En este mundo azul y achatado por los polos en el que vivimos, las tendencias rigen nuestras vidas desde hace décadas y décadas. De los grupos de tíos con barbita, chaqueta de pana y cantante femenina, pasamos a los cantautores latinos y camisa por fuera. De los jerseys de cachemires con hombreras que llevábamos en los 80, pasamos a las camisetas de rayas y manga larga. Y todo ello en un abrir y cerrar de ojos, lo que ayer era guay hoy es un asco, y lo que ayer era guay y hoy es un asco, posiblemente mañana sea guay de nuevo. Algunas tendencias vuelven años después, otras no deberían hacerlo jamás, como la de los cachemires, y otras implosionaron por culpa de la saturación del mercado y no estamos seguros de si volverán algún día o sería mejor dejarlas sepultadas en el olvido y relegarlas a las conversaciones de bar en plan «ostia qué mítico», de las que intentas huir despavorido en cuanto tienes la menor oportunidad.

Y precisamente hablando de los 80, década tan llena de efímeras tendencias como cualquier otra, una de las que más llegué a amar fue la de las películas de terror pueril con toques de humor y bichos pequeñajos cabrones que invaden determinada región estadounidense. Una tendencia popularizada por Gremlins en 1984 y que originó todo tipo de ramificaciones y hermanos bastardos, con mayor o menor fortuna. A todo el mundo le gusta la primera parte de Gremlins. Todos tenemos, o en su defecto nuestra novia o algún amigo, un muñeco parlante de Gizmo criando polvo en la estantería. La segunda parte fue una mierda, pero eso sólo te lo discutirá la gente que no recuerda realmente cuál era la primera y cuál la segunda, considerando a los Gremlins como una especie de ente «mítico».
Las dos primeras partes de Critters me fascinaban tanto de pequeño que habría alquilado Critters 2 en el videoclub dos fines de semana consecutivos si mi madre no lo hubiera impedido, argumentando para ello que estaba haciendo el imbécil. No se por qué siempre antepuse a Critters frente a cualquier otra película del género, tal vez fuera porque el protagonista era pelirrojo y me hacía gracia. O porque salían tetas gratuitas que casi aparentaban ser no gratuitas. O porque los critters en cuestión tenían pinta de coquicos ásperos.

Por algún motivo relacionado con el destino y la traslación astral nunca presté demasiada atención a la saga Ghoulies. Creo que vi la primera y otra que debía ser la parte XIV pero, a pesar de que no recuerdo mucho sobre ellas, no me debieron parecer demasiado memorables porque al pensar en ellas no siento la necesidad imperiosa de verlas, emborracharme y acabar desnudo con palabras inconexas escritas en los brazos con rotulador, que es lo que me ocurre cuando pienso en Critters 2.
Munchies fue la última película del estilo que vi, durante el mes de baja que estuve por el pequeño accidente que me envió el dios del rock el verano pasado, en una de esas fabulosas noches que podía dedicar íntegramente a ver películas insulsas y buscar mensajes escuchando vinilos hacia atrás, ya que al día siguiente no tenía que madrugar como ahora para ir a currar y quedarme como un topo mirando cosas aburridísimas en un monitor LCD durante ocho horas.

Munchies tal vez me pilló en uno de esos días malos que tuve durante aquel verano, en los que entraba en crisis y exclamaba bajo la lluvia y con los brazos extendidos «por qué, oh buen dios, tuvo que caerme a mi una plancha de hierro en la cabeza y no al greñas genérico que tenía al lado?». O tal vez Munchies fuera simple y llanamente una basura. Pero, y teniendo en cuenta mi escaso criterio cinéfilo, el cual me lleva a opinar seriamente que mis actores favoritos son los Kung Fu Kids, Munchies fue la primera película en mucho tiempo que me obligó a apagar el vídeo a mitad, lavarme los ojos con lejía especial para ropa de color, prender fuego a unos calcetines que tenía por ahí tirados y meterme en la cama para salir tres días después.

Cuando pensaba que ya lo había visto todo en esta vida relativo a películas de seres pequeñajos malvados con pelo de nylon, llegó hasta mis oídos un subproducto del que jamás había oído hablar: Hobgoblins (seres de fantasía). Sí, porque aunque la película originalmente se llamaba simplemente Hobgoblins, en España alguien tuvo la genial idea de añadirle la especificación «seres de fantasía» entre paréntesis, no sabemos si pretendiendo que fuera la traducción española del título, o para facilitar la vida a nuestras abuelas, las cuales normalmente no tenían una ágil
pronunciación del idioma inglés, e iban a ser absolutamente incapaces de decir la palabra Hobgoblins sin que sonara a esperanto. En cualquier caso, todo el mundo sabe que los títulos de cualquier tipo que van acompañados de una coletilla entre paréntesis molan más que los títulos a secas, y que no es lo mismo In The City que (Hot Night) In The City, con lo cual me parece perfecto el subtítulo que le añadió el sagaz departamento de marketing español.
Conseguí una versión en VHS sabiendo de antemano que no iban a existir medias tintas con esta película. O bien se revelaba como una fabulosa obra sin la cual ahora no podría vivir, o bien como una buena mierda. Y, como era de esperar, se reveló como lo segundo.

Desde que mi colega Carlos se ha independizado, hemos planeado hacer una completa saga de noches consistentes en beber cerveza, jugar a la mega drive y ver películas horribles en VHS, para dar un poco de salida a las cintas roñosas que voy adquiriendo cada mes. Soy consciente de que ese plan no es nada original, sé que media España lo practica a menudo cada fin de semana, pero me siento parte de una selecta élite al saber que, mientras media España está viendo Shrek 2 porque «es mítica y te echas unas risas», nosotros estamos viendo Hobgoblins (seres de fantasía). Una élite que, por supuesto, sólo existe en mi cabeza y la cual lidero desde mi trono de oro mientras soy abanicado por dos tías pelirrojas en bragas.

Esas noches de películas duran hasta que uno de los dos se duerme, o se acaba la cerveza, o por algún motivo las películas dejan de ser graciosas y se revelan como las verdaderas mierdas que son. Pero la primera noche a la que tal vez siga otra tuvo como protagonista a Hobgoblins (seres de fantasía).

Hobgoblins data de 1988 y fue la última película en aparecer, que yo sepa y sin contar secuelas de otras películas anteriores, del tan añorado estilo de bichejos crueles. La primera escena está llena de incongruencias y nada más terminar ya sabes que estás a punto de perder hora y media de tu vida que jamás volverá. La historia nos sitúa en unos estudios de cine o televisión, o tal vez ambos, que en su día fueron unos de los más populares del país pero que ahora están en horas bajas. Es por la noche, y dos vigilantes están velando por la seguridad del estudio. Uno de ellos, McCreedy, es un veterano vigilante con, sospechamos, cejas postizas, y el otro, cuyo nombre escapa ahora mismo a mi memoria, es un fulano joven que sobreactúa, pone caras falsas y tararea de una forma cargante otra canción diferente a la que está esuchando por los auriculares. Cuando
pensábamos que se trataba del protagonista e íbamos a tener que estomagar durante hora y media semejante derroche de muecas, un giro del destino nos sorprende cargándoselo en los primeros diez minutos. Al parecer hay una zona restringida del recinto en la que no se debe entrar, un viejo estudio abandonado de cine, en el que antaño se rodaban las películas más prestigiosas del celuloide, pero que hoy contiene algo muy peligroso. El fulano joven, aparte de aparecer en cada escena con el walkman colgado en un lado distinto de la cintura, suponemos que buscando la posición más cómoda, y desoyendo los consejos de McCreedy, se adentra en el viejo estudio y, tras hacer el memo con un micrófono en el escenario que hay dentro, se cae del mismo con un trágico saltito. Ahora bien, el escenario no es el del festival Live Aid sino que es más parecido al que había en el restaurante donde tu primo celebró su boda, en el que tu tío el soltero se emocionó y tiró sin querer la bandeja de copas de vino cuando la orquesta tocó
«Zapatillas» del Canto del Loco. No obstante, la siguiente escena nos muestra al fulano como si le hubiera pasado por encima un camión cisterna. McCreedy, que se lo olía, exclama un «oh dios mío» y cierra todas las puertas del estudio, dejando al fulano muerto y encerrado.

Un nuevo vigilante entra para sustituir al fulano muerto, y esta vez sí que se trata del protagonista, Kevin, el cual tiene una pandilla de amigos que yo personalmente no querría ver de cerca ni en pintura.
Amy es su novia, y es tan monja que no quiere ni darle un piquito a Kevin. Siempre odié la palabra «picos» para referirse a esos besitos de colibrí que nos dábamos antes como si fuera la cumbre de la pasión. Sobre todo desde que una especie de novia que tuve a los 14 años me advirtió que «sólo íbamos a darnos picos». Qué clase de persona remarca semejante detalle a un pobre chico enamoradizo e ingénuo como era yo por aquel entonces?
Daphne es una tía cargante que lleva la estética ochentera de tutús y mallas que ya estaba dando los últimos coletazos en 1988, pero encima poco conseguida.

Kyle es un tipo asqueroso cuyas bermudas rojas, que por cierto no se quita en toda la película, nos hicieron ir a la nevera a por otra cerveza y la botella entera de licor de flores que nos habían regalado con la cena china.
Kyle tiene una oscura perversión que más adelante le traerá problemas. Es adicto a llamar a una línea «erótica», atendida por una tía con pinta de madre llamada Fantazia. Y erótica viene entre comillas porque Fantazia se dedica a decir frases del tipo, y cito textualmente, «entra por la puerta de atrás cuando se apague la luz» o «provoca un eclipse lunar y corta el foco de proyección». Frases que, sinceramente, no hacen que la palabra masturbación recorra revoloteando el centro de mi mente.

Pero por algún extraño motivo Kyle, que llama a escondidas desde el teléfono de Kevin y al parecer todavía no se sabe el número de memoria y necesita llevar el puto periódico entero doblado dentro del bolsillo y sacarlo para buscar el anuncio cada vez que va a llamar, se excita sobremanera con las frases de Fantazia y pone unas caras que nos hacen intuir que estudió interpretación en la misma escuela que el primer fulano.

Completa el elenco de amigos el novio de Daphne, una especie de militar con furgoneta llamado Nick que se incorpora algo más tarde a la acción y que alardea de hazañas bélicas en el cuartel, retando a Kevin a la lucha de palos de escoba más desquiciante de la historia. Desquiciante no en el sentido de emocionante, llena de acción o «fresca», que es un adjetivo neutro que pega con todo. Desquiciante en el sentido de que consiste en algo así como cuarenta minutos de ver a dos tíos chocando palos de escoba como si estuvieran espantando a un moscardón y de escuchar un sonidito de tensión tipo «chan!» acompañando a cada choque de palos. En el séptimo «chan!» ya estábamos aburridos, pero en el «chan!» número setenta y nueve ya estábamos, efectivamente, desquiciados y necesitados de vodka para mezclarlo con somníferos.

Después de la pelea más innecesariamente larga de la historia del cine y de vuelta en el curro, comienza la trepidante acción cuando Kevin se lamenta con el señor McCreedy acerca de que le gustaría ser más valiente ante los ojos de su novia y así tal vez llegar a observarle una teta desde cerca. Dicho y hecho, la ocasión aparece cuando detectan en los monitores de vigilancia a un ladrón infiltrado con atuendo de delincuente de teleserie a finales de los ochenta y principios de los noventa. Ésto es, pelo corto, chupa de cuero, vaqueros azul clarito con a poder ser algún roto en la rodilla, y botas de cowboy por dentro. El ladrón está mirando a todas partes delante de una pared blanca sin saber si avanzar o no, dando tiempo suficiente a McCreedy para coger un cochecito de golf y recorrer los 5 metros que los separan a una diabólica velocidad de unos 0,2 kilómetros por hora.

Carlos y yo invertimos unos cuantos minutos necesarios en debatir airadamente si merece llevar chupa de cuero un ladrón que se pasa hora y media titubeando delante de la única zona de la pared enfocada por la cámara de seguridad, así que nos perdimos exactamente el momento en el que los Hobgoblins son por fin liberados, pero me parece que Kevin abría la puerta del estudio prohibido, desoyendo las palabras de McCreedy, y los malvados bichos quedan libres para campar a sus anchas por la ciudad. Por qué no escaparon al principio de la película es uno de esos misterios que pierden su importancia cuando pienso en los horrores que quedan todavía por relatar.

Según cuenta McCreedy, los Hobgoblins llegaron un buen día en una nave espacial, cuando él todavía era joven y tenía una preciosa pelambrera color azabache. Tras una ardua batalla, McCreedy consiguió reducirlos y encerrarlos para siempre en el estudio abandonado, y por eso desde entonces trabaja de vigilante las 24 horas del día y los 365 días del año velando por que jamás escapen de su prisión. Para añadir dramatismo, añade que nunca nadie le creyó. Cómo se explicaba la gente, entonces, que haya un estudio siempre cerrado y que a cada persona que entra le ocurre una peripecia ridícula que acaba con su muerte? Hey, McCreedy, pégale unos fregonazos al suelo del estudio ese que está siempre cerrado con siete llaves, porque se ha caído otro tío desde el escenario de dos palmos de altura y ha muerto en un charco de sangre y pus. Pero no me cuentes otra vez la historia de los Hobgoblins, que me tienes hasta los cojones y no me la creo.
Kevin decide ponerse en marcha para eliminar a los Hobgoblins, con el sabio consejo de labios de McCreedy: «recuerda que las luces brillantes los atraen, pero debes eliminarlos antes de que amanezca, con la luz del sol será imposible». ¿Qué clase de paradoja absurda es esa? Ya sabemos que el efecto cuenta-atrás siempre da un ritmo trepidante a las películas, pero obviando el hecho de que esta película no podría ser trepidante ni aunque tuviera un reloj digital fijo en una esquina de la pantalla con una cuenta atrás y el mensaje «cuando el contador llegue a cero, tu barbilla explotará con el sonido de un ave graznando», ¿no podían haberse inventado dos cosas en la que una no implicara directamente la otra? Es como si le hubiera dicho «el olor a mierda les atrae, pero si consiguen alcanzar tu culo será imposible atraparlos y estarás perdido!».

Los Hobgoblins (seres de fantasía) tienen ese excitante sobrenombre entre paréntesis por un motivo, y éste es que hacen realidad las fantasías de sus víctimas durante un rato, hasta que mueren. No tiene ningún tipo de sentido, y me jode reconocerlo porque la idea realmente no es mala pero no, no tiene ningún sentido. Si mi fantasía fuera volar por un acantilado, jugar a la ruleta rusa o comer piñas con cáscara, me parecería más que lógico acabar fiambre, pero según la filosofía de esta película, aunque tu fantasía sea imitar a Mi Pequeño Pony en el sofá de tu casa, acabarás muerto. Y la única forma de romper la fantasía es destruir al Hobgoblin que te ha poseído.
Así, uno a uno los amigos de Kevin van cayendo presas de los Hobgoblins, una especie de Gremlins con cara de Critter y las costillicas visibles, que pierden toda credibilidad al tener sólamente dos posiciones. Cuando no se les ven las piernas, se nota que tienen una mano dentro manejando el cotarro en plan marioneta. Pero cuando se les ven las piernas es aún peor, porque no se mueven en absoluto. Son los actores los que forcejean y se tiran por los suelos intentando que parezca que el bicho se está moviendo, mientras más bien parece que hubieran agarrado una morcilla del horno.

Kyle, ya poseído, recibe la visita de Fantazia, aquella tía cutre del teléfono erótico, y se dirigen en coche a un club llamado Scum que hay en la calle Reputación. Calle Reputación. Estaba convencido, seguro al 100% de que Reputación era una traducción libre un poco a las bravas de algún juego de palabras en inglés difícil de traducir. Y cuando ya estaba ansioso por saber cuál era el nombre verdadero de la calle, y dispuesto a sacar mi vena pedante ofreciendo mejores alternativas, resulta que la calle se llamaba realmente Reputation Road, sin juego de palabras ni nada más relevante que decir al respecto. Cuando lo único que te hace gracia de una película es un detalle que ni siquiera tiene intención de ser gracioso, es momento de que los Hobgoblins salgan de la pantalla y te acribillen con tenedores. Cualquier cosa que sirva para acabar con esta tortura.
La verdad es que se agradece un cambio de escenario en la película, porque de momento sólo hemos visto la casa de Kevin y el estudio de cine. Pronto veremos también el mencionado club Scum, que no es más que el estudio prohibido con el escenario en el que muere el primer fulano de la película.
El único problema es que las dos únicas escenas en las que se ve la carretera es la misma repetida, con el coche pasando por exactamente la misma calle y con los mismos coches aparcados a los lados. El primer plano del coche es aún peor, ya que se nota perfectamente que el fondo ni se mueve, que el coche está quieto y que para provocar alguna sensación de movimiento lo están agitando unas manos por los laterales. Que por qué estoy tan seguro de que unas manos están agitando el coche por los lados? Pues porque las malditas manos se pueden ver claramente en la escena, por el amor de lo más sagrado.


Una vez eliminado el Hobgoblin que había poseído a Kyle, llegan todos al club Scum en busca de la novia de Kevin, que ha sido también poseída por otro Hobgoblin cumpliendo su fantasía oculta de pasar de ser una medio-monja con bragas color crudo a ser una guarra y hacer un strip-tease con no demasiada rasmia. El club Scum es realmente, como comentaba un poco más arriba, el estudio prohibido en el que estaban retenidos los Hobgoblins al principio de la película. Eso sí, convenientemente reformado para parecer un bar de mala muerte. Para ser sinceros, se nota que pusieron empeño en redecorar el sitio para que pareciera un club, pero fracasaron y tiene tanto aire artificial como cuando intentaste hacer una fiesta ambientada en los años 70 en tu casa hasta que alguien descubrió escondida dentro de un cajón tu foto enmarcada de la comunión y jodió todo el feeling.

Aquí es donde tiene lugar el éxtasis de la película, la escena final, en la que los Hobgoblins se adueñan del club Scum y de las mentes de todos los presentes. Desafortunadamente nos pilló medio dormidos, borrachos y con ganas de sacarnos los ojos mutuamente haciendo palanca con calzadores de zapatos para no tener que ver nunca más una película de semejante calibre, así que la escena para nosotros es una especie de amalgama borrosa, de la que sólo recuerdo que todo el mundo acaba siendo abducido por Hobgoblins y se monta una batalla campal en la que Nick (el novio militar de Daphne) se vuelve loco y comienza a lanzar unas granadas que misteriosamente no destruyen nada, sino que únicamente provocan una explosión más falsa que un pez con bragas y un tío (posiblemente todo el rato el mismo) volando por los aires. Todo ello a ritmo de lo único sorprendentemente bueno de toda la película, la banda sonora, perteneciente en casi su totalidad a The Fontanelles, el grupo que aparece tocando en el club Scum y que, milagrosamente, es una banda real que exisitió.

No se muy bien cómo se las apañan, porque a esas alturas de la noche yo ya sólo deseaba morir y reencarnarme en polilla, pero Kevin y sus amigos consiguen encerrar a todos los Hobgoblins restantes de nuevo en el viejo estudio abandonado, y cuando parece que la historia va a llegar a su feliz fin… ¿quién aparece? El macarra de la chupa de cuero, todavía en la misma puta pared decidiendo si avanzar o no! Esta vez viene provisto de unos nunchakus, un arma tan de moda por aquellos años y que siempre impone bastante porque todo aquel que intenta emular a Michaelangelo acaba pegándose un maderazo en toda la calabaza, humillado y diciendo «ostia tío, toma toma, que ésto es muy peligroso jeje». Cuando nos estábamos preparando para otra lucha interminable de media hora como la guerra de palos del principio, alguien saca una pistola, apunta al macarra, dispara, pero alcanza a un Hobgoblin y el macarra desaparece. Significa ésto que el macarra era la fantasía de Kevin para poder hacerse el hombre frente a su novia? Y era necesario que su fantasía tuviera unos putos nunchakus? No podía haberlo imaginado con unas manoplas de sacar cosas del horno, para que hubiera sido más fácil reducirlo y por fin poder llevarse a su novia a la cama de una buena vez?
La película concluye con la explosión del estudio prohibido, acabando así por fin con los Hobgoblins para siempre.

Me arrepiento de haber visto esta película? No. Me alegro de haberla visto? No. Os la recomiendo? No. Deberíais dejar de verla? No. Es buena? No. Es mala? No. Es peor que un helado de diarrea de loro? No. Es mejor que un helado de diarrea de loro? No. No lo sé. Son demasiados sentimientos encontrados. La recordaré con un status de semi-mito dentro de unos años? O empezaré a chillar «no me toqueeees!!!» cada vez que piense en ella? Supongo que es una película para ver con alguien más, nunca solo. Por lo menos para que cada uno evite recíprocamente que el otro intente suicidarse a base de introducirse periódicos mojados por los orificios nasales. A no ser que ese sea vuestro deseo, el cual puede llegar a hacerse realidad si os visitan los Hobgoblins (seres de fantasía).