Padezco el síndrome del horror vacui. Realmente no es un síndrome sino una puta manía, pero escrito así suena más relevante de lo que esencialmente es. Tal vez fue provocado porque es, junto a las esculturas esas prehistóricas de mujeres con tripa enorme y culo horrible que se parecen a una señora con la que me cruzo cada mañana cuando voy a por el bus y me da miedo, lo único que recuerdo de las clases de historia del arte de COU. Oh bueno, también recuerdo la Gioconda. Hey, y la Mona Lisa! Tal vez no desaproveché tanto el tiempo haciendo pirola, fumando en un banco o pensando en tontadas.

El horror vacui, como bien sabéis, es una expresión latina, aplicada sobre todo al mundo de la pintura y escultura, que significa «terror al vacío», lo que me obliga compulsivamente a sobrecargarlo todo hasta el punto de la exageración. Soy de esas personas incapaces de ponerse una camisa si ésta no lleva al menos cincuenta chapas y doce parches. Una vez comencé a dibujar un comic absurdo y sólo conseguí terminar dos páginas, porque tardaba una media de dos meses en dibujar cada viñeta, rellenando hasta el último milímetro de papel con adornicos. Fui a colgar un poster de Stryper en la pared de la cocina y acabé empapelándola de tal manera que ya no recuerdo de qué color está pintado el techo. Y el día que fui a hacerme un piercing en la oreja… oh, mejor no hablemos de eso.

Uno de mis mejores amigos inanimados es mi tocadiscos, y como tal, a los tres minutos de comprarlo ya comencé a practicarle el tratamiento que merece, que consiste en cubrirlo de pegatinas hasta el último recoveco posible. Este proceso sólo lo llevo a cabo con mis amigos inanimados, que quede claro, a los animados sólo les pego una en la espalda de vez en cuando en la que pone «ME GUSTAN LAS POLLAS», hasta que se dan cuenta y dejan de ser mis amigos. Reuní todas las pegatinas de las que disponía, incluyendo algunas muy viejas y cuasi-únicas que me había dado pena pegar en algún sitio durante 20 años pero que consideré que ya estaba bien de aferrarse a objetos del pasado, y también algunas de Hannah Montana que no recuerdo exactamente cómo llegaron a mi cajón pero que estoy seguro fueron depositadas ahí por un ente extraterrestre y averiguaré su misión y significado algún día en un futuro cercano.

Cuando me quedé sin pegatinas ya tenía la tapa del tocadiscos prácticamente cubierta, por fuera y por dentro, y su mera visión ya provocaba desasosiego nervioso por el abigarramiento de cosas pegadas formando un collage de temáticas que posiblemente jamás en la historia hayan estado juntas en tan reducido espacio, como The Wildhearts al lado de Snoopy al lado de Stormwitch al lado de la Pandilla Basura al lado de Doraemon al lado de Diana la de V que comía ratoncicos al lado de Red Hot Chili Peppers al lado de Hannah Montana enseñando jamón. Creyendo que ya tenía suficiente mierda inútil pegada en el tocadiscos, dejé la vida pasar como hasta entonces, en busca de utopías de adolescencia.

Pero esos huecos libres que quedaban en la tapa, esos huecos diáfanos, aburridos, enormes e inertes que me observaban día y noche con transparentes ojos vacíos, esos huecos que no me dejaban dormir por las noches y que no me permitían concentrarme por el día… Esos huecos que me recordaban a tantos otros huecos tristes que existen en mi corazón, huecos que no puedo llenar con pegatinas sino con vodka, esos huecos tenía que eliminarlos cuanto antes y como fuera! Así que decidí conseguir una nueva hornada de pegatinas para por fin terminar mi collage y poder descansar en paz y ser feliz.

Ya que me ponía, aproveché para comprar un montón de packs de trading cards americanas por las que siempre he sentido una curiosidad infinita. En Estados Unidos, durante décadas y décadas y por lo menos desde los años 60, aunque no tengo ni idea de si siguen existiendo todavía, la alternativa a los sobres de cromos mondos y lirondos que incluían, efectiva y simplemente, cromos, eran unos fabulosos sobrecillos que contenían tarjetas de cartón, pegatinas y un chicle. Estos «trading card packs», o «wax packs», existieron para todas y absolutamente todas las cosas que se hacían mínimamente relevantes en la cultura pop norteamericana. Desde baseball hasta Popeye, pasando por el Coche Fantástico, los Ángeles de Charlie, Cyndi Lauper, Superman II, Superman I, Michael Jackson y Los Problemas Crecen. Los Problemas Crecen? Sí, también había cromos y pegatinas de Los Problemas Crecen, y no estoy seguro de qué clase de personas harían esa colección, si exceptuamos a las fans adolescentes de Kirk Cameron. De todas formas, ahora que lo pienso fríamente, creo que también hubo en España cromos de Médico de Familia y gente que los coleccionaba, y estoy convencido de que el primo problemático de Chechu que siempre estaba jodiéndola hasta que sentó la cabeza tenía bastante menos tirón que Kirk Cameron. Aunque posiblemente hoy en día también sea telepredicador.

Sobrecillos nuevos y sin abrir de montones de colecciones de antaño se venden hoy en día por dos pesetas, así que es una fabulosa y barata manera de conseguir docenas de pegatinas viejas con las que rellenar los huecos que afligen tu vida, y de paso experimentar en primera persona lo que tuvieron los criajos norteamericanos. O sea, cromos grandes, bien hechos, hasta el último detalle, e incluso con cosas en el reverso, que dependían de la colección pero iban desde partes de un poster hasta pasatiempos, cómics o chorradas inútiles pero que hacían gracia. Todo ello en lugar de nuestros sobres de cromos europeos de Panini, los cuales abrías con semblante serio, descubrías que los cinco cromos ya los tenías repetidos varias veces, y sólo te quedaba como opción irte a la cama a llorar o al parque a matar gatos con un palo. Yo siempre optaba por ir a llorar.

Aparte de todos esos fantásticos detalles, los sobres americanos también contenían una especie de tabletilla rectangular de chicle rosa, imagino por el color que de sabor fresa. Qué significa esto, y a dónde quiero llegar? Pues a que de golpe me he juntado con una montaña de chicles de fresa. Eso no sería del todo malo, si no tuviéramos en cuenta que el chicle más reciente tiene veintiún años, y el más antiguo tiene treinta. Los tengo aquí delante, inmóviles, rígidos, como si quisieran decirme algo, y lo cierto es que no sé qué hacer con ellos. Podría tirarlos, pero me da pena ya que quedarme con los cromos y tirar los chicles me recuerda a cuando aquella chica eligió a mi amigo porque yo era feo ante sus ojos. Y eso no me gustó. Oh, no señor. No quiero que mis chicles de veinticinco años se sientan igual que yo me sentí aquel día. Podría comérmelos, pero también me da pena, en este caso mi integridad física. Pasando por alto el hecho de que no huelen ni remotamente a algo comestible, sino a cartón húmedo, no todos han superado el paso del tiempo igual. Algunos tienen casi aspecto de chicle, otros tienen una intrigante capa de polvillo blanco que los recubre, algunos han adquirido tonalidades marronáceas, de otros han emergido extraños puntos negros, y finalmente unos cuantos no han podido soportar la presión de los años y se han roto en varios pedazos. Creo que, si los ingiriera, los que no me desgarraran todos mis órganos internos con sus aristas provocarían que aparecieran nuevas formas de vida por la ventana de mi ano, y creo que no estoy preparado para traer al mundo nuevos seres inadaptados a nuestro medio.

Creo que los guardaré con cariño y amor. Tal vez incluso algún día tenga un hijo y pueda hacerle entrega de los viejos chicles cuando yo ya esté decrépito y a las puertas de la muerte. Al fin y al cabo, estos chicles no son sino nuestro reflejo en forma de laminilla rosa. Acaso somos los mismos que hace veinte años? Tenemos el mismo aspecto por fuera que entonces? Y el mismo aspecto por dentro? Es cierto que a algunos les ha cambiado el color, o tal vez tienen una capa extraña recubriéndoles, que en algunos casos se puede quitar con el dedo y en otros parece llegar mucho más dentro y no es tan fácil. Vale, algunos incluso tienen sospechosos puntos negros pero en realidad, qué importa todo eso cuando otros se han partido en pedazos? Nuestros chicles siguen enteros todavía y eso, aunque muchas veces sea tan difícil de asimilarlo y llevarlo a cabo, hay que agradecerlo.