Algunos de nosotros, sobre todo Fernando y yo, podríamos pasarnos durmiendo intervalos enteros de 36 horas. Por el contrario, Sergio, Ismael, Tania y Diana son del club de fans de levantarte los días de fiesta a esas horas en las que sólo hay por la calle extraños ancianos con una barra de pan y borrachos que vuelven a casa haciendo zig-zag. Carlos supongo que cae en una categoría intermedia. Así que decidimos quedar todos a una hora más o menos razonable, las 9:30, para desayunar tranquilamente ya que habíamos quedado con Josh a las 11.
por las grises calles de Dortmund
Josh es el cantante de Past M.D., el grupo que nos había invitado a tocar en Alemania, de una forma muy inesperada y sorprendente. Si habéis leído mi artículo sobre Stranger, sabréis ya la fascinación cuasi-obsesiva que siento por la discográfica GAMA Records, y la idolatría que profeso por el 90% de sus grupos. Midnight Darkness era uno de ellos, aunque si a grupos de GAMA como Stormwitch o Tyrant, que eran tal vez los más longevos y conocidos, normalmente no los conoce ni el tato si sacas el tema a la hora del café en el curro y similares, a Midnight Darkness posiblemente aún los conozca menos gente. Editaron un solo disco, Holding the Night, en 1985, y se separaron justo después por motivos variados, con lo cual Midnight Darkness terminó casi incluso antes de empezar. Josh, el bajista Klaus y el guitarrista D.P. formaron un grupo glam, muy al estilo que estaba de moda por entonces en USA, llamado Bornchild con el que estuvieron girando hasta 1990 y grabando un montón de demos, pero la cosa no terminó de cuajar y nunca llegaron a tener un contrato discográfico o a grabar un disco. Bornchild se separaron en 1990, y Josh y D.P. no volvieron a encontrarse hasta 14 años después, cuando en 2004 comenzaron un nuevo proyecto juntos que resultó ser Past M.D. (algo así como un guiño a que es un proyecto posterior a Midnight Darkness).
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Como buen fan obsesivo que soy, en cuanto descubrí que dos ex-miembros de uno de los grupos de mi adolescencia volvían a estar juntos haciendo música, les mandé un mensaje via Myspace diciéndoles que me molaba mucho el disco que sacaron, y haciéndoles un montón de preguntas sobre detallitos de aquellos años que sólo me interesan a mi. Me imagino que Josh (el encargado de administrar el Myspace de Past M.D. y con el que contacté primero) se quedaría un poco anonadado de que, de repente, apareciera de la nada una especie de groupie español, que cuando Midnight Darkness existían tenía 5 años, preguntándole cosas como qué aspecto tenían los estudios Spygel o qué solían merendar durante las grabaciones. Josh resultó ser un tío muy majo, que no tenía ningún problema en hablar de los viejos tiempos, así que mi felicidad no conocía límites y comenzamos a escribirnos de vez en cuando.

Cuando le dije en plan de broma, pero que si colaba, colaba, que si necesitaban unos teloneros contaran con nosotros, no esperaba que a las pocas semanas me dijera que podíamos ir a tocar con ellos el 29 de marzo en Witten, en el primer aniversario de un bar/sala de conciertos de moteros. Principalmente porque alguien que lleva tantos años en la música tiene que conocer a un montón de gente, demasiada como para invitar de repente a un grupo español que acaba de conocer hace tan sólo unos meses. Y porque la música que aparecía en nuestro Myspace tenía ya un par de años, y no reflejaba realmente cómo suena No-Söund Effect hoy en día, suena mucho más suave y melódica, tal vez no la más indicada para un bar de moteros (aunque yo estaba seguro de que el sonido actual sí que ablandaría el corazón de los moteros alemanes), y me sorprendió gratamente la confianza que Josh puso en nosotros, que podíamos ser un grupo que no pegara ni con cola, o un aburrimiento, o una panda de desgraciados, o unos principiantes, o un grupo de travestis, o unos psicópatas, o un club de coprofagia, o zoófilos ninfómanos, o cualquier otra cosa que os podáis imaginar. Al fin y al cabo, el que iba a quedar fatal si el grupo español resultaba ser una puta basura era el bueno de Josh, y el hecho de que el hombre se arriesgara así por las buenas a invitarnos le hizo ganar 50 puntos de popularidad en mi libro de tíos majos.

Tras esta pequeña introducción sobre Midnight Darkness, los clubs de coprofagia y mi obsesión con GAMA Records, volvemos al hotel. Carlos y yo fuimos incapaces de salir de la habitación a tiempo para desayunar, ya que entre duchas, afeitados, retoques de pelillos de la oreja y acicalamientos variados, que a veces somos peores que Paris Hilton preparándose para salir de juerga, traspasamos la puerta de nuestra habitación 123 a las 10 de la mañana, justo la hora a la que acababan los desayunos en el hotel.alemania02_01.jpg
Nuestro hotel en el que dormíamos astutos estaba situado en una especie de zona residencial a las afueras de Dortmund, bastante lejos del centro, y en la que no había más que calles interminables, viviendas unifamiliares, alguna tienda de periódicos y chicles, y un par de extrañas pizzerías que sólo abrían un rato al día entre semana, y medio rato al día los fines de semana. Así que decidimos ir a la gasolinera de cerca del hotel para conseguir un café y algo medianamente sólido para desayunar. Sacar un café en una máquina alemana es toda una lotería, porque si exceptuamos Capuccino, que al parecer es igual en todos los idiomas, el resto de modalidades de café tienen unos nombres bastante poco intuitivos para los que no sabemos alemán, y siempre te da la impresión de que hay trampas para turistas que ponen para putear y hay un botón en el que realmente pone «semen de burra» o «caspa podrida de grillo loco». Gracias de nuevo a la inestimable ayuda de Diana, con nuestro café y pastelito variado en la mano, y tras ver una tienda que tenía pintados en su fachada unos extraños dibujos sospechosamente similares a Mortadelo y Filemón (sinceramente lo último que esperaba ver allí), divisamos a lo lejos que se acercaban Josh y Frank, siendo este último el bajista de Past M.D.
fernando y josh
El momento histórico de conocer por fin en persona al cantante de Midnight Darkness sólo se vio empañado por el hecho de que me pilló tragando café y masticando una especie de brazo de gitano que me había comprado a medias con Fernando, no fue la forma más correcta de saludar a alguien que acabas de conocer, pero es que tenía mucho hambre.
Conocimos también a Frank, que había estado un tiempo en España y chapurreaba algunas frases tan útiles como «vamos titis», «arroz, Catalina» o «gilipollas», aparte de que conocía perfectamente la diferencia entre «pollo» y «polla».
Mi amigo Emilio, el viajero perpetuo, me había dicho pocos días antes que él ya nunca llevaba frutas de Aragón como regalo de Zaragoza porque había descubierto que nunca le gustaban a nadie. A pesar de eso, decidimos llevar a Josh como souvenir una cesta de frutas de Aragón, una botella de vino y un adoquín. El momento de explicarle en inglés qué era el adoquín fue complicado, y sospecho que Josh se quedó con la impresión de que le habíamos llevado como souvenir una especie de piedra de mierda para chupar. Cogí mis vinilos de Midnight Darkness y Noisehunter, mi rotulador blanco, Carlos y yo montamos en el coche de Josh con Frank, el resto subieron a nuestra fabulosa furgoneta Volkswagen Minivan, y nos pusimos en camino hacia Wuppertal, la primera parada de nuestro día turístico.
filemón?
Wuppertal es el pueblo natal de Josh, según me contó nació encima de una colina en una casa algo apartada del pueblo, y al parecer eso de la soledad y la tranquilidad le sigue llamando la atención, ya que nos comentó que se acababa de mudar de casa a un pueblo de poquísimos habitantes sin tiendas, bares ni básicamente nada. Se me ocurrió la fabulosa idea de que Josh podía montar una tienda de algo, y su mujer podía comprarle cosas algunos días, y otros invertir los papeles y ser Josh el que comprara y su mujer la que vendiera. No se si pondrá en práctica mi plan, pero realmente fue la mejor opción que se me ocurrió en ese momento.
Cuando me dijo que era su pueblo natal, todos nos imaginábamos un sitio pequeñísimo tipo Villacangrejo de Ebro, pero Wuppertal resultó ser un sitio enorme, con un valle lleno de praderas verdes a un lado, y con todos sus puntos intercomunicados por el famoso Schwebebahn, que es una especie de monoraíl sujeto a la vía por el techo. El Schwebebahn y la aspirina, que fue inventada en Wuppertal por el señor Bayer, son las dos aportaciones más importantes de este sitio a la humanidad, así que como a nadie le apetecía tomarse una aspirina así medio en ayunas, decidimos montarnos en el Schwebebahn.
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El Schwebebahn (trenecico a partir de ahora) es como un autobús pero mucho más divertido, porque está lleno de tías buenas y cuando se para hace un movimiento así pendular que debe ser fantástico para cuando vuelvas borracho a casa. Tiene un montón de paradas e intercomunica una punta del pueblo con la otra. Pensábamos bajar a mitad, pero como realmente se hace muy corto, al final hicimos el recorrido completo, así tuvimos tiempo de intimar un poco más con Josh y Frank, y descubrir que el Estadio de fútbol de Wuppertal hace también las veces de Zoo. Para romper un poco el hielo, sugerí que a lo mejor los animales se ponían a jugar al fútbol por la noche, cuando nadie los miraba, pero no se si tuve excesivo éxito.
trenecico
La otra punta de la ciudad era básicamente igual que desde la que partimos, aunque tal vez tenía más aspecto de centro, y dado el tiempo que estuvimos en ella, una media hora, puede decirse que hicimos todo el recorrido del trenecico para comprar cosas en un supermercado.
Los alemanes beben cosas bastante extrañas. Al parecer el agua mineral sin gas debe ser un bien preciado y escaso como si intentaras comprar un disfraz de comadreja en un pueblo de esquimales. En cambio, las estanterías están llena de agua con gas, y agua con sabores tan diversos como piña, manzana o melocotón. Cogimos cada uno una botella de agua con sabor variado, que luego resultaron ser todas una puta porquería imbebible que en vez de calmar la sed te daba deseos de cortarte la lengua y lanzársela a los caimanes, y un montón de paquetes de chicles exclusivamente alemanes. Poco después, descubrimos con horror que a los chicles alemanes se les va el sabor en cuatro minutos escasos, y el resto del tiempo te lo pasas con una especie de bola semielástica en tu boca sin ningún tipo de sabor.
carlos y josh debatiendo sobre las virtudes del sol y sombra
Tras la apasionante visita al supermercado, cogimos el trenecico de vuelta, pero esta vez no había donde sentarse, no había tías buenas, y sólo teníamos al lado a una buena mujer, que seguro que estaba maldiciendo la hora en la que se había situado a nuestro lado, ya que Fernando y Frank comenzaban a descubrir que tenían una gran afinidad, y ambos estaban haciendo una demostración de aspavientos y sonidos raros marca de la casa de Fernando.
Decidimos que ya estábamos hartos de tanto trenecico y tanta agua repugnante con regusto a manzana, así que nos pusimos en camino dirección a Colonia. El agua con efluvios de sabores nos había dado a unos cuantos unas ganas de mear indescriptibles que se acentuaron durante el viaje hacia Colonia, con lo cual no recuerdo mucho de ese trayecto excepto unos deseos irrefrenables de tirar el chicle de cereza, que llevaba algo así como dos horas sin ningún tipo de sabor, y la vejiga más prieta que jamás he llevado, deseando llegar a cualquier sitio que tuviera un báter, un agujero standard o una simple pared. De tal manera, la primera visita nada más llegar a Colonia fue a Saturn, la tienda más enorme de discos de la ciudad, pero no cipolla!
a comprar discos, sino a hacer uso de sus baños, que por cierto apestaban a diarrea líquida de semejante forma que todos los que entramos deseamos no haber nacido jamás. No obstante, Ismael aprovechó para comprarse un CD de Dream Theater, cosa que no celebré en absoluto porque me aburren más que observar la fabricación de unas zapatillas de cáñamo, Josh se compró uno de White Lion, Carlos le echó el ojo a uno de Testament y yo me maravillé al descubrir que existía una sección específica de Stormwitch. Me hizo tanta ilusión que sólo por eso compré la reedición de Walpurgis Night por 18,99€, algo así como 3 veces más de lo que me habría costado si lo hubiera comprado online, pero hey. Soy idiota? Sí.
el baño de Saturn salvó la vida a nuestras vejigas
Colonia es una ciudad enorme y con un tráfico bastante agobiante. Es imposible aparcar, y al parecer la grúa se te lleva el coche sin ningún tipo de miramiento. Además, según nos contó Josh en uno de nuestros múltiples viajes al parkímetro para echar más dinero, ya que nuestras visitas a tiendas de vinilos y similares se alargaban más de lo necesario, es la capital alemana del mundo gay, así que durante uno de esos viajes, en el que nos perdimos irremediablemente por las callejuelas de Colonia buscando la furgoneta, y sospecho que hicimos algo así como veinte circunvalaciones hasta que la encontramos, decidimos que el DVD que editaríamos de la gira alemana de No-Söund Effect se llamaría «Lost in Gaytown«. Todavía no estoy muy convencido de cumplir la promesa.
Como puntos positivos de Colonia, cabe destacar que mires donde mires siempre ves casas y arquitectura típica alemana de los siglos XVII y XVIII, de esas que parece que en cualquier momento va a asomar Mozart por una ventana a gritarte «cuidao!!«.
lost in fucking gaytown!
Colonia es también una ciudad realmente limpia, tanto que si te pillan tirando una colilla al suelo te pueden multar con 40 euros, si no recuerdo mal. Eso me hizo recordar que tendría que tirar 3 colillas al suelo de Colonia para igualar el importe de mi multa por poner un cartel en una farola de Zaragoza. En cambio, no parece haber ninguna ley contra los chicles y las mierdas de perro en las aceras, ya que éstas estaban totalmente plagadas de ambos, tanto que algunas aceras de calles secundarias parecían un auténtico campo de minas, no en vano Diana pegó una patada involuntaria a una caquina de perro que afortunadamente estaba reseca y simplemente voló por los aires durante unos segundos.

Llegó la hora de comer, y Josh estaba bastante emocionado con llevarnos a probar el típico Currywurst, que son salchichicas a trocitos con salsa de curry, muy a pesar de Fernando, que llevaba varias horas con el codillo alemán dando vueltas dentro de su mente, un codillo que aún tuvo que esperar 48 horas para degustar.
Josh demostró su temple, paciencia y saber estar en el momento en el que tuvo que transmitir a la camarera los menús de siete españoles que cambiaban de parecer cada cinco segundos. El mío con agua. Yo no quiero curry. No hay agua sin gas? pues entonces Fanta. De limón. Mejor de naranja. Yo salchichas no. El agua me la cambias por coca-cola. Cuando me estaba temiendo que Josh iba a perder la calma y nos iba a meter a todos una salchicha con curry por el santísimo ano, el hombre hizo todos los cambios necesarios para que todo el mundo tuviera su menú a su gusto. Desgraciadamente, no fue la última vez ese día en la que Josh tuvo que demostrar su paciencia.alemania02_02.jpgla foto en la que todo el mundo dice algo, pero nadie se mira a los ojos
La verdad es que el currywurst estaba cojonudo y me habría comido siete raciones, pero decidí no abusar no me fuera a ir patas abajo en algún momento poco propicio, que cuando estás de viaje nunca se puede confiar en lo inesperado. Carlos se ganó a pulso que alguien dijera de él que «he eats everything!«, ya que fue recogiendo las miguitas de todos los platos y comiéndoselas cual hormiguina.

Una vez hubimos terminado de comer, y con la lengua todavía haciendo ruiditos de peta-zetas por el curry que habíamos ingerido en cantidades industriales, procedimos a visitar las partes fundamentales de Colonia, bajo la amenaza de lluvia de un cielo que cada vez se ponía más negro y que parecía la escena esa de Ghostbusters en la que todos los fantasmas están a punto de salir disparados de golpe para amargar la vida a Peter Venkman.
La catedral de Colonia es, como dirían nuestros padres o cualquier adulto aburrido que se hubiera ido de viaje a Alemania y nos lo estuviera contando, «impresionante», y el ambiente de brumas negras que comenté antes le daba un aspecto mucho más amenazador, sobre todo a las la catedral de Colonia, con sus gargolicasgárgolas que poblaban sus cornisas y que tanta emoción provocaron en Fernando, que en cuanto las vio comenzó a exclamar «ahí va!! hay gárgolas!!» y a hacerles fotos cual japonés cualquiera.
the bogh squad
Las catedrales están muy bien para un rato, pero nuestro afán consumista nos llevó a solicitar a Josh que nos indicara dónde estaban situadas las tiendas de vinilos en Colonia porque ya sabéis, ¿de qué sirve viajar si no te puedes llevar un vinilo de recuerdo?
Las que visitamos la verdad es que eran bastante decepcionantes. Los precios eran altos, había una en cuya sección «EMO» podías encontrar a Metallica o Morbid Angel (todavía tengo que ver a Trey Azagthoth con flequillito tapándole media cara y haciéndose auto-fotos para el myspace), y la variedad un tanto escasa. Como Carlos y yo ya llevábamos un buen rato mirando discos, y las caras de los demás, que querían ir a Music Store (una de las tiendas de instrumentos musicales más grandes de Europa), cada vez se asemejaban más a la de un vecino asesino, cogimos un par de cosas, incluyendo un vinilo de Hüsker Dü a precio de petróleo, y nos metimos en los coches rumbo a Music Store.
una sección de Stormwitch!!
A partir de aquí comenzó la tragedia, y realmente pensamos que la desgracia se iba a cernir sobre nosotros durante el resto del día. Mientras Josh estaba aparcando el coche en el parking de Music Store y nos comentaba a Carlos y a mi que para él también era la primera vez que visitaba la tienda, de repente sonó un estruendo detrás de nuestras cabezas que tenía toda la pinta de explosión de cristales. Y efectivamente, era la luna trasera del coche de Josh que había sido reducida a cachitos milimétricos al ponerse en su camino una especie de bordillo que había en una de las paredes. Semejante acontecimiento tan inesperado nos provocó a Carlos y a mi una sensación incómoda en la que por una parte nos sentíamos culpables y por otra teníamos ganas de darle un besico a Josh en la calva y salir corriendo de allí. Afortunadamente, Josh no perdió la calma, se sentó, bebió un trago de su agua con sabor a manzana, nos dijo que no importaba porque el coche estaba asegurado, retiramos todos los cristales que pudimos, repartí pañuelos de papel para limpiar la sangre de los cortes que se hicieron Josh y Carlos al retirar los cristales, y subimos a Music Store con semblante ambiguo.
no todo es gay en Gaytown
Eran las siete menos cinco de la tarde cuando nos habíamos juntado con los demás, les habíamos contado nuestro feliz incidente con los bordillos y los cristales, y finalmente traspasábamos las puertas de la tienda. Quién podía imaginar que la mayor tienda de instrumentos musicales de Europa cierra a las siete de la tarde? Si a esa hora todavía no sabes ni el calibre de tus cuerdas! A esas horas todavía no has decidido si quieres un bajo Explorer u otro Thunderbird. La tienda se iba vaciando poco a poco, y sus empleados nos decían amablemente con sus caras, aunque sin mediar palabra, que desapareciéramos de allí tan pronto como fuera posible. Las caras de Ismael, Fernando y Sergio, que estaban realmente interesados en mirar cosas en la tienda, pasaron de tener pinta de vecino asesino a tenerla de vecino asesino loco y desilusionado, que como bien sabréis, es mucho peor. Un nuevo sentimiento de culpa recaía sobre la cabeza de Carlos y la mía, porque tal vez habíamos pasado mucho tiempo mirando discos, y el final del día no prometía ser feliz bajo ningún concepto. Pero repito, ¿quién podía imaginar que la mayor tienda de instrumentos musicales de Europa cierra a las siete de la tarde? Por suerte, todavía no estaba todo dicho y Dormagen devolvería la sonrisa a nuestras almas.
Music Store, estancia total: 5 minutos
Nuestra siguiente parada y última era, efectivamente, Dormagen. Dormagen, Dormagen… ¿a quién le interesa, de todos los pueblos que hay en Alemania, visitar precisamente Dormagen, un lugar donde no hay nada relevante? Pues a mi! Porque en Dormagen, aparte de ser el pueblo natal de Noisehunter, se encuentra Rock Inn, el bar que montó el cantante y guitarrista de Noisehunter Hanny Vasiliadis cuando por fin abandonó el mundo de la música por completo. Noisehunter, Noisehunter… ¿qué grupo es ese? ¿a quién le interesa, de todos los bares que hay en Alemania, visitar el de Hanny Vasiliadis? Pues a mi! Porque ha sido uno de mis grupos favoritos desde que los conocí allá por 1996, sudé sangre y lágrimas para encontrar sus tres discos allá por aquellos oscuros tiempos de mediados de los 90, me los aprendí de memoria, y por supuesto, ni en mis sueños más absurdos, me dio por pensar en 1997, cuando estaba estudiando COU y volvía por la tarde a mi casa caminando con parsimonia y escuchando «Metal Lover» en mi walkman, que once años más tarde el cantante de Noisehunter me estaría poniendo personalmente una birra.
rock inn
Josh es un viejo amigo de Hanny, ya que Noisehunter y Bornchild (el grupo medio-glam de Josh en los 80) tocaron juntos en más de una ocasión, así que ya le avisó de que íbamos a estar esa noche por allí, e incluso le comentó la posibilidad de que pudiéramos tocar allí esa noche (Rock Inn tiene un escenario pequeñito, y se organizan conciertos en ocasiones especiales), aunque al final no fue posible por problemas con el local y los vecinos.
Para mi, ir al Rock Inn fue como visitar el Hard Rock Cafe, pero con cosas que realmente me interesa. Ver la chaqueta de Jimi Hendrix, una guitarra de The Edge, o los zapaticos de Chuck Berry en una vitrina la verdad es que me da bastante igual. Ahora bien, ver un poster o una foto promocional de Noisehunter en la pared de un bar, que tiene los altavoces sujetos con antiguos herrajes del equipo de luces del escenario que solían usar, mientras le pides una ronda de quince birras al cantante, es algo que no se consigue todos los días. Hanny Vasiliadis tiene una absurda colección de teléfonos móviles, ordenados cronológicamente desde los de formato ladrillo hasta los más pequeñicos, detrás de la barra, y es un tipo majete, aunque no demostró una emoción brutal al ver aparecer a un fan de su antiguo grupo que había llegado desde España, acarreando un vinilo y un rotulador especial, para conocerle. Supongo que es hasta cierto punto comprensible porque, cuando yo descubrí a Noisehunter en 1996, el grupo ya hacía por lo menos cinco años que no existía, y precisamente por aquellos años fue cuando varios de sus miembros, incluido Hanny, decidieron dar por finalizada su carrera musical y comenzar a dedicarse a otras cosas. Así que, aparecer en 2008 emocionado con un grupo que lleva más de quince años desaparecido, tiene que transmitir aunque no se quiera una pequeña sensación de «haber llegado un poco tarde». Aún así, pude charlar un rato con Hanny, le dije lo que me parecía la música de Noisehunter, mi opinión sobre el disco póstumo con otro cantante que se editó en 2005, y me contó por encima algunas cosas de los últimos días del grupo y de por qué se separaron finalmente. Todo ello mientras de fondo sonaba «too young to die«, del último disco de Noisehunter, lo que hizo que se convirtiera todo en un momento histórico en mi vida que jamás olvidaré.
micki con hanny vasiliadis
Mientras tanto, la depresión por los acontecimientos de la tarde se había convertido en risilla tonta por las cervezas Paulaner de medio litro que nos estábamos bebiendo, tantas rondas que al final todos perdimos la cuenta (que no Hanny, porque lo iba apuntando todo en un papelito pequeñito). Sergio se arrancó y comenzó a enseñar el refrán de «el perro de san roque no tiene rabo» a nuestros colegas alemanes, mientras los demás espiábamos a la única tía buena del bar, ya que no debimos ir en la mejor noche, porque el 95% de los presentes eran tíos gordos con chalequito de cuero.
Se iba haciendo tarde, aún teníamos que cenar, el concierto era al día siguiente, y los miembros restantes del grupo tenían la extraña apetencia de hacer un último ensayo rápido sin sonido en el hotel, así que llegó la hora de pagar. Sorprendentemente, aunque Hanny había ido contando todas nuestras birras y el número total de unidades casi alcanzaba las tres cifras, el precio final era sorprendentemente bajo. Le comenté que a lo mejor había habido algún error porque me parecía muy barato, y cuando me puso una cara extraña y tuve miedo de que me hubiera entendido mal y comenzara una reyerta de bar de moteros con mesas volando y tacos de billar partiéndose en espaldas, me dijo que uno de los principales objetivos del bar era tener precios asequibles, y que suerte en el concierto del día siguiente.
frank y sergio a punto de explicar trabalenguas
Lo último que vimos de Dormagen fue la hamburguesería Jimmy-Burger, que a pesar de tener un nombre puesto así como porque no se le ocurría otro al dueño en ese momento, ofrecía unas hamburguesas del tamaño de un ballenato, rellenas de cosas hasta los topes. Nada que ver con la ranciedad de la hamburguesa de un euro del McDonald’s, desde luego. Un camarero con pinta de cocinero, empeñado en que éramos italianos, no dejaba de decirnos «bona sera a tutti» y «molte grazie», mientras la camarera demostraba un interés especial hacia fernando, que quedó patente cuando le llevó una ensaladica especial. Jimmy BurgerSe me ocurrió decirle que la invitara a nuestro concierto del día siguiente, que tenía pinta de portarse bien, pero Fernando me dijo de forma airada que esa era la frase más sexista y despreciativa que había oído en su vida. Pero hey, ya sabéis, las rockstars tenemos que decir de vez en cuando frases despreciativas para que nadie olvide que estamos por encima de sentimientos y vicisitudes vulgares.

El final del segundo día de nuestro viaje a Alemania, y posiblemente el más largo, nos encontró a todos en la habitación de Fernando, intentando hacer un pequeño ensayo silencioso para pulir algunas cosas para el concierto del día siguiente, un ensayo que lógicamente acabó de forma absurda, por culpa de la afición de algunos de nosotros a expeler gases variados, así que al final terminamos tocando una especie de versión horrible de «another one bites the dust», que decidimos que seguramente era lo que sonaría cuando Freddie fuera tan borracho que el bigote le cambiara de sitio al eructar.
ensayo en el hotel

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