Práctica y escasamente dos días antes, me enteré de que Marky Ramone venía a tocar a Zaragoza el pasado viernes con su actual banda Marky Ramone’s Blitzkrieg, que es básicamente un grupo tributo a Ramones que cuenta con el aliciente de tener al batería que más años estuvo en la banda y otros músicos muy guays. Marky Ramone no es el batería original, pero eso no importa demasiado porque fue un Ramone durante algo así como quince años, tocó en casi todos los discos que me gustan, era el batería vigente cuando los conocí, perfeccionó esa característica técnica de batería que me dejaba en trance hipnótico cuando escuchaba conciertos enteros en mi viejo walkman, y además sigue teniendo el pelo majico de siempre, que aunque sea peluquín, supongo que tiene un pase porque lo podríamos equiparar a la chupa y vaqueros rotos como símbolos indispensables de la imagen ramoniana. Algo así como el pie de micro sin base de Freddie Mercury, el sombrero de copa de Slash o la falda escocesa de Axl Rose. Hey, aquello era horrible.

Aunque fui un fan precoz de Ramones, puesto que a los doce años ya me creía el rey del mambo punk mientras escuchaba una y otra vez mi cinta de Loco Live por la calle, ataviado con una de mis dos camisetas de Ramones, precisamente por ese motivo jamás tuve la oportunidad de verlos en directo. Sé que visitaron infinidad de veces España, y me ha contado gente que odio por el mero hecho de que ellos pudieron estar y yo no, que tocaron en Zaragoza en numerosas ocasiones. Pero cuando comencé a tener edad de ir a conciertos punkarras, los Ramones estaban ya haciendo la última gira de su historia, para posteriormente separarse en 1996 y, oh terror, comenzar a morir tres de sus miembros en un cortísimo plazo de tres años a principios del siglo XXI. Maldito efecto 2000, al final no acabó jodiendo los ordenadores, sino a los Ramones. No pudo llevarse por delante a alguna boy-band española, no, o incluso a Manowar, tuvo que ser a Joey, Johnny y Dee Dee. Puedo vivir perfectamente sin Manowar, pero me costó pasar largas noches compungidas, aferrado a una botella de vodka de marcas rusas raras que pretenden dar imagen de ser buenas y auténticas pero en realidad es como beber pis de ornitorrinco enfermo, hasta que finalmente asumí que jamás vería a Ramones en directo. Oh dios santo, por qué no me permitiste nacer únicamente diez años antes? Por qué me obligaste a vivir el ascenso y gloria del nu-metal y el rap-metal y la explosión de las zapatillas deportivas bajas, y en cambio hiciste imposible que pudiera ir a un miserable concierto de Ramones? Lo hiciste a posta, verdad dios? Eres un dios malo y cruel, me pierdes como súbdito cada día más. Pensándolo en perspectiva, haber nacido diez años antes significaría que habría llevado pantalones sobaqueros con el talle altísimo durante muchos años más de los que tuve que hacerlo, y no sé si compensa. Oh, claro que compensa, son los Ramones en directo! Te odio, dios.

Lo que sí que pude vivir en primera persona fue la extraña, inesperada y gradual transición y transformación que tuvo el concepto «Ramones» en el lapso de una década. Recuerdo entrar en clase de 8º de EGB, con mi flamante camiseta no-oficial que había comprado con mi madre en un puesto jipi de la calle que ya no existe, y ser acribillado a las mismas preguntas inquisitivas por parte de mis compañeros, las ya clásicas «quiénes son esos?», «eso es un grupo?», «son hermanos?», «son españoles?», «no te puede gustar algo normal?», o su variante «te gusta algo que no sea una mierda?». Oh ignorantes -pensaba yo-, algún día los Ramones tendrán su merecido lugar en el olimpo de las reputaciones rockeras, todo el mundo llevará sus camisetas, y ya no tendré que explicar nunca más que ni son hermanos, ni son españoles, ni ostias bravas.

Y estaba en lo cierto, a medida que fueron transcurriendo los años el merchandising de Ramones trascendió a mucho más allá de camisetas guarras en tiendas jevis y mercadillos playeros. Se estampó el logo en mecheros, carteras, zapatillas, tangas, condones, gorras, muñequeras, y se lanzaron camisetas en absolutamente todos los colores, tamaños y formatos, incluso para criajo, incluso con brillantitos, convirtiéndose en una especie de símbolo de imagen de moda actual para gente que quiere ser chic aunque Ramones como grupo le repampinfle el boniato o directamente ni siquiera sepa que es una banda y no una marca graciosa pero que hay que llevar porque ha visto en la revista Cuore que Lindsay Lohan salía de un Seven Eleven con una camiseta de Ramones. Las camisetas se vendieron hasta en H&M y joder, sentaban bien. Tan bien que incluso yo me compré una que jamás tuve valor de ponerme porque toda la humanidad a excepción de mi hermana, que siempre odió a los Ramones, tenía una exactamente igual. Esas camisetas con hechura moderna y apretadilla eran un grito lejano con respecto a aquellos sacos talla XL que tenía de pequeño, porque no encontraba tallas más apropiadas para mi poco voluminoso cuerpo, y con los que parecía una especie de fantasma clásico pero con la sábana negra en vez de blanca, pero ¿sabéis qué? Cuando algo que te fascina se extiende de tal forma que hasta el puto pijo del vecino combina alegremente unos zapatos náuticos con una camiseta verde de Ramones para salir el sábado a beber gin-tonic y corear canciones de Bob Marley como si no existiera el mañana, es momento de que los snobs como yo, aunque posean ya una edad un tanto elevada para estar preocupándose de estas gilipolleces, dejen de llevar camisetas de Ramones para evitar ser confundidos con la masa. O es que el pijo de mi vecino sabría diferenciar a Joey de Tommy? Conocerá el verdadero nombre de «esa canción que me encanta que dice jey jow let’s go que es superwapa de unos tíos que son hermanos y creo que españoles»? Dios mío, soy un maldito intransigente y un llorica, no me extraña que me dejaran plantado en el altar en plan película.

No soy un gran entusiasta de los cientos de grupos tributo a Ramones que hay diseminados a lo largo y ancho del planeta y en todas las variedades posibles. Los hay de chicos, de chicas, en español, en japonés, acústicos, eléctricos… incluso hay un grupo belga tributo a Ramones. Oh Jesucristo, mátame. Siempre he considerado que, por simples y facilonas que son las canciones de los Ramones, para tocarlas hay que tener una gracia especial que muy poca gente tiene, y el 97% de los resultados son versiones ligeramente insulsas. Como la tortilla de patata, que cuando por fin aprendes más o menos a hacerla, resulta que no sabe igual que la que hacía tu madre, y te la comes a desgana sentado en una solitaria silla mientras piensas en aquellos felices tiempos en los que te emocionaba Robocop y se te amarga la tarde. De hecho, la versión que hacemos en mi banda de Pet Semetary opino sinceramente que es ligeramente insulsa. Pero hey, ya sabéis, yo soy un fan de verdad y me lo puedo permitir porque, hey, me gustaban cuando no estaban tan de moda y eso.

Pero algo me decía que este concierto iba a estar muy guay. No sólo porque el hecho de que el batería sea Marky Ramone hace automáticamente que el grupo no sea una banda tributo del montón, sino porque además también cuenta con Michale Graves, ex-Misfits, y Alex Kane y Clare Pproduct de AntiProduct. Sí, sí, SÍ POR DIOS. Alex Kane fue guitarrista de Life, Sex & Death a principios de los 90, un grupo famoso por tener como cantante a una especie de mendigo que olía fatal llamado Stanley, en lugar de por haber editado un único disco cojonudo como fue «The Silent Majority» que, por suerte o por desgracia, descubrí extremadamente tarde, algo así como dieciocho años más tarde. Ahora es cantante y guitarrista de AntiProduct junto a Clare.

Oh Clare. Amo a Clare desde que vimos a AntiProduct teloneando a The Wildhearts en Londres estas pasadas navidades. Tal vez sienta una extraña predilección por tías que me sacan dos cabezas, pero amo a Clare con casi todo mi ser y de hecho fui dispuesto a comunicárselo en persona contra viento y marea. Finalmente no fue así porque en el momento decidí que semejante declaración no tenía mucho sentido, pero sí que tuve la oportunidad de hablar con ella un ratico sobre la vida en L.A. y la rasca que hacía en Londres las navidades pasadas, nos intercambiamos púas con nuestras respectivas firmas serigrafiadas, nos hicimos fotos y me vendió una copia firmada del último disco de AntiProduct, «Please Take Your Cash», que es realmente muy bueno. No, en serio, es muy bueno, no lo digo por lamerle el culo a Clare, que por cierto me encantaría, es muy bueno de verdad.
Nunca me imaginé que saber inglés me iba a ayudar a conseguir cosas tan en principio innecesarias para la vida cotidiana como ser capaz de llevar una conversación de quince minutillos con tu amor platónico, mientras la mayoría de la gente de alrededor sólo puede balbucear cosas como «please take photo?» en plan indio. Pensaría Clare durante nuestra conversación que en cada bar tiene que haber un pesao? Probablemente. Me recordará? Lo dudo. La recordaré yo a ella? Siempre! El destino ya nos ha unido dos veces, y sé que habrá una tercera.

Alex Kane finalmente no salió a tocar, porque creo recordar que Carlos me dijo que yo le había dicho que Clare me había dicho que estaba malico, y en su lugar el guitarrista fue un chaval con un aspecto bastante menos extravagante que Kane pero que era muy majete. Y Michale Graves? Sinceramente, de alguien que se apellida Graves no me esperaba que se pegara una hora jugando con emoción al futbolín con nosotros. Cuando nos juntamos como pareja, sospecho que en otra parte del mundo tuvo lugar algún tipo de eclipse lunar, ya que me parece que en contadísimas ocasiones han jugado juntos al futbolín dos tíos tan malos. Creo que mi tocayo Michale lo sabía, porque me dio la razón con semblante preocupado cuando le comuniqué que «we’re fucking horrible!». Creo que también amo a Michale Graves. Pero de otra forma.

Y esa fue la noche. Oh, qué decís? Ah, el concierto! Es verdad, casi me olvidaba del concierto. El concierto fue, tal y como lo había previsto, y gracias a dios, muy guay. Tocaron total y absolutamente todas las canciones que me gustan, a excepción tal vez de «Somebody Put Something in my Drink», pero ya sabéis que la felicidad completa al 100% sólo existe en los cuentos de Perrault y, en algunas ocasiones, ni siquiera en ellos, como en aquel cuento extraño de Riquete el del Copete, que aunque no recuerdo de qué cojones iba, sí que sé que siempre me dio malas vibraciones. No las conté, pero sonaron todas mis favoritas y un par de decenas más. Pet Semetary, I Believe in Miracles, I Wanna be Sedated, Havana Affair, I Don’t Care, Pinhead, Judy is a Punk, Chinese Rocks, Do You Wanna Dance, 53rd & 3rd, R.A.M.O.N.E.S. e incluso cosas inesperadas como Carbona Not Glue o Poison Heart. When We Were Angels es la única canción propia de Marky Ramone’s Blitzkrieg que sonó, con bastante estilo ramoniano y que estoy convencido de que prácticamente nadie reconoció como tal, sino que quedó considerablemente camuflada junto a todas las demás. Todas esas demás tocadas al estilo clásico Ramones, esto es, a toda leche, una detrás de otra y el 99% de ellas precedidas de un «one, two, three, four!» ya no de Dee Dee ni de CJ, sino de mi amor imposible Clare. Incluso las escasas pausas eran prácticamente un reflejo fiel de las que solía haber en los conciertos de Ramones. Una más o menos al principio para saludar, otra justo antes de Pet Semetary (porque cuando Joey preguntaba algo tipo «you don’t know this, but beneath your feet lies the pet semetary» o alguna variante similar, era evidente qué canción venía), y otra antes de los bises.

Huyendo de varios especímenes de una nueva y temible raza que se multiplica por momentos y que está trayendo la perdición y el horror a nuestro mundo, como es la raza de tíos que pasan la totalidad del concierto con los brazos en alto grabando con un móvil de mierda algo que luego no va a ser capaz de escuchar entero ni un perro muerto, y que incluso se mosquean cuando tratas de moverles los brazacos para poder ver algo, nos acercamos a la zona central del público, con la brillante idea de llevar un litro de birra recién sacado cuya mitad, como era de esperar, acabó en nuestras camisetas en menos de lo que cantó un gallo. A partir de ahí, y hasta el final, fue canción tras canción de la banda sonora de mi adolescencia. Todas conocidas, todas aprendidas de memoria, todas habiendo sido escuchadas en tantos viajes, tantas tardes grises en el bus camino del colegio, tantos sábados por la noche antes de salir. Por ese motivo no sé cuánto duró el concierto y mis fotos son una santa mierda. Por ese motivo, el concierto entero fue un reencuentro con una especie de viejos amigos, y probablemente lo más parecido a un concierto de Ramones que pueda experimentar nunca. Qué incongruente, el mismo tío pedante que echa pestes y se ríe estrepitosamente de los pobres diablos que van emocionados a los conciertos de Queen + Paul Rodgers acaba la velada conmovido y conmocionado con una banda que sólo tiene un 25% de Ramones. Pero, acaso tienen Queen + Paul Rodgers como bajista a mi amor platónico Clare Pproduct? Negativo. Me acabo de dar cuenta de que no tengo argumentos? Afirmativo. Los Ramones eran hermanos? En absoluto.