Hace muchos, muchos años, tuvo lugar una época muy insólita en la industria juguetera española. Una época en la que, al parecer, las legislaciones relativas al copyright, las marcas registradas y los derechos de imagen, no eran muy férreas precisamente, y multitud de empresas aprovechaban los diversos agujeros legales existentes para explotar los diversos filones que estuvieran de moda en cada momento, ya fueran series de televisión, películas o personajes de cómic, materializándose en una serie de juguetes que, totalmente carentes de licencia oficial, poco o nada tenían que ver con la realidad.

Fue una época, pues, muy insólita, la cual, desde mi más profundo respeto a todas aquellas empresas patrias ya tristemente desaparecidas, y sin absolutamente ninguna intención de crítica o desaprobación por mi parte, celebro que existiera, dado su elevado nivel de ingenuidad y, por supuesto, su potencial cómico. Ejemplo número uno: el coche falso de Batman.

Para mucha gente hoy en día, uno de los principales atractivos de franquear las puertas de un bazar oriental para comprar un tupperware barato, es invertir algunos minutos más allí dentro y dar un paseo por la sección de juguetes, observando toda esa retahíla de copias descaradas y económicas de juguetes más caros que se venden en tiendas de verdad, desgraciadamente inalcanzables en algunos casos debido al mencionado incremento en el precio. De manera similar a comprar un boniato en la frutería en lugar de un aguacate, porque son muy caros, desde hace ya décadas hemos podido encontrar dudosos «Electronic Little Monsters» cuando los Tamagotchi estaban de moda, o o extraños «Super Transforming Robot» cuando los Transformers eran populares, todos ellos fabricados con el plástico más nefasto y tóxico, y con las normas de calidad y seguridad equivalentes a cruzar una carretera reptando y con las manos esposadas. Curiosamente, este fenómeno no se limita a fábricas chinas en las que atormentados empleados ensamblan con desgana piezas de plástico llenas de rebabas a cambio de un cuenco de arroz, sino que, en España, un montón de empresas fabricaban juguetes «ligeramente» inspirados en cualquier cosa que apareciera en televisión, sin pagar ni una peseta en concepto de licencia, ya fueran los Masters del Universo, los ya citados Transformers… o Batman.

De mano de la clásica marca española Román nos viene este supuesto coche de Batman, dentro de una caja obviamente reutilizada de algún coche genérico anterior, la cual, por arte de magia y pegatinas superpuestas, se ha convertido milagrosamente en el vehículo del hombre murciélago. Los coches denominados «salvaobstáculos», muy populares hace unos treinta años, consistían en un vehículo con un par de ruedas giratorias situadas en su parte inferior, las cuales le permitían, al no poder seguir avanzando por haber chocado con un rodapié del pasillo o la cama del gato, variar su trayectoria aleatoriamente, provocando un efecto similar al de volver a casa en coche tras realizar una competición de chupitos de tequila de marca blanca con un desconocido barbudo en un bar sin taza en los baños.

Para sacar un mínimo de partido a este tipo de coches, pues, se requiere al menos el suelo de una habitación de tamaño medio. Sin embargo, el reverso de la caja nos muestra a un par de niños muy correctamente vestidos y extremadamente excitados, pretendiendo hacer funcionar no uno, sino tres coches salvaobstáculos en una mesa de un metro cuadrado, confiando en que dichos coches rebotarán al chocar con unos miserables bloques de Lego y realizarán todo un espectáculo de robótica moderna, circulando alrededor de toda la mesa. Eso evidentemente no va a ocurrir, ya que los coches atravesarán los bloques de mierda que no pesan nada, y terminarán rotos en el suelo, cosa que al parecer ya ha ocurrido, a juzgar por los neumáticos sueltos que se pueden ver encima de la mesa.

Como si de una historia por viñetas se tratara, en el lateral de la caja aparece otro criajo feliz en la misma habitación con paredes horribles, probablemente el hermano pequeño de los otros dos, que ya se han cansado de hacer el imbécil y se han ido a robar gominolas al quiosco de la esquina, con un auténtico corte de pelo al estilo cacerolo y las mismas pretensiones de hacer funcionar el mecanismo salvaobstáculos en un entorno totalmente inapropiado. ¿Es que le costaba mucho sentarse en el suelo y dejar de pretender lo imposible? Seguro que, hoy en día, es una de esas personas que se toman un ibuprofeno antes de salir de borrachera, porque les han contado que es un método infalible para evitar la resaca.

No soy muy experto en la trayectoria de Batman en absoluto, pero me da la impresión de que su coche jamás se llamó oficialmente Bat Car, sino que es más conocido como Batmóvil. Lo cual me recuerda unos de mis chistes favoritos que, junto al de Julio César, forman mi comodín especial durante esas infernales sobremesas en las que todo el mundo se pone a contar chistes estúpidos y la situación no parece tener fin.

-Robin, llevamos mucho tiempo juntos, y creo que ha llegado el momento de darte mi Batmóvil.
-¡Oh gracias Batman, es fantástico, llevaba años esperando este momento!
-Ok, apunta: 675 4692 112.

Hah. Tiene más gracia contado en persona, lo prometo.

El logotipo tampoco me suena que se corresponda con uno de los cien millones de variantes que ha tenido el emblema de Batman desde su primera incursión en 1939 y, revisando en internet, parece una versión alargada verticalmente de una serie de televisión del año 2004, evidenciando que en Román eran unos auténticos visionarios que se adelantaron treinta años a su época. Tal vez eso, o bien Warner Bros eran plenamente conscientes de la aparición de este juguete a principios de los años ochenta, y decidieron plagiar el logotipo ya plagiado, en un intento de aportar una especie de justicia poética a toda la historia.

La señora que me lo vendió al parecer había encontrado una gran cantidad de coches similares en un antiguo almacén de juguetes, y los estaba liquidando a precio de paquete de mortadela porque, según ella, no funcionaban. Obviamente, dadas las circunstancias, no podía dejarlos pasar. Está bien, en realidad sí podía dejarlos pasar y en su lugar comprar mortadela para alimentarme durante varios meses, pero no quería dejarlos pasar, no puedo mentir. ¿Y sabéis cuáles son las buenas noticias? Todos los coches funcionaban, y tan solo les hacían falta unos pequeños ajustes en su interior. Hablo en plural, porque este Bat Car es solo un ejemplo aislado de un pequeño lote de otras maravillas que tal vez vean la luz en estas mismas páginas en un periodo de tiempo indeterminado. Las reparaciones en cuestión fueron simples, muy simples, y tan solo consistían en abrir el coche y reubicar alguna pieza de plástico que se había salido de su sitio, o volver a colocar correctamente el conector de las pilas. Y os lo dice alguien para quien identificar con éxito el diámetro de la rosca a la hora de comprar bombillas le parece una auténtica proeza electrónica.

Como comentaba antes, no soy ni mucho menos un conocedor de la vida y obra de Batman, pero algo me dice que este coche no se parece una mierda al auténtico Batmóvil. Es un coche, es negro, y mucho me temo que ahí terminan las similitudes. Es como le digo a alguien que vivo en Neverland, el rancho de Michael Jackson. Tiene paredes, un techo, maniquíes de niños en el baño, y ya no se parece en nada más. Es broma, no tengo maniquíes de niños en el baño, los tengo en la cocina.

Ignoro si en aquellas épocas oscuras de hace treinta años existían réplicas exactas de vehículos populares, tal vez en el mundo adulto del modelismo y las maquetas pero, si eras un niño, disponías de innumerables opciones de poseer un Batmóvil o un Coche Fantástico en casa. El único problema era que… ¡ninguno se parecía una mierda a los verdaderos coches! Absolutamente todos eran modelos totalmente distintos, a los que los fabricantes habían colocado un alerón por aquí, una pegatina estúpida por allá, confiando en que la imaginación de los pobres niños haría el resto. Y lo hacía. Y colaba. Y es increíble pensar hoy en día que algo así era tan habitual por aquel entonces, ya que ahora sale a la venta una reproducción milimétrica del coche de Regreso al Futuro, y al día siguiente emergen veinte vídeos en Youtube de tíos quejándose de que la pintura de las llantas tiene un tono metalizado excesivamente oscuro. Es como si, para las empresas jugueteras de antaño, todos los coches del mundo fueran exactamente iguales, y solo se diferenciaran mediante pegatinas y alerones. Lo cual me haría personalmente la vida mucho más fácil, ya que no consigo reconocer los coches de mis amigos hasta que no están a un palmo de mi cara, chillándome que me monte de una maldita vez y deje de entorpecer el tráfico.

En el caso que nos ocupa, el departamento de márketing de Román cogió una especie de Renault o algo así, ya que todos los coches me parecen similares, le añadieron un par de barandillas negras de piscina y, con unas cuantas pegatinas traseras simulando llamaradas provocadas por una velocidad endiablada… ¡voilà, he aquí una reproducción exacta del Batmóvil! Pero también hay una misteriosa pegatina en la parte trasera, y un no menos enigmático botón blanco. ¿Para qué servirán?

«Pulsando el botón, hablo». Suena como una amenaza del tipo «si alguien se mueve, disparo», y no es para menos, ya que la principal característica del Bat Car es que, efectivamente, habla. Y como ninguna sucesión de palabras podría asemejarse a la experiencia de escuchar en primera persona los secretos auditivos que esconde esta maravilla de la tecnología obsoleta, he tratado de capturar en vídeo la conversación completa, para que nadie se vaya a la cama esta noche con angustia, duda, inquietud, o la sensación de haber tenido una vida incompleta.

Esa grabación se repite una y otra vez, siempre la misma, al pulsar el botón blanco. Esa estridente y desagradable grabación. Os aseguro que, mientras grababa el vídeo, mis tímpanos vibraban como si tuvieran dentro un abejorro desorientado, y todas las copas de la cristalería heredada de mi bisabuelo se resquebrajaron simultáneamente. Supuestamente se trata de una conversación por radio entre Batman y tal vez Robin, o la policía, o su madre, quienes le comentan que en Nueva York podrá localizar a su archienemigo Joker… Óker.. Joker… ¿Óker? ¿Quién es ese? ¿Qué hace en Nueva York? ¿Qué ha pasado con la J, se quedó durmiendo en Gotham porque no le apetecía madrugar? Es impensable que, después de haber plagiado el logotipo de Batman hasta el extremo, el tío que realizara esta grabación decidiera modificar sutilmente el nombre de Joker para evitar una posible denuncia por parte de DC Comics, así que la omisión de la letra jota es un misterio al cual jamás nadie conocerá la respuesta.

Tampoco estoy seguro de si la idea original de esta grabación era que sonara con voces extremadamente agudas en versión pitufo ebrio, o si tal vez el paso de mil años dentro de un almacén mohoso ha provocado el deterioro del mecanismo interno. Porque oh, menudo mecanismo. Hoy en día, gracias a los avances de la tecnología y el minúsculo tamaño de las memorias, es posible incorporar en un coche de diez centímetros la discografía completa de Elton John, incluyendo los discos aburridos, que son el 85% del total. ¿Pero por aquel entonces? Hace treinta años, la única manera factible era introducir dentro del juguete un aparatoso, y muy arcaico, tocadiscos en miniatura, incluyendo un disco pequeñico de vinilo o similar, conteniendo la pista a reproducir, y hasta una aguja. Al presionar el botón, la aguja desciende, el disco gira, y la tontada de Óker suena. Ahora imaginad tener un hijo al que le habéis regalado el Bat Car, y veros obligados a escuchar la misma grabación durante setenta veces cada tarde. Ese mecanismo era, al tratarse de tal vez la única opción de reproducir sonidos de este tipo, extremadamente popular en muñecas que lloraban, hablaban, o pedían papillas. Incluso recuerdo haber tenido una guitarra de juguete que utilizaba la misma técnica aunque, si no recuerdo mal, allí los discos eran intercambiables, aunque eran todos una auténtica mierda al tratarse de canciones de la tuna.

Estoy convencido de que alguno de vosotros tuvo este coche cuando era pequeño, y ahora se está preguntando «¿cómo diablos podía pensar que estaba jugando con el auténtico coche de Batman, si no se parece en nada?». Yo tampoco comprendo cómo aquella novia que tuve con 18 años que no se depilaba los sobacos me podía parecer guapa. Es el poder de la imaginación y la ingenuidad, ni más ni menos, en muchos casos ya desaparecido, pero del cual disponíamos a raudales en otros tiempos que, no sé si eran mejores o peores, pero seguro que mucho más simples. Final de párrafo trascendental: wgrecibido.