A prácticamente todo el mundo le entusiasma la saga de Star Wars. Todo el mundo se sabe de memoria las películas, las situaciones, los diálogos e, incluso, se rumorea que había personas que acudían al cine disfrazadas de Chewbacca o C3PO. Quizá fueran con ropa normal y se cambiaran en el ascensor para evitar el bochorno a su familia, como las adolescentes maquineras de los 90 que llevaban la minifalda y las botrancas blancas de Spice Girl con plataforma debajo de los vaqueros porque tenían padres que, a modo de gorila embravecido, seguro iban a chillar «con esa pinta no sales de casa». Ignoro si todavía existirán adolescentes maquineras en pleno año 2011 y si a estas alturas de la vida se seguirá estilando la estrategia del cambio de atuendo en el ascensor, pero acabo de recordar que solía conocer a un pobre imberbe que la utilizaba con las camisetas jevis porque sus padres no le dejaban llevarlas, con lo cual queda demostrado que dicha estrategia fue utilizada por todo tipo de subgrupos culturales y ¿por qué no también los fans de Star Wars?

Yo no soy realmente fan de Star Wars. Aunque lo que vaya a comunicar a continuación sea considerado por muchos y muchas como una herejía similar a atar palomas de la paz y conejos blancos a las hélices de un helicóptero a punto de despegar, solamente he visto las tres películas clásicas una vez cada una, cuando era pequeño, e incluso una de ellas, no recuerdo ahora mismo cuál pero tal vez fuera El Retorno Del Jedi, me pareció ¡oh, maldito infiel! un poco rollo. Creo recordar que en 1997, con el pretexto de ligar con una chica cuyo nombre comenzaba por M, fui al cine a ver El Imperio Contraataca porque volvían a estrenar los episodios IV, V y VI con audio remasterizado envolvente y Dolby Surround 5.0.666, cuatro segundos y medio de escenas inéditas que por supuesto no fui capaz de localizar, y nuevas explosiones del copón retocadas por ordenador para que tu culo se convirtiera en gazpacho encima de la butaca. Y, aunque ligué, me siguió pareciendo un poco rollo.

De todas formas, siempre he pensado que vi esas películas en momentos inadecuados de mi vida y quiero volver a verlas, prestándoles la atención que merecen, antes de que acabe este año 2011, ya que no puedo dar lugar a que comience el tercer año bisiesto del siglo XXI sin saber a qué película pertenece la escena esa famosa del bar en la que sale un alien tocando el piano, o por qué era realmente Darth Vader el padre de Luke Skywalker, o en qué momento aparece la Princesa Leia enseñándole las teticas a Jabba The Hutt, o por qué la sigo confundiendo con la tía que hace de policía amiga de Robocop. El problema es que, por extraño que nuevamente parezca, no tengo esas películas en mi poder, lo cual me dejaría indefenso ante tres posibles opciones. La primera, ir a comprarlas. Pero, conociéndome, no me sentiría satisfecho hasta haber adquirido una edición especial limitada recubierta de hojalata bañada en platino, con un sable láser de regalo, las seis películas remasterizadas y con nuevas explosiones retocadas con Photoshop cuando menos te lo esperas, y un mechón de vello pubiano rizado del disfraz de Chewbacca. Y pagar la manutención de mis seis hijos huérfanos me impide realizar semejantes desembolsos. Otra opción sería pedírselas a cualquier persona dado que, quien más quien menos, todo el mundo las tiene en algún lugar más o menos accesible de su armario. Pero mi reputación como gurú de la cultura pop de las décadas pasadas se vería seriamente mermada, y no me puedo arriesgar a ello. La última opción es bajármelas de internet, pero bajar películas de internet es aburrido.

De una manera u otra, tarde o temprano, terminaré viendo esas películas de Star Wars y ¿quién sabe? a lo mejor acudiré yo mismo disfrazado de Ewok a la próxima reposición en el cine. Mientras eso ocurre, y como prolegómenos de la sesión de cine que pronto llegará, fui absolutamente incapaz de decir que no a estas…

De procedencia desconocida aparecen cinco figuras de Star Wars. Chewbacca, R2-D2, Darth Vader, Yoda y C-3PO. No, no me estoy delatando a mí mismo ni nada de lo de antes era un farol, efectivamente he tenido que buscar en Wikipedia para averiguar dónde van los guiones en los nombres de los robots. Independientemente del personaje que sea, en el diseño del blister aparece Luke Skywalker con aspecto de tener el pelo sudado y dientecicos de roedor, blandiendo su sable de luz con aspecto poco amenazante. Chewbacca tiene a Luke Skywalker en el cartón, Darth Vader tiene a Luke Skywalker en el cartón, todos tienen a Luke Skywalker en el cartón, y me pregunto qué tendrá la figura de Luke Skywalker en el cartón, cosa que probablemente jamás averiguaré porque el muñeco de Luke no estaba disponible cuando compré todos los demás, y es posible que jamás me vuelva a topar con más de ellos. Pero, para mis adentros, imagino que el blister de Luke Skywalker tiene en el cartón una foto de Hulk Hogan, sólo para llevar la contraria, y me hace gracia.

El tipo que me los vendió lanzó al aire la teoría de que, según le habían comentado, estos muñecos habían permanecido durante decenas de largos años en un olvidado, oscuro y solitario almacén de una juguetería ya desaparecida debido a la misteriosa defunción del dueño, ya que jamás se pudieron comercializar por culpa del error de fabricación que provocó la aparición de Luke Skywalker en todos los blisters. Aquel tipo parecía capaz de leerme la mente, porque ya sabéis que mis dos anhelos principales son abrir la puerta de mi armario por la mañana para agarrar una camiseta y que salga de él Susanna Hoffs en albornoz y bailando la danza del vientre, y localizar un almacén lleno de juguetes abandonados desde el ocaso de las épocas pasadas.
En fin, era una historia altamente romántica, pero tanto él como yo sabíamos que era una vulgar falacia y que estos muñecos eran unas imitaciones chinas de la peor calaña posible. No puedo decir que me sintiera defraudado ni un ápice, no obstante.

La magia de no tener ni puta idea acerca de Star Wars implica que, a pesar de que sé que existen muñecos de sus personajes desde la aparición de la primera película en 1977, precisamente por eso me siento tan absolutamente abrumado por los cien millones de colecciones distintas que han aparecido casi sin pausa durante treinta y cuatro años que soy totalmente incapaz de averiguar a cuál de las ochocientas series de muñecos plagian mis cinco figuras de procedencia dudosa. Sé que podría buscarlo en internet pero, al igual que bajarse películas sin ton ni son, buscar en internet información sobre asuntos que en realidad te dan igual es aburrido, y prefiero pensar en que, efectivamente, hace treinta y cuatro años desde que se estrenó el episodio IV, «Una Nueva Esperanza», y el cuatro es mi número favorito, así que tiene que tratarse de una señal estelar. Y las estrellas me dicen dos cosas hoy. Una, que la gente que cuando hace frío en verano exclama alegremente «qué bien se está así» no irá al cielo. Y dos, que estas figuras deben datar aproximadamente de 1996 o algo así.

La parte posterior del cartón, por desgracia, también es la misma en todas las figuras, y muestra una ficha para recortar con una foto de Luke Skywalker acarreando a Yoda en una mochilita, así como un resumen de su heroica historia. Me gustaría recortarla por la línea de puntos indicada y archivar las fichas de mis cinco personajes en un cajón para releerlas una y otra vez en esos días en los que la desgana se apodera de mi corazón y las nubes grisáceas me impiden divisar los sables de luz que existen más allá de ellas, pero si lo hiciera me juntaría con cinco fichas exactamente iguales, narrando la maldita historia de cómo Luke se entrenó para ser un caballero Jedi porque los putos chinos que plagiaron estos muñecos no tuvieron en cuenta que quizá, QUIZÁ, sólo quizá, a la gente le gustaría al comprar a Chewbacca obtener por detrás del cartón la ficha de, no sé, Chewbacca.

Como si eso no fuera suficiente drama, el anverso del cartón tiene una calidad y definición semejante a la que hubiera obtenido yo mismo haciendo una foto al blister original con mi antiguo móvil, justo después de habérseme caído al váter de uno de esos bares en los que pisas y te quedas misteriosamente adherido al suelo del baño. Lo cual, teniendo en cuenta que mi antiguo móvil no tenía cámara, es un auténtico logro. Algo me dice que existen fotos del mónstruo del Lago Ness más nítidas que estos blísters.
A pesar de la imagen borrosa y los colores quemados, aquí podemos observar la total ausencia de fabricante, marca y año de edición, así como otras figuras de la colección, que tienen un aspecto considerablemente más digno y robusto que las mías, un niño palurdo en pleno éxtasis de la alegría mientras blande un sable de luz de plástico, y… la siguiente maravilla.

Oh sí, OH SÍ, sabéis que lo estaba deseando, estaba deseando localizar esta pegatina con español traducido por loros amaestrados. Me la sopla la Guerra de las Galaxias, Boba Fett, quien quiera que sea ese, Han Solo, las tetillas de Leia Organa, Darth Vader, y la gente miserable, aún más iletrada que yo en asuntos StarWarianos, que lo llama Dark Vader. No hay un juguete de origen chino que me haga sentir totalmente satisfecho hasta que no descubro que tiene alguna etiqueta por algún sitio escrita en lenguaje gracioso. Siempre comento el mismo detalle, y es que realmente admiro que alguien, a quien probablemente le importa más bien poco que un niño imbécil de otro país se trague la escopeta de Chewbacca y se muera, sea capaz de redactar una pegatina con recomendaciones de seguridad, en un idioma totalmente desconocido, y que al final sea más o menos posible interpretarlo y entenderlo. Ya sé que si a mí me encomendaran la tarea de escribir en chino que los niños menores de 4 años deberían tratar de no mordisquearle el culo a Obi Wan Kenobi me quedaría un párrafo bastante más ilegible, pero eso no es motivo para que no me maraville con la etiqueta de estos muñecos. Que no empieza mal del todo, la verdad sea dicha, pero a partir de la segunda frase comienza una especie de montaña rusa léxica cuesta abajo. Al principio pensé que tal vez el teclado de la persona que lo escribió no tenía la letra «P» pero, dado que en la palabra «Para» aparece una «P» perfectamente definida, supuse que lo que ocurrió fue que su hámster se escapó de la jaula, y comenzó a corretear por encima del teclado mientras su dueño trataba de apresarlo.

Las figuras, por supuesto, evidencian su origen ilegal gracias a sus acabados sospechosamente toscos, sus armas y complementos ligeramente deformes, sus escasos puntos de articulación, y su total incapacidad de mantenerse en pie. Ya sabéis que nada identifica mejor a un juguete chino como el que sea absolutamente imposible, sin recurrir a la estratagema del pegamento de contacto Loctite, que permanezca en pie por sus propios medios sobre una superficie plana durante más de seis segundos seguidos. Ni que decir tiene que, efectivamente, también cumplen el otro requisito de los juguetes chinos, que consiste en estar fabricadas con ese mágico plástico, aleación de goma maloliente y corteza de baguette. Cada vez que se intenta girar levemente el brazo de C-3PO, los ángeles lloran sangre. Y es más fácil conseguir que una gallina te cacaree Stairway To Heaven por las mañanas que lograr que Darth Vader sujete su sable de luz sin que pierda el equilibrio y se rompa.

Pero ¿qué queréis que os diga? Me gustan. Me parece una colección deprimente de Star Wars muy apropiada para alguien que ni tiene las películas, ni quedó marcado de pequeño al verlas, ni sabe en cuál de todas Han Solo queda sepultado en carbonita, ni recuerda dónde cojones ha leído que Han Solo realmente es sepultado en carbonita durante alguna de las películas, y que sospecha que quizá se lo ha inventado. De este verano no pasa, prometo volver a ver las tres películas clásicas y tal vez entonces me parezcan indignos mis muñecos de Chewbacca que no son capaces ni de doblar una pierna sin estallar en mil micropartículas de carbonita pero, hasta entonces, permanecerán encima de mi mesa del curro, otorgándome un estátus de superioridad ante la gente que ose deambular por las inmediaciones de mi despacho compartido.