El capítulo de Arte en Formato VHS de hoy trata de una cinta VHS que no tiene portada y pasa sus días y noches dentro de una caja de plástico azul verdoso oscuro con mugre milenaria adherida a su superficie. Sé lo que estáis pensando ahora mismo. ¿Qué sentido tiene pues, Micki, crear una sección que ensalza las virtudes de las obras pictóricas plasmadas en las carátulas de VHS de antaño, y hablar precisamente de una cinta sin portada? ¿Eres imbécil? ¿No es lo mismo que, por ejemplo, poner como título a un cuadro «Oda al Marisco» pero pintar en su lienzo a un perro comiendo cereales con leche? Os explicaré el motivo de hablar de una portada que no existe, porque ese motivo es, simple y llanamente, que incluso dentro de una caja azul con mugre milenaria puede haber belleza. Porque la belleza está en el interior de las cosas con mugre. Si vosotros y vosotras tenéis mugre por fuera, es muy posible que alguien, en algún momento, sepa mirar a través de la corteza exterior y descubrir vuestra belleza. Aunque recomiendo ducharse a diario si realmente queréis que vuestra belleza salga a la luz más o menos pronto.

Cada vez que tengo que hacer algún recado por la calle, o comprar pasta de dientes, o volver de algún sitio, y paso por las inmediaciones de la tienda Cash Converters de mi ciudad, soy absolutamente incapaz de pasar de largo sin entrar a echar un vistazo rápido. Absolutamente incapaz. Creo que, incluso si estuviera corriendo hacia mi casa porque me hubieran avisado de que mi cajón de los calzoncillos estaba en llamas, y de camino estuviera el Cash Converters, pararía cinco minutos a investigar por encima para luego reanudar mi carrera y apagar el fuego. Cada vez que realizo mi parada obligada, atraído cual imán que te ha traído tu colega que se fue a Roma de vacaciones hacia la puerta de tu nevera, trato de actuar dando la imagen menos interesada posible, como si mi vuelo saliera en dos horas y no tuviera absolutamente nada mejor que hacer para matar el tiempo que entrar en esa tienda. Ya sabéis: cejas arqueadas, ojos semientornados, manos en los bolsillos, paso lento y zigzagueante, auriculares dentro de las orejas, y boca moviéndose con desgana como si estuviera tarareando alguna canción de Nuclear Assault que ya he tarareado dos mil veces con anterioridad. Aunque, en mi fuero interno, realmente estoy escudriñando todo el panorama con detalle, en busca de alguna estupidez suprema para reseñar en esta web o añadir a mi colección de estupideces dentro de un cajón. Y ¿cuáles son los objetos que realmente consiguen que, manteniendo la expresión facial de que todo lo que ocurre a mi alrededor me importa una mierda, me detenga en un punto? Por supuesto, las cintas VHS que no tienen carátula.

¿Qué puede esconder esa caja? ¿Por qué no tiene carátula? ¿De dónde salió? ¿A quién perteneció? ¿Cuáles son los motivos por los que terminó en esa estantería? ¿Se podría decir que es una intrusa entre las demás cintas, todas ellas con su portada perfectamente alineada dentro de la caja? Tal vez porque todos nos hemos sentido alguna vez como una cinta sin carátula, estas misteriosas cajas anónimas despiertan, y han despertado siempre, un magnetismo similar al que ejerce tu camisa nueva negra hacia extraños pelos que no sabes bien de dónde han surgido pero que te amargan la mañana. Soy de esas personas que, en un concurso televisivo al estilo clásico, en caso de ganar un premio, elegirían «la caja» antes que un apartamento en Alicante en primera línea de playa, aunque luego la caja contuviera un kit de apertura para mejillones. No soy especialmente arriesgado en mis decisiones de la vida cotidiana, pero una caja cerrada y sin ninguna pista o indicio acerca de su contenido, sobre todo si sé que contiene una cinta VHS, me transmite un nivel de intriga similar al del caso más enrevesado de Sherlock Holmes, que creo que fue aquel en el que el Profesor Moriarty reemplazaba el Big Ben por un tenedor gigante y nadie se daba cuenta hasta el tercer día. ¿Lo recordáis? Fue escrito por Arthur Conan Doyle en 1896, justo un día antes de mi cumpleaños.

¡Bingo! Las cajas sin carátula, normalmente, suelen contener documentales acerca de la flora estival africana, o alguna película de Barbra Streisand, contra la cual no tengo realmente nada pero cuyas películas me horrorizan o, siendo muy exigente, una cinta con dos capítulos de Betty La Fea. Entonces vuelves a cerrar la caja, tratando de aparentar que la abriste simplemente porque a tu maldito vuelo todavía le falta una hora y media para despegar, y continúas tu camino por las estanterías de la tienda, deseando que nadie haya pensado «¿qué esperaba encontrar ese tío ahí dentro? ¿La auténtica verdad sobre el sentido de la vida, la Biblia y los extraterrestres en formato VHS?». Realmente, no esperaba encontrar Iron Warrior: El Guerrero de Hierro dentro de esa repugnante caja azul. No recordaba qué era con exactitud, pero me sonaba intensamente a subproducto imitador de Conan de tantos que aparecieron hasta por lo menos 1990. Veinte céntimos más tarde, la cinta era mía y, oh señor, efectivamente se trataba de un subproducto imitador de Conan, y además de los de baja calaña. Aún con todo, encontrar Iron Warrior dentro de una caja sin carátula me gusta compararlo con abrir un huevo de gallina y encontrar dentro un mono enano. No es un hecho especialmente bueno ni malo, pero al menos es diferente a lo que suele ocurrir habitualmente, y por eso es motivo de celebración. Pero no es un motivo tan fuerte como para emborracharse, con lo cual hoy estoy sobrio. Maldita sea.

Datando de 1987, Iron Warrior es realmente la tercera y última parte de la saga de Ator, con la cual no estoy todavía bien familiarizado pero que consta de dos películas anteriores a ésta: Ator El Poderoso y Ator 2: El Invencible. Aquí, Ator es separado de su hermano Trogar cuando eran pequeños y jugaban a la pelota en unas ruinas de la isla de Malta por una vieja bruja pelirroja que se ríe maléficamente todo el tiempo sin realmente tener motivo para ello y trata de dominar el mundo poco a poco, convirtiendo al secuestrado Trogar en un guerrero cruel que lleva una calavera plateada a modo de máscara y no pronuncia ni una palabra durante toda la película.

No queda del todo claro, o yo no acabé de entenderlo porque estaba contando los minutos para que la película terminara y pudiera irme a dormir, el modo en el que la bruja pelirroja va a hacerse con el control del mundo y extender el mal por todos sus rincones, pero como todo debe tener un comienzo, en este caso se trata de suplantar la personalidad del rey de la región y hundirle el décimo octavo cumpleaños a la princesa Janna, la cual aparenta realmente tener veinticinco e inicia una huida frenética junto a Ator mientras son perseguidos por guerreros genéricos supuestamente enviados por la malvada bruja pelirroja. Janna lleva un original peinado con coleta al estilo mohawk punk incluida y siente una especial predilección por los vestidos de gasa con transparencias, así que se nos obsequia a lo largo de toda la película con fabulosas escenas de tetas gratuitas. Por desgracia, Ator también lleva un peinado original, consistente en una trenza bastante femenina, similar a las que llevaba mi hermana a los 12 años, con lo que todo aumento de la líbido experimentada por el espectador se ve dramáticamente mermada con cada aparición de dicha trenza.

Batallas espadachiniles en las que realmente no te importa quién gane, situaciones a vida o muerte en las que los protagonistas se ven perseguidos por grandes rocas giratorias al más puro estilo Indiana Jones, diálogos pseudo-filosóficos de los que una persona somnolienta como yo es incapaz de extraer nada en claro, la misma puta melodía principal repetida una y otra vez, y ausencia de mónstruos de gomaespuma, hacen de Iron Warrior una película ligeramente nefasta, y he añadido el adverbio «ligeramente» porque considero que yo no soy nadie para opinar que una película es un puto aburrimiento. Sobre todo, el hecho de que todos los personajes que aparecen en una película de corte épico-medieval sean seres humanos prácticamente consigue que la tache automáticamente de mi lista. Para ser mínimamente feliz y sentirme pleno, necesito que al menos aparezca un dragoncillo con ojos rojos, aunque sea en alguna escena retrospectiva y por muy mal conseguido que esté, o un gigante peludo, o un bicho enano con piel azul. Qué coño, me conformo con un tío con orejas puntiagudas que dispare flechas con un arco. En Iron Warrior todos son humanos, todos son aburridos y, si la película hubiera durado un minuto más de los escasamente 85 que dura, seguramente la habría encontrado mi vecino al día siguiente en su tendedero, junto a su inmensa colección de calcetines blancos que cada noche deja secándose, y que me hacen preguntarme si es enfermero o simplemente ibicenco.

Pero encontrar Iron Warrior dentro de una caja sin portada sigue siendo algo reseñable, como localizar la famosa perla dentro de una ostra, ya que también es posible que ocurra el efecto totalmente contrario, y comprar una película VHS confiado cual caniche para, al llegar a casa, abrirla y ver que no es oro todo lo que reluce. Como aquella chica que parecía tan maja y lo más parecido a mi media naranja que jamás había conocido y luego se manifestó como un engendro bipolar surgido de los infiernos, o aquel chico que aparentaba ser tan atento y preocupado por tus problemas bobos del día a día, y finalmente resultó que sólo quería observarte el berberecho de cerca. Todos y todas hemos sufrido decepcionantes descubrimientos alguna vez, no estáis solos.



Valley Girl, o La Chica Del Valle, que fue como se tradujo esta película en España. Tardé en verla, por motivos supongo que relacionados con el destino, unos 22 años con respecto a su fecha de estreno, 1983 o 1984. O 1985. O cuando quiera que se estrenara en España, ya que seguro que no fue el mismo año que el de su estreno original en Estados Unidos. En definitiva, la vi en el verano de 2006, cuando la emitieron en un canal que podía sintonizar antes llamado MGM, y al cual ya no tengo acceso por misterios de la implantación de la TDT, en el cual ponían un montón de películas ochenteras cuya existencia desconocía, y que me apresuraba a grabar, todavía en cintas VHS porque aún no había adquirido ese regalo de los dioses en forma de grabadora de DVD con disco duro.

Valley Girl trataba de Nicolas Cage, encarnando a un punkie bastante poco creíble, que por avatares del destino se enamoraba de una chica muy pija que vivía en San Fernando Valley, la zona rica de Los Angeles. Una especie de Romeo y Julieta ambientado a principios de los 80, con las situaciones esperables de intolerancia por parte de padres y amigos, peleas entre punkies y pijos, fiestas en casa de los padres de alguien que culminan en reyerta, y proliferación de las frases «esa tía no pertenece a nuestra vida» y «¿no te habrás enamorado de ese punkie?». La verdad es que no recuerdo mucho más de lo que ocurría, porque mi memoria con las películas es extremadamente efímera y a los cuatro días puedo volver a verlas de nuevo como si fuera la primera vez, pero sí recuerdo que su banda sonora me acompañó durante todo el verano, e incluso estuve llevando alguna de sus canciones en el reproductor MP3 hasta bien pasado un año, cuando estaba tan hasta los cojones de ellas que encendí piras en honor a Lucifer cuando por fin decidí borrarlas y librarme de ellas. The Plimsouls, Payola$, The Flirts, Gary Myrick and The Figures… descubrí un montón de grupos guays gracias a The Valley Girl, y la película me gustó mucho, ya que pensaba que había visto todas las comedias adolescentes de instituto americano y me quedaba una de las más importantes, así que pensé que sería buena idea comprar el VHS original y reemplazar mi «vieja» grabación de la tele.

Noches de Amor. Hey, eso no es La Chica del Valle. Pero fue lo que encontré al abrir la caja. Efectivamente y, aparte de tener la superficie de la cinta interior propiamente dicha con manchurrones blancos como si una oruga hubiera pasado las últimas dos décadas eyaculando encima al menos una vez al día, tal como se puede apreciar perfectamente en la foto, se trata de una película porno de los ochenta. No la he visto entera, pero en principio contiene todos los elementos que podemos esperar de una producción de este tipo, a saber: cabellos rubios color pollo, música a caballo entre la New Wave y las melodías de ascensor, actores con bigote, decorados escasamente pulidos, y genitales rodeados de hirsutos arbustos oscuros. Quién sabe, hace unos meses me comentaron que la depilación genital está pasada de moda y vuelve a ser tendencia dejar crecer el vello a su libre albedrío, así que tal vez pueda utilizar esta película como referencia estilística para no quedarme atrás en el vertiginoso devenir de la moda.

No soy un experto ni en porno clásico ni en porno actual, así que no sé si las películas de hoy siguen teniendo esos doblajes tan mágicamente improvisados como las de los ochenta. Podría pasar horas hipnotizado, aunque fuera sin ver las imágenes, tan sólo escuchando esas frases tan fuera de contexto en las que se nota que el actor de doblaje pensaba «me quedan cuarenta minutos de película y ya he agotado todos los clichés del mundo del porno que conozco. ¿Qué cojones digo ahora?». Cuando éramos adolescentes, mi colega Nacho y yo vimos una película en la que uno de los actores, cuyo personaje era una especie de rockero glam al estilo Poison, y con pañuelito en la frente incluido, exclamaba la frase «qué coño más rico, me gusta más que el rock and roll». Esa frase todavía nos produce risitas estúpidas hoy en el año 2011, y sale siempre a relucir durante borracheras en las que planeamos un sutil avance hacia la chica que nos mola del bar. En los diez minutos de Noches de Amor que vi para corroborar que realmente se trataba de una película porno y me iba a quedar con las ganas de tener The Valley Girl en todo su esplendor de VHS original, uno de los actores dijo, a mitad de escena, «me correré!», lo que me lleva a pensar que los actores porno de los ochenta, además de actores porno, eran adivinos, ya que al final su vaticinio se cumplió.

Hay cajas de VHS que no son lo que aparentan, así como hay personas que no son lo que parecen ser. Está en nuestras manos decidir si queremos llegar al fondo de la cuestión y descubrir la verdad oculta, quizá no tan evidente en un primer vistazo, o quedarnos con la superficie, dando por hecho todo lo demás. Tal vez el chico guaperas que trabaja en la tienda de debajo de tu casa y te sonríe con una aparente calidez sea un hijo de puta. Tal vez esa chica de tu curro con la que crees no tener nada en común y que parece un poquillo sosa realmente es tu alma gemela. Sea como fuere y, afortunadamente, he conseguido localizar un sentido filosófico en el artículo de hoy, al cual quizá quise llegar durante todo este rato y que seguro puede justificar perfectamente el haber invertido gran parte de la tarde escribiendo acerca de cajas verdes de VHS llenas de mugre y sin carátula.