El final de las vacaciones. O al menos de momento. Ah, sabía que llegaría, lo sabía, igual que sabía que algún día los pingüinos dominarían la Tierra a base de tortazos a diestro y siniestro con sus pequeñas aletas. Hey, eso todavía no ha ocurrido. Pero sé que lo hará.
Estas pequeñas vacaciones de dos semanas que el Escalón se tomó para tomar, valga la redundancia, el sol y hacer algo productivo con su vida no se puede decir exactamente que hayan resultado ser absolutamente aprovechadas. Tomé el sol, birra en mano y punk rock comercialete sonando a través del mp3 en mis orejas, mientras la suave brisa marina me susurraba que debería estar jugando a las paletas en la orilla. Jugué a las paletas en la orilla, demostrando a todo el personal que se dignara a observarme que la flexibilidad no es una de mis numerosas cualidades, mientras el infinito paisaje oceánico me gritaba que debería estar comiendo una mariscada. Comí una mariscada, incluyendo esa especie de cigalas enormes que tardas en pelar veinte minutos, salpicándote la camiseta al grito de «joder, ya me he manchao!» para que luego la parte comestible sea del tamaño de un gusanillo, mientras un mejillón me apuntaba al oído que debería estar en casa escribiendo para el Escalón Imaginario.

Y escribí al llegar para el Escalón Imaginario durante la semana post-playera pero todavía vacacional en la gran ciudad? No señor. Me sorprende? No, ya me conozco mis grandes planes de hacer un montón de cosas, de las cuales al final termino haciendo como mucho un 5,6%, y a veces un 5%. UN 5%!! No os pasa a vosotros también que cuanto más tiempo tenéis, menos cosas hacéis? Sí que os pasa, verdad? No soy único en nada, tendría narices que la única cosa en la que soy único fuera en tocarme los cojones al ritmo de todas las formas verbales existentes cuando podría estar aprovechando ese tiempo en hacer cosas provechosas.

Siempre y cuando no se considere provechoso el ponerse al día con tu colección de películas por ver, esas que se van acumulando en un rincón del pasillo porque nunca tienes tiempo ni ganas de sentarte a ver, porque un mejillón te sugiere que deberías estar haciendo cosas más útiles con tu tiempo. «Todo es provechoso en esta vida», me dijo cierto día un anciano que caminaba por el parque cuando le comenté que pasaba mis días con sus noches pensando en pingüinos que invadían el planeta azul, «todo es provechoso excepto eso, hijo mío», y desapareció. Así que supongo que sí, pasar gran parte de mis vacaciones quitando el polvo a viejas cintas VHS y descubriendo los horrores que contienen, es provechoso al fin y al cabo. Oh, qué sensación de omnipotencia la de poder por fin, mientras la ciudad duerme y en la calle sólamente se escuchan los sonidos propios de un martes por la noche, ya sabéis cuáles, dedicar mis horas muertas a ver películas de mierda y extraer birras de la nevera, sin la angustia habitual de saber que debería llevar varias horas ya durmiendo porque al día siguiente me tengo que levantar a una hora digna de panaderos. Pero sin ser panadero, que es lo que más me jode de toda la historia. Os imagináis poder hacer vuestro propio pan? Seguro que los bocadillos perdían su encanto al cuarto día. Como aquella máquina con la que podías fabricar algodón de azúcar, que luego ya no te apetecía comértelo porque sabía empalagoso y no era lo mismo. La tuvisteis, verdad? O también soy único en eso?

He visto tantas memeces que no sabría por dónde empezar. He visto subproductos filipinos, subproductos coreanos y subproductos norteamericanos. Incluso vi un subproducto que no sé de dónde era, pero que catalogué como subproducto porque subproducto es mi palabra favorita del mes de julio. He visto cosas que preferiría olvidar, cosas que no fueron lo que yo esperaba que serían, y cosas que han provocado que mi vídeo comenzara a emitir una serie de imágenes distorsionadas y sonidos que me hicieron pensar que realmente la gilipollez de los pingüinos invasores era cierta. Muchas de ellas se verán reseñadas aquí en el Escalón cuando los dioses de la creatividad tengan a bien manejar mis frágiles dedos de pianista a su voluntad, pero creo importante destacar que también vi cosas muy buenas y que realmente me alegró que me acompañaran en esas largas noches vacacio-estivales en las que te da igual ocho que ochenta. Y una de ellas, tal vez la única, fue una versión rusa animada de Alicia en el País de las Maravillas.

Aunque las multitudes rían a carcajadas al escucharlo, la tecnología actual también ha llegado a mi hogar y tengo un reproductor de DVD. Lo que me permite comprar películas en DVD a gente rusa a través de internet que perfectamente podrían huir con mi dinero o enviarme una caja llena de sardinas muertas pero no lo hacen porque son honrados y eso me hace feliz. Y cuando me enteré de que existió una versión animada de Alicia en el País de las Maravillas creada en Rusia en 1981, no tuve más opción que contactar con una de estas personas rusas y enviarle mi dinero esperando recibir en mi buzón un DVD y no una caja de sardinas. Y así fue. Tengo este DVD muerto de asco desde finales del año 2009 por lo menos, y todavía no había encontrado el momento propicio para verlo. Si exceptuamos esa noche en la que me quedé dormido cual oveja a los cinco minutos de comenzar a reproducirse. Pero ya sabéis, era uno de esos viernes, con sueño acumulado de toda la semana, vinarro en la cena, empacho de sushi y malos augurios sobrevolando los rascacielos zaragozanos. Era una de esas noches no propicias, y yo sabía que los culpables eran los malos augurios que volaban entre las nubes y sobre todo el vinarro barato, y no el DVD en cuestión.

Nunca he podido declarar abiertamente mi amor por Alicia en el País de las Maravillas, antes porque comentar que «me gustan Iron Maiden y Alicia en el País de las Maravillas» me exponía a que mi imagen se viera seriamente deteriorada, y ahora porque seguramente todo el mundo me preguntaría por la nueva versión de Tim Burton y me vería obligado a contestarles que todavía no me he dignado a verla y que además me la soplan Tim Burton, Johnny Depp y toda su prole. Aunque fui al cine a ver Big Fish y me gustó.
Pero sí, Alicia en el País de las Maravillas siempre fue, desde antes incluso de leer los libros, una de mis historias favoritas cuyos argumentos y personajes he medio-plagiado infinidad de veces en los comics o tontadas que escribía o dibujaba en mis tiempos muertos de clase, que eran algo así como un 80% del tiempo total. Es altamente probable que mi amor por Alicia no provenga de mi también amada Alicia Koplowitz, sino de una serie de dibujos animados, coproducción alemano-japonesa, o japonesalemana, o japonesalmonelosis, o como realmente se diga, llamada Fushigi no Kuni no Alice en Japonés y creada en 1983, que se emitió en Televisión Española durante un olvidado y caluroso feliz verano de tal vez 1987. Mi hermana y yo solíamos ver todos y absolutamente todos los episodios de esta serie, y nuestra madre nos programaba la grabación en el primer vídeo que tuvimos, para que no nos perdiéramos el episodio diario si por algún avatar de la vida teníamos que ausentarnos de casa alguna tarde para realizar cruciales tareas como ir a aprender a nadar o dar la murga de paseo suplicando un helado bajo amenaza de echarnos aceite hirviendo por el cuero cabelludo.
Se trataba de una serie de capítulos autoconclusivos, cada uno con una historia independiente, en los que Alicia viajaba desde su mundo real hasta el País de las Maravillas, ocurría alguna aventura relacionada con las cosas cotidianas que acontecían en el mundo real de Alicia (por ejemplo, si al padre de Alicia se le caían unos huevos encima de sus zapatos nuevos de rejilla y se ponía a bramar y a cagarse en todas las divinidades, en el País de las Maravillas aparecía Humpty Dumpty jodiendo la marrana al personal), concluyendo con el regreso de nuevo de Alicia a su mundo, y la consecuente convicción cada vez más fuerte por parte de su familia de que la pobre chica se estaba volviendo tarumba. Oye mi rumba, tarumba. Hey, de quién era esa canción? Me trae malos recuerdos.

Esa serie, con su perfecto doblaje al español, sus diseños coloridos, su imaginación y su alto componente onírico, provocó que ya nunca fuera el mismo. Tal vez no era religiosamente fiel a los libros de Lewis Carroll, optando por partir de la base original y desvariar la historia hacia otros derroteros ligeramente relacionados pero, ¿a quién le importaba?. La Alicia que aparecía era pelirroja y, con eso, ya me tenían prácticamente ganado. Gracias a esa serie me gustan los conejos. Por culpa de esa serie comencé a fumar, tratando de emular a la oruga. Espero que ella también haya conseguido dejarlo a estas alturas. Gracias a esa serie, un malhumorado Humpty Dumpty ilustra la cabecera del Escalón Imaginario (o lo hacía en los albores de esta web, si para cuando leéis esto el diseño del Escalón ha sido milagrosamente renovado). Gracias a esa serie me aficioné a tomar el té a cualquier hora aunque no fueran las cinco, escribí una canción llamada Jabberwocky que les gusta a todas las tías, y veo la sonrisa de un gato cada vez que apago las luces que me sugiere que debería matar a dos o tres personas al día con una raqueta de paddle, aunque luego me dice que no, que era broma. Eso ya no me hace tanta gracia.

Desde entonces, leí tanto Alicia en el País de las Maravillas como Alicia a través del Espejo, me tatué a Tweedledum y Tweedledee de hombro a hombro, me desesperé al intentar leerlos en inglés porque creo que con tanto retruécano y juego de palabras jamás seré capaz de hacerlo a no ser que muera arrollado por una estampida de mamuts y me reencarne en lord inglés, y traté de ver todas las versiones de Alicia que se pusieron a mi alcance. Ninguna estaba a la altura de mi idolatrada coproducción germaniconiponanasana. Nunca he sido un gran fan de Walt Disney, sobre todo desde que alguien decretó que Goofy debía tener un hijo innecesario con gorra y monopatín, y desde que su cúpula directiva tuvo a bien que Phil Collins y Elton John hicieran sus bandas sonoras, y debo reconocer que la versión de Disney de Alicia está muy bien hecha pero no tan bien hecha como para ser el referente que le venga a la cabeza a todo el mundo cuando se habla de Alicia en el País de las Maravillas. Así como no debería ser Leonardo lo primero que viniera a la mente al hablar de tortugas ninja, sino Donatello. Entre otras cosas porque la Alicia de Disney tiene gemelos de futbolista y es muy antiestético para una supuesta cría de diez años, por no hablar de que a los quince será obesa, considerará a Kurt Cobain como un gran poeta y cuando sus amigas hablen de ella a otras personas dirán que «es muy simpática».

Entonces, ¿qué debería aparecer en los cerebelos de los habitantes del planeta Tierra al salir el tema de Alicia en el País? Voy a comenzar a abreviar porque empiezo a estar realmente saturado de escribir Alicia en el País de las Maravillas. Maldita sea, lo volví a hacer y esta vez de forma totalmente gratuita. Pues debería aparecer la versión rusa, por supuesto. Cualquiera que me conozca mínimamente, como mi vecino del primero al cual la distancia de un piso en ascensor le da de sí para sacar de dos a tres temas de conversación que a nadie importan, es sabedor de mi fascinación por Rusia. Me gusta el idioma, su fonética, la caligrafía cirílica, e incluso tengo una colección apasionante de vinilos de jevi ruso. Sé que estáis pensando que lo único que hago con ésto es tratar de enmascarar mis deseos de tener una novia rusa llamada Olga que me ría las gracias pero, aunque efectivamente esa podría llegar a ser una de mis prioridades, dudo que fuera la primera, ya que esa posición estaría reservada a pasar mis días en un suburbio de Moscú, bebiendo vodka y viendo dibujos animados rusos en un viejo televisor de tubo catódico. La animación rusa, sobre todo la de los años 70 y 80, siempre me ha resultado un mundo apasionante aparte. Mientras en Estados Unidos y la mayoría de los países europeos se llegaban a hacer verdaderas horripilanteces de series, en la Unión Soviética se realizaban cortos y películas que, a pesar de que en la mayoría de los casos pocas veces trascendieron más allá de sus fronteras, en prácticamente todos ellos se podían considerar como obras maestras. Y ya que estoy generalizando de una forma odiosa, también añadiré que los catalanes son unos tacaños, los vascos unos exageraos, los maños somos unos cazurros, y los tíos sólo pensamos con la polla, la cual por cierto los bajitos tienen desmesuradamente larga. Hablando en serio, tal vez fuera por la cantidad de dibujos animados rusos que solían aparecer en la pantalla de mi televisor cuando era pequeño, a cualquier hora e incluso quizá para rellenar los tiempos muertos de la parrilla, pero desde entonces he desarrollado una obsesión hacia la animación vieja de Rusia o Checoslovaquia.

Así que, cuando descubrí que existió algo que combinaba dos de mis pasiones, Alicia y animación rusa, el cielo se abrió ante mis ojos y un estallido de confetti en tonos pastel cayó grácilmente sobre mis cansados hombros. Y es aquí, después de trescientos veinte párrafos innecesarios y otras tantas personas cerrando las ventanas de sus navegadores al unísono y exclamando «necesito una copa», cuando finalmente aterrizamos en el tema central de este artículo. Pero semejante sacrificio no va a caer en saco roto, oh no señor, voy a recompensar a todo el que haya llegado hasta aquí sin haber derramado una lágrima de sangre. Enviadme un e-mail a micki@escalonimaginario.com y os enviaré por correo ordinario un dibujo hecho, firmado y dedicado por mi que representará a Lenin luchando contra Mickey Mouse mientras ambos van vestidos al estilo Manowar.

Alisa v Strane Chudes data de 1981 y se centra en el primer libro, Alicia en el País de las Maravillas, mientras que Alisa v Zazerkale apareció en 1982, tiene un título que parece euskera, y está basado en el segundo, Alicia a través del Espejo. Ambos cortometrajes fueron dirigidos por Efrem Pruzhanskiy, cuyo único otro trabajo según figura en www.imdb.com fue en el departamento de animación de otro corto de 1975 llamado «Cómo los Cosacos compraron Sal», un título tan atrayente como podría ser «Cómo traté de hacer creer a mi Abuela que la persona que había Vomitado en la escalera había sido el Hijo Punkie del Vecino de Enfrente y no Yo».
Ambos, también, fueron recopilados y reeditados en un DVD por una editorial llamada Ruscico, siglas de Russian Cinema Council, un concilio para mi infinitamente más importante que el de Trento, sólo por el mero hecho de editar DVDs rusos con subtítulos e idiomas que los mortales como yo pueden entender. La caja del DVD en cuestión tiene un diseño bastante majico, con un montón de textos en ruso y un pequeño libreto con muchas más cosas en ruso que no puedo más que imaginar que son buenas, del tipo «este DVD traerá felicidad a tu miserable vida». La presentación del disco, una vez insertado, también da buena impresión, impresión de que se nota que han dedicado unas cuantas horas rusas, que ya sabéis que duran varios minutos más que las españolas, a darle un aspecto profesional, no como esos DVDs de serie media cuyo menú es un fotograma pixelado de la película, con tipografía Comic Sans y los colores rojo y amarillo que vienen por defecto en los editores de menús. En el caso de Alicia, existen menús principales, submenús, todos ellos con animaciones y músicas diferentes, posibilidad de seleccionar idiomas, subtítulos, capítulos, una pequeña historia acerca de Lewis Carroll y su obra, e incluso un misterioso menú lleno de opciones en ruso que me dejó plenamente intrigado. Estaba convencido de que, seleccionando ciertas opciones de dicho menú en el orden adecuado, entraría por mi ventana el fantasma de Stalin y me otorgaría entre carcajadas el poder de volar. Cuando descubrí que era incapaz de encontrar la combinación de opciones correcta, desistí y me puse a ver la película, pero ya ligeramente mohíno porque yo quería volar y reírme de la gente que me cae mal a través de una nube para que no pudieran verme.

La primera parte, Alisa v Strane Chudes, dura algo así como media hora y está dividida en tres minicapitulillos de diez minutos. La segunda, Alisa v Zazerkale, tiene un minicapitulillo más pero sigue el mismo formato, alcanzando cuarenta minutos. El total de ambas os lo voy a comunicar en cuanto realice la complicada operación mental, que ya sabéis que soy de letras mixtas y eso me da absoluto derecho a no tener ni puta idea ni de letras ni de ciencias. El total son setenta minutos. Setenta escasos minutos, pero oh señor, setenta fabulosos minutos. Alisa v Strane Chudes no tiene tiempo para pijadas ni para canciones cursis, sino que va directamente al grano, pasando una por una por todas las escenas claves de ambos libros, y con un diseño bastante alejado tanto de las ilustraciones clásicas de John Tenniel como del puñetero Disney. Alicia tiene el pelo castaño con reflejos azules, una combinación bastante arriesgada para el siglo XIX y que convierte a Alicia en una figura proto-punk, y la mayoría de los personajes tienen un aspecto onírico e inquietante. Onírico es, en definitiva, el adjetivo que mejor define esta interpretación rusa de Alicia. Si ya el libro estaba básicamente narrando una especie de sueño, la Alicia rusa eleva este factor a la décima potencia. No, a la decimoprimera, que me gusta más como suena. Absolutamente en cada momento ocurren cosas extrañas en la pantalla y las escenas están cargadas de detalles que pasan desapercibidos la primera vez y, probablemente, también la segunda vez que la ves, sobre todo si gozáis como yo de la capacidad de atención de un molusco muerto. Los fondos y decorados a través de los cuales viaja Alicia ayudan a dar ese toque onírico, misterioso, de un lugar extrañamente pacífico pero más raro que el ano de un búho.

El estilo tiene todos los componentes de la animación rusa, y todas las características que echo de menos en la animación actual. Todo se nota que está dibujado y pintado a mano, y el movimiento es una especie de mezcla de animación normal con algo de «cutout animation», que es la típica forma rusa de crear movimiento a partir de figuras fijas recortadas que se mueven como a golpes. Para que me entendáis, es algo así como la capacidad de movimiento y flexibilidad que solemos tener el 1 de enero cuando nos levantamos a las cuatro de la tarde tras una nochevieja difícil, sabiendo que hemos de comer el cordero asado recalentado de la comida y que posiblemente suban hasta nuestra mandíbula los efluvios de aquel último chupito que no debimos aceptar. Algo así, pero con dibujos. La animación, en definitiva, es perfecta y no tiene nada que envidiar a ninguna super-producción estadounidense, que es precisamente el caso con muchas de las producciones rusas. No todo el monte es orégano, claro está, igual que no todos los vascos talan árboles a escupitajos, pero mientras que algunos rollos cursis americanos son considerados como el pináculo de la animación y el éxtasis de la fantasía, docenas de cortos y películas quedan relegados al olvido por no haber tenido la proyección o exposición necesaria. Con esto quiero decir que, en un duelo a muerte entre Alisa y otras Alicias, la Alicia rusa sale victoriosa en todos los aspectos e incluso le quedan fuerzas para robarles las bragas a todas las demás y hacerse banderines. Creedme, os lo imploro.

La mayoría de los personajes básicos de ambos libros tienen su reflejo aquí, aunque algunos resultan sorprendentes porque están muy alejados del diseño al que estamos acostumbrados a verlos. Así, Jabberwocky ya no es un mónstruo con aspecto de dragón, sino una especie de bola peluda con dientes a la que dan ganas de dormir abrazado sin importar el mañana. La Reina de Corazones ya no es una gordaca histriónica como de costumbre, sino un ser andrógino parecido a David Bowie. La oruga, Humpty Dumpty, las figuras de ajedrez, el gato de Chesire… todos ellos aparecen repartidos a lo largo de los setenta minutos que dura el DVD. Incluso Tweedledum y Tweedledee, aquellos hermanos gemelos que pasaban sus días haciendo el mongolo y jodiéndose la vida el uno al otro, son protagonistas de su propia escena, en la que bailan encima de un gigantesco disco de vinilo que da vueltas, mientras entonan una canción verdaderamente inquietante. Con la salvedad de que aquí ya no se llaman Tweedledum y Tweedledee, sino Trulalá y Tralalá, que me resultan nombres fabulosos para mis futuros hijos. Pensándolo bien, al hijo que menos me guste lo llamaré Tralalá para amargarle la vida para siempre, y al otro lo bautizaré con un nombre más habitual como por ejemplo Paco. Hablando de la canción inquietante, absolutamente todos los personajes tienen un halo, efectivamente, inquietante, a falta de un adjetivo más adecuado que probablemente exista pero que como soy de letras mixtas desconozco. La Alicia rusa prescinde de todo el cursileo que ha cubierto a todas las demás adaptaciones previas y por llegar, exceptuando por supuesto aquella versión de 1988 del director checo Jan Svankmajer que es harina de otro costal porque habría llevado al suicidio incluso al pariente gracioso que se emborracha en las bodas y cuenta anécdotas hasta que la gente se va hartando y emigra por oleadas. Y lo que queda es un regreso a la esencia de los libros de Lewis Carroll, humor ácido, crítica social, personajes raruncios y una realidad tal vez no tan maravillosa que te hace preguntarte si sería más apetecible quedarte allí y vivir una existencia lamentable tomando el té durante todos los minutos del día o regresar a tu realidad y seguir viviendo tu existencia igualmente lamentable. Aunque el hecho de que en el País de las Maravillas puedas pintar las flores del color que te de la santa gana y cantar canciones horribles mientras bailas encima de un gigantesco disco de vinilo me hace decantarme por la primera opción.

A pesar de ofrecer subtítulos en multitud de idiomas, incluyendo el español y por cierto bastante bien traducidos, teniendo en cuenta que traducir un libro tan difícil como Alicia al español tiene que ser tarea de chinos, y por consiguiente traducir al español algo que previamente fue traducido al ruso de un libro tan difícil como Alicia debe ser seguro tarea de chinos con cara de chino y mentalidad de chino muy chino chano chino, el audio sólamente está doblado en ruso, inglés y francés. Ya que el inglés podía entenderlo pero me perdía el doblaje original, y detesto el francés y a toda la gente que lo considera «el idioma más romántico», opté por la combinación de audio ruso y subtítulos en español. La música y los diálogos son la ostia. Iba a escribir que eran sublimes, pero me pareció demasiado pedante e indigno del Escalón y opté por una versión más popular. Las melodías son igual de misteriosas y oníricas y acompañan perfectamente a la historia, hasta tal punto que estuve tentado de grabarlas en mi MP3 y pretender que el conductor del autobús que me lleva y trae cada día es un huevo gigante. Por otra parte, las voces hablando en ruso dotan de un ritmo relajante a la historia porque, no sé si será práctica común en Rusia, pero todos los personajes, narrador incluido, sombrerero loco inclusive, conversan de una forma extremadamente suave y pausada, lo cual no aburre sino todo lo contrario, ya que a mi personalmente me deja en una especie de extraño trance. Si el trance estuvo provocado por las voces en ruso, o por la botella de vodka que descorché como tributo personal a Rusia, es una incógnita que quedará revoloteando por los contaminados cielos de esta gran ciudad hasta el fin de mis días.

Habiendo visto multitud de dibujos animados rusos en versión original, debo decir que esta forma tranquila de doblar las voces suele ser denominador común, así que tal vez esté predestinado a vivir en Rusia, ya que tengo una potencia de voz tirando a flojeras y en los bares ruidosos no hay manera de que mi voz se imponga por encima del jaleo. Tal vez en Rusia alguien me haría caso. Tal vez. Hace tiempo tuve una especie de amigo ruso online con el que intercambiaba discos, ya que él tenía una especial predilección por grupos españoles y alemanes, mientras que yo la tenía por los rusos, pero siempre hablábamos por e-mail y en inglés, con lo cual jamás sabré si hablaba de forma pausada aparte de escribir en inglés al estilo indio Jerónimo.
No obstante reconozco que, tal y como he comentado hace quinientos párrafos, soy bastante poco objetivo en cuanto al idioma ruso se refiere, ya que me gusta como se escribe, como suena y como se pronuncia, y como no tengo ni papa y sólamente sé decir Ulica Roz y Geroj Asfalta, que significan respectivamente «la calle de la rosa» y «el héroe del asfalto» y son totalmente inútiles pero se trata de canciones de grupos jevis rusos que forman parte de mi fabulosa colección de vinilos, esta subjetividad significa que en la película podrían estar diciendo perfectamente «Alicia caga blando en la boca de Humpty Dumpty cada vez que va al País de las Maravillas» y me gustaría igual.

Así que, ¿es todo perfecto en un País de las Maravillas en el que Alicia se llama Alisa, tiene el pelo mitad marrón mitad azul, la Reina de Corazones parece un transexual, Jabberwocky es majico, Humpty Dumpty da grima, y Trulalá y Tralalá dan miedo? No, porque aquel extraño menú no me otorgó la capacidad de volar por los cielos y encima todavía no sé para qué sirve. Pero, ¿por todo lo demás? Absolutamente sí, se trata de la mejor versión animada de Alicia en el País de las Maravillas existente y, probablemente, por existir. La próxima vez que emitan por televisión la película de Disney, o la vean vuestros sobrinos, u os saque el tema esa tía cursi que os mola, acordaos de mi. Acordaos de Alisa v Strane Chudes. Acordaos de mi colega ruso online que escribía muy mal en inglés. Acordaos del vodka y de lo bien que combina con el zumo de naranja. Natural, eso sí, que a cualquier cosa la llaman zumo hoy en día, maldita sea.