El verano es, tradicionalmente, época de despedidas. A veces nos despedimos de nuestro lugar de residencia habitual, el cual echamos de menos al cabo de dos días porque el colchón del hotel mide tres centímetros de grosor y la familia de la habitación de al lado enchufa la televisión a las ocho de la mañana, cuando llevamos dos horas durmiendo y sufrimos una resaca aguda. A veces nos despedimos del lugar en el que hemos pasado nuestros preciados días de vacaciones, dejando atrás experiencias que jamás volverán a repetirse, y llegamos a casa echando de menos el maldito colchón de tres centímetros de grosor. Pero no a la familia de la habitación contigua. En más de una ocasión, nos despedimos amargamente de amigos veraniegos, los cuales nos pegan el acento de sus respectivas ciudades, para que volvamos a la nuestra pronunciando expresiones extrañas que sólo se utilizan en, por ejemplo, Madrid. Por no hablar del temido momento de despedirse de un amor de verano, de esos que, debido al paso del tiempo y a la distancia, la siguiente vez que los ves resulta que ya han dejado de ser amores y te quedas sentado preguntándote el porqué.

Sí, el verano es época de despedidas, y es un componente inherente del mismo con el que hay que lidiar, con el mismo estoicismo con el que afrontamos los chiringuitos que repentinamente te cobran nueve euros por una pequeña ración de sepia y los tíos depilados que te ofrecen tarjetitas con insitencia para que entres en su discoteca de mierda. Igual que todos vosotros y vosotras, yo he tenido mi buena dosis de despedidas, a lo largo de mi vida, y este verano no va a ser una excepción. Pero esta vez no me despido de una persona, un lugar o un animal, sino de algo ligeramente distinto. Hoy va a ser oficialmente el último día que me ponga una de mis camisetas favoritas de todos los tiempos, la camiseta de Aerosmith.

Podría argumentar muchos motivos que justifiquen el retiro definitivo de esta camiseta, pero supongo que el hecho de que su edad sea aproximadamente de 18 años es argumento suficiente para comprender mi decisión. Tal como se demostró científicamente hace un tiempo, la vida de una camiseta está expuesta a numerosos agentes agresivos externos y constantes, lo que provoca que 18 años de una camiseta equivalgan a 42 años de un ser humano, y a 76 años de un perro de tamaño mediano. Así pues, la camiseta de Aerosmith se encuentra en un estado de desgaste y erosión semejante, que temo estornudar con ella puesta y que se desvanezca en una nube de polvo, con algunos hilos de colores revoloteando en zigzag, una visión que en algunas ocasiones me atormenta en mis pesadillas, a modo de advertencia subliminal.

Pasé bastantes años creyendo que había comprado esta camiseta, perteneciente a la mastodóntica gira que realizaron Aerosmith para presentar su disco Get A Grip, en aquel concierto que tuvo lugar en Zaragoza allá por junio de 1994, en el que fueron teloneados por Extreme, y del que tan sólo recuerdo que únicamente conocía las canciones de Aerosmith que pertenecían al mencionado Get A Grip, porque nunca había escuchado ningún otro disco, y apenas una canción de Extreme. La cual era, por supuesto, More Than Words. Ahora que pienso fríamente en todo aquello, no me termina de cuadrar la historia de haberla comprado allí, y creo que la conseguí en algún otro lugar, pero no consigo recordar exactamente dónde.

Tras un ejercicio de concentración intenso que sólo suelo llevar a cabo cuando realmente necesito recordar si cerré las ventanas al salir de casa en uno de esos días de tormentón inesperado, ya que soy incapaz de afrontar la vida cotidiana si tengo la sospecha de que mi cama se está inundando, me parece que compré esta camiseta principalmente porque era blanca, para así tratar de acallar las constantes quejas de mi madre, la cual acostumbraba a obsequiarme con la habitual cantinela de las madres, del estilo «vas siempre de negro y pareces un cuervo». Creo necesario destacar que yo tenía trece años por aquel entonces, poco después mi madre consideró mis asuntos estéticos como una batalla perdida. En definitiva, en cuanto el origen concreto de una camiseta se pierde, difuminado, en la espiral del espacio y el tiempo, es una clara señal de que dicha camiseta ya ha cumplido con creces su función de camiseta.

Podría decirse que la camiseta de Aerosmith ha tenido una evolución estética propia ya que, efectivamente, solía ser blanca y de manga larga. En algún momento dado, probablemente cuando ya era relativamente vieja en 1997, decidí que sería buena idea cortarle las mangas. Si consideré que era una camiseta vieja en 1997, me pregunto qué clase de adjetivo se le podría aplicar hoy en 2012, supongo que es el equivalente a los trilobites en el mundo textil. Algún tiempo después, mi madre sufrió un inesperado percance con la lavadora y otras prendas de color, y la camiseta dejó de ser blanca, adoptando un tono violeta pastel que a punto estuvo de llevarme al parricidio, si no llega a ser porque el nuevo color realmente quedaba bastante guay. Hoy en día, después de más lavados que pelos en el hocico de una nutria, la camiseta vuelve a ser blanca de nuevo. Un blanco semitransparente, la verdad sea dicha.

Algo me dice que no se trata de una camiseta oficial de Aerosmith, principalmente porque no hay ni rastro de mención alguna a un copyright, porque jamás he vuelto a ver una igual en mi vida, porque las oficiales de esa gira y disco eran bastante más horribles, y porque las fotos no coinciden exactamente con la época en la que Aerosmith estaban inmersos en ese momento. La parte trasera muestra una foto de Steven Tyler medio desfallecido y con pinta de jadear con dificultades, mientras un roadie le da airecico con un gran ventilador, que data nada menos que de un concierto en el RFK Stadium de Washington en 1976, junto a varias fechas de la gira, Zaragoza incluida. La gira de Get A Grip constó de aproximadamente 7348 conciertos y se necesitaría la capa del Conde Drácula por ambas caras para poder imprimir todas las fechas, así que me imagino que esta versión reducida se corresponde con alguna fase europea del tour, o «European leg» como suelen decir por allí. En la parte frontal aparece una imagen de Steven Tyler y Joe Perry observándose de soslayo y con cara de asco por algún motivo. No tengo ni idea de dónde proviene esta foto, pero estoy seguro de que tampoco es de la época Get A Grip, sino que probablemente date de los discos Pump o Permanent Vacation.

La verdad es que nunca he sido un fan acérrimo de Aerosmith, me avergüenza ligeramente reconocer que sólo conozco las canciones sueltas más famosas de sus discos de los setenta, y jamás he escuchado entera ninguna de sus obras más laureadas por todo el mundo en general como Toys In The Attic, Rocks o Get Your Wings, lo cual seguramente provocará más de un tirón de greña entre los más puristas. ¿Pero Get A Grip? Oh sí, ese sí. Llegó hasta mí nada más salir a la venta, de la mano de un compañero de clase, en esa época en la que estás descubriendo nuevos grupos y discos casi cada día, y todo es realmente excitante. Lo escuché. Y lo escuché. Y lo escuché, y lo escuché, una y otra vez, en el autobús, por la calle, cuando iba de viaje, por las noches, cada día, durante meses. A pesar de eso, «Eat The Rich» sigue siendo una de esas canciones que jamás llegas a aborrecer aunque hayas escuchado quinientas veces y, si comenzara a sonar ahora mismo a través de algún tipo de megafonía invisible, seguramente me pondría a bailar como un anormal. No obstante, poco después perdí el interés por Aerosmith, ante el enorme abanico de cosas musicales que tenía por descubrir, y nunca tuve realmente la curiosidad de ir hacia atrás para saber cómo eran los discos anteriores.

He vivido los mejores momentos de mi vida con esta camiseta cubriendo mi triste figura, he conocido a mucha gente, y algunos de mis actualmente mejores amigos son incluso más recientes que ella. La cantidad de anécdotas que esta camiseta ha protagonizado es casi infinita, pero me quedaré con una que siempre viene a mi mente cada vez que veo la cara de Steven y Joe mirándose con asco. Una noche de mediados/finales de los noventa, en la zona de bares del pueblucho playero en el que solía pasar las vacaciones con mi familia, me introduje por un callejón oscuro porque necesitaba mear. Wow, esta historia no promete. Para mi desgracia, en dicho callejón había un grupo de chicas bebiendo birra, y decidí que sería una buena idea hacerse pasar por inglés. Estuve un rato allí con ellas, bebiendo dicha birra y hablando en inglés aderezado con palabras españolas tipo «mucho genta en el baño» al estilo guiri gracioso, y una de ellas me dijo que se había fijado en mí esa misma tarde porque nadie más en todo el pueblo llevaba una camiseta de Aerosmith, y era su grupo favorito. Al final les confesé que era español y simplemente estaba fingiendo, les hizo gracia, me tuve que ir a mear a otro sitio, no las volví a ver en todo el verano, y no ligué, pero en ese momento descubrí que esta camiseta era algo especial y merecía tener una existencia longeva y feliz. Caramba, menuda mierda de anécdota, y eso que la he seleccionado como la mejor.

Por todos estos motivos, y con gran dolor de mi corazón de melón, melocotón, he llegado a la conclusión de que es el momento apropiado para dejar de parecer un jodido mendigo llevando una camiseta raída con 19 años de antigüedad, y dejarla descansar para siempre. Durante mis recientes vacaciones playeras, mientras yacía bebiendo bloody marys al lado de la piscina del hotel en las horas de mayor calor durante las que se desaconseja precisamente yacer al lado de la piscina, he estado leyendo un libro llamado The Road Less Traveled. Es una especie de tratado psicológico acerca de varios aspectos de la personalidad humana, para hacerte reflexionar acerca de tu propia vida y que consigas convertir tu existencia en algo feliz. En uno de los capítulos, el autor explicaba que la vida es una sucesión de puertas que se cierran y puertas que se abren. Con total naturalidad debemos cerrar una puerta, dejando atrás un número de objetos, personas y pensamientos ya caducos, y sólo entonces podemos realmente abrir la siguiente y traspasar su umbral. Ahora entiendo a la perfección que el autor estaba hablando exactamente de camisetas viejas.

¿Qué ocurre realmente con las camisetas que siempre han estado cubriendo tus tetillas pero ahora deben dejar de hacerlo? ¿Qué se hace con ellas, qué destino tienen? ¿Cuál es su función a partir de ese momento? ¿Se guardan en un cajón, como un calcetín viejo que se almacena para un posible caso de emergencia que nunca llega? Todo esto es nuevo para mí, y me encuentro algo confuso. Quizá exista alguna alternativa, algo así como la taxidermia, mediante la cual algunas personas disecan a su pobre gato atropellado y lo colocan en una estantería al lado de los libros que nadie lee. ¿Tal vez se pueda transformar en un cojín? Oh, esa sería una buena idea. ¿Alguien que esté leyendo ésto sabe coser bien y se presta voluntario? Hasta siempre, camiseta de Aerosmith, nunca te olvidaré.