Ah, los Reyes Magos. ¿Qué se puede decir sobre ellos que no haya sido escrito ya? ¿Que, por ejemplo, Gaspar era chino? No, eso es lo mismo que digo cada año durante la cabalgata para provocar a mis acompañantes, conseguir que frunzan el ceño, y me muestren mediante sus móviles en Wikipedia que estoy en un error. Aunque para mí, Gaspar siempre será «el chino de los Reyes Magos», es una convicción personal.

Sobre los Reyes Magos se ha comentado tanto, que ya no queda mucho por relatar o rememorar. Esas mágicas noches que se hacían tan largas como la última hora de trabajo de un viernes, durante la que temes que tu jefe te pregunte que cómo de avanzado llevas el curro. Esas cálidas mañanas con olor a café y calefacción, contemplando unos cuantos paquetes misteriosos envueltos en papel de regalo mientras, ataviado con un pijama con gomas en los tobillos, sentías el confortable mullido de la alfombra en tu culo. ¿Qué contendrán todos esos regalos?

Hoy en día somos viejos, unos más que otros por supuesto, y aunque de vez en cuando seguimos obteniendo regalos el día de Reyes y todavía existe cierta emoción, algo se ha perdido por el camino. Casi todo se limita a iPods, iPads, iPhones, iWatches, iFucks, móviles, tablets, camisas, pulseras de esas que te avisan por bluetooth cuando te llega un e-mail, o tu madre que directamente te dice «hijo, toma un sobre con dinero, porque eres tan jodidamente raro que no se te puede regalar nada».
¿No os gustaría por un momento despertar el 6 de enero y contemplar un pequeño montón de paquetes enigmáticos como en los viejos tiempos, sabiendo que sus contenidos son cien por cien pueriles y absolutamente nada adultos? ¿Qué? ¿Que preferís la pulsera bluetooth? Oh venga, si no sirve para nada, ¿no podéis pretender durante unos minutos que queréis regalos enfocados a un niño de ocho años? Hacedlo por mí. Vale, ahora que estamos todos en la misma onda, os confesaré que a mí también me gustaría. ¡Qué casualidad, tenemos los mismos gustos! Pues bien, gracias a la magia arcana china de Gaspar, y también un poco a la de los otros dos, este año va a ser posible.

He aquí mis intrigantes regalos de Reyes, ¿qué contendrán todos esos paquetes realmente mal envueltos? Lo comprobaremos en tan solo unos instantes, pero dos cosas están totalmente garantizadas. Una, que jamás podría trabajar en una tienda de regalos, dado que todo lo que envuelvo termina pareciendo un fardo de patatas rescatado de un naufragio. Y dos, que todos ellos son completamente impropios de alguien de mi edad, que es en efecto la intención de toda esta tontada. Como es de suponer, estos regalos no han aparecido por arte de magia oriental, sino que los he depositado yo mismo a los pies de mi árbol. Lo deseable sería desconocer lo que habita en su interior y que resultara todo una gran sorpresa, pero para no recordar nada justo después de envolverlos debería recurrir a la ingesta masiva de drogas duras, y me temo que tal vez no sería una idea muy recomendable dado que mi tolerancia no es la de antaño, y además estoy sufriendo a todo vapor los efectos de mi tradicional faringitis catarral navideña. Así que es inevitable conocer los contenidos, y son objetos que he ido adquriendo durante aproximadamente los últimos diez años. Hay cosas más antiguas, otras más recientes, algunas muy conocidas, otras menos populares, unas no merecían un artículo completo aquí en esta web, y otras me daba pena abrirlas pero hey, aquí tenemos la excusa perfecta para hacerlo, solo se vive una vez. ¡Bienvenidos al día de Reyes del Escalón!

El primer paquete es obvio por una parte, pero incierto por otra. Más o menos como cuando en tu nevera solo existe un huevo caducado, y decides comértelo en una de esas noches de domingo sin horizontes: es obvio que te lo vas a comer muy a disgusto, pero es incierto que su ingesta vaya a provocarte una intoxicación estomacal. Así, evidentemente estamos ante algo relacionado con las Tortugas Ninja, pero ¿qué será exactamente?

¡Claro! ¿Qué otra cosa podía ser si no? Aunque lo cierto es que todavía no sé muy bien de qué se trata ni para qué sirve. Es una especie de plato de plástico de tamaño semejante al de un disco de vinilo, editado en 1990 por MB. Al parecer se llaman GOOPS, y éste muestra a Donatello, mi tortuga ninja favorita, adoptando una amenazadora pose, tan amenazadora de hecho, que los ojos se le han puesto de color verde. Por si quedaba alguna duda de que la tortuga protagonista es Donatello, y si no fuera suficiente con la letra D enorme que hay encima de su cabeza, el diseñador tuvo a bien colocar su hebilla volando por los aires, como si al agacharse para recoger un shuriken después de comer mucha pizza se le hubiera reventado el cinturón. Tal vez la pose no sea realmente amenazadora, sino que se trate de un gesto de vergüenza infinita y esté ocultando su genitalia con pudor.

Lo encontré las navidades pasadas en una juguetería recóndita de mi ciudad, y el señor propietario tenía no una, sino varias de estas cosas colgadas en un gancho, nuevas, impolutas, como si el tiempo se hubiera detenido allí mismo y nuestras carteras estuvieran llenas de pesetas.

Todo indica que esto no es más que un disco volador, también conocido como frisbee en los ambientes más cultivados lingüísticamente, aunque su consistencia totalmente blanda lo asemeja más a uno de esos moldes de silicona utilizados en repostería. Para salir de dudas, tendría dos opciones: una, tratar de hacer una galleta gigante con un Donatello en plan bajorrelieve en su superficie, pero sospecho que tanto mi horno, como posteriormente mi casa entera, acabarían siendo pasto de las llamas. Y otra, ir al parque e intentar lanzarlo a ver qué pasa. Pero no pretenderéis que pise un parque con este frío y esta niebla aragonesa, ¿verdad? Lo dejaremos como una de esas incógnitas perpetuas, similar a la eterna duda de si las tortugas ninja tenían realmente genitalia, ya que creo que lucirá mejor colgado en la puerta de mi baño.

Tal como habrán adivinado los más actualizados en cuanto a juguetería moderna se refiere, el siguiente paquete contiene una de esas figuras tan populares hoy en día, realizadas por la compañía Funko dentro de su colección ReAction.
Si no recuerdo mal, esta colección salió a la palestra al lanzar una serie de muñecos que, supuestamente, estaban inspirados en unos prototipos de Alien que iba a comercializar Kenner, coincidiendo con el estreno de la película allá por 1979. Finalmente, alguien del departamento de marketing debió ver la película, descubriendo con horror que no se trataba de un film dirigido a los niños, y que dichos niños se iban a cagar diarrea en sus calzoncillos si la vieran, con lo cual nadie iba a comprar esos estúpidos muñecos. Ignoro si toda esa historia que vendió ReAction es cierta, pero lo que sí fue cierto es que los muñecos de Alien provocaron un importante revuelo y se vendieron como churros.

A partir de entonces, ReAction no ha cesado de poner en las tiendas un montón de figuras basadas en películas y series que jamás tuvieron muñecos al estilo Star Wars, como Pulp Fiction, los Goonies, Gremlins, Regreso al Futuro, Golpe en la Pequeña China, Breaking Bad, el Club de la Lucha, y así hasta docenas. Siempre dirigidas a un público adulto, no a niños, algunas están bien, otras hacen ilusión a los fans de dichas películas y series, y otras, sinceramente, me parecen totalmente prescindibles. Las de los Gremlins son francamente cutres y no justifican en absoluto su precio, y ¿quién quiere realmente un muñeco del padre de Marty McFly?

Mis opciones elegidas fueron el mónstruo de Frankenstein y señora. No sé si os lo había comentado alguna vez, pero siento una estraña fascinación hacia el mónstruo de Frankenstein, extraña sobre todo porque todavía no me he dignado a leer el libro ni a ver la película clásica de Boris Karloff. No entiendo cuál es el cordón umbilical invisible que me une a la figura de este hombre, tal vez sea porque ambos somos verdes, y en cierto modo incomprendidos.

Tengo una pequeña colección de Frankensteins en una estantería de mi pasillo, la cual trato de engrosar siempre que tengo oportunidad, y realmente no podía dejar pasar ésta. Las encontré en Nueva York, tras visitar varias tiendas de cómics y muñequicos y decirle a mi novia que no me iría de esa ciudad sin encontrar un Masters of the Universe Classics y un coche de los Cazafantasmas, ambas cosas yo pensaba que fáciles de localizar en la gran manzana. Al final no encontré nada de lo que estuve buscando, pero volví con Frank y su novia, los cuales ya están juntos para siempre al lado de todos sus hermanos. ¿Tenéis un muñeco de Frankenstein que os sobra por casa? Ya sabéis mi dirección.

He aquí una de mis últimas fijaciones: los Airgamboys reeditados. Airgam Boys (antaño dos palabras independientes, ahora solo una) fue una serie de muñecos fabricados por la empresa Airgam, que alcanzó la cumbre de su popularidad a finales de los años 70, y principios de los 80, hasta su bancarrota a mediados de esta década. Eran una especie de respuesta española a los Playmobil (llamados Famobil en España durante sus comienzos más primigenios), y llegaron a existir cientos de millones de variedades distintas, desde militares hasta cowboys, pasando por buzos, médicos, carniceras, cortadores de césped, gladiadores romanos, miembros de Hare Krishna, futbolistas o vendedores de enciclopedias a domicilio. Daba la impresión como de si cada profesión del mundo tuviera su equivalencia Airgam Boy. Incluso existió una colección de temática espacial que me encantaba de pequeño, la cual incluía dragones rojos de tres cabezas y dinosaurios estelares, así como el último aliento de Airgam Boys antes de caer en el olvido, unas figuras llamadas Superfantastics y Superdiabolics que no eran sino plagios descarados de superhéroes clásicos, pero que por supuesto merecen un artículo independiente y especial aquí en el Escalón, el cual hará su aparición en algún momento del futuro lejano.

Los Airgam Boys reutilizaban moldes y accesorios como locos, y un marciano del Planeta Rojo pintado de verde podía ser comercializado de nuevo perfectamente como el malvado Piranha de los Superdiabolics, mientras que otro Superdiabolic, aquel denominado Spector que tenía una calavera a modo de cabezón, había sido vendido un par de años antes como un extraterrestre común.

Allá por el año 2003, Saica Toys decidió rescatar los moldes originales de los viejos Airgam Boys, y lanzar una nueva colección de unas 17 figuras. En su momento, lo cierto es que el tema me dio bastante igual, me resultó curioso ver Airgam Boys de nuevo en escaparates, y pronto dejé de verlos de nuevo. Pero es indudable que el destino necesita que me interese por ellos, ya que últimamente los está colocando en mi camino de forma incesante. Primero, encontré unos cuantos en un bazar chino, así de manera inesperada y a precio simbólico mientras compraba papel de regalo para envolver los presentes destinados a mis escasos seres queridos, y por supuesto tuve que rescatarlos y darles un nuevo hogar. Días más tarde, vi unos cuantos más en el escaparate de una papelería cercana a la casa de mi novia. Como sé que más o menos tienen buena relación, le pedí que se acercara en algún momento para preguntar su precio y, si éste era razonable, que me los regalara para Navidades. Y vaya, éstos eran casi el doble de caros, aduciendo la señora como pretexto que «son nuevos y han salido hace unos meses». Señora, no mienta, eso no es cierto. Estos muñecos salieron hace más de diez años, y seguro que llevan en su escaparate todo ese tiempo, a juzgar por los colores de sus cajas debilitados por el sol. No obstante, soy un alma débil, y le dije a mi novia que los cogiera todos sin contemplaciones.

Aquí tenemos dos ejemplos de mi creciente colección: un Sheriff, proveniente del bazar chino, y un Caco Ladrón, con su caja blanquecina tras pasar «solo unos meses» a pleno sol. Eso de Caco Ladrón es el nombre oficial del muñeco, desconozco si existen otros tipos de cacos que no sean ladrones, pero me resulta gracioso que exista una figura de ladrón, cuyo número de referencia es correlativo a las figuras de bombero, policía y médico, como si el caco ladrón fuera realmente un personaje presente y necesario en una sociedad moderna. Tal vez lo sea.

Las figuras en sí son como los Airgam Boys clásicos, con sus semblantes siempre sonrientes, sus manos sin dedos y su multitud de accesorios. No obstante, el plástico del cuerpo tiene un barniz diferente al de los antiguos, lo que provoca un acabado mate suavecín. ¿Qué más da todo esto? Lo que más me intriga es por qué en 2003 me daban igual estas reediciones y ahora me gustaría tener la colección completa. ¿Estoy involucionando?

De todos los remakes, reboots, desenterramientos y relanzamientos de personajes clásicos que han tenido lugar últimamente, el de Thundercats en 2011 fue absolutamente el mejor… y, por desgracia, también el más fallido.
Thundercats era una serie de dibujos animados que recuerdo ver en televisión alrededor de 1990 o 1991 acerca de unos felinos antropomórficos que luchaban contra Mumm-Ra, un tipo malvado y delgaducho que podía de repente convertirse en un gigantón saludable y musculoso como si hubiera comido anabolizantes a modo de cereales con leche. Sé que me gustaba bastante, que el doblaje era horroroso y que la animación era bastante buena, no en vano estaba realizada por un estudio japonés, pero no se puede decir que fuera un fan incondicional. Además, a veces me costaba diferenciar esta serie de Silverhawks, otra de temática no demasiado distante, ya que las solían emitir seguidas.

Hace un par de años, decidí darle una oportunidad a un remake que hicieron en 2011 de la serie original, y me la descargué de internet en inglés, no esperando grandes cosas de ella. Madre mía, es muy buena. ¡Muy muy muy buena! La ambientación sonora es perfecta, los diseños con algo de influencia japonesa también y, lo más importante, no sintieron la necesidad de hacerlo todo en tres dimensiones, como la maldita serie de las tortugas ninja actuales. El argumento es similar al clásico, pero con toques algo más oscuros y adultos. No en vano Tygra, el hermano del protagonista Lion-O, es un envidioso bastante rastrero en algunos momentos, e incluso termina quitándole a su medio-novia Cheetara.

Y hablando de Tygra, aquí está. Recuerdo que en la serie doblada al mexicano que yo solía ver, lo habían rebautizado como Tigro, ya que supongo que Tygra sonaba un poquitín afeminado. Afortunadamente, la serie nueva la vi en inglés, en la que también se llama Tygra, y desconozco si el mundo ha evolucionado por fin, o siguen existiendo las mismas represiones sexuales de siempre. Coincidiendo con la emisión en 2011, se lanzó toda una nueva colección de figuras y vehículos basados en el aspecto moderno, así como algunos muñecos especiales como éste, inspirado en el look clásico. Imagino que todo el mundo pensó que la serie iba a ser un exitazo, y que tanto los muñecos nuevos como los clásicos se iban a vender como churros rellenos de chocolatuzo. No fue así. La serie se canceló tras tan solo una temporada de 26 capítulos, los muñecos nuevos se podían encontrar amontonados en las tiendas, siendo posible comprarlos a peso como cuando vas a comprar maíces sabor barbacoa, y las figuras al estilo clásico como ésta… es posible que se vendieran un poco mejor, por eso del factor nostalgia entre treintañeros.

La encontré en una juguetería rancia de Nueva York durante mi anteriormente comentado viaje a la Gran Manzana de principios de diciembre, y para acceder a él tuve que subirme a una precaria escalera plegable de la cual casi me desplomo, y además durante el ascenso fui tirando accidentalmente un montón de cajas diversas al suelo mientras el dueño me decía «be careful». ¿Valió la pena semejante humillación?

Sí que valió, claro que sí. Tygra Classics tiene 143 puntos de articulación, muchos más de los que necesito para sentir que mi vida está plena de satisfacciones, incluye un par de látigos que terminan en una especie de escrotos rojos, los cuales además se pueden combinar para crear un enorme látigo más largo que la anchura de la estantería a la cual será confinado muy pronto, e incluso también tiene una mano extra, que puede reemplazarse por la mano derecha que viene colocada por defecto al final de su brazo, pero que parece más bien un artilugio masturbatorio de esos que venden para la gente solitaria que busca un mayor realismo en sus momentos íntimos.

Tygra realmente no es mi personaje favorito de la serie, y eso de ligar con la tía a quien estaba tirando los tejos intensamente su hermano es una perrería, valga el oxímoron, ya que estamos hablando de gatos, pero era el único disponible en la tienda.

Oh, ¿qué puede haber dentro de ese sobrio papel verde? ¿Cuántas colecciones de figuras clásicas de los ochenta comenzaban con la palabra «Trans»? ¿Transsexual Lords of the Mighty Iron Rock?

No, claro, eran Transformers. Recuerdo que, de pequeño, los Transformers eran una de mis grandes pasiones pero, sin embargo, no me consta haber tenido ningún muñeco, tan solo sé que tuve (y posteriormente perdí) la colección incompleta de cromos de Panini. Pero dibujaba un montón de Transformers cuando no estaba dibujando el Coche Fantástico, y creo que veía la serie, y creo que leía los cómics. Mi historia con los Transformers se resume a un gran y enigmático «creo», ya que no me explico recordar tanta pasión por estos robots que se transformaban en vehículos cotidianos de una manera absolutamente inverosímil, y por el contrario no haber tenido nunca ningún juguete. Sé que tuve un montón de robots que se transformaban en objetos variados con nombres tan variados y no oficiales como Trans-Robot o Changing-Bot pero, si hablamos de Transformers originales, éste podría ser perfectamente el primero para mí.

Lo hallé hace relativamente poco en una juguetería que, bajo algunas capas superficiales de juguetes modernos, escondía toda clase de sorpresas olvidadas de épocas pasadas, cubiertas por una generosa capa de polvo negruzco que evidenciaba su antigüedad. Tan solo había que retirar cuidadosamente las cajas apropiadas de Peppa Pig, para descubrir de repente una moto estrafalaria de las Tortugas Ninja de 1990.

Y del año 1990 data también este Protectobot, pero no estaba situado en una estantería al alcance de la mano, sino que su ubicación era en lo más alto de una de sus paredes, colgado en un gancho casi junto al techo. Y lo pude ver gracias a la estúpida costumbre que tengo de entrar en las tiendas mirando hacia el techo como un gilipollas. Para rescatarlo de su abandono de veinticinco años, la pobre dependienta tuvo que ascender por una escalera inestable, mientras yo aguardaba debajo mirando todavía al techo, pero esta vez a una esquina opuesta, en la que no había nada interesante.

No conozco muy bien la historia de los Transformers, pero me da que, en el año 1990 y habiendo transcurrido ya unos seis años tras su primera incursión en el mundo juguetero, los creativos de Hasbro debían estar ordeñando la vaca del filón que habían conseguido, y lanzando al mercado los máximos robots posibles antes de que pasaran de moda. Así, tenemos a este First Aid, el Transformer más moñas del universo, cuyo lema es «más vale prevenir que curar», como acostumbraba a decir mi abuelo. Un robot que llora y sufre pequeños cortocircuitos internos cuando ve una farola rota, y además tiene un láser con el que puede corregir tu miopía. No me extraña que no se vendiera y terminara relegado a estar colgado en un gancho cerca del techo para siempre. Se transforma de robot a ambulancia y viceversa y, al unificarse con sus amigos Blades, Streetwise, Groove y Hot Spot, que parecen nombres sacados de una película de policías renegados apartados de un caso pero que buscan venganza y justicia, todos juntos forman el gigantesco robot Defensor. Con lo cual, te veías obligado a comprarlos todos si aspirabas a crear un robot realmente digno.

El blister era obviamente nuevo, pero los veinticinco años de destierro habían hecho algunas mellas en su cartón mientras que, por alguna disfunción adhesiva, la burbuja de plástico tenía pinta de salir volando por la vibración que se produce cuando alguien se rasca la oreja cerca, así que se trataba de un firme candidato a ser abierto sin contemplaciones ni remordimientos.

Me pongo extremadamente nervioso con los rompecabezas u otras piezas de plástico que deben encajar perfectamente para que se transformen o funcionen, y no en vano he lanzado más de un cubo de Rubik por la ventana en pleno ataque de ira, porque además este tipo de tareas me hacen sentir que mi capacidad de destreza es nula. Por eso, comencé a seguir las instrucciones con algo de reparo pero, teniendo en cuenta que es un juguete para niños, el proceso de transformación está explicado paso a paso como si dichos niños fueran tontos, y el plástico que utilizaba Hasbro era relativamente potable, podemos decir que la transformación fue un auténtico éxito.

Este papel estampado con Santa Clauses acechando por la ventana sin atreverse a entrar esconde algo relacionado con lo anterior. ¿Qué podrá ser?

¡Otro Transformer! Pero algo me dice que éste no es del todo auténtico. Los Transformers quizá sean los juguetes más plagiados e imitados, infinitamente y hasta la saciedad, manifestándose durante décadas bajo formas y colores infinitos, y la mayoría de las veces con nombres inconexos que prometen mucho más de lo que ofrecen, como «Super Transforming Robo Warrior», «Trans Fighter Changer Soldier» o «Hyper Robot Vehicle Extra Fucking Awesome Man», siempre rozando los límites de la vulneración del copyright, y casi siempre equivaliendo a pedazos de plástico malo altamente rompible.

Simba, famosa empresa juguetera alemana que en los ochenta y noventa importaba de países asiáticos un montón de juguetes horribles que plagiaban a Transformers y Masters del Universo, entre otros, opta por la simpleza con esta colección de figuras, llamadas simplemente Galaxy Transformer. O quizás sea la colección Transformer, de la gama Galaxy, de la empresa Simba. ¿Qué más da, realmente? Lo importante es esa especie de fotografía con cámara de usar y tirar que le han hecho a uno de sus robots que, aparentemente, estaba apareciendo en una pantalla de televisión requemada, y esa cara verde dibujada que han superpuesto, la cual con evidente sorna parece estar susurrando «cómprame, no gastes todo ese dinero en un Transformer auténtico, yo soy casi igual pero más barato, cómprame y arruina las Navidades a tu maldito hijo».

Lo cierto es que, siendo sinceros, este Transformer tampoco está tan mal. Tiene neumáticos de goma, cosa que el auténtico que hemos visto antes no, posee un sistema de fricción mediante el cual rueda él solo durante algunos segundos y, lo más importante, SE TARDA UNA TARDE ENTERA EN CONSEGUIR QUE SE TRANSFORME EN ROBOT.

Es bastante horrible. Viene incluida una especie de hoja de instrucciones solo con dibujos en blanco y negro, de la que no entiendo nada en absoluto porque aparecen un montón de figuras distintas mezcladas y nunca sabes qué pasos seguir, y además el plástico está tan mal pulido y tiene semejante aspecto delicado, que temes que en cualquier giro mal efectuado, salgan volando veinte esquirlas y algunas ruedas.

Sin embargo, es innegable que, al menos de cara, son bastante más majos que los Transformers auténticos. Miradlo si no, con esas gafas enormes de sol y esa boquita de no andarse con tonterías. Casi dan ganas de llevarlo contigo a los bares y mandarle a por cubatas a la barra, dándole instrucciones del tipo «y dile al camarero que lo cargue más».

Fondo negro, ladrillos de contorno blanco, neones de colores… ¿qué puede ser esto, otro Transformer falso que brilla en la oscuridad?

¡No! Son los Uomini Artiglio, los Hombres con Garras, los mundialmente conocidos Uaky Taky. Basándose en la máxima irrefutable de que el atractivo de los objetos pegajosos como la Mano Loca y el Blandi Blub son directamente proporcionales al volumen de los chillidos que expulsa tu madre por la boca cuando arruinas la pintura blanca del techo pegándole mierdas, los Uaky Taky llevan este concepto un peldaño más arriba creando toda una gama de personajes antropomórficos.

Surgieron en España alrededor de 1992, y tal vez recordéis su spot televisivo, el cual incluía aquella pegadiza canción que decía «Uaky Taky Uaky Taky Eh! Eh!». Se podría criticar la simpleza de su letra, pero hey, Shakira ha conseguido grandes logros con estribillos similares.

No acabo de comprender el porqué de ese nombre, ya que Uaky Taky es más o menos la representación fonética de cómo se pronunciaría Walkie Talkie, y está claro que estos bichos no van a permitirte comunicar con nadie, a no ser que seas esquizofrénico o tengas un amigo imaginario al que le guste también jugar con cosas tan aburridas como ésta.

Los Uaky Taky están hechos de plástico semi-duro, pero sus puños son de un material adhesivo y elástico, exactamente igual que las mencionadas Manos Locas. La premisa del tema es que, al lanzar un Uaky Taky contra la pared, él solo va descendiendo poco a poco por la misma gracias a la pérdida de adherencia en sus puños. Cuando uno se despega, cae un poco hacia abajo y vuelve a pegarse, y así hasta que alcanza el suelo y te preguntas a dónde habrá ido ese preciado tiempo que acabas de perder.

No estoy seguro de si es un requisito primordial llevar ese atuendo de señor mayor que porta el niño cursi del dibujo, o levantar la piernecita realizando una pequeña coreografía para que la cosa funcione, pero está claro que hoy no es mi día de suerte. Mi Uaky Taky se pega tanto a la pared, que se queda allí adherido durante minutos en la misma posición, como esas lagartijas que te espían de forma traicionera hasta que las intentas coger y desaparecen por una rendija, y nunca cae como me prometieron en el anuncio.

Casi prefiero que sea así, y que mi Uaky Taky tenga algo de dignidad. Porque, sinceramente, estos personajes resultan bastante deprimentes. Su única labor en la vida se limita a desplomarse hacia abajo por una pared como unos mierdas pusilánimes moribundos, que se aferran a la vida de cualquier manera posible. Miradle la cara, ¡si está realmente triste! Yo creo que está llorando.

Esa cara me suena de algo… Perdón, quise decir esas caras. Pero parecen más mayores, ¿qué puede ser?

¡Two Fucking Bad! Tenía ganas de abrir uno de estos, pero me daba pena porque son tan majicos así, sin abrir, tan nuevos… Basta de tonterías, ¿qué soy, uno de esos tíos obsesivos que, no contentos con comprar juguetes a la tierna edad de cien mil años, no se atreven a abrirlos porque se devalúan o vete tú a saber qué otros oscuros motivos? Hoy lo abrimos, es una misión de los Reyes Magos.

¿Recordáis lo que solíais hacer en el año 2002? Yo peinaba unas largas greñas, con puntas abiertas incluidas, tocaba el bajo en un grupo nefasto, fumaba como un marinero pensativo, salía los viernes y sábados, dormía durante toda la mañana, e iba a clase por las tardes aunque solía quedarme jugando al futbolín en el bar de abajo. Entre toda esa vorágine de eventos que han provocado que hoy en día sea un don nadie, apareció una nueva colección de Masters del Universo y yo ni siquiera me enteré. O, si lo hice, no lo recuerdo.

Lo cierto es que, aunque mi interés por juguetes y tonterías no es algo reciente, por aquel entonces no tenía trabajo ni mucho dinero, y mis prioridades eran otras, principalmente comprar mucha música y costear calimochos y cigarrillos. Por eso, juraría que me di cuenta de que esta colección había tenido lugar varios años después.

Habiendo pasado ya un tiempo prudencial tras la penúltima encarnación de He-Man, en aquella extraña, futurista y destinada al fracaso colección llamada «The New Adventures of He-Man» de 1989, alguien en Mattel decidió que era el momento propicio para relanzar de nuevo a los personajes clásicos pero, por decirlo de alguna manera, reinterpretados y modernizados.

Como ya comentamos brevemente hace algún tiempo, estas nuevas encarnaciones de los Masters del Universo también fracasaron con relativo estrépito, dado que los niños de 2002 estaban más centrados en temas contemporáneos como Pokèmon, y los veinteañeros nostálgicos estaban, hum, estábamos más centrados en temas de veinteañero como pillar cacho por las noches y localizar alcohol económico.

Pero molaban mucho. Exceptuando algunas variaciones imperativas en los Masters del Universo, como por ejemplo He-Man con Armadura de Combate, He-Man con Sonidos, He-Man con Alas de Águila, He-Man con Armadura de Hielo o He-Man con Carro de la Compra de Combate, el 99% de las figuras eran personajes de toda la vida pertenecientes a la serie clásica, pero reinventados, con muchísimos más detalles, sin reutilizar tanto los mismos moldes, y con un aspecto mucho más estilizado y tal vez agresivo, gracias a sus diseñadores, los famosos Four Horsemen. Por desgracia, también dejé pasar la época en la que se liquidaban por 5 euros en las jugueterías, ansiosas por librarse del stock sobrante que nadie quería, y ahora son relativamente complicadas de conseguir, aunque no me importaría tener una estantería llena de ellos y cantarles canciones de folk acústico antes de ir a dormir.

Two-Bad siempre fue uno de mis muñecos favoritos, con sus dos cabezas independientes, cada una dotada de una personalidad antagónica a la otra, lo que provocaba que en la serie de animación siempre estuvieran discutiendo entre ellas porque jamás se ponían de acuerdo, momento que solía aprovechar He-Man para arrojarles una roca del tamaño de un autobús y sepultarlos en la mierda más definitiva.

El nuevo Two-Bad viene con un escudo muy reminiscente del que tenía la figura clásica de 1985 y, aunque ésta no incluía más accesorios, la nueva lleva una especie de trinchador de pollos gigante que se abre y cierra. Así como un taparrabos mucho menos revelador, ya que en 2002 los shorts de pelillo ya no estaban muy bien vistos, y las bermudas se llevaban por debajo de la rodilla. También incluye una pegatina, y unos muelles en los brazos que le permiten propinar diabólicos puñetazos a sus enemigos, no como la figura clásica, cuyos muelles solo conseguían que se pegara bofetadas a sí mismo.
¿Os imagináis lo que está ocurriendo en la foto, con no solo uno, sino dos pares de cabezas discutiendo entre sí a la vez? Muy pronto va a aparecer en la escena una roca del tamaño de un autobús.

Y ya está, hemos llegado al final, todo esto han dado de sí los regalos de los Reyes Magos de este enero de 2016. Me siento bien por una parte, pero mal por otra, ya que podría haber invertido todas estas horas en ir a mirar móviles, pulseras bluetooth, y poder por fin instalar un GPS aunque no tengo coche, y una de esas aplicaciones demoníacas que miden tus pasos y la distancia recorrida cuando sales a correr al parque. Y, en definitiva, convertirme en un adulto de una buena vez.

¿Cómo han sido vuestros regalos? Os han traído alguna estupidez similar a las mías que me haga sentir que no estoy solo en este mundo anacrónico en el que vivo? Contádmelo en los comentarios aquí debajo y… happy new year twenty sixteen everybody.