Hace algo así como dos o tres días, durante el transcurso de una de esas tardes de invierno en las que deberías salir a buscar amor y fortuna donde las calles no tienen nombre pero decides no hacerlo porque hace viento gris y te duele la garganta sin motivo, me percaté del horrible hecho de que no tenía quesitos en porciones dentro de la nevera. Por supuesto, seguramente llevaba sin comer un quesito y, muy probablemente, sin tan siquiera pensar en su triste existencia doce años fácilmente pero hey, ya sabéis cómo somos las embarazadas, esa tarde necesitaba un maldito queso en porciones de El Caserío.

Mientras arrastraba insulsamente mi esqueleto por los pasillos del supermercado, debatiéndome entre si podría o no llegar a ser capaz de comerme un mono crudo si me viera en la situación de estar perdido en una isla desconocida y desierta por culpa de un naufragio provocado por un iceberg traidor, apareció ante mí un fantástico stand con un montón de rollos de papel higiénico de brillantes y llamativos colores, marca Renova. Por un momento me pregunté entre risillas comedidas cuál sería el cliente potencial de Renova, qué extraña clase de persona podría plantearse comprar un papel higiénico de colores, que casualmente resulta un 640% más caro que el papelajo blanco standard. Siete minutos más tarde, compré un par de rollos.

Me resulta altamente fascinante que en estos tiempos en los que mucha gente, debido a dificultades económicas, se ve incluso obligada a hacerse los cubatas mezclando la Coca-Cola con el liquidillo de las latas de aceitunas o con la colonia del difunto abuelo, una compañía decida sacar a la venta un supuesto papel higiénico «de lujo» sin miedo a estrellarse en el negro fracaso. Habitualmente, sólo nos acordamos de la figura del papel higiénico cuando se ha terminado en domingo, y un escalofrío recorre nuestro cuerpo de principio a fin mientras la terrible idea de tener que vernos obligados a usar papel de periódicos viejos surca nuestra mente, hasta que por fin aparece un paquete de pañuelos salvador dentro del bolsillo de la cazadora que no nos hemos puesto desde los noventa. Habéis probado alguna vez a prepararos un cubata con el líquido de las latas de aceitunas? Horas más tarde, la cama da vueltas igual que con el vodka.

No os miento si confieso que tardé algo más de cuatro minutos en decidir qué color iba a ser el elegido, de una amplia gama que incluía el negro, el verde pistacho, el rojo cerecilla y el añil antibiótico. Debo reconocer que el rosa fucsia me tentaba intesamente, pero un hombre debe mantener cierto nivel de dignidad incluso si está comprando quesitos y rollos de papel higiénico de colores, así que opté por el rojo, ya que poseía ese aire regio, sobrio e incluso navideño que estas fechas tan señaladas necesitan para impresionar a tus amigos cuando vayan a vomitar al váter en nochevieja.

No es la primera vez que veo e incluso poseo papel higiénico con un diseño que se salga del triste blancujo habitual, y siempre me deja atónito que alguien preste tantas atenciones a un objeto tan volátil como es, dada su principal utilidad, el papel higiénico. Quiero decir, no me propongo colgarlo cuidadosamente del cabecero de mi cama para siempre y examinarlo cada noche mientras me acaricio la barbilla, bebo un té verde y trato de comprender su verdadero significado. Tan sólo voy a limpiar mi lamentable culo con él. Dibujos, colores, demás parafernalia en el papel higiénico ¿a quién le importa? Es como serigrafiar escenas clásicas del Nuevo Testamento en la superficie de las cerillas, o estampar sudokus en los preservativos, nadie va a prestar atención a esos detalles. Excepto tú, jodido pervertido, sabía que te excitaría lo de los sudokus.

La parte trasera del blister nos confirma en un montón de idiomas que, efectivamente, nos hallamos en posesión de un papel higiénico de lujo, no apto para los sucios culos del populacho, ese que compra las misteriosas tortillas congeladas del supermercado y al que le da igual limpiarse el místico orificio con ese papel que viene en packs de 20 rollos a precio de 0,90 euros y consiste en una única y triste capa áspera con rigidez de oblea. También nos explica, a modo de cámara que va haciendo zoom desde una vista panorámica del planeta Tierra hasta una calle en concreto, pasando por Europa y España, que el papel consta de 2 rollos, 3 capas y, agárrense, 140 servicios por rollo. Doy por hecho que un servicio es cada uno de esos pequeños tramos, separados por microperforaciones, de los que consta cada rollo, y únicamente el hecho de que sólo sé contar hasta 100 evita que invierta los próximos diez minutos en comprobar si es cierto que hay 140. Sorprendentemente, y sin que tenga ninguna relación con el tema de los 140 servicios, resulta que «papel suave» en italiano se dice «carta morbida», y me maravillo de todo lo que estoy aprendiendo hoy gracias al papel higiénico de lujo. Creo que puedo asegurar con certeza que son los 2,30 euros mejor invertidos de la historia de mi vida. Carta Morbida me recuerda a aquella canción que se llamaba Portas Negras de ese grupo jevi brasileño que había en los ochenta, y ese es el único evento que me ha hecho esbozar una sonrisa forzada en lo que llevamos de semana. Figuraos.

Al sacar uno de los rollos para examinarlo como sólo un papel higiénico de lujo merece, descubrí una nueva y excitante sorpresa: están perfumados. No puedo decir que huela exactamente bien, y tampoco logro descubrir con seguridad cuál era el aroma que trataron de conseguir. No es fresa, no es cereza, ni mucho menos frambuesa. La única denominación que viene a mi mente para definir su olor es «culo de vieja», y estoy convencido de que ese no era el objetivo de Renova. De todas formas, mucho me temo que se trata de un elemento irrelevante más, como el color, ya que dudo que nadie olisquee el papel higiénico antes de limpiarse, y mucho menos después. Oh, excepto tú, el pervertido de los sudokus, me avergüenzas.

Podría continuar divagando durante seis o siete horas más sobre la feliz e inesperada aparición de este papel en mi vida, promovida por una retahíla de acontecimientos al más puro estilo efecto mariposa que se inició con un quesito. Podría ofreceros mi teoría que explica el hecho de que, entre semejante gama de colores, el marrón no estuviera disponible, ya que creo sinceramente que su existencia provocaría el mismo efecto confuso que cuando fumas en invierno y no sabes si lo que está saliendo de tu boca es vaho o todavía humo. Podría incluso ir más allá y comenzar una diatriba acerca del mundo de los anos sucios pero, como bien sabéis que la charla soez no suele formar parte del Escalón Imaginario excepto cuando estoy realmente de buen humor, creo que será mejor que me ponga a contar el número de servicios de los que consta cada rollo. Porque sospecho que si son menos de 140 no podré dormir. O, si puedo dormir, soñaré que naufrago y me veo obligado a comerme un mono crudo. Y ninguno de vosotros, excepto el de los sudokus, quiere que eso ocurra.