Frases típicas. Convivimos con ellas, rodeados de ellas, absorbidos por ellas, dominados por ellas. Hay quien dice que las frases típicas son la verdadera plaga de la era moderna, y no voy a ser yo quien les contradiga. Al comenzar cada nueva semana, y durante todos los años de nuestra vida, nos vemos forzados a escuchar a treinta personas comentándonos que están «de lunes». Cada nueva semana. Qué significa estar «de lunes», de todas formas? Es bueno, es malo? Es un adverbio de modo? Normalmente yo suelo detestar más los domingos que los lunes, aunque suene poco habitual, pero si comunico que estoy «de domingo» la perplejidad reina y nadie sabe con exactitud si estoy bien o estoy mal. No es justo.

Al ser interrogado acerca de las recién terminadas vacaciones, es absolutamente imperativo contestar que han sido «cortas», a pesar de que los días han durado 24 horas como cualquier otro día en la Tierra, laborable o no. De la misma manera alguien apuntará, desde una esquina y con sonrisa sorda, que «qué bien vives» por haber estado de vacaciones, aunque el número de horas vacacionales disponibles al año e invertibles en emborracharse en la playa sea el mismo también para él. Está implícito, pues, que él también vive bien?
Diez metros más allá alguien contesta por teléfono que «aquí estamos, currando un poquillo». Sólo un poquillo? Es falsa modestia? O, en caso de ser cierto, no se debería fingir y mantener en absoluto secreto que te estás tocando los cojones por babor y por estribor?
Dos horas más tarde, una pequeña discusión acerca de quién merecía realmente este año el Balón de Oro se zanja corriendo un «estúpido velo». Cada vez que tus labios dejan sonar un espontáneo «no me jodas» sabes que, en menos de dos segundos y a pesar de que aparentemente no hubiera nadie alrededor, algún alma en pena aparecerá reptando por alguna esquina para replicar «que me incomodas». De vuelta a casa, montado en el ascensor, y observando los pisos subir de forma monótona y a velocidad de ascensor, el vecino te hará saber que «pues han dicho que mañana lluvias» y tu alma explotará en cien mil pedazos porque realmente te da igual que mañana llueva, nieve, o caiga de las nubes mierda en forma de cucurucho.

Las frases típicas se repiten día a día, hora a hora, minuto a minuto, a lo largo y ancho del planeta. Se han hecho un hueco en nuestra existencia cotidiana, y no se van a marchar nunca. De la misma forma que siempre, aunque pasen los miles de años suficientes para que una nueva raza de dinosaurios alados devore al ser humano y luego se extinga, alguien dirá «por el culo te la hinco» al sonar la palabra «cinco». Soy de esas personas que creen en el silencio frente a decir algo absolutamente innecesario. O, al menos, algo absolutamente innecesario que ya han dicho treinta personas durante los últimos diez minutos. Quizá por eso paso con las fauces cerradas gran parte de mi día y sé que soy considerado una especie de esfinge impertérrita por un amplio sector de la gente con la que convivo. Pero jamás me escucharéis, ni en el más fulgurante de los eclipses lunares, pronunciando la frase «por el culo te la hinco», y me siento satisfecho por ello. Satisfecho pero no feliz, ya que mis estudios de toda una vida dedicados a investigar el fenómeno invasor de las frases típicas me han llevado a la conclusión de que el nivel de felicidad en una persona es directamente proporcional al número de frases típicas que expele al cabo del día. Y hoy realmente envidio a la gente feliz. Supongo que estoy de martes.

Las aventuras de Little Luisito eran originalmente un estúpido anuncio de Petit Suisse que solía aparecer con frecuencia infernal en los tebeos de la época allá por 1984 y acabo de escanear. Estoy convencido al 100% de que también existía una versión televisiva que me amargaba la merienda cada vez que era emitido pero, por mucho que disecciono mis cintas VHS viejas, no soy capaz de localizarlo. Tal vez sea debido a que, en 1984, mi familia poseía un televisor pero no un vídeo. Me gustaría haber recordado ese detalle hace tres horas. El anuncio en cuestión era tan jodidamente incongruente que incluso yo, en ese momento un niño condescendiente que no llegaba a los cinco años, planeé realizar un boicot a Danone y no volver a probar sus malditos yogures en la vida. Por desgracia, los Petit Suisse estaban bastante buenos y además regalaban muñecos de goma con forma de fruta para colocar en el extremo de los lápices. De todas formas, la venganza es un plato que se sirve tarde y sin servilleta, y siempre deseé enviar a Little Luisito al país de las frases típicas y dejar que se pudriera allí hasta el fin de sus días. Hoy, en el año 2011, por fin he sido capaz.

Cuáles son vuestras frases típicas favoritas?