4 de abril de 2011. El día en el que conseguí recuperar una pequeña pero importante porción de mi pretérita infancia: pegatinas vintage de los Masters del Universo exactamente iguales a las que poseía e idolatraba de pequeño como si se tratara de deidades extraterrestres que me habían escogido como único repoblador del planeta Ninfomaniense. En realidad fue el día 6 cuando todo esto ocurrió, pero el 4 es mi número favorito mientras que tengo una teoría con no demasiado fundamento que sostiene que los acontecimientos fabulosos jamás ocurren en día 6.

He oído bien? Pegatinas vintage de Masters del Universo como las que tuve y pegué en todas las superficies de mis alrededores cuando tenía cinco, seis o siete años? Wow, yeah, holy shit, awesome amazing great fucking Jesus Christ! Me vais a permitir la licencia de excitarme exclusivamente en inglés, porque no podéis negarme que todas esas expresiones suenan mucho más convincentes así que en español, «wow» queda más intenso que «guau», y además no sé traducir «holy shit» pero me encanta su sonoridad. Una vez ha descendido la excitación hasta los niveles previos al reencuentro con estas pegatinas tras tantos años e incluso décadas, sé muy bien lo que estáis pensando y tenéis toda la razón. Comprar unas pegatinas como las que solías tener de pequeño a un tío que milagrosamente las ha conservado durante veinticinco años dentro de un cajón no tiene realmente mucha utilidad y no va a hacerme recuperar por arte de magia esa infancia que, extrañamente, ahora que tengo doscientos años y soy una momia comienzo a añorar en determinados momentos de mi vida cotidiana, sobre todo cuando mi despertador suena a horas que deberían estar prohibidas por la ley y cuando algún criajo apestoso me trata de usted en el bus. Tampoco va a conseguir que vuelva la peseta, que Cyndi Lauper vuelva a aparecer en la tele con el pelo rapadico por un lateral, que mis padres sean jóvenes y piensen todavía que su hijo es un diamante en bruto, o que vuelvan a estar de moda los pantalones vaqueros lavados a la piedra. Mierda, eso último sí que se ha cumplido, el otro día estuve renovando parte de mi vestuario en tiendas de ropa para gente cool y los vi.

Pero de cualquier manera, supongo que tampoco es un delito tratar de retraerse durante diez minutos a un tiempo en el que una pegatina de Skeletor marcando paquetillo huesudo te hacía sentir que el poder de Grayskull residía en el interior de tus uñas mordidas. Hey, no me culpéis por ello, ni que estuviera ofreciendo drogas en las puertas de los colegios. Cómo se originó el rumor de ese extraño peligro, de todas formas? Jamás he conocido a nadie que compartiera sus drogas alegremente, y mucho menos con niños. Sobre todo si te tratan de usted.

Observad a He-Man y Skeletor posando con magnificencia y estudiadas poses en espejo, cada uno con una pierna diferente elevada para ofrecer un fabuloso efecto de simetría a pesar de que, a juzgar por el distinto color de los cielos de fondo, creo que podemos discernir a ciencia cierta que no estaban juntos en el momento de la foto. No obstante, debe de haber muchos cráteres en la superficie de Eternia. Estas, y todas las pegatinas que vamos a repasar hoy, eran enviadas por Mattel a las tiendas españolas que vendían Masters del Universo, y a su vez regaladas por los empleados o dueños de dichas tiendas a los niños cuyos padres compraban muchas cosicas y gastaban 4.900 pesetas en un cacharro con patas llamado Spydor. Tuve exactamente estas dos pegatinas de He-Man y Skeletor y recuerdo perfectamente haberlas pegado en la cara interior de un pequeño armario que había en el cuarto de estar de mi antigua casa.

Lo que no recordaba era que, a pesar de que los moldes de ambos muñecos eran iguales aunque de diferente color, en las pegatinas Skeletor tiene las garrillas ligeramente más estrechas que He-Man. Seguramente le sentarían mejor las mallas en un momento dado. Tuve, pues, estas dos pegatinas, así como la mayoría de las demás que veremos en los próximos párrafos, e incluso más aún que no he conseguido localizar y que están perdidas para siempre, adheridas a muebles que perdí de vista en los noventa. La explicación de cómo puedo recordar haber poseído tantas pegatinas de Masters del Universo se bifurca en dos posibilidades no excluyentes. Quizá fue debido a que los dependientes de las tiendas que regentaba con mi madre eran extremadamente amables y generosos, o quizá a que fui un maldito crío mimado al que le compraban más Masters del Universo de los que realmente necesitaba. Posiblemente la segunda posibilidad sea la correcta, pero también es cierto que, antaño, un anciano predicador exclamó desde lo alto de una montaña que tanto con la sabiduría como con los Masters del Universo, jamás hay que decir basta.

Esta serie de pegatinas era fantástica. Miden algo así como 20 centímetros de largo por 10 de alto, pero no me toméis la palabra a rajatabla porque la medición a ojo no forma parte de mis dos virtudes, y no me apetece bajarme los pantalones para usar algún apéndice de mi cuerpo como referencia. Son imaginaciones mías, o tiene Skeletor unos brazos exageradamente desarrollados, sobre todo en largura? Quizá sea debido al acarreo de cubos de agua para apagar las llamas que al parecer están calcinando su malvado castillo, pero creo que no me equivoco al opinar que Skeletor podría darte un abrazo, enrollar sus brazos alrededor de tu cuerpo y darte otro más. Un abrazo doble, qué romántico.
Habría jurado que Jitsu, una especie de Fisto con la mano más pequeñica y más entradas en la frente, era el amigo oriental de He-Man pero, a juzgar por los sopapos que le está propinando en el escudo, ante la asustada mirada de nuestro héroe, el cual prevé que volverá a Grayskull con una mano roja marcada en su curtida faz, parece que no es muy amigo y tal vez me esté confundiendo con Ninjor, que también era oriental. Nunca tuve a Jitsu y, a decir verdad, jamás me resultó extremadamente atractivo, a pesar de tratarse del «diabólico maestro de las artes marciales».

Siento cierta envidia de los habitantes de Eternia, todo parece tan simple allí. Mediante una rápida consulta al reverso de la pegatina, al parecer no existían medias tintas y uno sólo podía ser un «heroico algo» o un «diabólico algo». Qué fácil tenía que ser desarrollarse como individuo allí. Sin miedo a ser diferente, a destacar, a ser un inadaptado o a sentirse solo en mitad del maremágnum de una guerra perenne entre el bien y el mal. O heroico o diabólico, ni más ni menos. Me pregunto de qué manera se afrontaría la bisexualidad en Eternia, no obstante, ya que el príncipe Adam tenía bastante aspecto de, en un momento dado, no importarle cenar carne o pescao. Llegó un momento en el que aparecían nuevas figuras de Masters del Universo cuyas existencias carecían de mucho sentido, y aparentaban haber sido creadas metiendo en una bolsa bolitas con las palabras «heroico», «diabólico» y varios sustantivos aleatorios escritos en ellas, y extrayendo dos o tres al azar. Me extraña que no apareciera algún muñeco denominado «heroico héroe heroico».

Por desgracia, la ortografía no es una disciplina de las más estudiadas en Eternia, y después de leer 452 veces la palabra «heroico» con una tilde extra en la o que no debería llevar, he llegado al punto en el que los ojos me duelen como si un topo ladrón hubiera tratado de extraer zanahorias de sus cuencas. Extrañamente, a «heroica» no le han colocado la tilde y está bien escrita. Será parte de ese lenguaje sexista que denuncian algunas asociaciones cuando se dice «vienen los médicos» a pesar de que entre ellos hay una mujer?

Siento cierta lástima por Skeletor en la primera foto. Sobre todo por la forma en la que incluso se le cae la espada debido al golpe, mientras levanta la piernecica igual que cuando a los perros se les queda la cabeza atrapada por una puerta y no la pueden sacar de ahí. Skeletor pierde su espada de la misma manera que la gente que va corriendo por la calle y choca de repente con una traidora farola a veces pierde un zapato, provocando una inmensa pena en el resto de viandantes que, ajetreados por la inmediatez de la vida cotidiana, ni siquiera se detienen a ayudarles. No es de extrañar, Fisto poseía unos brazos como esas cosas de las que cortan filetillos para hacerte el kebab, repartía hostias como rebanadas de hogaza de pan de pueblo y, aunque todo el mundo se pregunta jocosamente si el tamaño de su pene iría en relación al de su brazo, según su calzoncillo de pelaje todo indica a que no.

Hay algo en el He-Man representado en estas pegatinas que no me acaba de convencer demasiado. Podrían ser los escorzos horribles del dibujante que provocan la aparición de una mano tres veces más grande que la otra y efectos similares, pero no se trata de eso. Creo que es la expresión de su cara. Oh sí, es su cara. He-Man, antaño el más poderoso guerrero del universo y desbaratador de todos los planes absurdos de Skeletor, tiene en todas las pegatinas una cara de desesperación como si supiera de antemano que le van a dar una paliza soberana incluso en el carnet de la biblioteca. Observadlo aquí, parece incluso como si, a pesar de haber impactado a Skeletor con su espada, la inercia de su propio movimiento le hubiera hecho tropezar y estuviera a punto de caer al vacío para romperse los dientes contra ese puentecillo que cruza el río de una orilla a otra. Mientras tanto, se puede leer en la cara de Skeletor la frase «no puedo creer que He-Man sea tan jodidamente inútil». Por cierto, los únicos muñecos de He-Man y Skeletor que tuve fueron los representados aquí, modelo «armadura de combate». Mediante un sistema similar al de las máquinas tragaperras, la parte frontal de sus armaduras cambiaban de aspecto con cada impacto recibido, y el mecanismo en general siempre me pareció el mejor invento de la era moderna después del jersey de lana.

Dentro del lote de pegatinas, algunas están en mayor estado de descomposición que otras, llevándome a la conclusión de que su anterior propietario las conservó durante veinticinco años en el mismo armario que las fregonas y, desgraciadamente, las pertenecientes a la Horda del Terror son las menos favorecidas, respecto a estado de conservación. En otras palabras tal vez más desagradables pero también más ilustrativas, son las que más huelen a seta campestre muerta. Lo cual es una lástima, porque el estilo de dibujo de estas pegatinas me gusta infinitamente más que el de las que hemos visto hasta ahora. De hecho, si su tamaño fuera algo más grande que 10 centímetros cuadrados, les compraría un marco muy caro de madera labrada, colocaría una pila de agua bendita justo debajo, y obligaría a todas mis visitas a besar los pies de Hordak seis veces a cambio de permanecer con vida.

Cuando era pequeño quise tener a Buzz-Off, quise tener a Hordak y quise tener la Cueva del Terror. Todavía los quiero, pero jamás los he tenido, igual que siempre quise tener pezones verdes. Esta pegatina congrega todos mis anhelos, juntos en una misma escena, exceptuando el tema de los pezones. Buzz-Off permanece resignado dentro del calabozo de Hordak, con la parsimonia propia de un anciano jubilado que pasa sus mañanas observando las obras de algún edificio en construcción, Skeletor solloza al ser apresado por un árbol con vida propia, He-Man está a punto de ser devorado por una serpiente con dientes más grandes que su culo y Hordak, orgulloso ante la magnitud de su maldad, parece gritar «JAJJAJJAJ SOIS MIS ZORRAS».

En su versión juguete, la serpiente en cuestión, guardiana de la Cueva del Terror, era una especie de marioneta de tela y goma, dentro de la cual introducías la mano y con la que podías agarrar a He-Man y otros incautos por la cinturilla para hacerles vibrar. Me da en la nariz que, hoy en día y en pleno año 2011, todas las Cuevas del Terror que hayan sobrevivido al paso del tiempo tendrán la parte de la serpiente o bien absolutamente podrida y maloliente o bien con pegotes resecos de nocilla fosilizada de algún niño cerdo, así que temo que moriré, infeliz, sin haber podido experimentar la supremacía de la serpiente marioneta. De todas formas, antes de que sintáis lástima por mi triste efigie, debo revelaros que cuando era pequeño tuve los dos grandes escenarios de Masters del Universo: el Castillo de Greyskull Y la Snake Mountain de Skeletor o como cojones se llamara en español ya que lo he olvidado, juntos y envueltos dentro de dos grandes cajas en una misma mañana de Navidad. Aquel fue el momento más feliz de mi vida, junto con el día en el que mi ex-mujer se hizo una reducción de nalgas en el quirófano.

Ah, la Horda del Terror. Ya hemos hablado de esta brigada de adefesios en algún momento de la historia pasada del Escalón así que, ante la innecesariedad de comentar nada que llegue a hacer justicia a un ser de color rojo, dos cabezas, y con la capacidad de adoptar más de mil formas distintas, voy a inventarme la palabra «innecesariedad» y a convertir este párrafo en el más corto que he escrito en toda mi vida.

Congost era, si no me equivoco, la distribuidora primigenia de juguetes de Masters del Universo en la península ibérica hasta que Mattel debió de crear una filial española y quedó como marca única. Me encanta inventar posibles evoluciones que pudieron, o no, ser ciertas. Mer-Man tenía exactamente el mismo molde que Stinkor, otro muñeco de la colección ligeramente posterior y cuya habilidad principal era apestar a detritus, aunque su piel era de color negro en lugar de verde. Y Teela, bueno, era el muñeco que no quería nadie, junto con el Príncipe Adam, identidad secreta, sosegada y ligeramente homosexuada de He-Man. Imagino que aparecer en el colegio y extraer a Teela del bolsillo pequeño de tu cartera para jugar con el resto de tus compañeros, los cuales enfrentaban desaforados a Fisto contra Kobra-Khan, tenía como consecuencias directas que se hiciera el silencio, las miradas se posaran con escepticismo sobre tu persona, y volvieras a casa con una patada en el estómago.

Nunca tuve a Teela, nunca la quise realmente, pero siempre sentí un gran aprecio por su presencia y aparecía religiosamente en los dibujos sin perspectiva y con extremidades imposiblemente desproporcionadas, incluso para los cánones de desproporción existentes en Eternia, que solía realizar después de merendar. Con el tiempo aprendí a querer a Teela e incluso compré una de segunda mano en un rastrillo lleno de gentuza que se celebraba durante un día de mucho viento, la cual me observa desde la esquina de una estantería como diciendo «me aburro». A pesar de que mi requisito imprescindible en una mujer es que sea pelirroja, aunque en lugar de cara tenga el culo de un perro sufridor de hemorroides, mi versión de Teela tiene el pelo castaño. Sí, me pareció leer una vez en algún sitio que existía una variante de Teela, pelirroja en vez de castaña, que costaba 12000348 dólares porque sólamente se había fabricado una tirada muy limitada de ellas. Supongo que era cierto aquello de que un cambio de imagen a tiempo, aunque sólo consista en un tinte para el pelo, puede provocar el comienzo de un efecto mariposa que cambie tu vida para siempre.

Y estas son todas las pegatinas de las que consta mi fabuloso pack de adhesivos vintage, mediante las cuales he tenido, y tal vez también vosotros y vosotras, un agridulce viaje de dos minutos a un tiempo en el que la felicidad se limitaba a pegar pegatinas y estudiar los ríos de España. Bueno, estudiar los ríos de España no era exactamente lo primero que viene a la mente al pensar en el concepto «felicidad», pero hoy estoy de mal humor y no se me ocurren cosas felices, ni tan siquiera pertenecientes a la infancia. Y pegar pegatinas suena muy redundante, como comer comida o follar fuelles.

Fin.

Fin? Oh, este artículo no puede terminar así, no soy capaz de dejar de pensar en el destino que habrán sufrido mis pegatinas originales de Masters del Universo, en cuál será su paradero actual, tras perderles la pista hace dos décadas, mudarme de casa y envejecer cual pasa otoñal. Hey, tal vez el hecho de que tus padres utilicen parte de los armarios antiguos de tu casa de la infancia para almacenar basura en un trastero a la que nadie jamás prestará atención de nuevo pueda propiciar un reencuentro con tus viejas pegatinas, no es así? Hagamos un último viaje hoy, esta vez físicamente y a un trastero, y veamos qué es lo que queda de aquellos antiguos adhesivos.

Wow, vaya mierda. Realmente pensaba que me encontraría algo en mejor estado o que, al menos, la foto saldría con un poco más de gracia. Mi cámara digital no está mal del todo, pero no sé hacer fotos, lo reconozco. Y menos cuando dichas fotos deben ser realizadas en un oscuro trastero iluminado por una sola bombilla, mientras temes que en cualquier momento aparezca una cucaracha voladora y te dé un beso con lengua. Esta era una de las puertas de un armario ubicado debajo de la televisión de mi antigua casa, en la que viví desde 1983 hasta 1994, y solía estar plagada de pegatinas desde una esquina superior hasta su opuesta inferior. Por algún motivo que no recuerdo, la mayoría de esas pegatinas fueron arrancadas, tal vez por mí en algún ataque de destrucción pre-adolescente, y tan sólo permanecen algunos resquicios de mi pasado. Resquicios bastante heterogéneos, debería añadir, ya que aquí coexisten desde pegatinas de Seat, Ferrys y marcas de dentífrico que ya no se fabrican hasta calcomanías de los Snorkels, pasando por cromos de los Osos Amorosos o Taron y el Caldero Mágico y… qué es eso azul en la parte superior izquierda? Sí señor, es la pegatina de Skeletor que hemos examinado hace un rato. Sin pierna, semiarrancada y cubierta de mugre intensa como el resto de la puerta, pero mi pegatina original de Skeletor al fin y al cabo. Me alegro de comprobar que en cierto modo sobrevive al paso de más de veinticinco años, me pregunto qué más cosas habría pegadas aquí, las cuales sí sucumbieron al traidor tiempo y desaparecieron para siempre, y os aseguro desde lo más profundo de mi corazón que el cromo de los Osos Amorosos era de mi hermana. Yo siempre he sido muy hombre, y vestía vaqueros marca Río Grande como un buen cowboy.

Con vosotros y vosotras, la otra puerta del armario, y posiblemente la foto peor hecha de la historia de la civilización actual, seguramente capaz de provocar una hemorragia cerebral al inventor de la fotografía, que no sé quién es ni tengo excesivas ganas de buscar en Google porque a vosotros tampoco os importa.
Como comentaba hace un momento, viví en esa casa desde 1983, cuando tenía 3 años, hasta el verano de 1994, momento de mudanza que, casualmente, también marcó en cierto modo el final de mi infancia y el comienzo de la radicalmente distinta adolescencia. Como podéis suponer, y como imagino también ocurriría en vuestro caso, la época de los 3 a los 13 años fue especialmente feliz, a no ser que fuerais de esos niños cuyos padres encerraban en jaulas, lanzaban cerillas encendidas entre carcajadas, y alimentaban con insectos vivos. Los últimos recuerdos que tengo de vivir allí son coger un rotulador permanente y llenar las paredes de dibujos de Ramones, Queen e Iron Maiden. No sé muy bien por qué lo hice, pero os aseguro que me sentí poseedor de una hegemonía digna de un semidiós durante todo el proceso y las pocas semanas que me quedaban de vivir allí. No me puedo creer que hiciera fotos a esas paredes tan solo días antes de la melancólica mudanza en 1994, y hoy en el año 2011 las tenga todavía a mano para escanear una y enseñárosla. Lo que sí puedo creer es que todo ello os importe tanto como a mí la vida cotidiana de un cofrade.

Por supuesto, hasta que la casa se vendió algo así como un año y medio más tarde y estaba vacía a excepción de un colchón sucio, mis padres me permitieron hacer uso de ella para «tomar algo con los amigos», lo cual se traducía en agarrar el pedo padre a base de vinarro de tetra-brik y luego pasar a la zona de bares jevis que estaba convenientemente situada nada más cruzar la calle. Estas reuniones para «tomar algo» se truncaron tras la celebración de cierto cumpleaños, durante el cual un tío casi se tira por la ventana, una chica se puso a mear en el rellano de la escalera, y los vecinos llamaron catorce veces a la policía y veintitrés a mis padres. Aunque he perdido el contacto con mucha de esa gente, me gustaría buscarlos en Facebook y preguntarles si todavía recuerdan aquel cumpleaños que casi trajo la ruina a mi existencia, sobre todo a la chica del rellano.

En esta puerta, justo encima de la pegatina de Géminis que no sé muy bien cómo llegó a mi poder ya que nadie de mi familia es Géminis, podemos ver, también semiarrancado, otro especimen perteneciente a la serie de pegatinas que vimos antes cuyos protagonistas eran Teela y Mer-Man. Justo cuando abrí la puerta, se despegó otra pegatina exactamente igual a la de Fisto arreando a Skeletor que comentábamos al principio, la cual cayó instantáneamente al suelo y al llegar a casa pegué como pude en la tapa de mi tocadiscos, con la esperanza de preservarla para siempre y que consiga que suenen bien todos los discos de grupos horribles que me compro sólo porque me gusta la portada. Teniendo en cuenta las pegatinas de mi colegio, la del perro mariquita de la esquina superior izquierda, la cual creo que era de aquellas que olían al ser rascadas, las de la tal Estefanía, y esa especie de adhesivo improvisado dibujado por mí mismo en el que aparece una paloma y la palabra PAZ, creo que podemos decretar sin lugar a dudas que esta puerta apesta.

Las pegatinas en general dominaron la infancia de cualquier mamarracho que declare haber tenido una infancia. Yo no soy un mamarracho diferente. Las pegatinas me fascinaban, me excitaban, me seducían, cualquier pegatina era buena si cumplía el simple requisito de poder ser pegada. Habría vendido a mi propia madre a cambio de una pegatina distinta para mi colección. Ahora que lo pienso, de hecho sí vendí a mi propia madre, a cambio de una gran pegatina naranja de Cococrash. Me pregunto dónde estará ahora.