Todos sabemos que los granos son, cuanto menos, incómodos. Y si aparecen en el sobaco, el único efecto negativo que provocan en tu imagen es que la gente piense que eres un pollo debido al constante aleteo.
Pero qué ocurre si aparecen en plena jeta? Y si miden algo así como 4 centímetros de diámetro? Eso sólo lo puede saber de primera mano cierto número de desgraciados sin un motivo de existencia en este mundo dominado por la estética y la apariencia. Desgraciados como yo.
Hay gente con granos que tiene la posibilidad de pasar largas temporadas hibernando en la cama, siendo alimentados por tubos que van a parar a un tonel de sopa, hasta que por fin el grano desaparece y pueden reanudar sus vidas cual nuevo amanecer.
Otros tenemos que pasar ocho horas en una oficina repleta de gente que SABES que no le quita ojo a tu grano. Vale, está bien, tal vez el 90% de ellos no se hayan percatado ni de mi existencia, pero cualquiera que tenga un grano de proporciones bíblicas sabe que cree que sabe que es el centro de las miradas. Cualquier viaje a la máquina de café, cualquier visita al baño, cualquier intercambio de «holas» por el pasillo, significa que más y más gente siente lástima por tu mejilla. Más y más gente sabe que tu fin de semana está arruinado incluso antes de empezar, y que vas a verte obligado a pasar tu sábado por la noche tirado en un sofá, como si te hubieras caído del techo con poco estilo, viendo películas de ninjas de 1982 y plagios horribles de Conan.
He decidido ir a mear sólamente una vez esta mañana, pero ya la he agotado a las 7:30 a.m. Maldita sea.
Maldita primavera.
Malditos granos.
Dios bendinga al maquillaje.
Y a Giman:
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