Y, finalmente, llegamos a la parte que todos estabais esperando. La parte en la que todos los lectores y lectoras del Escalón Imaginario se preguntan al unísono «y bien, después de contemplar stand tras stand, todos repletos de semejante cantidad ingente de cacharros inútiles a la par que atractivos, ¿cuáles serán las mierdas que decidió adquirir Micki y que nos va a mostrar a continuación?». Os lo estáis preguntando, ¿no es así? ¿Alguien se lo está preguntando? ¿Una persona, dos? Si son dos personas ya me sirve, soy bastante humilde y me conformo con poco. Aunque si fueran tres, me sentiría mejor esta noche.

Las revistas jevis viejas son ya todo un clásico en mis visitas a lugares de este tipo. Todavía no sé qué clase de magia extraña poseen, pero me resulta absolutamente inevitable soportar la tentación de llevarme a casa un fardo de papeles en los que hablan acerca de grupos que ya no existen, así como de grupos que sí que existen todavía pero han cambiado de formación o están de capa caída. A través de las revistas jevis viejas, puedes pasar un fantástico e instructivo rato en el baño averiguando qué banda mintió acerca de la orientación de su siguiente disco, qué grupo fue vilipendiado por la crítica pero milagrosamente tuvo un ascenso hacia la fama poco tiempo después, y qué grupo declaró que si alguno de sus miembros se iba dejarían de existir como banda pero a los dos meses expulsó al cantante y el grupo siguió existiendo. Todo ello aderezado por críticas de conciertos a los que jamás pudiste ir, anuncios a toda página de cuando alguno de tus discos favoritos era nuevo, e incluso la posibilidad de descubrir bandas a las que, por un motivo u otro, jamás prestaste atención. Cuando tenía 14 años, habría ofrecido a Lucifer un gran porcentaje de mi testículo derecho a cambio de la posibilidad de tener un lugar en el que escuchar de forma rápida y gratuita todos esos grupos cuyas reseñas de discos solía leer en las revistas jevis que compraba, ya que, si tenía la suerte de encontrarlos en las tiendas locales de mi ciudad, mi presupuesto de 3.000 pesetas al mes no daba para mucha experimentación musical. Ahora, en pleno año 2012, puedo leer una revista de 1988 y acto seguido consultar en Youtube si Death Angel realmente molan tanto como cuentan ellos mismos en su entrevista. Una vez más, el pasado se funde con el presente y el futuro en un… en una… creo que esta vez no voy a ser capaz de otorgarle a este párrafo un aire profundo.

Por desgracia, no todo es paradisíaco en el mundo de las revistas viejas. Tal como comentábamos en su día, a finales de los ochenta y principios de los noventa aparecieron en España una sarta de publicaciones de origen extranjero, cuyos artículos provenían de, por ejemplo, redactores ingleses, y eran traducidos para su edición española por gente con dudosa destreza comunicativa. Leer dichos artículos, cuya traducción extremadamente literal rozaba el absoluto absurdo, equivalía exactamente a no haber leído nada. O, más concretamente, a leer en sentido inverso un periódico un periódico portugués, conociendo tan sólo veinte o treinta palabras portuguesas. Página tras página, algunas de esas revistas iban agotando el total de neuronas disponibles en la cabeza del lector, hasta que leías el último párrafo de la entrevista a algún grupo y te preguntabas «¿qué cojones acabo de leer?». Estoy convencido de que muchos jevis no tuvieron la suficiente fortaleza cerebral para leer números enteros de estas revistas, se salieron del mundillo y hoy son fans de Don Omar. Quizá estas publicaciones no fueran tan nocivas, sino que realizaron un filtro selectivo para que sólo sobrevivieran los mejores, los más auténticos guerreros del metal.

Por mi parte, soy muy fan de Love/Hate desde que tengo uso de razón hardrockera, prueba de ello es la inscripción de su logo que hice con una llave en la pared de madera al lado del ascensor de casa de mis padres, que nadie pudo jamás quitar y hoy me averguenza ligeramente ver. Pero si hubiera leído en su momento esa antología de palabrejas sin sentido enmascaradas como un artículo de Love/Hate, no sólo detestaría al grupo sino que también, muy probablemente, hoy en día sería fan de Don Omar. La mano arriba, cintura sola, da media vuelta, danza kuduro.

Todas las revistas incluían, e incluyen, su sección de críticas de discos, las cuales eran prácticamente el único referente que tenía la gente a la hora de invertir su preciado dinero en música. Yo solía guiarme, y todavía acostumbro a hacerlo, por el viejo truco del instinto teniendo en cuenta la portada, los nombres de las canciones y las pintas del grupo. Un truco que me ha traído alguna desgracia sónica, contrarrestada gracias a dios por muchas alegrías. Pero para mucha gente, las críticas de las revistas eran sagradas y, si a algún redactor le había encantado alguna mierda de disco y hablaba de él como si se tratara de la música que habría hecho Zeus si Zeus supiera escribir canciones, corrían el riesgo de comprarlo, llegar a casa, descubrir que habían sido engañados, y pasar el resto de la tarde llorando amargamente. Afortunadamente, en esta revista no sólo vienen las habituales críticas de discos, sino que su anterior dueño, una persona visionaria que sabía que su revista pasaría de mano en mano en el futuro, añadió sus propios comentarios en cada disco, escritos a bolígrafo. Así, ese disco de Ñu le parece «psché», mientras que Subterranean Kids y Ugly Kid Joe editaban trabajos merecedores de un «guay», el famoso Live de AC/DC es «genial», y ese recopilatorio o lo que sea de Sex Pistols es una «guapada». Como no sé muy bien discernir entre «guay» y «guapada», e ignoro cuál de los dos adjetivos es mejor, creo que seguiré guiándome por mi instinto según las portadas.

Comprar camisetas a través de los anuncios que había en las revistas era una auténtica lotería desquiciante. Tenías que elegir la camiseta que más te gustaba en un panel de horribles fotos muy pequeñitas, aventurarte a escoger la talla, apuntarlo todo en un cupón y enviarlo. Tras varios meses llegaba a tu casa contra reembolso una camiseta diferente a la que habías pedido, porque las de Helloween con la portada del Keeper of the Seven Keys Parte 1 se habían agotado, y te encontrabas con una camiseta de Megadeth tres tallas más grande que la que habías solicitado, y con la que parecías una monja con su hábito.

Pero hey, he aquí una tienda por correo con la que jamás habría tenido esos problemas, porque ni bajo los efectos de una intoxicación de tequila se me habría ocurrido pedir nada de lo que aquí se ofrece. ¿Una chaqueta bomber con estampado de águilas, indios, más águilas o pumas? Póngame tres. ¿Jerseys blancos o negros con cuello de cisne? No suena muy rock, ciertamente. ¿Y qué tal un traje de camuflaje? Muy útil para infiltrarse en la cola del supermercado y avanzar posiciones como las ancianas, pero sin ser visto.

A la hora de elegir un calendario para 1993, el tema estaba complicado. No en vano, ibas a tener que convivir con una foto mensual del grupo que hubieras elegido. Si te cansabas de ver el estúpido piercing que unía la nariz con la oreja del bajista de Skid Row, ya no había vuelta atrás, estabas condenado a observarlo hasta diciembre. Afortunadamente, nuestro anónimo amigo que nos ayudó a escoger un disco también se permitió la licencia de asesorarnos en la compra de un calendario. Veo que Nirvana está totalmente tachado, mientras que AC/DC, Metallica y Mötley Crüe son «way». Todo el mundo estaba ya harto de Guns N’ Roses a finales de 1992, con lo que tan sólo reciben la calificación de «psché». Hasta aquí todo normal, puedo entender que nuestro amigo es un jevi clásico standard. Oh, Metal Ladies y Samantha Fox también están tachadas, quizá lo que quería escribir todo el tiempo era «gay» en lugar de «way»?

En el universo de las Tortugas Ninja, Bebop y Rocksteady eran los esbirros de Shredder, la archinémesis de los pobres anfibios mutantes. Tanto Bebop como Rocksteady eran unos punks humanos en un principio, los cuales se convertían en un jabalí y un rinoceronte respectivamente, creo, tras entrar en contacto con el mismo líquido radiactivo que convirtió a las tortugas en tortugas mutantes y a Splinter en rata mutante gigante. Bebop era negro, creo, y es el muñeco de la foto. Creo. ¡Mierda, y pensar que conocía al dedillo todos los recovecos de esta historia cuando tenía 11 años!

Bebop y Rocksteady tenían un aspecto bastante amenazador, pero en realidad, al final de cada episodio de la serie de televisión, acababan derrotados de las formas más ridículas, como siendo arrollados por un neumático gigante, quedándose atrapados en un cubo de basura, o cayendo rodando por una colina atados con cuerdas. Todo ello mientas suplicaban ayuda de la manera más pusilánime posible. Solía darme bastante pena.

A pesar de la fiebre que sufrí por las tortugas ninja en su momento, jamás tuve más muñecos aparte de las cuatro tortugas protagonistas. Creo que ni siquiera quise tener ninguno más. Supongo que la intensa obsesión por la música que llegó a mi vida alrededor de esa época no me dejó tiempo para pensar en nada más excepto ser una rockstar y habitar en una mansión. Hoy, largos años después, por fin Bebop acompaña mis largas noches de meditación a cambio de tan sólo un euro. Creo que es Bebop, aunque todavía no estoy seguro al cien por cien.

En este tipo de ferias puedes conseguir mil guías de cine si realmente deseas mil guías de cine. También puedes conseguir tres mil guías de cine si realmente deseas tres mil guías de cine. Hay muchas guías, muchísimas, de todas las películas que puedas imaginar, si realmente dispones del tiempo necesario como para revisar trescientas cajas de papelajos. Yo no recuerdo haberlo conocido nunca pero, según cuentan, antes en el cine solían darte el programa o guía de la película que ibas a ver. Los había pequeños y también grandes. Hey, ¿por qué nunca me dieron a mí ninguna de esas cosas? ¡Soy suficientemente viejo como para haberlas conocido!

De todos modos, finalmente me decanté por esas tres guías de la foto. Son algo más grandes que un Din-A4, con lo cual puedes enmarcarlas y colocarlas en la pared, dando a tu salón un aire muy retro, que es la palabra de moda últimamente. Lo que me recuerda que todavía no he visto, al menos en estado sobrio, la primera parte de Ghoulies. ¿Podéis creerlo? Vi hace muchos años en inglés una secuela llamada «Ghoulies go to College», la cual me pareció una soberana mierda porque había suspendido un examen y estaba de mal humor, pero jamás he visto la primera, la original. Os imagináis que llega una visita a casa, y al ver el cuadro de Ghoulies en la pared me pregunta por mi escena favorita? ¿Qué se responde en ese caso si no la has visto? Quedaría en evidencia que toda mi existencia es una pose. También es cierto que el hecho de que alguien aparezca en tu casa preguntándote cuál es tu escena favorita de Ghoulies es muy improbable, pero lo mismo pensó John McEnroe cuando se aficionó a jugar a la ruleta rusa. Y miradle ahora.

En realidad tampoco he visto «Los 7 Magníficos del Espacio» ni la otra de debajo, cuyo título creo que era «El Hombre Androide» o algo similar, pero los tuve que elegir deprisa y corriendo porque el señor que los vendía amenazaba con llamar a un amigo suyo, que estaba por ahí cerca y que tenía muchas cajas más de guías de cine. Y eso sonaba a malas noticias para mí.

Oh yes. YES. No me puedo creer que encontrara esta cosa allí, dentro de una caja llena de llaveros roñosos, con su blister original, por un miserable euro. Antes iba a decir que el que gasté en el muñeco de Bebop era el euro mejor invertido de mi vida. Bueno, olvidemos todo eso. El que gasté en EXECUTOR realmente fue el euro mejor invertido de toda mi existencia.

Los más jóvenes del lugar no sabréis muy bien de qué se trata este aparato. Casi puedo oíros preguntar «¿qué es? ¿Qué es, abuelo Micki, qué es? ¿Qué es? ¿Qué es? ¿Qué coño es?». Bueno, CALLAOS YA. Cuando la tierra era plana, las cabinas telefónicas eran bienes preciados y los hombres no se depilaban, los niños encontraban el más supremo de los placeres en una pequeña máquina con botones. Al pulsar cada uno de esos botones de colores, un sonido diferente inundaba el aire. Y, básicamente, en eso y nada más consiste EXECUTOR. Una máquina infernal de hacer sonidos, principalmente de metralletas, balas, y granadas de mano volando y estallando. Hoy en día, un niño puede tener la discografía completa de Iron Maiden en su móvil, incluyendo todas las caras B e incluso The Soundhouse Tapes, pero por aquel entonces, la única manera que tenían los criajos de realmente molestar a las personas cercanas era mediante aparatos similares a éste. Seguramente habéis sufrido algún viaje en autobús sentados al lado de un adolescente que pone reaggeton o Juan Magán en su móvil a todo volumen, no se sabe muy bien con qué objetivo. Pues bien, esos adolescentes son la evolución directa de un niño con un EXECUTOR en 1988.

Yo tuve varios aparatos similares a EXECUTOR, ya que había infinidad de variedades, y quizá debo agradecer al cielo que mi padre fuera pacifista, ya que no me explico cómo no terminé abofeteado por ambos mofletes tras una larga y tediosa tarde de apretar botones. Quizá el padre del anterior dueño no tuvo tanta paciencia como el mío, apaleó a su hijo, metió el EXECUTOR en su blister y, por avatares del destino, acabó en mis manos. Si es así, haré una concesión a la violencia por una vez en mi vida y exclamaré: ¡gracias, padre violento!

Pero como las palabras se las lleva el viento y más vale una imagen que mil palabras, he grabado un vídeo horroroso en el que se realiza una comparativa analítica de la pulsación de cada botón, así como su resultado.

Siento lo del final, pero me hizo gracia la idea de que RoboCop saque a cenar a la oficial Lewis. ¿Qué ocurriría luego? RoboCop parece indeciso. ¿Trataría de emborracharla?

Por algún extraño motivo que no alcanzo a comprender, el mónstruo de Frankenstein es mi mónstruo favorito de todos los mónstruos del mundo. Y podría decir que me siento identificado con la personalidad solitaria, traicionada e inadaptada del mónstruo, pero ni siquiera sé si tiene esa personalidad porque no he leído el libro ni he visto ninguna película de Frankenstein. Sólo vi una muy extraña de 1972 en la que el mónstruo de Frankenstein era plateado e, incluso yo que soy profano en el tema, pude dar por supuesto que el director se había tomado demasiadas licencias argumentales.

Así que supongo que el único cordón umbilical que me une al mónstruo de Frankenstein es que su piel verde me recuerda siempre al helado de menta, mi favorito. Pero por culpa del maldito helado de menta tengo un busto de Frankenstein en el pasillo, camisetas de Frankenstein, y todos los muñecajos y figuras que puedo encontrar. Si alguien viene a casa y me pregunta por mi escena favorita de Frankenstein, mi única salida va a ser tirarme al suelo y comenzar a chillar «¡vienen a por mí!». Y no es la salida con más dignidad del mundo, honestamente.

El señor que vendía este muñeco, junto con uno de Drácula, nos argumentó que eran piezas muy buscadas y fabricadas en los años ochenta. Aunque al llegar a casa descubrimos que en la espalda pone que fueron fabricados en 1992. Hey, no sabía que la década de los ochenta hubiera durado doce años. De todas formas, miradlo qué majo. El amor verdadero no entiende de edades.

¡Sí señor, Super Cobra! Lo visteis siete mil palabras atrás, en aquella foto filosófica de la primera parte de esta historia, ¿lo recordáis? A modo de personaje que aparece tangencialmente en una novela para luego reaparecer con un papel fundamental en la historia y que los lectores se sorprendan pensando «oh, todas las piezas encajan ahora», aquí está de nuevo, Super Cobra en todo su esplendor.

¿Por qué tanta emoción? Pues porque tuve mi propio Super Cobra hace varias décadas, por supuesto. Por desgracia, mi Super Cobra desapareció durante una de las mudanzas de mi vida, concretamente la segunda. «Mudanzas de mi vida» es un gran título para una novela, si la escribiera quizá podría incluso hacerme famoso y firmar ejemplares en la Feria del Libro. Volviendo al tema, mi Super Cobra se perdió, no hubo tristeza porque no volví a pensar en él hasta hace unos tres años, llevaba unos tres años buscando uno para reemplazarlo, apareció de repente éste ante mí, que podría incluso ser el mío perdido tantos años atrás, y una historia por fin tuvo un final feliz.

Antes hablábamos de que las máquinas LCD eran un poco mierderas. Todo el mundo soñaba con tener una máquina recreativa en su propio salón, con la cual jugar mientras se comía las croquetas que había cocinado su abuela, pero aquello era tecnológica y monetariamente inviable. Una máquina recreativa era muy cara, y la tecnología disponible en aparatos caseros no estaba muy desarrollada. Así, los pobres niños de la época debían conformarse con subproductos electrónicos, máquinas desquiciantes de cristal líquido y conversiones dudosas para sus ordenadores Amstrad, Spectrum y Commodore. En un momento dado entraron en el mercado las máquinas basadas en… hmmm… nunca he sabido muy bien cómo llamarlas. Algunas se autodenominan LSI (Large Scale Integration), otras simplemente LED (Light Emitting Diode), y otras VFD (Vacuum Fluorescent Display). Si tuviera que utilizar una de esas siglas para ponerle nombre a un posible disco conceptual de un grupo ficticio de rock sinfónico, creo que escogería Vacuum Fluorescent Display, así que las llamaremos VFD a partir de ahora. Mi disco tendría una canción sobre un astronauta que entra en un agujero negro y sale de nuevo trescientos años después. El argumento está muy trillado, pero nunca pasa de moda.

En esencia, las máquinas VFD eran similares a las de cristal líquido, pero enmascaradas dentro de una carcasa que trataba de asemejarse en muchos casos a un mueble de máquina recreativa, pero en pequeñito. Los juegos eran muy simplones y sus gráficos también, pero estaban hechos con lucecitas de colores y podías jugar por la noche. La tecnología LED LSI VFD OPQ SSQ 666 permitía que los escenarios fueran un poco más variados aunque, excepto los personajes, todo lo demás tenía un aire muy de rayas y puntos. A veces daba la impresión de que tu nave espacial volaba sobre un libro escrito en braille.

En definitiva, por mucho que las máquinas VFD fueran las hermanas ricas y de lujo de las de cristal líquido, y por mucho que pretendieran ser un sucedáneo equivalente a tener una especie de máquina recreativa en casa, en la mayoría de los casos seguía siendo un sucedáneo un poco mierdero.

El dueño del stand quería veinte euros por ese Super Cobra, no estaba seguro de que funcionara, y tampoco tenía pilas a mano para comprobarlo. Es en casos como ese en los que el coleccionista experto y espabilado aprovecha para regatear el precio hasta al menos la mitad de lo que le piden. Hey, ya sabéis, no sé si funciona, no puedo darte los veinte euros sin saber si este fantástico juego que sólo quiero por motivos sentimentales y al cual sólo voy a dedicar diez minutos de mi vida funciona. Tras un nuevo alarde por mi parte en el noble y complejo arte del regateo, el precio quedó rebajado a veinte euros. El dueño me dijo que no podía rebajarlo más, y realmente esta vez la situación es cierta. El juego estaba completo, con su caja, los corchos, las tapas de las pilas, el manual, e incluso un plasticucho en el que va envuelta la máquina. No lo iba a encontrar más barato y en ese estado en ningún otro sitio jamás. Y tenía que funcionar. TENÍA QUE FUNCIONAR.

Y voilà, funciona! Eso que veis detrás de unos enormes dedos reflejados que podrían ser los labios de Angelina Jolie pero son mis dedos, es la pantalla principal de Super Cobra. Las cosas con forma de auriculares son unas… mmm… bases de algo, mientras que los palos verticales son misiles que destruyen tu helicóptero, y las estanterías del IKEA son al parecer edificios. Como se puede apreciar, cualquiera que se sintiera en posesión de una máquina recreativa en casa con ésto era o bien muy imbécil, o bien muy imaginativo, o bien muy soñador. Y este cruel mundo no está hecho para los soñadores.

Casi lo olvidaba. Durante todos estos años, el único vestigio que conservé de mi Super Cobra fue el manual, el cual estaba escrito en español y extrañamente fotocopiado y grapado, en cuya portada mi abuela tuvo a bien escribir la palabra «abajo», tal como se puede apreciar en la parte izquierda de la foto. Dentro de la caja de mi nuevo Super Cobra también hay un manual, pero esta vez en color verde, redactado en inglés, y con un aspecto bastante más original. La respuesta a por qué en mi Super Cobra venía un manual en español probablemente jamás lo sabré. Pero no me importa. Mi verdadera duda es qué quiso decir mi abuela con ese misterioso «abajo».

Ah, por fin. Siempre he querido tener un álbum y la colección semicompleta de la Pandilla Basura y, finalmente, el día ha llegado. Como probablemente ya sepáis, la Pandilla Basura era la versión española de Garbage Pail Kids, una serie de cromos creados en Estados Unidos por la marca Topps, que mostraban a una colección repugnante de niños en situaciones a cada cual más macabra, cada uno de ellos bautizado con un nombre ocurrente que solía ser una rima o juego de palabras fonético con el nombre del niño y su actividad principal. Por ejemplo, si en el cromo aparecía una niña con pelo por todo el cuerpo, se llamaba Hairy Mary. Heh heh. Yeah.

En su país natal hubo algo así como setecientas series distintas, y una selección de las mismas llegó a España en, creo, dos colecciones independientes. Ésta, la del álbum amarillo, es quizá la más recordada, o al menos eso me hago creer a mí mismo para tratar de justificar el dinero que gasté en unos malditos cromos estúpidos en plena época de crisis.

He aquí unos cuantos cromos originales de la colección, pero el álbum que compré no incluía cromos sueltos. No, esos cromos los tenía ya. Pero ¿de dónde salieron? Bien, hace unos cuantos años, en verano de 2006 aproximadamente, solíamos frecuentar muy a menudo un bar llamado Liberty, tristemente ya desaparecido. Se trataba de nuestro segundo hogar, y aparecíamos tanto por allí que nos encontrábamos en el punto en el que saludas con abrazos al camarero y éste te invita indiscriminadamente a chupitos de vodka. Tras una de esas noches, emergíamos por sus puertas justo al amanecer, con intención de volver a casa, cuando lo vimos ante nuestros ojos. Un contenedor de obra, lleno hasta los topes de juguetes antiguos, material escolar de marcas y modelos que ya no existen, cromos, cuadernos, y fotografías de gente extraña. No os miento, parecía como si unos padres desnaturalizados hubieran encerrado a un pobre niño con llave en su habitación en 1987 y lo hubieran alimentado facilitándole garbanzos a través de un tubo hasta que toda la familia terminó muriendo. Años después, se realizaron obras en el edificio, los obreros desatrancaron la puerta de la habitación del niño, encontraron semejante cantidad ingente de objetos arcaicos, y decidieron lanzarlo todo a un contenedor para poder realizar las obras. En serio, no se me ocurre otra explicación. Poca gente cree esta historia cuando se la cuento, pero tengo testigos que pueden aseverar que en ese contenedor había desde botes de pegamento Imedio con un formato muy antiguo, hasta el auténtico juego ¿Quién es Quién?, pasando por el jodido caballo de Skeletor.

Si el Escalón Imaginario hubiera existido por aquel entonces, ese habría sido el artículo definitivo e insuperable. Casi puedo imaginarlo: «saliendo borracho de un bar, me topé con un contenedor lleno de juguetes muy viejos en perfecto estado». Como esta web todavía no existía, simplemente nos dedicamos a revolver los contenidos de ese contenedor, valga la redundancia, de forma ebria, lanzar pegamento sobre las paredes de un edificio contiguo, dejar la calle hecha un cristo, y recibir las iras de algunos ancianos muy madrugadores que comenzaban a poblar las calles. Incluso en mi estado etílico avanzado, conseguí llevarme algunas cosas a casa, incluyendo este fajo de cromos que anteriormente habían pertenecido a aquel niño muerto. Ah mierda, ahora pensar en eso me da muy malas vibraciones.

El Editor debería tener sumo gusto también en aprender a redactar un poco mejor y a saber que escribiendo «Albúm» como un gañán está fomentando suspensos en Lengua Española por parte de los pobres niños que compren este álbum y decidan pedir sus últimos 8 cromos.

El álbum, por desgracia, ha conocido tiempos mejores. Está incompleto y, aunque le faltan pocos cromos, algunos de ellos están despegados, dejando algunas páginas con un aire ligeramente deprimente. Además, no estoy seguro de que los cromos que arrebaté a aquel niño muerto me sirvan concretamente para terminar esta colección. Oh por dios, otra vez ese niño, me va a atormentar hasta el final de mis días!

La magia, por así decirlo, de la edición española de La Pandilla Basura, reside en la labor mastodóntica de adaptación que tuvo que realizar algún ser creativo anónimo, para tratar de que los casi trescientos cromos de los que consta, todos llegados de su colección original estadounidense, y cada uno de ellos con su propia bromita o juego de palabras en inglés, cobraran algo de sentido para los niños españoles. Así, podemos encontrar rimas graciosas, rimas sin ningún sentido que denotan haber sido escritas a las 3 de la mañana después de llevar toda la noche ideando nombres de cromos y estando hasta los cojones, y nombres que directamente dudo mucho que existan en la vida real. Como Serapión. ¿Conocéis a algún Serapión? No tengo palabras para las pompas de jabón de Facunda, pero Pili y Mili demuestran una vez más que, si un personaje tiene dos cabezas, es totalmente imperativo que ambas discutan siempre entre sí.

La Pandilla Basura es sin duda una colección absolutamente irrepetible. La especie de niños representados en cada uno de sus cromos ilustraban cada uno una situación más repugnante o directamente horrorosa que el anterior. Los había incluso ligeramente perturbadores y, aunque cuando era pequeño simplemente algunos de ellos me daban un poquillo de malas vibraciones, el resto eran simplemente considerados por mí y el resto de la gente de mi colegio como «bastante guays». Coleccionar estos cromos simplemente consistía en tratar de averiguar hasta dónde eran capaces de llegar los dibujantes con las situaciones que representaban, e intentar tener el cromo más exageradamente ofensivo para mostrarlo a los colegas y comentar al unísono que «ese está bastante guay». No obstante, los observo ahora en perspectiva, y no comprendo cómo una legión de padres no escribió una carta abierta a Felipe González y al Puto Papa Juan Pablo II del Vaticano Romano para que cesaran la publicación de esta colección. Quizá los ochenta realmente fueran tan buenos como la gente se empeña en afirmar. Gracias a que todo continuó su curso sin alteraciones, pudimos tener entre nuestras manos el cromo de una niña, hum, sí, hermafrodita. Y Vicente, hecho de basuras y al que le emerge una raspa de pescado por la rodilla.

Así como Candelilla, que vomita dentro de una cacerola al más puro estilo Nochevieja cuando alguien propone sacar otra ronda de tequilas y te da igual aunque sabes que la anterior ya no te cayó muy bien. O mi hermano Luciano que, en fin, arranca el muslillo a una cigüeña mientras, hoy en día, las asociaciones de padres consiguen que no se anuncie publicidad de bebidas alcohólicas durante el horario infantil.

Y he aquí posiblemente mi cromo favorito de la colección, Mordido Toribio, el cual ni siquiera rima y, con parsimonia y total tranquilidad atiende una por una las necesidades de la infinidad de BOCAS QUE TIENE REPARTIDAS POR TODO SU CUERPO, ALGUNAS DE LAS CUALES SE PERMITEN EL LUJO DE VOMITAR. Por el amor de dios, esta colección es realmente nauseabunda, lo que la convierte quizá en posiblemente la mejor y más creativa colección de cromos que apareció en los kioscos de nuestro país.

La colección de Otros Mundos data de alrededor de 1984, y nunca la tuve, jamás la hice y ni siquiera nunca, que yo recuerde, la conocí. Fue tan sólo muchos años después que comencé a ver álbumes en rastrillos o ferias de este tipo, y siempre en secreto deseé recuperar el tiempo perdido y descubrir en qué consistía semejante colección cuyo álbum tenía en portada un pulpo rojo, un astronauta con cabeza de huevo, y un mónstruo hecho de espuma de afeitar. Por desgracia, los vendedores de dichos álbumes siempre me pedían a cambio algo así como cien euros y un 60% de mi masa testicular. Por fin, esta vez, lo encontré a un precio ligeramente más razonable, y mi masa testicular sigue intacta en su 95% habitual.

Otros Mundos es una de esas colecciones que ya jamás volverán a ser creadas y editadas, a no ser que nuestro planeta implosione de una buena vez y la humanidad comience a desarrollarse desde cero de nuevo. Sin basarse en ninguna película, serie de animación, franquicia o cantante adolescente, y muy al estilo de aquella colección de Mónstruos que ya comentamos en su día, tanto en el estilo de dibujo como en la atmósfera general que la rodea, se trata de una colección basada en cientos de extraterrestres, seres y naves espaciales inventadas para la ocasión, cada una de ellas con un pequeño párrafo explicativo que te da una idea de qué cojones es.

Aunque mi favorito es el Pulguito de Medio Metro, por eso de que tiene pinta de contarle tu peor chiste y, por no hacerte sentir mal, forzar una risilla antes de marcharse dentro de su nave, lo cierto es que todo el álbum está repleto hasta los topes de suficientes nombres ridículamente absurdos e historias improvisadas como para que, si te lo lees de cabo a rabo antes de dormir, esa noche sueñes que tus brazos se convierten en calamares.

De nuevo, el álbum no está completo, de hecho le faltan más cromos que al de la Pandilla Basura y algunos de ellos vuelven a estar arrancados, pero creo que tengo suficiente con lo que hay en su interior. De todas formas, no estoy seguro de, en pleno año 2012, necesitar tener una imagen visual concreta del Negáptero Pabellonado para que mi vida pueda seguir un curso óptimo.

Hey, ¡hey, despierta! Sí, así es, acaba de finalizar la fabulosa crónica del Escalón Imaginario en la Feria del Coleccionismo 2012. Nos vemos de nuevo aquí en esta web muy pronto. Si «muy pronto» significa cinco meses como la última vez que escribí «muy pronto» no lo sabe nadie. Excepto quizá mi hermano Luciano.