Cuál es la barrabasada autodestructiva más gorda que habéis hecho bajo los efectos del alcohol? Yo una vez me rompí la ceja en siete partes por culpa de una experimentación con la absenta que se torció ligeramente. En otra ocasión, convertí mis manos y rodillas en tomate frito al tratar de lanzar lo más lejos posible el radio de una rueda de bicicleta que encontramos por la calle. Ya sabéis, a modo de frisbee. El problema fue que, de manera que todavía no soy capaz de explicarme, mi cuerpo entero se fue también detrás de aquel improvisado frisbee. Espero que esos dos acontecimientos no se conviertan en mi mayor aportación a la humanidad y, aún a día de hoy, recordarlos me produce cierta sensación de bochorno infinito. No obstante, durante esos días que tienen lugar de vez en cuando, y en los que te da por sentarte en la alfombra a mirar el techo mientras piensas que, si el mundo fuera tan solo medianamente justo, algunas de tus noches deberían haber terminado de forma mejor que volando tras una rueda de bicicleta, suelo llegar a la conclusión de que podría haber sido peor. Mucho peor. Podría haberme cortado el torso hasta que hubieran asomado las costillas, tal como hizo Tyla, cantante de Dogs D’Amour, en una fatídica noche de 1991 que trajo consigo el fin de la formación clásica de la banda.

Llevaba prácticamente toda mi vida, o al menos toda mi vida jevorra, la cual comenzó cuando tenía alrededor de doce o trece años, leyendo cosas acerca de un grupo llamado Dogs D’Amour en las revistas Heavy Rock y Kerrang que solía comprar con prodigiosa religiosidad sisando el dinero que tenía apartado mi madre en una estantería de la cocina para comprar el pan, la cual no podía explicarse si es que comíamos mucho pan o un mamón de mierda enganchaba un puñado de monedas cada mes para comprar revistas jevis en cuyas portadas aparecían Guns’N’Roses un mes sí y otro también. A juzgar por los esbeltos y estilizados cuerpos de sus dos hijos, supongo que en algún momento daría por hecho que el caso era el segundo. No obstante, por motivos que ignoro pero que relaciono con esa mágica frase que reza «todo tiene su momento» y que todos entonamos con aparente esperanza lastimera cuando descubrimos que nada de lo que deseamos llega ni a tiros, no escuché ni una canción de Dogs D’Amour hasta prácticamente el final de mi adolescencia, allá por mis 20 o 21 años, cuando «How Come It Never Rains?» sonó en algún lugar que por desgracia he olvidado. La que yo pensaba era una banda glam más, con el peligro de ser incluso una desgracia genérica intragable al estilo Steelheart o BulletBoys, resultó que no tenía mucho que ver con todo ese estilo, demostrándome que estaba, una vez más, en un craso error, y que las apariencias engañan como cuando las ancianas se cambiaban de acera al ver aparecer mi frondosa melena a pesar de que, a fecha de hoy, todavía no he violado a ninguna.

The Dogs D’Amour eran distintos. Un aire de rock clásico inglés a lo Rolling Stones y The Faces con el toque justo sleazy y ligeramente punk, como unos Quireboys con resaca mañanera. Un aspecto de oler en parte a whiskey del que no lleva dosificador y en parte a vinarro. Eso no es realmente algo bueno, pero para verlo desde la distancia tampoco es realmente algo malo. Una voz de Tyla, su cantante y principal compositor, como si tuviera perpetuamente en la garganta unas flemas del tamaño del océano Índico. Unas canciones que, bien lejos de la temática hardrockera standard de «hot rockin’ tonight in the city» o «shake your lips around my love pistol baby, ‘cos I’m ready to shoot sweet sweet honey baby, yeah!», hablaban pricipalmente acerca de alcohol, melancolía, alcohol, desilusión, nostalgia, birra, alcohol, melancolía y birra con whiskey. Parecía un grupo hecho a medida para mí, y me pregunté por qué no los habría conocido antes, para acto seguido responderme con la frase «todo tiene su momento, my friend». Le añadí un «my friend» al final porque, ya que me estaba reconfortando a mí mismo, quería que sonara lo más reconfortante posible. Tal vez tendría que haberle añadido también un «baby», pero ya es tarde para eso. Para cerrar el círculo de virtudes de The Dogs, estaba la estética de las portadas, contraportadas e interiores de los discos. Dibujos del cantante Tyla con un estilo totalmente único y propio, una especie de escenas autobiográficas en cómic pintado con acuarelas, con colores llamativos y diseños recargados, que impregnan todos y cada uno de los detalles de los discos, hasta el punto que puedes ver un vinilo pasar volando a cien kilómetros de tu culo, enganchado en el pico de una grulla negra, y saber que es de los Dogs D’Amour.

En 1988, los Dogs editaron el que tal vez sea su disco más clásico, recordado y celebrado hasta la fecha, In The Dynamite Jet Saloon, el cual es tan versátil que puede servir perfectamente de banda sonora mientras te emborrachas, mientras tienes un ataque de tristeza, mientras tienes un ataque de alegría exacerbada con los colegas, o mientras tratas de seducir a una fémina aparentando ser cool. Tres años después, Tyla se rajó el pecho con una botella de vino durante un concierto en Los Angeles, se dio el lenguao padre contra el suelo, el concierto terminó y, junto con él, también la formación clásica del grupo. El batería Bam Bam se unió a los por entonces incipientes Wildhearts, Tyla siguió en la música y pintando cuadros que se han ido cotizando cada vez más hasta el punto que hoy en día puede costarte un pequeño riñón conseguir uno, y los Dogs D’Amour se han ido reuniendo y separando durante los últimos veinte años, con unos y otros miembros, en un proceso que dura hasta el día de hoy. Ahora en el año 2011 los actuales Dogs, formados por Tyla y dos o tres tíos más que no conozco, regraban su clásico In The Dynamite Jet Saloon. Horror? Herejía? Tal vez no tanto.

A finales del pasado año, Tyla anunciaba la regrabación de este disco y ponía a la venta una especie de sendos packs patrocinadores, canjeables cuando se editara el disco, uno con un precio de 70 libras y el otro a 150 libras, que incluían cosas como un certificado firmado, tu nombre en el libreto del CD, un disco firmado, entradas para todos los conciertos durante un año, una pintura original de Tyla y alguna cosa guay más. Tentador, pero tuve que obligarme a mí mismo a declinar la oferta ya que cierta norma no escrita me prohíbe gastar más de 170 euros de golpe en algo que no tenga tetillas y me prometa amor y esclavitud vitalicia. Unos cuantos meses más tarde, más de los previstos, «In The Dynamite Jet Saloon MMX», ahora ya realmente llamado «In The Dynamite Jet Saloon MMXI», sale por fin a la venta. Y en vinilo, lo cual me pilló desprevenido porque pensaba que tan sólo aparecería en frío y aséptico CD. Los CDs están bien, pero me apetecía escribir esa frase de melómano pedante a ver qué tal quedaba. Y no queda muy bien, la verdad. Las primeras cien copias de la edición en vinilo vienen firmadas por Tyla e incluyen una reproducción, también firmada, de una de sus pinturas en tamaño A3. Mi cara y movimiento de ratón en cuanto vi semejante ofrecimiento, a un precio bastante inferior al de los packs anteriormente comentados, debería aparecer en los diccionarios al lado de la definición de «compra compulsiva».

In The Dynamite Jet Saloon MMX(I) son doce canciones divididas en dos discos de vinilo de 180 gramos, o sea, los gordos que se escuchan mejor y con los cuales podrías sepultar a cincuenta lagartijas de un solo golpe, en caso de que tu crueldad alcanzara semejantes cotas, y lo primero que salta a la vista es que no es una regrabación tal cual del disco original, con las canciones en el mismo orden y un aire muy similar pero con otros músicos, que es lo que me estaba esperando y lo que no me provocaba especial excitación. Tan sólo seis de las diez canciones originales del disco hacen acto de presencia en esta regrabación, siendo las otras seis restantes caras B y temas pertenecientes a otros discos anteriores. Así, junto a «How Come It Never Rains?» y «I Don’t Want You To Go», de repente aparecen «How Do You Fall In Love Again» o «Sometimes», temas todos ellos que si no conocéis al grupo os sonarán de la misma manera que si os dijera que las mejores canciones del disco son «My Kitchen Smells Funny On Saturdays» y «Fucking A Leper Ain’t No Good Business», las cuales me acabo de inventar, pero que si la trayectoria de los Dogs no os pilla de nuevas, probablemente os supongan una agradable, dulce e inesperada sorpresa. Dios mío, qué cursi soy a veces.

Sé que el anuncio de esta regrabación ha despertado algunas tiranteces en los fans más acérrimos de la banda, ya que al parecer todo el mundo considera que el Dynamite Jet Saloon original era un disco perfecto de pe a pa, y regrabarlo 23 años más tarde con Tyla y otros Dogs D’Amour falsos es tan innecesario como pedir la factura al comprar una bolsa de maíz con sabor barbacoa. Yo no soy un fan tan vehemente como para sentirme ultrajado y deshonrado por la aparición de este disco, ni tampoco considero que Tyla deba ser disecado vivo y arrojado como alimento para las aves migratorias por esta injuria, y todavía menos cuando las nuevas versiones suenan tan bien. En serio, suenan muy bien, muy muy muy muy muy muy bien. Muy muy muy muy muy muy muy muy muy bien. Qué fácil es rellenar párrafos así, verdad? Suena muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy bien. Cuando me llegó el disco, pensaba que la música iba a ser una copia nota por nota del disco original, grabado sin ganas para aprovechar el tirón de un título clásico y embolsarse de forma rápida las libras esterlinas de compradores compulsivos como yo. Realmente temía que toda la parafernalia de la portada firmada y la reproducción del cuadro tendrían mucho más peso para mí que las canciones, y que tras escuchar dos caras y media se vería relegado a la importante y necesaria tarea de acumular polvo junto al resto de bazofias que poseo en mi colección de vinilos. Pues bien, no es así, y no paro de escuchar este Dynamite Jet Saloon una y otra vez. El sonido es perfecto, cálido y nítido. Las versiones son ligeramente más tranquilas, más lentas, más intensas, sin tanto sonido de puñetazo del Double Dragon que tenían las baterías del ex-batería Bam, y con más aire de concierto sentados en sillas de pub roñoso mientras bebes una jarra de birra con marca extraña que te has pedido porque te hacía gracia, y tus amigos salen a fumar a la calle porque ya no se puede fumar dentro de los bares, beibe.

La voz del Tyla actual ya no se parece a la del Tyla de 1988, y el efecto es el mismo que cuando te levantas un domingo después de cinco días de fiestas calimocheras en el pueblo y, al exclamar «qué mal me encuentro», descubres que tu tono de voz, antaño cristalino y agudo, ahora es más similar al de un osobuco moribundo. Si yo fuera él, tal vez no me haría especial ilusión comprobar que mi voz se ha hecho un 230% más grave y mi afluencia de flemas ha aumentado un 610% pero, si os digo la verdad, en disco suena guay. Dota a todas las canciones de una sensación entre dramática y desgarrada que invita a pensar en las primeras versiones grabadas en 1988, en los últimos 23 años, en los cambios que han sufrido nuestras vidas durante todo ese tiempo y en dónde estábamos por aquel entonces. Yo era un niño pequeño igual que vosotros y vosotras, no deis por hecho que ya era viejo en 1988!

El diseño del disco es muy majico, con el mismo nivel de majiquismo que tienen todos los discos y singles clásicos de Dogs D’Amour. El Dynamite Jet original, extrañamente, no tenía ningún dibujo de Tyla en la portada sino que alguien, probablemente la compañía discográfica, optó por cuatro fotos de los miembros del grupo sacadas de una sesión durante la cual seguramente se escucharon muchos eructos. Por el contrario, este nuevo Dynamite Jet está plagado de ilustraciones nuevas, hechas para la ocasión, que se pueden ver tanto en la portada, como en la contraportada, las fundas de papel de los discos y la parte central de la carpeta, que es gatefold, mejor conocida como «funda de las que se abren en dos así como un libro» por la gente no sabionda como yo. Esa parte central es, precisamente, la que se incluye por separado en una hoja, algo más grande que un Din-A3 y también firmado en persona por Tyla. A pesar de que, por desgracia, no es un original, tampoco es una fotocopia hecha en la copistería de al lado del colegio, sino que el papel es grueso, la calidad de impresión es perfecta, huele incluso a acuarelas y, si me dijeran que realmente es un original de Tyla, me lo creería a pies juntillas y sería feliz durante el resto de la semana. Las únicas dos pegas son que, aunque quedará fabuloso cuando lo enmarque y lo coloque encima de la chimenea, por exigencias de la caja cuadrada en la que me enviaron el disco, la lámina tuvo que ser doblada en dos mitades, y cada vez que veo esa doblez siento ganas de apresar animales indefensos y dejarlos varias horas en ayunas. La otra pega es que no tengo chimenea.

Los autógrafos no sirven para nada, sobre todo si no han sido dedicados para ti en persona sino que los ha escrito alguien que no te conoce, a kilómetros de distancia y a quien tu existencia seguramente se la sople con amplitud de miras. Pero siempre he sido, soy y seré un mitómano, al cual le haría más ilusión un calcetín de Robert Sweet que descubrir que mi hermana va a casarse con un empresario multimillonario propietario de burdeles. Y no puedo mentir, imaginar que en algún lugar de Gran Bretaña está Tyla, compositor de «How Come It Never Rains?», sentado en un taburete, firmándome un disco, escribiendo mi nombre y dirección en una caja de cartón, porque se nota a la legua que la letra es suya, y depositándolo en correos, me provoca mariposas en el estómago. Aunque tal vez sean debidas a ese yogur caducado. Hey, pero aunque lleven un par de días caducados, los yogures no son peligrosos, no?

In The Dynamite Jet Saloon MMX, o MMXI, es la mejor compra compulsiva de todas las compras compulsivas que he realizado en el año MMXI. Demuestra que, a veces, es posible volver a echar la mirada atrás y observar los acontecimientos que han tenido lugar durante los últimos largos 23 años, sin necesariamente caer en la nostalgia esa del tipo que te amarga el resto del día. Y que, esencialmente, quizá no importe si nos hemos roto la ceja durante una sobredosis de absenta, o si nos hemos propulsado a nosotros mismos en un vuelo sin motor detrás de una rueda de bicicleta, o incluso si nos hemos rajado la tripica con un casco de botella roto porque, hey, estamos todavía aquí esperando a que lleguen esos tiempos mejores y ya sabéis eso que dicen de «todo tiene su momento».

      The Dogs D'Amour - Sometimes (versión MMX)