De un tiempo a esta parte, los viernes por la tarde me transmiten una sensación especial. Ya sé que a la mayoría de vosotros y vosotras también os transmiten una sensación especial, así como a medio mundo. No trato de dármelas de tío interesante al sentirme excitado por el simple hecho de que al día siguiente sea fiesta porque, efectivamente, esa excitación es inmensamente común, evidenciado por la cantidad ingente de veces que se puede escuchar la frase «de viernes ya» a lo largo del día.

Pero para mí, y sobre todo en esos viernes en los que nuestro programa de radio tiene vacaciones y, una vez terminada la jornada laboral, no tengo real y absolutamente nada que hacer durante el resto del día excepto rascarme los cojones durante un rato hacia un lado y durante otro rato en sentido inverso, la sensación especial que os comentaba alcanza su culmen con una frase que revolotea en mi cabeza en intervalos muy cortos. La frase en cuestión es «oh dios mío, mañana no tengo que levantarme a las 5:15 a.m. y caminar por calles desiertas, todavía de noche, por las que de vez en cuando deambula algún tío con pinta de espectro y un vaso de plástico en la mano, que se permite el lujo de pedirme tabaco y hacerme sentir aún más miserable porque yo he dormido 4 horas y él se va a casa».

Los viernes por la tarde me siento poderoso, me siento fuerte, me siento omnipotente, siento que sería capaz de hacer cualquier cosa. Cosas como, por ejemplo, ir directamente desde el curro a un centro comercial para renovar mi armario y comprar algo de ropa normal para ir a currar.

La frase «comprar algo de ropa normal para ir a currar», en mi idioma, no es más que una excusa vil para adquirir un montón de camisetas que no necesito, pantalones elásticos de jevi, camisas a las que arrancaré las mangas a la primera de cambio y, esencialmente, un montón de prendas que serían consideradas inadecuadas incluso por mi extremadamente permisivo lugar de trabajo, al que se me permite acudir ataviado con camisetas de Joan Jett & The Blackhearts aunque sólo sea porque, si mis sospechas son ciertas, el gerente cree que se trata de una marca de ropa actual. Con lo cual, al llegar a casa tras «comprar algo de ropa normal para ir a currar», me encuentro con que poseo diez nuevos kilos de trapujos para ponerme en conciertos y los sábados por la noche, mientras que la «ropa normal para ir a currar» sigue ocupando un espacio exageradamente humilde en mi armario.

Los centros comerciales, como bien sabéis, son harina de otro costal. Los probadores de algunas tiendas no tienen ni siquiera una simple percha y te ves obligado a depositar en el suelo tanto tu ropa como la que te vas a probar, la música que suena en tiendas tipo H&M o Bershka no sabes a ciencia cierta si existe de verdad o ha sido compuesta de propio para estos establecimientos, y descubres nuevas tendencias que jamás creíste que se llegarían a imponer, como las bermudas de cuadros, los náuticos en formato mocasín, o el regreso de la camisa vaquera. Y, de sopetón, cual jarro de agua fría pero extremadamente agradable, mientras aguardas tu turno para acceder al probador en una inmensa fila de especímenes con piernas depiladas y bermudas de cuadros, descubres algo que cautiva tu ojo hasta hacerlo sangrar de alegría.

Camisetas de las Tortugas Ninja. Esa frase no es en absoluto novedosa y, de hecho, estoy convencido de que la he pronunciado innumerables veces durante toda mi vida. Pero de lo que también estoy seguro es de que no veía una físicamente, tangible, en las tiendas, desde al menos 1992. La iconografía pop y retro sigue su curso, incesante, y desde hace unos años se pueden encontrar en las tiendas guays de centro comercial todo tipo de camisetas con imaginería de décadas pasadas. Camisetas con cintas de cassette, con estética de los años ochenta y, sobre todo, diseños de todo tipo protagonizados por personajes de dibujos animados de los «que veíamos de pequeños». Aprovechándose de la nostalgia estúpida de la que adolecemos los ancianos como yo, los creadores de camisetas confían en el «ala k wayyy me nkantaban los autos lokoss» y en el «ajjajaj k wenos los picapiedra» para poner a la venta, temporada tras temporada, colecciones de camisetas con efecto desgastado e ilustraciones de personajes de dibujos animados clásicos. Lo retro es lo cool actualmente, y Hong Kong Phooey en tu camiseta es hoy en día tu pasaporte a bajar unas bragas en la fiesta de esta noche.

No obstante parece ser que, a medida que los años actuales pasan, los revivals también van avanzando en concordancia exacta, y los personajes de siempre como Los Supersónicos, Popeye, los mencionados Picapiedra, La Hormiga Atómica y el Lagarto Juancho van dejando paso a tendencias de principios de los 90 como, ejem, las Tortugas Ninja. Normalmente, cada vez que me presentaban a alguien que llevara puesta una camiseta de Pierre Nodoyuna con su perro Patán, o cualquier otra mierda estúpida trendy comprada en tiendas tipo Pull And bear, acostumbraba a tacharlo automáticamente de mi lista, elevando la mirada hacia el cielo mientras pensaba «oh por favor, qué falta de individualismo y personalidad». Hoy, me veo obligado a tacharme a mí mismo de mi propia lista, y a censurar mi ausencia de individualismo y personalidad. Probablemente, esta noche salga a la calle y encuentre a cinco cretinos con la misma puta camiseta que acabo de comprar pero, decidme con honestidad, ¿quién puede resistirse a esa cara de Leonardo (por desgracia todas eran de Leonardo y ninguna de Donatello), con su diseño más clásico y no el de aquella nueva serie que hicieron en 2003, debajo de unas grandes letras rojas que gritan TURTLE POWER? Yo, desde luego, no.

En todas las tallas posibles, y no uno, sino todo un abanico de colores y diseños distintos que me hicieron debatirme entre comprarlas todas o irme corriendo y chillando la sintonía de la serie en sentido inverso, las camisetas de las Tortugas Ninja eran las auténticas estrellas de la tienda. Mientras decidía cuál llevarme, tratando de parecer absolutamente desinteresado durante el proceso, una adolescente exclamó a mi lado «mira, camisetasss de las Tortugass Ninjass!». Esa chica ni siquiera habría nacido cuando las Tortugas eran populares. Supongo que Splinter hizo las cosas bien al fin y al cabo.

Las retrotendencias avanzan rápido, y pronto los años ochenta dejarán de ser cool de nuevo y volverán a ser considerados una puta vergüenza como lo eran en el año 2001, así que estirad a fondo vuestra camiseta de GhostBusters y vuestras zapatillas de bota, ya que en un abrir y cerrar de ojos habrán pasado de moda. Hoy lo más digno de admiración son las Tortugas Ninja, mañana quizá lo sean Vanilla Ice y MC Hammer. ¿Y pasado mañana? Quién sabe. Las Tortugas fueron mi última obsesión pre-adolescente, y después de ellas mis intereses se centraron en los discos, las chicas y el calimocho, con lo cual no estoy del todo seguro acerca de cuál puede ser el próximo pedazo de cultura pop en ser reivindicado. ¿Tal vez Pokémon? ¿O el Tamagotchi? Sólo el tiempo lo dirá.

Hoy ya es sábado y mi euforia especial de los viernes por la tarde se ha evaporado cual aspirina efervescente a la mañana siguiente de mezclar vodka con muchos chupitos de tequila. Pero tengo una camiseta de Leonardo, dos sombreros nuevos y un montón de ropa impresentable con la que ser el gran triunfador de las tendencias esta noche. Por desgracia, mi misión original de «comprar algo de ropa normal para ir a currar» fracasó estrepitosamente, como tantas veces lo ha hecho antes. Aunque, pensándolo bien, ¿qué ocurriría si fuera el lunes a currar con una camiseta de Leonardo en la que pone en grandes letras rojas «Turtle Power»? ¿Quizá mi jefe me diga «coge la puerta y a la puta calle Power»? Os lo contaré en nuestro próximo capítulo.