Hoy ha sido uno de esos temidos días del año en los que mi familia planifica una comida en algún sitio tipo restaurante, con el motivo de celebrar algún acontecimiento cercano en el tiempo, ya sea pasado o por llegar, tipo cumpleaños.

Como soy una especie de oveja negra, mi familia me lo comunica con expresión grave y tono de voz que transmite el mensaje «sal por una vez de tu absurdo mundo de películas horribles, vodka, bares y resaca, vuélvete a casa aunque sea un sólo viernes por la noche antes de que se haga de día, y ven a comer con nosotros sin rechistar». Pero para mi son temidos porque normalmente culminan en una inesperada discusión con tintes épicos y personas sin hablarse durante varias horas o incluso días.

La celebración de hoy no ha tenido grandes secuelas que lamentar, sorprendentemente, exceptuando algún que otro amago y el hecho de que hoy era el turno de mi padre de comentar entre dientes que «en fin, pues está visto que hoy me quedo sin comer» al ver el menú, mientras que otras veces ese turno pertenece a mi madre. Tal vez ese influjo de paz haya sido propiciado por las servilletas.

Las servilletas tenían dos únicos diseños, intercalados en el servilletero. Una tenía una copita de vermouth con aceituna, la siguiente una botella de Jack Daniels estrellada, y la próxima tenía de nuevo la copita de vermouth con aceituna, así hasta llegar hasta la última servilleta. Hey, un momento, dije una botella de Jack Daniels estrellada? Sí, efectivamente, uno de los dos diseños era una botella de Jack Daniels estrellada. Y con la palabra «caricias» escrita en ella, ni más ni menos. Podría entenderlo si en el servilletero hubiera cuarenta diseños distintos, y los ilustradores, habiendo agotado la jarra de cerveza, la copita con aceituna, la croqueta con palillo, la taza de café, el sandwich, y la copa de vino, finalmente ya no supieran qué cojones dibujar y dijeran «oye, pues no se me ocurre nada más, vamos a poner una botella de whisky estrellada o algo y nos vamos ya a casa, que es casi la una de la madrugada, estoy hasta el zigoto de estar aquí, el jefe no nos lo va a agradecer porque es un maldito cerdo y encima mi mujer me va a hacer preguntas incómodas al llegar».

Pero habiendo sólamente dos dibujos en la colección de servilletas, algún extraño factor muy intenso tuvo que determinar que sólamente los iconos elegidos como representantes gráficos de todo lo que significa un bar fueran la copita con aceituna y la botella estrellada. Creo que fueron los dioses del rock que me mandaron un mensaje, siendo conscientes de que sólo yo podía interpretarlo y compartirlo con el mundo moderno. Siempre hemos leído esas historias de Mötley Crüe, Aerosmith y Guns N’ Roses que habitualmente concluian con bragas detrás del sofá, rayas en la mesita y botellas de Jack Daniels estrelladas en las paredes. Eso sí que es un bar. Eso sí que es rock. Pero si además la botella en cuestión tiene una etiqueta en la que pone «caricias»? Qué paradoja, no? La agresividad del rock unida estrechamente con la delicadeza del amor. Sí amigos y amigas, incluso vosotros y vosotras, rockeros y rockeras, tenéis derecho al amor. Sobre todo en primavera. No os conforméis con una copita con aceituna si podéis estrellar una botella de Jack Daniels, tal vez las apariencias engañen y la aceituna al final resulte ser un boniato. Amad y sed amados. Feliz fin de semana.