Debo reconocer que el miércoles 26 por la noche me encontraba un poco inquieto, a la par que medio muerto porque me había levantado a las 5:30 de la mañana, lo cual afortunadamente me ayudó a olvidar de lleno toda mi inquietud y dormir como un mandril. Al día siguiente partíamos hacia Alemania, y todo era tan incierto que no sabía muy bien qué esperar. Iba a ser la primera vez que No-Söund Effect tocara fuera de España, de hecho para todos nosotros iba a ser la primera vez que tocáramos fuera de España, algunos ni siquiera habían salido fuera de la península o volado en avión, no sabía si mi bajo de arañitas iba a llegar intacto, no sabíamos cómo sería realmente la gente que iba a ser nuestros anfitriones, no sabíamos si seríamos obsequiados con una lluvia de tomates y hortalizas varias cuando descargáramos nuestro glorioso set, perfectamente estudiado y reorganizado para cumplir las expectativas de un bar de moteros y, básicamente, yo no estaba del todo seguro de que volviéramos todos vivos a Zaragoza, la ciudad de los vientos ventoleros y de Fluvi, la gota de agua sin gas.

Hoy es miércoles 2 de abril, hemos cambiado de mes, la primavera comienza a hacer su eclosión por fin en nuestras vidas, el cierzo sopla con un ímpetu capaz de llevarse volando las pelucas de Don Dokken y Bret Michaels simultáneamente, Fluvi sigue impasible observando el horizonte en su lucha contra el agua con gas, hemos vuelto todos vivos tras haber demostrado la supremacía de los effects incluso en tierras alemanas, y por fin puedo invitaros a que me acompañéis en este pequeño resumen del tour más corto de la historia, del momento en el que el bogh’n’roll traspasó las fronteras, el Bogh über Alles tour ’08 de No-Söund Effect

Jueves, 27 de marzo
bogh über alles!

Hay gente a la que le gusta viajar. De hecho hay gente a la que le entusiasma viajar, y consideran las horas y horas de carretera, aeropuertos y demás estaciones variadas como algo fabuloso y más del 50% del valor del viaje. A mi no. Soy demasiado sedentario, me da pereza la mínima idea de pasarme horas dentro de un coche, los baños de las estaciones de servicio me dan asquete porque suele haber churretones de procedencia indeterminada en las paredes, me da miedo la carretera porque soy un cagao, me aburro acarreando maletas porque las lleno hasta los topes de un montón de cosas inútiles que luego ni siquiera uso, y tengo miedo de perderme y coger el tren o avión equivocado y aparecer en Filipinas rodeado de shemales carcajeándose de mi.

Por ello, el panorama del jueves no era de lo más halagüeño, ya que los siete que al final viajábamos a Alemania (Fernando, Sergio, Ismael, Tania, Diana, Carlos y yo) nos íbamos a pasar el día entero viajando. De Zaragoza a Barcelona en coche, de Barcelona a Frankfurt en avión, y finalmente de Frankfurt a Dortmund en furgoneta, hasta llegar al hotel Etap que habíamos reservado. Eso de que Etap fuera Paté escrito al revés no me daba una gran confianza porque me imaginaba las paredes resbaladizas y oliendo a grasuza, y el hecho de que en su web hubiera un banner en español en el que ponía «duerma astuto en Etap» me desconcertaba aún más, ya que jamás en mi vida me he levantado pensando «joder, qué astuto he dormido hoy«. He dormido de todas las formas posibles: mal, bien, poco, mucho, fatal, peor, nada, pero astuto la verdad es que nunca.
en el coche de camino a barcelona
Tras parar en un pueblo cercano a Zaragoza que ya no recuerdo cuál era para reunirnos con Ismael, Tania, Sergio y Diana, comer un pincho de tortilla y comprobar que mi concepto de «un solo largo» difiere del resto de la gente aquí en España, ya que la señora del bar me puso un café tamaño electroduendes, comenzamos nuestro viaje hacia Barcelona. Nos repartimos en dos coches, y yo fui con Fernando y Carlos en el suyo, ya que nosotros contábamos con el handicap de tener que acarrear mi funda del bajo, que pesa como un muerto, es más grande que la torre de la sardina, y efectivamente parece como si llevaras dentro al mismísimo Blackie Lawless ideando una de sus óperas-rock tipo The Neon God o incluso peor.
El viaje se hizo bastante llevadero porque era el primero del día y de ida, y ya sabéis que los viajes de ida son siempre mucho más emocionantes y llevaderos que los de vuelta, en los que no tienes ganas más que de llegar a tu cama a rascarte la oreja o caerte por la taza del báter de una gasolinera de carretera de Repsol y no volver a ver nunca más la luz del día. Fuimos escuchando el CD que había grabado la noche anterior en 10 minutos antes de irme a dormir, que sorprendentemente hizo las delicias tanto de Fernando como de Carlos, que difieren bastante en gustos musicales, y comiendo las patatitas y cositas varias que había traído Fernando de los frutos secos, como el aperitivo japonés ese, que jamás he sabido de dónde salen semejantes frutos secos tan extraños, realmente vendrán de japón? No tienen maíz, pipas, cacahuetes y cosas normales en Japón, que están ahí comiendo barras raras con cosas dentro y bolas extrañas con más cosas dentro?
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La alegría y la paz del viaje se truncó nada más llegar al aeropuerto del Prat, donde nada más traspasar sus umbrales unos amables mossos d’esquadra nos invitaron a parar y nos registraron hasta el dobladillo del calzoncillo en busca de cosas sospechosas. Desde que mis antecedentes penales van en aumento al haber sido multado recientemente con 120€ por el vandálico acto criminal de pegar un cartel en una farola debajo de mi casa, he optado por no dar más motivos para que mi expediente criminal aumente, así que el mosso que me registró las botas se quedó bastante perplejo de que dentro de ellas no hubiera más que calcetines y olorcete a quesillo. Hey, lo siento, supongo que aquel mensaje de «winners don’t use drugs» que aparecía en el Golden Axe realmente cumplió su función. Fernando no tuvo un cacheo tan exitoso como el mío, y su aventura del porro queda para ser narrada en otra ocasión más propicia.
La conclusión fue que perdimos media hora, perdimos al otro coche, tuve que desordenar mi maleta del bajo en la que encontraron un vinilo de Noisehunter en vez de un pistolón, con lo que me había costado rebozar mi bajo en papel de burbujitas, y fuimos informados de que «huy, pues os va a salir carísimo dejar el coche aquí cuatro días!«. Gracias mossos, fue justo la experiencia con la que estabamos soñando.
aeropuerto de barcelona, comiendo los bocadillos más caros del mundo
La última vez que volé en avión fue en 1997 cuando fui a Nueva York, pre-11S, pre-Bin Laden, pre-Euro, pre-Operación Triunfo, pre-muerte de casi todos los Ramones y pre-Ratzinger. En aquellos tiempos felices podías subir al avión una botella de 5 litros de zumo de tomate si lo considerabas necesario para tu régimen alimenticio, y tu walkman con cintas de Mötley Crüe y Queen no suponía ninguna amenaza para nadie. Ahora ya no. La máxima cantidad de líquido que puedes llevar contigo es de 100ml o algo así, lo cual seguramente da para apaciguar la sed de todo un pueblo de hormigas desnutridas. Afortunadamente, puedes conseguir fantásticos botellines de agua una vez pasado el control al inmejorable precio de 1,50€, por lo cual opté por arriesgarme a morir deshidratado antes de vencer mi ranciedad y pagar por un botellín diez veces más de lo que pago en el Sabeco.
También tienes que quitarte el abrigo, el cinturón, todo lo que lleves de metal (excepto el que lleves en las venas), y si tienes suerte también las botas, y dejarlo todo junto a tu equipaje de mano y el portátil si lo llevas, en unas cubetas de plastiquete gris horrible que aparecen por una cinta transportadora. Luego tienes que volver a ponerte todos tus cacharros de nuevo y guardar todas tus cosas, sin perder el billete y a la velocidad de la luz, porque la cola sigue avanzando, sudando la gota gorda y con el estrés de saber que estás entorpeciendo el tráfico en calcetines mientras te pones el cinturón y sujetas el pasaje con los labios, que luego se te queda pegado y no veas qué tirón y despelleje labial al quitártelo. Tuve la fortuna de pelarme el labio superior de esta forma tan absurda, y las pielecitas en mi labio me acompañaron práticamente durante todo el viaje.
esperando a la salida del avión mientras sergio ofrecía rock y activaba su roaming
Voy a confesaros en este preciso momento mi mayor fetiche y fantasía sexual: las azafatas de vuelo, seguidas de cerca en una segunda posición por las dependientas del Corte Inglés. Nada de enfermeras, colegialas ni mierdas similares, lo que realmente me hace suplicar al cielo un poco de consideración son las azafatas. Por eso, cuando asistí horrorizado a la visión de una de ellas poniéndole involuntariamente las tetas en la cara a Ismael mientras intentaba cerrar una compuerta de encima de su asiento, sentí tanta envidia cochina que a punto estuve de excluirlo de No-Söund Effect durante el resto del día con los poderes que me confiere mi boa de plumas. Desgraciadamente, y a pesar de reorganizar todas nuestras filas cambiando a gente de sitio para que nos tocara a todos juntos (lo que incluyó cambiar de sitio a un pobre hombre alemán al que no debió hacerle excesiva gracia, pero que no se pudo negar porque los alemanes son así de atentos y amables y afrontó la situación con gran deportividad), no tuve la suerte de que una azafata me pusiera las tetas en la cara a mi, principalmente porque yo estaba situado en el asiento del medio y las filas eran de tres, con lo cual la azafata en cuestión habría tenido que poseer tetas en forma de tentáculos para que se hubieran podido aproximar mínimamente a mi cara.
a fernando se le pasó rápido el miedo a volar, y se puso las gafas al revés por si había turbulencias
El vuelo transcurrió sin muchos incidentes destacables. La azafata que decía los mensajes por megafonía tenía voz de teléfono erótico, pero perdió todo el sex-appeal de golpe cuando dijo «por favor, no hagan aparato de usos electrónicos«. Fernando y Carlos, que experimentaban su primer vuelo, descubrieron que la cosa no tenía un gran misterio y era básicamente como ir en autobús pero con un mini-orgasmito al principio y otro al final, y con el detalle añadido de que se te taponan los oídos, hay gente que vomita y se ve a la gente como hormiguitas. Estoy de esa frase hasta el mismísimo zambrano.
por favor, no hagan aparato de usos electrónicos
Carlos y yo invertimos el tiempo del vuelo en hacer fotos voyeur a una pobre chica que, incluso a día de hoy, permanece en lo más alto de mi ranking de pobres chicas con belleza sobrenatural. Y eso sin ser azafata. La pobre chica debió coger complejo de Belén Esteban, Isabel Pantoja o de alguien similar perseguido por los paparazzis porque el revuelo incontenible que montábamos cada vez que se levantaba del asiento era considerable a la par que ridículo.
El único detalle negativo del vuelo de unas dos horas fue que en uno de los baños debía haber alguien desmayado, porque la puerta jamás se abrió, y que en el otro olía a vomitina y en esos casos siempre estás inquieto porque no sabes quién ha sido el creador de la misma y siempre te da la impresión de que te vas a apoyar o sentar en algún sitio lleno de vómito.
foto voyeur a la pobre chica de belleza sobrehumana
La llegada al aeropuerto de Frankfurt provocó el mayor número de emociones del día. Primero, mi bajo no aparecía por ningún sitio y ya lo estaba empezando a dar por perdido, esperando que al menos la persona que lo encontrara aprendiera a tocar con él dos o tres canciones de Stormwitch, hasta que Ismael lo halló por ahí tirado a cien metros de la cinta transportadora por la que circulaban nuestras maletas. Tras comprobar que, ¡oh milagro!, todo estaba intacto y no había partículas de mástil por toda la funda, y preguntar en información a un negro que casi me escupe bilis con lejía a la cara porque no sabíamos con qué compañía habíamos alquilado la furgoneta, el señor que estaba tras el mostrador de la empresa de alquiler de vehículos Budget nos informó con parsimonia que nuestra reserva había sido cancelada. Cancelada! Por quién?! Por qué!? Empezaba a ser de noche, el aeropuerto comenzaba a vaciarse, y allí estábamos siete tíos con maletas y guitarras a las afueras de Frankfurt, en el quinto pino de nuestro hotel en Dortmund, sin medio de locomoción y con más sueño que san Judas Tadeo el día aquel que decidió recorrer a paso ligero el Camposanto. Cuando ya estaba acumulando periódicos, cartón y un botellín de agua para confeccionarme una buena cama para pasar la noche en el aeropuerto y poder echar un traguico por si me despertaba a mitad, surgió la posibilidad de alquilar otra furgoneta que casualmente tenían allí, similar a la que inicialmente habíamos reservado, pero con siete plazas en vez de ocho.
sergio rodeado por los espectros que habitaban en aquel paraje, pero ya veis que se puso a bailar con ellos
Con el tema de la furgoneta finalmente solucionado gracias a la inestimable ayuda de Diana y su amplio conocimiento del alemán, Fernando y Carlos decidieron ponerse a jugar en mitad del aeropuerto con una pelotita de plástico que se habían encontrado por ahí, hasta que los mandamos a por algo de cenar. Ese algo resultó ser los kebabs más ilustrados que jamás había visto en mi vida. Tenían tantas cosas dentro, y nosotros teníamos tanto hambre, que exceptuando Carlos, el cual no parecía conseguir un equilibro en su kebab y dejó el suelo del garaje poblado de partículas de tomate, lechuga y salsas variadas, todos los demás devoramos los nuestros como el arcángel san Gabriel el día que descubrió la paella valenciana. Los kebabs tenían una amplio contenido de cebolla de esta que tiene la piel de fuera violeta, así que podéis imaginar el ambientazo que tuvimos en el viaje de tres horas hasta Dortmund, con siete personas regoldando efluvios de cebolla dentro de una furgoneta, mientras en la radio sonaba algo similar a Kiss FM pero en alemán.
fernando y carlos jugando con la pelotita que se encontraron
Afortunadamente, tuvimos la oportunidad de parar a mitad de trayecto para airearnos un poco, eliminar los reductos de cebolla de nuestro aliento, fumar los que lo necesitaran, y hacer el memo plenos de excitación porque habíamos encontrado una zona llena de nieve, ya que los augurios nos habían prometido un viaje lleno de lluvia y carreteras nevadas, pero hasta el momento no habíamos visto ni una cosa ni la otra (afortunadamente). Nuestra parada tuvo lugar en una especie de zona de estacionamiento de camioneros, con lo cual tuvimos que escuchar con semblante serio la perorata de Carlos diciéndonos que no debíamos hacer mucho ruido porque seguramente dentro de los camiones habría gente durmiendo, ya que desde que se ha sacado el carnet de camión está como muy concienciado con el fabuloso mundo de los transportistas. Yo la verdad es que sólo deseaba llegar a donde fuera que hubiera una cama, ponerme el pijama y cantar Breaking the Chains de Dokken por la ventana.
nieve y camioneros durmiendo
Gracias a los milagros de la técnica y del GPS, ya que sin él me imagino que todavía estaríamos dando vueltas en furgoneta, cagándonos en los camioneros, en la nieve, en alemania y en las azafatas mientras buscábamos el hotel, llegamos en menos que canta un colibrí italiano. El hotel Etap era uno de estos hoteles prefabricados, donde todo es como si lo hubieran puesto así de repente con una grúa enorme, todos los hoteles de la misma cadena en todo el mundo son exactamente iguales, las habitaciones son estándar, y las paredes son así como de plastiquete rígido, y tienes una sensación generalizada de que te vas a tirar un pedo y los tabiques van a explotar.
En lugar de llaves, las puertas se abrían con una combinación de cuatro números que había que introducir en un pequeño teclado que había en ellas. Gracias a las reglas mnemotécnicas, esas que consisten en conseguir acordarte de algo relacionándolo con otra cosa, y que tan mal resultado me dieron cuando las intenté aplicar en BUP y COU, Carlos y yo nos aprendimos misteriosamente rápido la clave de la habitación de Fernando, que si no me equivoco empezaba por 135, y eso sonaba a «un pobre chico» o algo así. Así que nos dedicamos a entrar de forma aleatoria en su habitación durante la primera parte de la noche como si fuera nuestra casa, sin motivo aparente, aunque como siempre que entrábamos nos lo encontrábamos en calzoncillos, sentado en la cama y viendo un documental sobre Franco (efectivamente, en la televisión alemana estaban poniendo un documental sobre Franco, aunque Fernando nos juraba y perjuraba que hasta ese momento habían estado poniendo porno del de toda la vida), nos cansamos y decidimos sacar un par de cervezas en la máquina expendedora (que también tenía disponible una especie de cola-cao llamado Chocamento que nos hizo gracia) y perder el tiempo en la habitación que compartíamos hasta que nos entrara sueño.
ismael, vas a despertar a los camioneros con esa guitarra
Las habitaciones constaban de dos literas y una especie de habitáculo con un báter sin tapa, una ducha sin puerta y un extraño artilugio colgado en la pared que, después de cavilar mucho, decidimos que era para alisarse los pelos del pecho, aunque Fernando nos demostró al día siguiente lo equivocados que estábamos al ofrecernos la teoría, mucho más factible que la nuestra, de que realmente servía para eliminar en mayor o menor medida el agua y el desastre que se creaba cada vez que te duchabas en la ducha sin puerta.

Todavía no se por qué motivo, pero me pedí la litera de arriba para dormir. Fue entonces cuando descubrí el verdadero significado de «duerma astuto en hoteles Etap«. Al parecer esa frase significa «jódase las plantas de los pies al subir por la escalerilla hasta su litera, tápese con una extraña sábana muy grande redoblada, enfríese con nuestras mantas a través de las cuales puede ver paisajes y rómpase los dientecicos al bajar de nuevo al suelo». En serio, seguro que si os digo que se me quedaban los pies como patatas podridas cada vez que subía a mi cama o bajaba de ella pensaréis que soy un bujarrín o un pupas, pero os aseguro que eran las escalerillas más diabólicas que he tenido la desventura de pisar en mi vida. Cada vez que querías subir, quisieras o no, pasabas entre 30 y 40 segundos enfrente de ellas haciendo amagos porque no sabías cuál era la mejor posición para afrontar la situación, y de hecho… no había una posición mejor! Si pisabas con el centro del pie, éste se te doblaba en forma de U al revés y se te juntaban los dedos con el talón. Si pisabas con los dedos, te quedabas sin metatarso. Y si pisabas con el talón, corrías el riesgo de, dada la naturaleza redonda de los escalones, hacer un boquete en la pared de enfrente con tu cara. Preferiría ser secuestrado por un comando de hienas coprófagas antes que tener que subir o bajar de ese sitio una vez más.
vamos a hacernos chocamentoos!
El día estaba a punto de acabar, y teníamos que irnos pronto a dormir, ya que habíamos estado algo así como 16 horas viajando, y el día siguiente, viernes, prometía ser también bastante largo y lleno de emociones como conocer a Josh, cantante de Past M.D., a Hanny, ex-cantante de Noisehunter, firmas de vinilos, visitas a sitios variados y, en definitiva, iba a ser nuestro primer día de verdad en Alemania.
Aún con todo, mientras terminábamos nuestras birras, nos dio tiempo a ver posiblemente el programa más absurdo de la televisión alemana. Era una especie de zapping con escenas de mierda de otros programas, y estaba presentado por una tía buenorra que aparecía con diferente trajecito y pose cada vez que presentaba una nueva escena. Me imagino que sería algún programa de estos de relleno con videos variados, que si lo ven cuatro personas es porque la presentadora está buena, como ese de videos de impacto de Carolina Cerezuela que ponen en la Sexta, que tiene más barridos de los jamones de Carolina que videos de aviadores ostiándose en un vuelo sin motor o de perros graciosos.
Así que, tras ver una buena retahila de videos en los que no entendíamos nada pero que eran de un programa tipo «el diario de Patricia» en los que siempre acababan a ostia fina, uno de un tío con bigote que decidimos que era Freddie Mercury, que había vuelto a la vida no para escribir la segunda parte de Bohemian Rhapsody ni para despedirse de Brian May sino para ser ostiado por una negra con trenzas que tenía al lado, y sobre todo, un video de una tía gorda que se ponía a bailar mientras un pobre asistente del público comenzaba a vomitar del asco que le producía (qué blandito), decidimos que ya había sido suficiente y nos fuimos a dormir astutos.

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