Mi rutina cotidiana por las mañanas suele transcurrir, en líneas generales, según la siguiente secuencia de acontecimientos:
Al sonar ambos despertadores habilitados, ya que cuando sólo tenía uno se fue la luz durante el transcurso de una noche y me desperté al día siguiente 32 horas más tarde de la hora prevista, invierto diez minutos en maldecir intensamente a un alto porcentaje de los personajes aparecidos en el Antiguo Testamento. Cuando me canso de desear que Ezequiel sea oralmente violado y ultrajado por osos, y ya estoy un poco más calmado, utilizo los tres minutos restantes de los cuales dispongo para quitarme todas las legañas posibles, ponerme algo encima que no sea un pijama, y corretear por las húmedas, oscuras y semidesiertas calles, rezando para que mi bus no se vaya sin mí.

No desayuno en casa, sino que aprovecho la paz y armonía de los primeros minutos sentado en mi silla del curro para comer algo allí, mientras finjo hacer cosas útiles y pienso en la gente que tiene vidas mucho mejores y mucho peores que la mía. La paz y armonía que brinda el hecho de comenzar la jornada laboral a una hora en la que las lechuzas todavía están sobre una rama, observando a orugas repugnantes desplazarse lentamente hacia ningún lugar y pensando en los demás animales que tienen vidas mucho mejores y mucho peores que las suyas. Como me harto de todo demasiado pronto, algunos días me como una magdalena reseca, otros un pastelito de la Pantera Rosa, otros un par de galletas que, sobre todo a esa hora, saben sequísimas, y algún día ni siquiera desayuno nada sólido porque no le veo motivos de peso, y me limito a iniciar mi proceso de deglución de 20 litros de café.
El otro día, para variar y ofrecer a mi vida algo de novedad y excitación, me compré un paquete de Bollycaos. Como trato de vigilar el nivel de bollería industrial que entra en mi organismo, ya que no me gustaría que mi culo adoptara las dimensiones de un Jeep, la verdad es que hacía bastante tiempo que no compraba ni comía un Bollycao, probablemente más de cinco años. Entre otras cosas, descubrí que habían renovado el logotipo, recubierto los extremos de chocolate, un hecho que al parecer sólo sirve para que se introduzca por debajo de mis uñas y tenga que acercarme al baño a lavarme las manos y, oh sorpresa, regalaban pegatinas de Toi.

Según me han comentado, las pegatinas de los nuevos Toi llevan apareciendo dentro de los Bollycao unos cuantos meses ya, y de hecho es una promoción que debe estar finalizando estos días, con lo cual quizá incluso compré uno de los últimos remanentes. Por qué llego siempre tarde a todas partes? Tal vez debería comer más bollería industrial, tener el culo como un Jeep y las tetillas como sepias grandes. Supongo que recordáis los Tois. Surgieron a finales de la década de los ochenta, y consistían en un bicho verde enfrascado en diversas situaciones, con un cartel blanco que explicaba dichas situaciones, escritas con un lenguaje similar al que utilizaban para hablar Pedro Reyes o Makinavaja. Ya sabéis, «Toi Mojao», «Toi Chamuscao», «Toi Difrasao», «Toi Domío», «Toi Maturbando a un Asno Anciano», y así hasta 1590 cromos de los cuales debía constar la colección. El del asno anciano realmente no existía, pero me ha dado bastante asco imaginarlo. Yo los veía como una evolución de las caras icónicas del Acid House, ya sabéis, esas caras amarillas, rosas y verdes, precursoras de los emoticonos de internet y símbolo de un estilo de música que, aunque a la mayoría nos la soplaba a dos carrillos, no era cortapisa para que todos tuviéramos docenas de pegatinas en la bicicleta, el monopatín, los armarios o incluso la Biblia. De hecho, los Tois y las caras del Acid House eran, si no recuerdo mal, contemporáneos, sospecho que estaban dibujados todos por la misma persona, y todo crío con gafas o sin ellas se desvivía por amasar una inmensa colección tanto de unos como de otras. Los Tois eran una estupidez, pero tenían esa simplicidad cercana que convierte algunas estupideces en objetos cómplices de nuestro cariño y otras, como los sellos, no.

Lamentablemente, mi antigua colección de Tois se volatilizó junto con tantas otras mierdas en algún momento de la inmensidad del tiempo traidor, y dudo que el nuevo relanzamiento me inste a coleccionar los actuales Tois. Principalmente porque no me veo engullendo cien bollycaos de aquí a un futuro cercano para conseguir el número indeterminado de pegatinas de las que consta la colección. Por otra parte, los cuatro modelos que han salido en mis Bollycao tampoco me han excitado sobremanera, debido en parte a que en el momento mañanero en el que me los como no me haría gracia ni si apareciera una teta azul y se pusiera a rebotar a toda velocidad en paredes y techo, y en parte a que los nuevos términos modernizados y adaptados a nuestra era como «Toi Tuiteando» o «Toi Sin Co-Er-Tu-Ra» me hacen sentir más arcaico que una vasija policromada precolombina. Dos de ellos se los ofrecí amablemente a un compañero del curro, ya que me los pidió para su hija, aunque sospecho que secretamente son para él, puesto que yo mismo he utilizado decenas de veces la excusa «es para mi hijo» con objeto de adquirir cosas impropias de mi edad y poder hacerlo con la cabeza alta. El problema es que mi compañero realmente tiene una hija, y yo no.

Mientras masticaba con desgana mi Bollycao matutino con las puntas recubiertas de chocolate sin ningún motivo aparente, me preguntaba cuál sería el público potencial de los nuevos Tois. No creo que lo sean los pobres ancianos que, como yo, coleccionaron la primera venida de los Tois, allá por el siglo XX, ya que, de la misma manera que me ha ocurrido a mí hoy, se sentirán todos más arcaicos que una vasija policromada precolombina. Los pre-adolescentes? Es posible, ya que después de ver la web de los actuales Tois y descubrir que las campañas de marketing no han cambiado mucho en veinte años, Tois del tipo «Toi con la Peña» podrían provocar en los adolescentes de ahora la misma sensación que en los adolescentes de entonces, conocida como «colecciono las pegatinas porque me hacen gracia, pero no diría ni borracho estas putas frases que se nota a la legua que han sido escritas por un tío de cincuenta años tratando de utilizar lenguaje de niño cool de once y fracasando».

Además, la incesante ascensión en popularidad de todo lo que huela mínimamente a «retro» y a «ostia k wai q recuerdoss en los 80 esto era gnialll» podría hacer que los Tois funcionaran ahora en 2011 mejor que, por ejemplo, en el año 2000. Porque sí, un hecho que no mucha gente recuerda, y que os voy a revelar ahora mismo para que no me enviéis más e-mails acusándome de que en el Escalón Imaginario jamás se aprende nada útil que no tenga que ver con películas filipinas, es que los Tois ya tuvieron un resurgir en el año 2000. No estoy convencido al 100% de que realmente fuera el año 2000, podría haber sido en 1999 o tal vez en 2001, pero no más tarde, de eso estoy seguro, ya que mi mente asocia los recuerdos de los Tois a otros recuerdos que incluyen ir a clase por la tarde y tocarme los cojones durante toda la mañana y toda la noche, y esa dulce época tuvo lugar alrededor del año 2000.

Recuerdo el año 2000. A diferencia de hoy, nadie tocaba ni con una rama incandescente de cinco metros cualquier cosa que apestara mínimamente a retro. Recuerdo querer una camiseta de Ghostbusters y tener que hacérmela yo mismo en una copistería, sobre fondo blanco, llevando el logotipo en un diskette de 3 y 1/2, ¡porque no encontraba una por ningún sitio! La camiseta en cuestión no quedó realmente como el puto culo como era de esperar pero, entre que al dueño de la copistería le costó tres siglos hacérmela y ya comenzaba a sentirme algo miserable por acudir cada semana a preguntarle si tenía ya mi maldita camiseta de los Cazafantasmas, me estampó el logo sobre una camiseta talla XL a pesar de que yo le había pedido una M, y al primer lavado era necesario ponerse unas gafas rociadas con agua bendita para poder distinguir algo del dibujo, no guardo especialmente gratos recuerdos de aquella época en la que yo ya era old-school cuando el resto de la gente todavía no.

Los nuevos Tois siguen siendo tan estúpidos como los viejos Tois y, de hecho, según pone en el reverso de las pegatinas tan sólo 50 de los cromos son nuevos, mientras que los restantes deben ser remakes de los Tois de las primeras hornadas. Supongo que estados de ánimo como «Toi Domío», «Toi Namorao», «Toi Felí» y «No Toi» son inmortales y no necesitan realmente actualización. Como punto a favor y, a pesar de que mi investigación no ha sido todo lo exhaustiva que podría haber sido si no sintiera sospechosamente que las tareas que debería efectuar con mi valioso tiempo al cabo del día no incluyen investigar acerca de Tois, no he localizado ni rastro de un posible y nefasto «Toi De Lunes», lo cual me alivia bastante. Aunque, si soy sincero, me habría gustado encontrar dentro de mi Bollycao un Toi que realmente representara mi estado de ánimo en forma de bicho verde con antenicas como, por ejemplo, «Toi Hasta el Rábano de Madrugar Tanto».