Llevo un buen rato tratando de decidir cómo comenzar a hablar acerca de algo que tiene una denominación tan proclive a provocar malentendidos, y lo cierto es que no dejo de imaginar supuestos en las que el nombre de estos objetos provocaría más de una situación incómoda. Si una madre entrara en una juguetería y le preguntara al tendero «buenos días, ¿tiene huevos animados? ¿me los podría enseñar?», sonaría ciertamente dudoso. Si ese mismo tendero de la Juguetería Topolín (por inventar un nombre ficticio para que esta situación imaginaria resulte más inmersiva) le contestara a otra señora «disculpe, no tengo el Optimus Prime que me pide, pero puedo mostrarle unos huevos animados que tengo aquí abajo», la reacción de dicha señora podría ser algo violenta. O si, finalmente, estuvieras en un bar y te armaras de valor para decirle a esa chica tan maja que bebe sonriente y con parsimonia su botellín de birra en la distancia algo como «¿te apetece venir a mi casa? tengo huevos animados», el resultado seguramente no sería el esperado. O tal vez sí, quién sabe.

Pero sí, hace algunas décadas existió una colección de muñecos que se presentaba bajo el ciertamente incierto estandarte de «Huevos Animados». ¿En qué consistían? Muy pronto vamos a descubrirlo, pero no cabe duda de que son dignos merecedores de despertar una vez más al Escalón de su infinito letargo criogénico, consistente en madrugar mucho y lamentarse durante todo el santo día por ese mismo motivo, y aparecer por fin aquí en forma de muchos párrafos que muy pocos privilegiados podrán leer. Y digo «por fin», porque llevo atesorando estos objetos como oro en pañal dentro de una caja fuerte de esas que están hábilmente ocultas tras un cuadro aparentemente inofensivo, el cual muestra una aburrida escena pastoril pintada al óleo. Solo que, en mi caso, la caja fuerte se esconde detrás de un póster de Mötley Crüe en su época dorada de 1983, el cual, quieras que no, viste de una manera más majestuosa cualquier pared. Y ¿qué mejor momento para sacar mis huevos animados a la luz que éste, a escasos días de una nueva celebración de la noche de Halloween, esa mágica velada en la que se junta la gente que todavía sigue despotricando acerca de costumbres americanas que al parecer jamás deberíamos importar a España porque ya tenemos la fabulosa y gris festividad de Todos los Santos, con las sempiternas tías disfrazadas de bruja sexy, y con los tíos borrachos que comienzan a danzar de manera vergonzante cuando en el bar de turno suena Thriller?

Porque, efectivamente, la temática de estos Huevos Animados es perfecta para la ocasión, ya que se trataba nada más y nada menos que de una colección de huevos que se transformaban en monstruos, y viceversa. No mucha gente los recuerda, lo cual probablemente signifique que no demasiados niños los poseyeron, hecho posiblemente motivado por el tal vez desorbitado precio, para la época, de algo que aparentemente no era más que un pequeño blister que contenía un aún más pequeño huevín de plástico, cuyas funcionalidades se limitaban a transformarse en un Frankenstein con semblante simpaticón. Dicho precio, tras realizar una exhaustiva labor de documentación en la pertinente hemeroteca de objetos que a nadie importan ya, situada al final de mi pasillo, oscilaba entre las 875 y 995 pesetas, mientras que una figura de Masters del Universo, bastante más grande, robusta y aparente, costaba aproximadamente lo mismo. ¿Qué puedo decir yo? Ninguna clase de queja al respecto, por supuesto, ya que fui poseedor de no uno, sino nada menos que cuatro de estos huevos porque era un niño mimado que sacaba buenas notas hasta que descubrió las greñas y la birra, y dichos huevos han sobrevivido estoicamente al paso del tiempo, las mudanzas, y la desidia que acostumbra a invadir mi vida en temporadas de cambio climático.

El origen de estos monstruos se remonta a alrededor de 1986 en Japón donde, fabricados por Bandai, aparecieron cientos de modelos distintos, incluyendo monstruos clásicos como Drácula y Frankenstein, esqueletos, dinosaurios, escarabajos, algunos basados en franquicias increíblemente populares como Godzilla, Gamera, y todos esos bichos gigantescos destructores de ciudades, e incluso osos, todos ellos bajo la denominación de Tamagoras. Ya sabéis, «tamago» en japonés significa «huevo», mientras que «ra» se traduciría como… mmm… mmm… «monstruo». Es broma, no sé lo que significa «ra», ya que mis conocimientos de japonés se limitan a decir arigato, sake, sushi, sake, teriyaki, sake, tako su, más sake por favor, y traiga la cuenta cuando pueda. De todos esos cientos de eggs, una importante selección desembocó en orillas estadounidenses y por supuesto también europeas, principalmente en Francia, Italia y España.

El blister francés y el español era compartido y tenía el texto en ambos idiomas, rebautizando a los Huevos Animados españoles como Anim’Oeufs en el país de la baguette, el croissant y la ropa estrafalaria. A su vez, en Italia fueron distribuidos por Giochi Preziosi y se denominaban Mostruovi, un nombre mucho más majo, partiendo de la base de que casi todo en italiano suena más majo, como cebolla, que en italiano se dice cipolla y queda gracioso.
¿Qué departamento de márketing decidió que en España se llamarían Huevos Animados? ¿Animados en qué sentido? ¿Están de buen humor, como esos raros días en los que te levantas activo y con ganas de hacer cosas aunque luego llega la noche y descubres con horror que has estado procrastinando todo el día, no has hecho nada útil y te desanimas? ¿Por qué no se hace mención de que son monstruos, lo cual es probablemente el detalle más atrayente de toda la colección? Yo los habría llamado Huevonstruos, y llevo un buen rato luchando contra la tentación de colocar una tilde sobre la primera o, ya que habría jurado que la palabra monstruo era esdrújula y resulta que no. Monstruo debería ser esdrújula y escribirse mónstruo, queda mejor.

Es complicado ubicar en el tiempo la llegada de los Huevos Animados a España, aunque en un arranque de confianza en mi maltrecha memoria diría que aparecieron en las tiendas españolas entre 1988 y 1989, aunque es recomendable que no utilicéis este dato en ninguna tesis o tesina importante, ya que mi mencionada maltrecha memoria me impide recordar ahora mismo si recogí la ropa tendida que lavé hace cinco días, o lleva todo ese tiempo colgada a la intemperie, impregnándose plenamente con la ceniza de mi vecino repelente que fuma en la ventana tres pisos más arriba.

La colección española, inicialmente, constaba de seis personajes: un tiranosaurio esquelético, Frankenstein (o, más ortodoxamente, el monstruo de Frankenstein), un estegosaurio también esquelético, un señor con peto vaquero y rostro calaverístico que Bandai tuvo a bien bautizar en un alarde de creatividad como simplemente MONSTRUO, un esqueleto estándar, y un Drácula. Posteriormente, me consta que apareció alguno más, como un escarabajo marrón con seis patas, pero los integrantes totales de la colección completa se pierden en la noche de los tiempos y sería tan complicado documentarlos como descifrar un jeroglífico ubicado en lo más profundo de la pirámide de Kefrén, uno de esos esculpido en bajorrelieve sobre una piedra que, al ser presionada, provoca la aparición de una flecha que se te clava en el bajo coxis.
Todos los personajes incluían también una especie de mascota, un animalejo mucho más pequeño que el huevo y fabricado en plástico flexible de un solo color que, sinceramente y aunque parezca que lo digo para autojustificarme por no conservar ninguno, no servía absolutamente para una mierda.

Conservo a Frankenstein, Drácula, Estegosaurio y Esqueleto desde mi infancia, y los cuatro han sobrevivido al paso de casi treinta años con una considerable dignidad, dejando a un lado ciertos manchurrones extraños provocados por haber compartido ubicación en una bolsa de plástico durante décadas en contacto directo con otros muñecos de PVC, y algún desconchón en la pintura. Me enorgullece, ya que, debido probablemente a haber sido distribuidos en limitadas cantidades en su día, ahora alcanzan cifras realmente astronómicas en su venta de segunda mano. Hace algunos años encontré al escarabajo en su edición italiana, que venía presentada en una caja de cartón con corcho interior y todo, y en general un diseño bastante más entrañable que el de sus congéneres españoles, con una ilustración de todos los mónstruos correteando por una pradera que, si el mundo fuera justo, existirían calzoncillos estampados con ella.

Al mencionado señor del peto vaquero y calavera sonriente lo adquirí en una feria de coleccionismo y mierdas varias que tuvo lugar en mi ciudad y, efectivamente, no tiene brazos por una sencilla razón. Y esa sencilla razón es que, con la emoción del momento por haber encontrado Huevos Animados cuando menos lo esperaba, no me percaté de la ausencia de brazos, y el hijo puta del vendedor fue lo suficientemente ladino, abyecto y traidor como para no avisarme de dicho detalle.

Aparte de éstos, creo que tengo un cajón entero lleno de diversos huevos que se transforman en cosas, ya que parece haber sido un formato realmente popular a través de los años, y han aparecido en el mercado infinidad de variaciones alrededor del concepto, incluyendo plagios chinos fabricados con el peor plástico imaginable por el hombre que explotan en mil pedazos al manipularlos con suavidad, e incluso varias colecciones en forma de obsequio que podían obtenerse al comprar pastelitos Phoskitos. Pero ninguno de ellos puede igualarse con la calidad y el carisma de estos primeros Huevos Animados. Incluso hoy en día se siguen fabricando huevos que se transforman en cosas, algunos de ellos todavía manufacturados por Bandai, y creo que ofrecería cuarto y mitad de mi escroto a los dioses por una reedición de los Tamagora originales, para poder por fin conseguir al tío del peto vaquero con brazos, al Tiranosaurio y al Oso, dar mi colección por concluida y poder conciliar el sueño sin despertarme entre sudores. No obstante, debo conformarme con sucedáneos como este Alien Egg que encontré en una tienda de San Francisco hace casi un año y medio y todavía no me he dignado a abrir.

Los Huevos Animados se transforman de una manera relativamente simple e intuitiva, pero el espacio está tan absolutamente milimetrado y es tan reducido que, en más de una ocasión, puedes pasar algunos tensos segundos sin saber muy bien de dónde tirar, hacia qué lado doblar, por dónde abrir, y por dónde cerrar. Al final todo encaja perfectamente y todo tiene sentido, pero juro que cada vez que decido transmutar a Frankenstein y Drácula de huevo a monstruo y viceversa, me lo pienso dos veces. No hay nada más estresante que manipular un juguete de tu infancia, careciendo totalmente de un motivo para hacerlo, que ha sobrevivido intacto al transcurso de unos veintisiete otoños, con una gota de sudor frío resbalando por la frente y experimentando el gélido terror de que existe la posibilidad de hacer algo mal y romper partes de plástico irreparables.

Afortunadamente, con cuidado y paciencia, y gracias a que Bandai utilizó materiales más que dignos en cuanto a calidad, todos mis Huevos Animados están ya finalmente transformados y tienen la noche libre para hacer lo que quieran, aunque sepan que la libertad desgraciadamente no es eterna y al día siguiente deberán convertirse de nuevo en huevos e introducirse en un aburrido cajón. Hey, eso fue una metáfora, vosotros y vosotras también sois libres durante esta noche de Halloween, poneos el disfraz de bruja sexy o de zombie, que está de moda, y proponed a alguien que le vais a enseñar vuestros huevos animados. Feliz noche.