiera me molesté en comprar el álbum, ya que me sentía totalmente satisfecho con poder pegar a Garfield diez veces en mi puerta en distintas poses graciosas. Pero cualquier colección era buena. Las Tortugas Ninja, WWF, Isidoro, Taron y el Caldero Mágico, Dragones y Mazmorras, La Pandilla Basura… incluso hice una de coches que casi terminé, cuando es de sobra sabido por cualquiera que me conozca que detesto los coches, no tengo carnet, temo morir en un accidente automovilístico aparatosísimo (involucrando a un camión cisterna, que siempre añade algo de dramatismo), no se para qué sirve realmente el embrague si los autos de choque no tienen y van bien, y no soy capaz de diferenciar un Renault 5 de un Ford Fiesta.
Finalmente, todas las colecciones quedaban aparcadas a un lado, supongo que porque dejaban de vender los cromos, habías agotado al personaje insulso de Panini que te ofrecía la posibilidad de comprar 20 cromos de golpe enviando un cupón y un montón de sellos, aparecía una colección que molaba más, o simplemente te habías prometido a ti mismo que si volvía a caer en tus manos el puñetero cromo nº 143 del Inspector Gadget, del que ya tenías ochenta copias y podías empapelar la taza del báter con ellos, te pegarías un tiro en el esternón.
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Pero hubo una colección que me fascinaba infinitamente más que otras, una que realmente deseé terminar, que he mantenido en mi recuerdo hasta hace bien poco, pero a la que desgraciadamente nunca pude prestar demasiada atención porque la descubrí un poco tarde y dejé de ver los cromos en las papelerías cuando no estaba sino comenzando mi colección. Eran los cromos de «Monstruos», así, sin más apelativos, que tampoco hacían falta.
Muchas otras colecciones de monstruos pasaron por mis manos antes y después de esta, como «Monstruos y Leyendas de Otros Tiempos» o «Súper Monstruos». Por cierto que esta última me trae gratos recuerdos de mi nivel social en clase. Era la típica colección dibujada por el mismo tipo de gente que enviaba caricaturas de Eddie y Scorpions a la revista Heavy Rock, que en vez de álbum tenía una especie de díptico de cartoncillo en el que pegabas los cromos, fabricados a su vez también en cartón, y que para que no la terminaras en tu puta vida y te convirtieras en un niño arisco y receloso habían tenido a bien fabricar sólamente diez o doce ejemplares de uno de los cromos, autoadhesivo, que representaba no recuerdo si a un pobre hombre en llamas o a una especie de insecto humanoide con cara de no ir al baño con asiduidad. Pues bien, una mágica tarde de febrero sin horizontes me salió el maldito cromo autoadhesivo con el que completé mi díptico (hoy perdido en las inmensidades del trastero) y me convertí en el ser más popular de mi clase durante todo el día siguiente. Todos querían ser mis amigos y darme hasta a su padre a cambio de mi cromo, y todas me habrían ofrecido felaciones si no fuera porque todavía éramos muy pequeños para saber que semejante acto era posible.
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Pero me estoy yendo del tema recordando el día más glorioso de mi vida, ya que hoy es un día para repasar aquella colección llamada simplemente «Monstruos», que realmente jamás pensé que llegara a completar. Creo que el destino fue sellado aquella vez que, caminando con mi madre por la calle, me dijo con semblante serio «si quieres cromos de monstruos, tendrás que entrar tú mismo en esa papelería y pedirlos», lo cual no me hizo ni puñetera gracia porque a los seis años yo era un niño con actitud de «si me dan las cosicas hechas, mejor». Creo que todavía lo soy. Pues bien, superando mi insociabilidad entré en dicha papelería, le pregunté a un barbudo que si tenía cromos de monstruos, y me contestó que no sabía de qué le estaba hablando. Así pues, al parecer el caso de esta papelería y su dueño barbudo no era único en la ciudad, y por algún extraño motivo, supongo que provocado por la maldición de algún monstruo de las profundidades avernales, sólo vi a la venta estos cromos en dos o tres tiendas, mientras que las demás eran papelerías insulsas regentadas por dueños barbudos que, aparte de no vender cromos de monstruos, tenían un montón de compases, reglas, portaminas y cosas aburridas. Como yo era un pobre crío insociable y sin la disponibilidad para caminar por toda la ciudad buscando cromos, poco a poco me olvidé de los monstruos y me dediqué a coleccionar alguna otra memez. El taco de no más de 30 cromos que conseguí acumular se perdió, junto con tantos otros zarrios, en algún recóndito lugar del contenedor de basura cuando nos mudamos de casa en 1994.

Así que resulta extraño pensar que hoy, 23 años después de superar mi frustración por hacer una colección de coches ochenteros pero nunca tener ni tan siquiera el álbum de Monstruos, llegue a mis manos dicho álbum totalmente completo, y además de la forma más extraña, ya que al abrir la puerta de mi casa tras sonar el timbre de forma nerviosa allí estaba, en el suelo, encima del felpudo, mirándome desde sus tapas amarillas. ¿Fue un cartero endemoniado? ¿Fue un vecino equivocado? ¿Fue algún antepasado mío harto de escuchar mis lamentaciones e historias aburridas acerca de «pues había unos cromos que nunca tuve que…»? Siempre pensé que esta colección tenía algo mágico, y este acontecimiento no hace más que confirmar mis sospechas. No voy a ser yo el que busque explicaciones lógicas a la aparición del álbum en mi felpudo, ha sido claramente obra de los efluvios mágicos de los monstruos que aparecen dentro. Además huele como si hubiera pasado los últimos 23 años dentro de una cripta, siendo hojeado por una familia de zombies sin pelo que se entretuvieron en ir pegando todos los cromos con paciencia y en silencio para por fin entregarme el resultado.

Sea cual sea su origen, el hecho es que por fin tengo la colección completa en mis manos. Data de aquel tiempo en el que aparecían colecciones de cromos como hongos en el pan Bimbo que se te olvida en el fondo del armario durante dos meses. Nadie sabía de dónde venían, nadie sabía quién las había creado, pero junto a las colecciones consagradas de Panini de los Osos Amorosos y Snoopy podías encontrar fácilmente una de monstruos raros, otra de animales rancios del áfrica septentrional, otra de marcas de refrescos y otra de caricaturas de Lola Flores. En el caso que nos ocupa, no tengo ni puñetera idea de quién hubo detrás de «Monstruos», ya que la única referencia que se puede ver es la extraña firma «Carme & Ricard» en la portada. Ni rastro de copyright, dirección o cualquier otro dato. ¿Quiénes eran Carme & Ricard? Cuando era pequeño daba por hecho que los creadores de estos cromos eran unos eruditos de lo paranormal que sabían todos los entresijos del mundillo e incluso datos exclusivos y secretos acerca de las preferencias culinarias de Nosferatu. Ahora sospecho que Carme & Ricard no eran más que dos compañeros de piso, estudiantes de filología, que se sacaban un poco de pasta para vivir durante el mes dibujando colecciones de cromos, portadas de discos de sus amigos jevis, y murales para las atracciones de las ferias. También sospecho que Ricard estaba enamorado de Carme y que más de una vez le preguntó entre sollozos «pero qué le ves a ese mierda? si es un mierda!». Pero eso no viene al caso. Comentaba lo de los murales para atracciones de las ferias, y es que realmente el estilo de dibujo de estos cromos es increíblemente parecido al de las fabulosas ilustraciones que amenizaban la cola de la Cueva del Terror y similares pasajes en las ferias y parques de atracciones. Ilustraciones que, por cierto, siempre me provocaron una extraña fascinación, llegando a interesarme infinitamente más que la propia atracción en cuestión, que luego no era más que un cochecín dando vueltas durante un minuto por un raíl mientras aparecían de vez en cuando algunos bichos con el plástico podrido.

El álbum tiene formato apaisado y, tras una breve introducción enigmática con citas de Einstein y unos pobres aldeanos antiguos ahorcados en un árbol, da comienzo la colección propiamente dicha. Los cromos son, como ya comenté antes, de cartón, a todo color, se pegan sólo por la parte superior para poder leer la pequeña historia explicatoria que acompaña a cada personaje y, os aseguro que si pudiera tatuarme alguno de ellos en el pecho lo haría, pero me dan miedo las agujas. Cada página contiene de 7 a 9 cromos, con dibujos de relleno en marroncete, dentro de las siguientes categorías: Monstruos del cine, gigantes, animales míticos, fantasmas y aparecidos, brujos y hechiceras, criaturas fantásticas, seres extraterrestres, súper héroes y misterios inexplicable. Sí, inexplicable, eso pone.
Ya se lo que estáis pensando: «los gigantes no son realmente monstruos, los extraterrestres tampoco, y los súper-héroes menos! qué pintan ahí?». Supongo que Carme y Ricard decidieron que realmente no había tantos monstruos en el mundo, y que si se ceñían a lo estrictamente monstruoso se les iba a quedar la colección en cuatro páginas, así que decidieron tirar de otras figuras de la mitología universal, todo mezclado así por las buenas. Veamos qué contiene cada sección.

Monstruos del cine. Supuestamente aquí aparecen monstruos de siempre de las clásicas peliculas de terror, aunque no recuerdo haber visto ninguna película en la que saliera un espectro asesino rubiales llamado Miriam. Pero hey, mi cultura cinéfila es lamentable y las portadas de las películas de terror me solían gustar bastante más que las películas en si. Tenemos al conde Drácula, Frankenstein, el hombre lobo, Nosferatu, un tal Orlac con unas manos biónicas supuestamente asesinas, y el hombre con rayos X en los ojos que parece un oficinista cabreao. Todos ellos con su pequeña descripción debajo del cromo, en la que cuenta un poco acerca de la novela o película en la que salía cada monstruo, dando por hecho que todos son realmente producto de la ficción. Más real es, en cambio, el pegamento que usó el anterior dueño de este álbum para pegar algunos de los cromos, un pegamento con aspecto de mermelada de frambuesa que, honestamente, prefiero pensar lo es realmente.

Gigantes. Los gigantes ocupan sólo una página, pero gracias a ella he aprendido que «aún hoy en día, nombrar a Gaüle y Jorden les sirve a los padres para asustar a sus hijos en caso de rebeldía». Si mi padre lo hubiera sabido, nunca me habría hecho aquel piercing. También aparece «el caballero azul», que me causa gran confusión porque en aquella película que solía ver de pequeño se llamaba «el caballero verde», y además salía Sean Connery, que no se parece en nada al tío del cromo.

Animales míticos. Por desgracia no se refiere al perro aquel de Ricky Martin y el foie-gras que tantos quebraderos de cabeza provocó a Concha Velasco. Aquí cabe de todo desde el yeti hasta un supuesto gato parlante del que jamás había oído hablar, pasando por King Kong, el monstruo del lago Ness, minotauros, centauros y hasta Moby Dick. Recuerdo haber tenido varios cromos de esta sección, y debo reconocer que gracias a uno de ellos aprendí que un «grifo» era algo más que el tubo por el que salía agüica en el baño de mi casa.

Fantasmas y aparecidos engloba desde Murdock, que no es el del equipo A sino una especie de guerrero escocés, hasta «la chica del auto-stop», también conocida como «la aparecida de la curva», sobre la que siempre que sale el tema hay alguien que cuenta alguna historia absurda que comienza con «pues a un colega del pueblo de mi primo…».

Los brujos y hechiceras sólo ocupan una página y tienen dos peculiaridades. Una, que han dibujado a Merlín el mago con una especie de capuchón plateado en todo el cabezón al más puro estilo «Excalibur», la película aquella de hace ya un par de décadas que no me acababa de hacer tilín porque, efectivamente, Merlín salía con un capuchón plateado en todo el cabezón.

Y la otra es que el cromo del apasionante «viejo de la montaña», que no es ese viudo cascarrabias que vive en tu pueblo sino un fulano con una máscara dorada, en vez de ser de cartoncillo como todos los demás es… ¡de papel! ¿Sería éste el cromo más difícil de encontrar de la colección? ¿Provocaría peleas en el recreo, gafas rotas y bocadillos repisaos en el suelo? ¿Le saldría al afortunado niño anterior propietario de este álbum y sería el más popular en su colegio durante un día? ¿Me habrá traspasado esos poderes mediante este álbum y ahora estaré encaminado hacia la gloria? Sólo el tiempo lo dirá.

Por lo demás, sólo queda comentar que Nyneve del Lago sale marcando tetillas y no tenía ni idea de que hubiera encerrado a Merlín en una roca de granito. Espero que le diera tiempo de quitarse el capuchón.

Criaturas fantásticas es mi sección favorita. Contiene a lo largo de cuatro páginas una mezcla de plagios de películas, seres de mitologías y épocas variadas, y bichos inventados. Podemos ver a la Lamia, que a pesar de que en su historia pone que se come a los niños le está pegando un bocao en todo el mentón a un pobre hombre ya talludito de unos 40 años. Tenemos una reinterpretación un poco libre de los gremlins. El hombre mosca ya no ha llegado al aspecto actual por culpa de un experimento como en la película sino que ha sido picado por una desconocida especie de mosca.

Gollum ahora de repente se llama Collum, casi como el juego que venía con la Game Gear. La hija del volcán parece la cantante de uno de estos grupos de metal lírico coñazo tipo Epica. La sirena no tiene pezones y, finalmente, el hombre pájaro me da la impresión de que se lo han inventado. Sí, así de heterogénea es esta sección.


Ocho páginas, nada más y nada menos, ocupa la sección de seres extraterrestres. Y se nota que Carme y Ricard decidieron usarla para rellenar medio álbum con personajes inventados por ellos mismos, porque no me suena ni uno exceptuando los evidentes plagios de Alien, Mazinger Z o Jabba The Hut. Casi puedo imaginar a Carme y Ricard pasando las noches en vela, con cuadernos de anillas, lápices y latas de cerveza, ideando nombres y diseños de personajes que no quedaran demasiado cutres mientras Ricard pensaba «hoy se lo digo, de esta noche no pasa».

Como es lógico, no es fácil inventarse de golpe setenta seres interplanetarios, con lo cual nuestros dos amigos ilustradores acabarían saliendo una noche a emborracharse y a pedir ideas a sus colegas. De esa noche fatídica seguro salieron personajes como «Yazd-Tro-Tro», «Mamifer-Man» (del cual pone que posee un gran corazón, un índice de estabilidad 10 y una fuerza mental 0’00027 de la escala Shold. Wow, increíble! Nunca había conocido a nadie que tuviera más de 0’00021 en la escala Shold!), «Cráter Cráter» (según pone aquí, con un coeficiente mental del 0’009 de la escala 9 R2-R2 según Mof Bacca, que realmente tampoco me impresiona tanto), y mi favorito, «Porking Obi-Ven», cuyo nombre trae todo tipo de imágenes a mi mente que no tienen nada que ver entre si.

La sección de Súper-Héroes es complicada de tomar en serio. Cuando éramos unos críos, casi nadie sabía realmente qué tripa se le había roto al fantasma de la ópera, hacia dónde vagaba la dama blanca, si el cancerbero aparte de tener tres cabezas también tenía tres anos, si las sirenas tenían pezones o qué era un súcubo. También nos podían colar ocho páginas de marcianos inventados por amigos destinados a tener resaca al día siguiente. Pero a Superman, Spiderman, la Antorcha Humana, Batman o La Masa los conocíamos todos y no nos la podían dar con queso. Viéndose expuestos a una denuncia por parte de Marvel, DC y similares, Carme y Ricard optaron ya no por inventarse superhéroes, sino por rebautizar, rediseñar y reinterpretar a personajes archifamosos de los comics americanos. Así, Superman y Supergirl pasan a llamarse Plata Man y Plata Girl (estoy convencido de que Carma tuvo que rechazar la idea de Ricard de llamarlos Plátano Man y Plátano Girl). La antorcha humana ya no es miembro de Los 4 Fantásticos, se ha puesto un casco de los chinos y unos botines, y tiene el fabuloso poder de «enfriarse hasta la licuefacción». Batman ahora calza unas mallas amarillas y se llama Mister X (el malo final del 75% de los videojuegos de principios de los 90), es aliado de Plata Man y, atención, «puede desconcentrarse muscularmente hasta cero». Lo mismo que me pasaba a mi cuando tenía que estudiar filosofía en COU.

Spiderman también ha optado por las mismas mallas amarillas de Mister X, ahora se le conoce como Tarántula Man, y al parecer fue picado por una tarántula mientras acompañaba a su padre en una cacería por los bosques malayos. Claro ejemplo de «joder, yo creo que si cambiamos la historia totalmente nadie se dará cuenta!». Y así hasta 17 superhéroes de los cuales ninguno es remotamente original.

Finalmente, misterios inexplicable incluye un popurri de seres que podrían haber formado parte perfectamente de cualquiera de las otras secciones, pero que para que la colección quedara realmente redonda y completa tienen su propio apartado de dos páginas. Cabe destacar el «osito vudú», que es un oso de peluche que se llevó una tal Linda De Winter al independizarse de sus padres y que de repente cobró vida, mientras que poco después Linda recordó que, siendo ella pequeña, el osito había sido pinchado por uno de los criados de su padre el cual, suponemos, tenía un kit de vudú en el garaje junto a los cacharros de bricolage y los botes de pintura. Pues bien, una rápida búsqueda en google me comunica que Linda De Winter tiene un perfil en Facebook y mogollón de amigas con pinta de tener una beca Erasmus en España y desmadrarse.

Sigo sin saber cómo ha llegado hasta mis manos este álbum, o si realmente es un presagio de que todos los deseos que he tenido a partir de 1986 se van a ir cumpliendo uno por uno. En tal caso, me temo que voy a tener que hacerme cargo de un montón de juguetes, videojuegos y tonterías que he ido deseando a lo largo de 23 largos años hasta que se cumpla el deseo que tuve ayer mismo, que no era sino la aparición por mi puerta de Molly Ringwald, disfrazada de Plata Girl, preguntándome si le podía enseñar a tocar el piano. En cualquier caso ha sido reconfortante sacarme una de las espinas que tenía clavadas desde que era un tierno infante con buen humor y sueños de fama y fortuna, reencontrarme con los pocos cromos que tuve, y poder ver uno a uno todos los que forman esta colección, una colección que no tendría lugar en esta época en la que por desgracia ya no hay Carmes ni Ricards ideando cromos que aparecen de repente en el kiosko sin saber de dónde han salido.