Si vuestra infancia fue ligeramente similar a la mía, dos pisos más arriba de vuestra casa solía vivir un anciano loco que lanzaba sillas plegables de madera por la ventana, las cuales aterrizaban sorpresivamente en vuestra pequeña galería en la que normalmente había un tendedero con ropa interior secándose y algunas botellas vacías que nadie sabía para qué guardaba vuestro padre. Es cierto, eso sería si vuestra infancia hubiera sido exactamente igual a la mía. Si vuestra infancia fue ligeramente similar a la mía, seguramente tendríais un ritual diario, ocurriendo cada tarde durante el trayecto que separaba el colegio de vuestra casa, y consistente en realizar una parada en alguna papelería para comprar dos o tres mierdas de comer y algún sobre de cromos.

Las mierdas en cuestión podrían abarcar un extenso rango que iría desde chicles de marcas y sabores que ya no existen hasta bolsas de pajitas de patata cuyo nombre oficial ya no es Pajitas porque ahora en el siglo XXI suena mal y parece que incita a que los niños se masturben como gorilas en la niebla. Los cromos, en cambio, pertenecerían estrictamente a la colección que estuvierais haciendo en esa época de vuestras vidas, y el número de sobres no sería mayor que tres o cuatro porque, no sé vosotros, pero cuando yo era pequeño no solía disponer de 100.000 pesetas al día para comprar una caja entera de sobres de cromos y sobornar al dueño de la papelería para que su mujer me sacara brillo a los testículos con un cepillo suave.
Total, tampoco tenía mucho sentido comprar un montón de sobres de golpe y se trataba más bien de un acto de inercia ya que, si la colección en cuestión estaba relativamente avanzada, la probabilidad de que apareciera en ellos algún cromo que todavía nos faltara era remota cual hallazgo de un trébol de 4 hojas dentro de una bolsa de almendras. Hoy, en cambio, el Escalón Imaginario vuelve ya no del colegio, sino en este caso de una aburrida mañana aporreando un teclado e intentando aparentar que lo que escribe merece ser remunerado, con quince sobres de cromos muy antiguos. QUINCE. Y como es muy posible que, aunque termine en cinco, no se os ocurra ninguna rima chorras para hacer con ese número, lo escribiré de nuevo. Quince.

Los místicos acontecimientos que han traído semejante cargamento de cromos arcaicos hasta mis manos se bifurcan en dos antagónicas posibilidades. La primera, que durante uno de mis extravíos por la ciudad gracias a mi ya conocido sentido de la orientación nulo, desemboqué en una oscura y solitaria calle, en la que el único establecimiento abierto era una antigua papelería con la fachada descolorida por el paso de cientos de años. Dentro de ella, un enigmático anciano con lacios cabellos grisáceos me comunicó con tranquilidad que le quedaban tres horas de vida, y podía llevarme lo que quisiera de su tienda, ya que ésta desaparecería para siempre. Elegí los cromos, y lo siguiente que recuerdo es aparecer tirado en el parque con tan sólo unos leotardos como única ropa. La otra posibilidad es que localizara estos cromos durante una maldita noche de insomnio mientras buscaba tontadas aleatorias en eBay. La decisión de cuál de las dos explicaciones os parece más creíble e interesante es totalmente vuestra, pero espero sinceramente que escojáis la primera, puesto que la segunda es un poco triste.

Soy absolutamente incapaz, ya que no creo recordar haberlos tenido, de datar estos cromos y ubicarlos en algún momento concreto del tiempo. El hecho de que no incluyan ningún copyright no ayuda en exceso. Y el hecho de que hayan existido setecientas colecciones de cromos llamadas «Súper Monstruos» tampoco. Y, finalmente, el hecho de que en el sobre, en un fabuloso color amarillo orina de abuela con amigdalitis combinado con un negro noche profundo, aparezca una especie de representación ligeramente grotesca de Batman, no sólo no ayuda sino que además desconcierta. He visto representaciones más fidedignas en los cuadernos de matemáticas de niños ciegos que pintan con la boca pero, por otra parte, siento ganas de ponerme de pie, asomarme a la ventana, y reivindicar a gritos la filosofía «do it yourself» y la autosuficiencia amateur, hasta que el primer vecino que se indigne llame a la policía.

Gracias a la película de Tim Burton, Batman solía estar tan de moda en 1989 que en cualquier puesto del mercadillo playero podías encontrar dos mil piezas de merchandising pirata, desde camisetas hasta pegatinas, pasando por pins, mecheros e incluso relojes digitales que se transformaban en robot y la única relación que tenían con Batman era las letras be y a. Perdón, la letra a no, sólamente la be. Ahora decid esa frase seis veces en voz alta y pensando en Satán. Habéis visto que llamarada? Tal vez sólo la vea yo. De todas formas, me resisto a creer que semejante farsa de cromos fuera diseñada y fabricada en 1989, por no hablar de su totalmente asequible precio de cinco pesetas así que, hasta que alguien aparezca de la nada y me comunique que estoy infinitamente equivocado, daré por hecho que esta colección va mucho más atrás, yo diría que hasta alrededor de 1983 o 1984. Por aquel entonces, los sobres de cromos aún costaban 5 pesetas, y los niños no eran tan exigentes y todavía se conformaban con cosas redondas de cartón no autoadhesivas. Qué coño, por aquel entonces todavía había niños que jugaban con palos, piedras y pedazos de tela sucios, y eran capaces de imaginar que habían construido un robot xenófobo asesino con rayos láser en un ojo y rayos UVA en el otro.

A propósito de cosas redondas de cartón, no fui muy consciente del impacto social que tuvieron los tazos, aquellas otras cosas redondas de cartón que saltaron a la fama a principios de los años 90, porque en el momento del mencionado auge yo ya tenía edad de emborracharme y tratar de que mis erecciones tuvieran alguna utilidad en esta vida ingrata, pero creo que podemos dar por hecho que estos Súper-Monstruos preceden en un buen número de años a los tazos, convirtiéndose en sus antepasados directos pero jamás reconocidos. Creo que de repente noto un especial vínculo de unión con estos cromos, porque a veces siento que yo también he sido un precursor no reconocido, como de los pantalones de campana fuera de temporada. El vínculo de unión desaparece cual cordón umbilical recién cortadico cada vez que vuelvo a observar al Batman que aparece en el sobre. No consigo comprender qué pinta aquí, ni cuál es el motivo por el que, de todos los verdaderos monstruos existentes y susceptibles de ilustrar alegremente este envoltorio, sea precisamente un Batman con cara de oriental y pómulos remarcados el que monopolice todo el sobre. Batman ni siquiera era un monstruo. ¿O quizá el título de la colección, por eso de SÚPER, se refiera a que está formada por versiones monstruizadas de los superhéroes clásicos? Nah, no se trata de eso, ni creo que exista ninguna excusa en el mundo que justifique la existencia de este Batman. Y, aún así, creo que sería capaz de enamorarme de una mujer que lo llevara tatuado en el tobillo. Qué extraña dualidad.

Los sobres están cerrados con dos grapas, lo cual añade más veracidad a mi teoría de que estos cromos son más viejos que la primera diarrea de Dios, sobre todo si tenemos en cuenta que las grapas están situadas de forma aleatoria en cada sobre, claro indicio de que fueron colocadas a mano por un ser humano. La próxima vez que despotriquéis sobre vuestro trabajo, argumentando que tenéis que madrugar demasiado, vuestra compañera de mesa estornuda de forma estúpida o el hilo musical os obliga a escuchar quince canciones de Maná cada día, pensad que podría ser peor. Pensad por un momento que vuestro curro podría consistir en grapar sobres de cromos durante diez horas en 1984, dentro de un almacén con mosquitos trompeteros, sentados en una silla de madera, escuchando emisoras de onda media en una vieja radio con mala recepción, y viendo pasar vuestra vida con cada click-clack de la grapadora. Click-clack. Otro sobre. Click-clack. Otro sobre. Click-clack. Click-clack. Click-clack. Odio a este maldito Batman amarillo. Click-clack. Click-clack. Un café. Click-clack. Si este último párrafo ha conseguido reconfortar vuestras vidas y haceros pensar en lo cierta que es aquella frase de «don’t know what you’ve got until it’s gone», mi día también habrá valido la pena y además podéis colaborar enviando dos euros a mi cuenta de Paypal.

De vez en cuando, alguna de las grapas ha alcanzado uno de los cromos, y puedo imaginar la desazón de los pobres críos que tuvieran la mala fortuna de, encima de ser los cromos un poco caca, tenerlos agujereados de por vida. También puedo suponer que semejante error provocaría el asesinato y posterior descuartizamiento de la persona encargada de grapar sobres en ese momento, pasando su cuerpo a formar parte de los contenidos de una tétrica nevera en el fondo de ese oscuro almacén lleno de mosquitos trompeteros. Tras abrir todos los sobres me aparecieron cinco cromos agujereados, lo cual significa que cinco personas murieron para que hoy estemos todos aquí regocijándonos con una colección de mierda que existió hace muchos años. Me hace sentir un poco culpable pero hey, hay que ser más meticuloso en el trabajo.

Cada sobre contiene tres miserables cromos de, teniendo en cuenta la numeración de los mismos, un total de al menos 54, convirtiendo esta colección en algo jodidamente imposible de completar, a menos que la persona que los comprara fuera ligeramente obsesiva, perseverante y con la capacidad de mantener el interés por algo durante más de cuatro meses. Puedo imaginar altas pilas de Súper-Monstruos repetidos en una esquina de la mesa de muchos niños frustrados con jersey de rombos. Cada cromo representa, con mayor o menor fortuna, alegría y terror, la cara de un monstruo. ¿No me digas, Sherlock? Dejando a un lado esta obviedad, ya hemos hablado en otras ocasiones de cromos de monstruos y, si entonces comentábamos que muchos de los cromos parecían inventados a la fuerza durante una noche y la premisa «a ver si mañana por la tarde puedo tener ya los 250 cromos dibujados, se los entrego al editor y me olvido ya de esta mierda que me está saturando la vida», en el caso de Súper-Monstruos este hecho se hace infinitamente patente. Algunos monstruos son majicos, otros son bastante prescindibles, y finalmente hay una plétora de saurios y seres que no se sabe si son monstruos o fueron dibujados durante, efectivamente, esa noche apresurada de la que hablábamos antes.

De todas formas, ¡allá va lo que dieron de sí los contenidos de doce sobres de Súper-Monstruos!

La verdad es que así colocados casi hasta emana de ellos un colorido muy primaveral, y me gustaría tener suficientes como para empapelar el techo de la cocina y que me saludaran cada mañana como si se tratara de una constelación terrorífica dibujada a toda prisa. Ignoro si existió un álbum en el que poder pegar estos cromos y, aparte, poder averiguar su nombre y una breve historia de cada uno, totalmente imprescindible en cualquier colección seria de monstruos que se precie pero, por el momento, tendré que referirme a ellos mediante su número, en caso de que no esté semiborrado por obra del paso del tiempo o de que la imprenta era un puto asco.

Al poco rato de abrir sobres, me había juntado con setecientas copias del número 28 y del dinosaurio que tiene justo encima, número 47 si no me equivoco, de lo cual podemos sacar la conclusión de que eran los dos cromos más comunes de toda la colección. Y también, oh casualidad, los más jodidamente mierderos. De hecho, quería que en esa especie de collage sólo apareciera un ejemplar de cada cromo, pero como soy un 54% más lerdo en primavera no he sido capaz y el dinosaurio nº 47 se me ha colado un par de veces. También se me ha colado el 18, pero creo que tiene más justificación al tratarse de un pobre hombre con el ojo hecho fritanga y algo muy parecido a su propio pelo dentro de la boca.
Tenemos al nº 41, una especie de perro azul sin ningún tipo de relevancia ni siquiera en 1984, y por supuesto mucho menos en 2011, y justo debajo una mosca que come alfalfa sangrante. Wow, no sabía que las plantas tuvieran sangre. Creo que los veganos deberán revisar sus estatutos.

Comenzar la colección con ese nº 1 es similar a entrar en un bar y nada más acercarte a la barra ver a un tío con vómito en la camiseta que te sonríe: sabes que la cosa no va a terminar bien. Sobre todo si lo emparejas con el nº 23, al cual no consigo identificar con nada que le haga merecedor de aparecer en una colección de monstruos, a no ser que tener un tic en el ojo sea sinónimo de ser un monstruo. Confío en que se tratara de un cromo doble y que el álbum explicara que es «¡Sir Cagnamon, solitario granjero que en las noches de luna llena se transforma en el sangriento hombre lobo!», el cual casualmente es el siguiente cromo, el 24. Al menos el cielo del fondo tiene el mismo color.

Mis favoritos son el 4, el 17 y el 34. El 4 me recuerda a un día, hace unos cuantos meses ya, en el que apareció en mitad de mi mejilla un grano de dimensiones tan catastróficas que me daba la impresión de tener exactamente el aspecto del tío del cromo. Cada vez que hablaba con alguien, daba por hecho que mi interlocutor me veía literalmente así, con esos ojos, ese pelo y esa boquita lateral de piñón. Fue una época complicada en mi vida hasta que tal grano desapareció de mi faz y, cada vez que alguien me dirigía la palabra, yo solía emitir varios gruñidos para después salir corriendo. Creo que todavía se comenta entre los pasillos de la oficina pero yo trato de pretender que aquello jamás ocurrió. El 17 me resulta muy entrañable y deseo fervientemente que tenga éxito en su misión espacial, aunque dicha misión incluya invadir la Tierra e introducirnos a todos los terrícolas una botella de anís por el ano a modo de sometimiento. Me resulta tan entrañable que lo he colocado en mi cartera junto a las fotos de mis hijos, aunque para ello haya tenido que superponerla a la foto de mi hijo el pequeño, ¿cómo se llamaba? Finalmente, el 34, justo debajo de Yola Berrocal, podría haber sido perfectamente portada de algún grupo jevi llamado Dark Star o algo así. Espera, de hecho casi lo fue.

Cinco párrafos más atrás os decía que estos habían sido los contenidos de mis doce sobres de Súper-Monstruos. No os habéis dado cuenta, ¿verdad? No pasa nada, volved atrás y comprobadlo, está justo antes de la penúltima foto. ¿Ya? En cambio, en el segundo párrafo os dije que tenía quince sobres, ¿lo recordáis? Sí hombre, quince, el número que no rimaba con nada gracioso. ¿Doce o quince? ¿En qué quedamos? Oh sí, atención a la última sorpresa de hoy!

El primer concurso del Escalón Imaginario! Con premios casi seguros! Soy consciente de que esta web no se caracteriza precisamente por ostentar el mayor éxito de participación por parte de los lectores y lectoras pero oh, vamos, haced un esfuerzo esta vez. Por favor, please, s’il vous plaît, merci, obrigado, thanks. Podéis enviarme un apartado de correos si teméis que pueda ser un psicópata y aparezca en vuestra casa disfrazado de cebolla para violaros. O la dirección de algún amigo vuestro que no os importe que viole disfrazado de cebolla. Todo son facilidades. Pongamos nombre a estos pobres cromos!