Los lectores habituales del Escalón sabéis bien que uno de mis objetivos finales en la vida es escribir sobre lo que nadie ha escrito jamás, llegar donde nadie nunca llegó. Por desgracia, tal como vaticinó Nostradamus en una de sus últimas profecías, «en el año 2011 se habrá escrito acerca de absolutamente todos los temas, incluyendo estudios sobre la densidad de las heces de foca». Caramba, Nostradamus era realmente desagradable cuando quería. Pero hoy creo que hemos ido mucho más allá, y realmente hemos conseguido tratar un tema que jamás, ni en los sueños más inquietos que tenía Nostradamus después de cenar butifarra, se trató. Os doy una pista: estrellas ninja griegas de los ochenta con ventosas en sus puntas. Si semejante título se os antoja extremadamente excitante, no dudéis en seguir leyendo. Hey, era broma! Si no se os antoja excitante también debéis seguir leyendo, probablemente nunca volváis a tener la oportunidad de hacerlo! Ya sabéis, también lo vaticinó Nostradamus en una de sus últimas profecías.

Grecia, ese inquietante y desconocido país lleno de magia. Habréis observado que acostumbro a referirme con los mismos adjetivos comodín a países sobre los que no tengo mucho que contar, que habitualmente son el 95% de los países del mundo, incluyendo el mío propio. Grecia, ese inquietante y desconocido país, ilustre por su extensa mitología y por ese extraño rumor que todo el mundo perpetúa pero nadie ha sido todavía capaz de confirmar, basado en que sus mujeres no se depilan el arbustín ni la sobaquera.
Cuando era pequeño, Grecia, o mejor dicho su mitología clásica, me fascinaba de tal forma que llegué a saberme de memoria el listado completo de todos los putos dioses y diosas del Olimpo, junto con su función en la vida e incluso sus equivalentes romanos, a los que siempre menosprecié por considerarlos meras copias inferiores. Quiero decir, ¿quién puede preferir al romano Baco teniendo al griego Dionisio, cuyo nombre suena tan cercano y campechano que podría perfectamente llamarse igual que tu tío loco el del pueblo? Era como comerte una sardina teniendo a tu alcance una sandía. Ya, esa no ha sido la mejor analogía del mundo, pero sospecho que aquello que me vendieron anoche no era realmente sopa y no me encuentro del todo poseedor de mis plenas facultades mentales ahora mismo.

De todas formas, la experiencia más cercana a Grecia que he tenido en mi vida fue cuando conocí a una chica griega, nacida en Grecia, residente en Grecia, de padres griegos y, básicamente, lo más auténticamente griego que existía bajo la capa del cielo sin tener que recurrir a chistes acerca de yogur. Corría el año 1998, yo estaba en COU, el equivalente si no me equivoco al segundo de bachillerato actual, y tocaba en un grupo de jazz fussion y acid jazz llamado Grey Coconut. Realmente la música tenía poco de jazz, poco de acid y mucho de fussion, pero decir «toco en un grupo de acid jazz» sonaba tan atractivo que ninguno de nosotros podía jamás renunciar a anunciarlo a bombo y platillo porque suponíamos que podía abrirnos más puertas femeninas que decir «toco en un grupo jevi». La madre del teclista de ese grupo tenía una amiga en Grecia, cuya hija vino a Zaragoza a pasar un par de semanas. Se llamaba Panaiota, tenía un aire a cuando Alanis Morissette llevaba el pelo liso, y me sorprende gratamente haber sido capaz de recordar su nombre sin tener que hacer previamente un pacto con El Maligno y sacrificar siete peces, ya que ahora mismo no tengo muy claro si esta mañana he llegado a desayunar o no, y de ello hace bastante menos de 13 años.

Los días que pasamos con Panaiota fueron felices, todo lo felices que pueden llegar a ser unos cálidos días de mayo en 1998 cuando tus principales preocupaciones son tratar de hacer creer a una chica griega con aire a Alanis Morissette que eres un tío guay y merecedor de sus bragas. Aparte de felices también fueron ligeramente extraños, porque Panaiota era habitualmente muy vehemente en sus reacciones y, cuando se compró una breva rellena de crema en una tienda de frutos secos y descubrió que le gustaba, comenzó a chillar de forma aleatoria por la calle la frase «QUIERO UNA BREVA!!» durante el resto de su estancia en España. Lo cual convertía nuestros paseos en una actividad llena de desasosiego ya que, a juzgar por las miradas de la gente, más de uno habría estado dispuesto a ofrecerle su breva. Cerdos. Con Panaiota también descubrí que, supuestamente, felación en griego se dice «pipa», con lo que no es del todo recomendable ofrecer pipas a una chica griega si se desea llegar a buen término. Nunca me he molestado en comprobar si esa traducción es realmente cierta o en cambio Panaiota se aprovechó de que mis conocimientos sobre el idioma griego se limitaban a la palabra «Polifemo». Tal vez sea mejor no verificarlo nunca, porque en caso de no ser cierto tendría una anécdota menos que contar, y la de las pipas es de mis favoritas. Jamás pude averiguar si el mito de que las griegas no se depilan tenía algún tipo de fundamento, ya que Panaiota me dio unas calabazas del tamaño del jodido Partenón durante la última noche, pero acabo de recordar que el teclista de Grey Coconut grabó una película porno en la que salía un tío con un único testículo encima de la única evidencia en vídeo que teníamos de un grupo anterior en el que estuvimos llamado Blind Focus. Un detalle absolutamente gratuito y que no tiene ningún tipo de correlación con el tema principal del artículo que nos ocupa, pero que aún a día de hoy me hace llorar.

Y ahora que os pillo desprevenidos, tras una innecesaria puesta en antecedentes sobre Grecia que os ha hecho olvidar que el tema de hoy es menos interesante que examinar los cojones de un escarabajo a través de un microscopio, permitidme recordaros cuál era ese tema. Estrellas ninja griegas de los ochenta con ventosas en sus puntas. Hey, ya no suena tan mal como al principio, no? Tal vez sea gracias al escape de butano que ha tenido mi vecina esta mañana. Cuando pensamos en niños griegos, un tema que sinceramente no es muy habitual en mi mente y espero honestamente que tampoco en las vuestras, solemos hacerlo en forma de crío moreno de grandes cejas, ataviado con túnica y sandalias de cuero, y jugando con un ábaco en la polis de Atenas. Pero, al fin y al cabo y tal como demuestra este excitante juguete, los niños griegos de los ochenta no eran muy distintos a los niños españoles de los ochenta. Jugaban a ser ninjas y todo, como tú y como yo, ¿quién lo habría imaginado?

Esta maravilla es, ni más ni menos, una estrella ninja de goma con ventosas en sus puntas, para pretender ser una astuta sombra en la noche, más rápida que el viento y más silenciosa que un frote de testículos, que se escabulle entre las brumas para asesinar a sus enemigos clavándoles un mortal shuriken en el entrecejo velludo y desaparecer sin dejar rastro. Todo ello sin el peligro de cortarse uno o varios dedos durante el proceso porque, ya sabéis, los niños no deben jugar con utensilios afilados. ¿O sí? Cuando tenía alrededor de diez u once años, había de camino al colegio una tienda de artilugios destinados a gimnasios y la práctica de artes marciales, ya extinta, que vendía alegremente shurikens auténticos y de verdad a mis sudorosos compañeros. Cada mañana, uno de ellos aparecía en clase con una nueva y flamante estrella ninja, mientras yo me sentía el saco de mierda más desgraciado de todo el planeta, ya que mi madre no dejaba de hacerme saber que se inventarían los condones reversibles antes de que ella me comprara una estrella ninja. No comprendo cómo todos aquellos críos no se mataron unos a otros en un lapso de media hora, pero me consta que muchos de ellos todavía siguen vivos. Un verano, probablemente perteneciente al mismo curso de la vorágine de los shurikens, localicé otra tienda desnaturalizada que me vendió una mariposa. Ya sabéis, una de esas navajas que se abren para hacer malabarismos e intimidar a pandilleros chinos que emergen de sucios callejones para amargarte el día. Mi madre, siempre acechante ante majaderías que podrían convertir mis extremidades en muñones y dar al traste con mi futura carrera de rockstar, me llevó amablemente de nuevo a la tienda, utilizando el sopapo facial como método de propulsión, hasta que la devolví. Supongo que el pacifismo me eligió a mí, en vez de elegir yo al pacifismo.

Fabricada en Grecia por una compañía de juguetes autóctona cuya mascota es una especie de mono ebrio y su nombre suena a «ISMA» pero no puedo reproducir aquí porque no sé si tenéis instalado en vuestros sistemas operativos el alfabeto griego y temo provocaros errores en el navegador y que os explote el ordenador en una nube de azufre, la estrella ninja con ventosas fue lanzada en algún momento indeterminado de la década de los ochenta. A juzgar por el diseño, el look, la ilustración, la simplicidad, el mono ebrio, el ninja genérico de la parte frontal de la caja y la gilipollez suprema que esencialmente es, voy a aventurarme y a estimar que fue puesta a la venta alrededor de 1986. El mecanismo es sencillo: lanzas tu estrella contra una superficie y, si ésta es plana, no porosa y carece de flemas pegadas y demás mierda, el shuriken se queda adherido a ella mediante sus ventosas. Ahora que tengo 76 años ya no me haría feliz ni leer en el periódico que se van a poner a la venta moldes de silicona con forma de los morrillos de Pat Benatar, pero sé que, cuando era pequeño, esta estrella ninja me habría excitado hasta el punto de la apoplejía. Sólo dios y mi madre saben la de cortinas que reduje a jirones gracias a los shurikens improvisados que fabricaba con cualquier material clavable que cayera en mis manos.

Observad la majestuosidad del ninja griego en todo su esplendor. Bajo un título en letras blancas que, imagino, debe significar «soy un Ninja y tú eres una mierda», el ninja griego sobrevuela la gran ciudad de Atenas sin cuello, con un brazo izquierdo de dos metros, y lanzando shurikens a semejante velocidad que, cuando vas a ofrecerle diez euros y a tu hermana para que te deje vivir, ya estás muerto. No queda muy claro si las estrellas que arroja el ninja griego también tienen ventosas en sus extremos o por el contrario se lo toma algo más en serio que un niño gordo de diez años, la verdad es que más bien parecen puntas de destornillador, pero a decir verdad opino que nada de eso importa cuando se presenta ante tus ojos semejante éxtasis pictórico. Hablo en serio, observadlo. No echáis de menos aquellos tiempos en los que no todo tenía que estar necesariamente respaldado por una marca, una licencia o una película? Hoy en día, nadie compraría una estrella ninja con ventosas a no ser que fuera un juguete oficial de alguna puta película en 3D. En 1986, una compañía griega podía poner a la venta un shuriken con el ninja genérico más vulgar y corriente de los ninjas genéricos, y millones de niños griegos con pobladas cejas oscuras suspiraban de placer al unísono.

La parte trasera de la caja muestra esquemáticamente el fantástico tesoro que estamos adquiriendo, y un misterioso texto explicativo. En un primer vistazo, me pareció que contaba una historia acerca de cómo los ninjas clásicos del periodo Edo en Japón, durante las efímeras horas de relajación cuando no estaban luchando, utilizaban unos shurikens especiales con ventosas para hacer vacío y así aumentar la longitud de sus pezones. Acto seguido recordé que, aunque soy de letras mixtas, lo que estudié en realidad fue latín, y aún así nunca fui un gran experto en la materia, ya que en cierto examen final tuve que traducir un texto que realmente trataba de cómo las tropas del César se retiraron tras la guerra, y yo estaba absolutamente convencido de que hablaba de cómo los marineros del César tuvieron que hacer frente a las sirenas que los llamaban desde un risco. Mi versión tenía más miga, el profesor lo sabía perfectamente, y por eso fui vilmente suspendido.
En realidad, el misterioso párrafo en cuestión simplemente declara que la estrella ninja es inofensiva, no tóxica, y que no está recomendada para niños menores de 3 años. Creo que, también esta vez, mi versión del estiramiento de pezones era más emocionante que ésta, pero debo reconocer que me tranquiliza saber que puedo mordisquear una ventosa durante la totalidad de una tarde lluviosa sin miedo a que aparezca en mi boca un eccema color café.

Ah, estrella ninja con ventosas! Igual que la vasectomía, quién te hubiera conocido antes. Consigues retraerme a un tiempo en el que era muy simple ser feliz con un pedazo de plástico, aunque no fuera tóxico y provocara alucinaciones oníricas al lamerlo, y al mismo tiempo arrojar un poco de luz sobre el mundo de los juguetes griegos antediluvianos, ese gran desconocido, en cuyas aguas todo indica a que volveremos a sumergirnos muy pronto. Mañana, en el curro, tal vez aparezca una letal estrella ninja con ventosas y quede de repente adherida a la máquina del café, en señal de advertencia, a tres milímetros escasos de los que me caen mal de la oficina. ¿Quién la lanzó? ¿A quién iba dirigida? ¿De dónde provenía? ¿Qué inquietante mensaje transmitía? Jamás lo sabrán porque, sin lugar a duda, yo soy un Ninja y ellos son una mierda.