Nostalgia y cuarentones, una explosiva combinación que hace algunos años ya está viviendo un increíble apogeo entre la gente que, día tras día, descubre que sus vidas actuales difieren bastante de cómo imaginaban que serían cuando eran pequeños. Levantarse cada mañana cuando el sol todavía no ha salido, sabiendo que al llegar al trabajo le espera encima de su mesa un marrón cuya resolución lleva arrastrando varios días porque no sabe ni por dónde cogerlo, lo cual seguro provocará que su jefe pronuncie alguna frase tipo «así no podemos seguir, Martínez», mientras que después tendrá que hacer la compra, cocinar comida para varios días para introducirla con desgana en una gran cacerola dentro de la nevera, y llamar al fontanero porque su lavadora ha decidido explotar en un espectáculo acuático digno de una ceremonia de clausura de las olimpiadas no entraba dentro de los planes. Todos pensábamos que, cuando fuéramos viejos, nuestra vida consistiría en tener mucho dinero, ir a trabajar un ratito al día con un fabuloso maletín en la mano lleno de documentos importantes, y todo lo demás funcionaría solo. Todo lo anterior es solo un ejemplo no autobiográfico, mi vida normalmente no es tan lamentable, pero yo también siento habitualmente esa sensación de que antes todo era mucho más emocionante.

Las empresas que gestionan las marcas y franquicias del entretenimiento pasado conocen perfectamente nuestros conflictos en el trabajo o con nuestra lavadora traicionera, y saben que no hay mejor manera de perpetuar dichas marcas hasta el fin de los tiempos que apelando a nuestro anhelo interior de volver a sentir la satisfacción inmensa de la primera vez que abrimos aquel muñeco de He-Man en 1985 o vimos Robocop en 1991, tarde y en VHS porque cuando la estrenaron en el cine, tu madre te dijo que era una película muy violenta en la que moría un montón de gente y para verla tendrías que pasar por encima de su cadáver, y le dijiste entre sollozos que vale, que estabas de acuerdo con pasar por encima, y luego te arrepentiste porque realmente había sido una contestación muy cruel por tu parte.

¿La solución? Tazas, ediciones en DVD y Blu-Ray de las series de tu infancia, camisetas, gorras, pijamas, libros, figuras muy caras que colocas en tus estanterías y luego maldices su existencia cuando limpias el polvo… la lista es interminable. La consecuencia es que compramos todos estos objetos con la esperanza de que, por un instante, vamos a ser capaces de revivir la felicidad de un niño de 6 años cuya única problemática consiste en si al día siguiente podrá conseguir de alguna manera los 7 cromos que le faltan para terminar la colección. ¿Lo conseguimos? Realmente no, el recuerdo de la lavadora que ha convertido nuestra cocina en un balneario natural y de la comida que no se hace sola vuelve pronto a nuestro cerebro, y la vida adulta sigue su curso sin pena ni gloria. Pero seguimos comprando todas esas cosas. Y el éxtasis de la nostalgia ineludible llega, cada vez más a menudo, en forma de reediciones de muñecos antiguos y lanzamientos de nuevas colecciones de juguetes de los personajes que llenaban nuestras vidas hace varias décadas.

Normalmente suelo huir de este tipo de productos, principalmente porque aparecen en cantidades muy limitadas, o solo disponibles en algunos países, o extremadamente caros, o incluso su adquisición conlleva una batalla virtual con otras personas con lavadoras rotas, a ver quién es capaz de pedir sus preciados juguetes antes de que las unidades se agoten o la web en cuestión explote. Y todo ese proceso me provoca una extrema pereza. No obstante, de vez en cuando aparece algo que me toca la fibra especialmente y, además, veo que puedo conseguirlo sin demasiado esfuerzo ni tener que subastar mi bazo en la deep web, y eso fue lo que ocurrió con las reediciones de la primera hornada (o «wave», que dice la gente que ha olvidado cómo utilizar su propio idioma) de los muñecos de The Real Ghostbusters.

Lo he comentado en numerosas ocasiones, pero no está de más recordarlo. Los Cazafantasmas es mi película favorita de todos los tiempos. La he visto alrededor de 57 veces, en el cine, en televisión, en VHS grabado de la televisión, en VHS original, en DVD, en español, en inglés, incluso recientemente durante algún viaje en avión. Y con el paso de los años, he ido notando un fenómeno algo curioso. Cuando en 1998 comentaba abiertamente que era mi película favorita, las carcajadas que se originaban a mi alrededor se podían escuchar en Murcia. Últimamente, cuando vuelvo a reiterarlo, mucha gente me contesta cosas como «es buenísima tío», «qué grande cuando sale el muñeco de Michelín» o «tengo que ver si está en Netflix», y acto seguido se ponen a hablar de los Goonies o de Karate Kid. Es este estúpido auge de lo retro que nos está transformando a todos como sociedad.

En cualquier caso, aunque mi amor por la primera película de los Cazafantasmas es comparable al que siento por mis brazos, no puedo decir lo mismo de la serie de animación «The Real Ghostbusters», con la que jamás fui capaz de conectar. El hecho de que solo la viera durante las vacaciones en la playa con mi familia, los días de lluvia en los que no se podía hacer mucho más que introducirse en casa y ver la televisión, y en valenciano, imagino que no ayudó demasiado. Nunca llegué a comprender por qué Egon Spengler tenía un tupé rubio, por qué Ray Stantz era pelirrojo y con aspecto de oficinista cuya mayor felicidad son las marcas blancas de Mercadona, y por qué diantres nadie se dignó a hacer una serie en la que alguien se pareciera a los actores de la película. Al menos, el descubrimiento de esta serie dio por fin explicación al origen de ciertos muñecos que habían llevado felicidad a mi vida unos pocos años antes.

Porque sí, descubrí los muñecos de The Real Ghostbusters antes de averiguar que estaban basados en una serie de dibujos animados, allá por quizás 1989 o 1990 durante un viaje a Francia con mi familia. Es tal vez algo bochornoso reconocer que de tu primer viaje internacional a París recuerdas más unos muñecajos de los Cazafantasmas que la torre Eiffel, pero no os voy a engañar, en 1989 mi vida giraba alrededor de esa película, y si me hubieran dado a elegir entre un viaje en el tiempo al día de la inauguración de la torre Eiffel u otro al momento en el que se rodó la escena de cuando Peter Venkman dice «me ha moqueado», habría elegido este último sin dudarlo. Y hoy en día también, maldita torre Eiffel sobrevalorada.

Así pues, en aquellos grandes almacenes de París descubrí con asombro estas figuras que jamás había visto en España, y que me dejaron algo perplejo porque no encontré mucha vinculación con la película que ya por aquel entonces había visto unas doce veces. No obstante, el logotipo era el mismo, eran Cazafantasmas a pesar de que en el cartón ponía algo así como «S.O.S. Fantômes», el idioma del amor siempre restando seriedad al asunto, y conseguí que mis padres aflojaran algunos francos para comprar a Peter Venkman y Ray Stantz. Un poco más arriba, aunque algo complicada de distinguir, está la evidencia de toda esta historia: yo en el París de 1989 sosteniendo a Ray Stantz en mis manos. Ignoro el motivo de la existencia de esa extraña calavera en el fondo de la imagen, por cierto, aunque me encantaría tener más datos al respecto. Me permitiréis que oculte mi rostro, pero considero a mi yo de 1989 como un ente independiente que puede estar viviendo ahora mismo en otra dimensión paralela y, como tal, debo preservar su intimidad. Y tambien, porque no me gustaría que ahora mismo nadie gritara «vaya pinta de empollón».

Se trataba de la colección «Fright Features», tercera oleada ya de nuevas figuras aparecida en Estados Unidos en 1988, que contaban con la peculiaridad de un mecanismo, accionable apretando los brazos o piernas de los muñecos, que hacía que éstos pusieran caras de como si un mono les hubiera mordido los testículos. Me hacían mucha gracia cuando era pequeño, y aún hoy me parece una característica muy creativa. Más tarde me consta que estas figuras y algunas posteriores llegaron a España con normalidad, ya que recuerdo comprar un par más, como un Quasimodo que aún conservo y me recuerda al enfermero de cierta empresa en la que estuve trabajando hace muchísimos años, y un cartero que se convertía en un extraño monstruo y que también conservo pero no sé muy bien dónde, aunque no importa porque en realidad nunca fue de mis favoritos y me arrepentí nada más comprarlo.

Lo que ahora lanza Hasbro (actual poseedora de los derechos de la difunta Kenner, editora original de esta colección), son réplicas de las seis primeras figuras aparecidas allá por finales de 1986 y principios de 1987. O sea, los cuatro Cazafantasmas, el hombre Marshmallow (o Michelín apócrifo para los no iniciados), y el fantasma verde Slimer que en la película comía salchichas con la misma ansia que tú cuando volvías a casa por la mañana después de haber pasado toda la noche en la verbena de las fiestas de tu pueblo. Estas primeras figuras, que yo sepa, jamás llegaron a las jugueterías españolas, o al menos yo nunca las vi. Aunque no guardo ningún recuerdo sentimental sobre ellas, sí lo hago con respecto a sus hermanos Fright Features y sé que, de haber existido en España en su momento, me habría lanzado de cabeza a por ellas como si mi vida hubiera dependido de ello. Cuando leí la noticia de su relanzamiento, me pareció entender que iban a ser una exclusiva de Walmart o algunos almacenes similares de Estados Unidos, y que para conseguirlas en España iba a tener que librar una encarnizada batalla online para conseguir hacer una reserva, y posteriormente pagar cientos de euros, parte de mi ano y ofrecer como esclavo temporal a uno de mis hijos, con lo que poco a poco me fui olvidando de toda la historia.

Pero un buen día vi una preventa de los cuatro Cazafantasmas en una web española, a un precio bastante razonable que ni siquiera conllevaba poner en venta órganos, y no pude resistir la tentación, repitiendo mentalmente ese falso mantra que me está haciendo últimamente gastar más dinero del necesario en gilipolleces, el famoso «con lo que estoy ahorrando durante la pandemia…».
Creo que hice la precompra en junio, mientras que en la web ponía que se esperaba su llegada para septiembre, con lo que yo no contaba con ellas hasta quizás enero. Pero, oh milagro, en agosto ya estaban ocupando un espacio precioso en mi casa, que podría estar siendo utilizado por objetos más útiles o simplemente vacío, pero esta es la vida que he escogido.

Las figuras vienen empaquetadas en blisters que son reproducciones realmente fieles de los originales. Lamento no tener ninguno auténtico en mi poder para hacer la comparativa repelente y sacar hasta el último detalle en el que difieren, puesto que las diferencias existen y pueden apreciarse incluso si desconoces cómo era el diseño original, pero estoy seguro de que si os interesa todo ese tema, sabréis dónde encontrar las respuestas. Con lo de diferencias obvias me refiero a, por ejemplo, que la parte frontal del cartón viene en cinco idiomas, uno de ellos el español, porque no está la cosa en la industria juguetera como para hacer ediciones individuales con el idioma de cada país. Por su parte, el reverso del cartón viene en 235465 idiomas, creo que algunos de ellos incluso inventados, explicando básicamente que las figuras se venden por separado, un texto que ocupa estratégicamente la zona en la que, antaño, se anunciaba el Ghostzapper, un rayo protónico a tamaño real para disparar contra proyecciones de fantasmas en la pared de tu casa, que me habría hecho infinitamente feliz de pequeño, y que desgraciadamente no se va a reeditar.

También cabe destacar la actualmente inevitable enorme hoja, advirtiendo en los mismos 235465 idiomas anteriormente mencionados que los niños menores de 3 años pueden tragarse alguna pieza pequeña y provocar una desgracia mayúscula en casa. Hoja que, por cierto, estoy casi convencido de que los muñecos de 1986 no incluían. No sé si los niños actuales son más propensos a tragarse lo que no deben y abandonan la fase oral más tarde, o que muchos niños tragaron piezas inapropiadamente pequeñas durante varias décadas hasta que alguien, cansado de ser convocado a juicios constantemente, decidió poner fin a las denuncias adjuntando estas advertencias en papel. No sé, a mí jamás se me ocurrió tragarme piezas pequeñas ni beberme los productos de limpieza, ni siquiera cuando tenía 3 años, pero hey, no estoy juzgando a nadie.

Los cartones mantienen el diseño original con ilustraciones individuales de los cuatro Cazafantasmas desintegrando con alegría a otros tantos pobres fantasmillas distintos, y realmente invitan a mantenerlos sin abrir hasta el fin de tus días y llevártelos así a la tumba porque, en este caso, la gracia está más en el packaging completo que en la figura individual. Pero, como solo se vive una vez, aunque todavía confío en reencarnarme en forma de murciélago marrón, desde que averigüé que duermen 19,9 horas al día, hoy vamos a abrir uno de ellos para sopesarlo en nuestras manos y asentir mirando al infinito. Y el elegido ha sido el muñeco de Winston Zeddemore, porque… black lives matter y… bueno, porque se me cayó al suelo el otro día y se dobló una esquina del cartón. Finalmente, creo que es el personaje al que menos le importa estar dentro o fuera de su blíster. Si no, observad qué expresión tiene en su cara, como cuando preguntas a alguien si prefiere cenar tortilla o bocadillo de beicon, y te contesta «lo que quieras».

Al abrirlo he encontrado más plástico del estrictamente necesario y recomendado por la OMS, parece ser que los platos de plástico están prohibidos y cientos de barbacoas están siendo arruinadas por ello, dado que los platos de verdad pesan mucho, se rompen y es un coñazo sacarlos de casa, pero una figurita de un estúpido Cazafantasmas necesita plástico por fuera, y más plástico por dentro a modo de bandeja para mantener todas las piezas en su sitio. Hablo de memoria, pero juraría que en los originales no había tanta sujeción, el muñeco venía suelto dentro de su burbuja exterior, y no pasaba nada.

Cada personaje viene acompañado de su propio fantasma individual, fabricado en goma semiblanda de un solo color y, por supuesto, de su tradicional mochila con lanzador de protones, el cual, ante la dificultad de representar con plástico un rayo de luz, parece más bien el pis congelado de alguien que ha estado meando en el Polo Norte. Dicho pis, perdón, rayo de protones, es un plastiquete con forma ondulada, y se puede hacer girar mediante una pequeña palanca en la parte trasera del lanzador de protones.

Ciertamente, ahí terminan las características de acción de esta primera oleada de figuras, y aunque pueda parecer que la capacidad de diversión podría ser escasa, los niños que jugaron con esto en los 80 no debieron pensar lo mismo, ya que la colección se perpetuó durante unos cinco años, apareciendo cada vez más personajes con movimientos y funcionalidades cada vez más locos. Si bien es innegable que estas primeras cuatro figuras eran un poco sosas, también debemos recordar que, cuando éramos pequeños, nuestra imaginación todavía sin erosionar por las penurias de la vida adulta, las lavadoras estropeadas y la necesidad de cocinar alimentos para subsistir, nos permitía pasar tardes enteras jugando sin ningún problema con muñecos que lo único que hacían era menear un rayo con forma de pis congelado.

Hasta saber si Hasbro continuará reeditando el resto de la colección, incluyendo mis queridas Fright Features a las que, con total seguridad, seré incapaz de resistirme, concluiremos esta aburrida crónica con una foto de familia que incluye algunos de los juguetes de Cazafantasmas que más a mano tenía, sin necesidad de zambullirme en los confines de algún armario oscuro. Y sí, ese coche ECTO-1 es de Playmobil. Generalmente detesto todo lo relacionado con Playmobil pero, en este caso, es una manera bastante económica de tener una maqueta del coche de los Cazafantasmas, precisamente porque no parece formar parte del universo Playmobil.

Por culpa del COVID-19, que nos ha arrebatado lo poco emocionante que quedaba en nuestras vidas, el estreno de la nueva película de Ghostbusters se ha visto retrasado hasta algún momento del año 2021, pero aquí tenéis un dibujo que hice en 1990 y que debería ser un sustitutivo perfecto hasta entonces.