Aunque resulte insólito, y a pesar de las constantes instigaciones durante varios años por parte de mis colegas Fiona y Carlos, no vi las dos primeras partes de Terminator hasta, increíblemente, bien entrado el año 2010. Ahora mismo no recuerdo exactamente de qué año concreto en el futuro venía el Terminator para cargarse a Sarah Connor, pero seguramente di lugar a incluso superar esa fecha en la vida real hasta que por fin me digné a abrazarme a un bowl de palomitas para microondas, apilar unas cuantas latas de Budweiser a mi vera, y colocar mi pequeño culo encima del sofá para ver dos de las películas más influyentes de la historia del cine de ciencia ficción.

A pesar de que vi Terminator 3 en el cine, y con la mencionada Fiona, en una de esas tardes de agosto de 2003 en las que no hay nada mejor que hacer que ver Terminator 3 sin haber visto las dos partes anteriores y no pillar ni parte de la historia ni los guiños graciosos, aún sigo a día de hoy sin haber visto otros referentes ineludibles del cine de las últimas décadas, como Parque Jurásico, Matrix, o cualquiera de la saga de Aliens. Una chica, anonadada ante mi total desconocimiento de cualquier cosa mínimamente perteneciente al mainstream, me prestó hace años su copia original de Matrix en VHS, la cual perdí al día siguiente, mucho antes incluso de comenzar a pensar en verla. Espero que, a estas alturas, ya haya reemplazado aquella copia con una versión en DVD o incluso ese gran desconocido para mí llamado Blu-Ray, me haya perdonado, y deje de considerar que Arnold Schwarzenegger debería realmente volver desde el futuro para darme patadas intercalando el culo y el estómago hasta el anochecer. Cosa que realmente merezco.

Cuando por fin pasaron ante mis ojos todos los acontecimientos que narran las dos primeras partes de Terminator, me di cuenta de la cantidad ingente de ideas y argumento que de ellas habían robado vilmente todas las mierdas en forma de película de ciencia ficción que alegremente había visto hasta entonces en roñosas cintas VHS rescatadas de vídeo-clubs en decadencia, y que tan originales me habían parecido. ¿Cómo? Me preguntaba yo. ¿Cómo es posible que una historia tan fabulosa como la de Trancers no haya trascendido más allá de convertirse en una película que no conocen ni los vecinos del director? ¿Y Alienator? ¿Y American Cyborg? ¿Y tantas otras, considerablemente horribles, pero que incluían algún elemento mínimamente interesante, casi siempre relacionado con viajes en el tiempo y robots con apariencia humana a los que es imposible destruir aunque se les aplaste el área escrotal con un camión de cinco toneladas? Pues, simple y llanamente, porque esas ideas habían sido plagiadas de Terminator como quien secuestra una frutería y comienza a proclamar que es el inventor de la piña. Hoy, no obstante, damos un paso más allá e introducimos la sandalia en un terreno aún más cenagoso que el del plagio: el mundo de las secuelas no oficiales.



Terminator 2, la falsa, aparece en 1990, seis años después de Terminator, la verdadera, y un año antes de Terminator 2, la auténtica. Esa frase es digna de ser grabada en bajorrelieve sobre una plancha de oro macizo y ser expuesta en la carretera a la entrada de las ciudades más importantes del mundo. A su favor, debo destacar que en algunas partes del mundo, como en España, el título que aparecía al comenzar la película era «Shocking Dark», a pesar de que en la portada se nos mostraba el título de Terminator 2 y la cara de un tipejo Schwarzeneggeriano con brillantes gafas de sol, útiles destellos y gráficas digitales en sus cristales, que luego no harían acto de presencia en la película ni por asomo, y media cara exponiendo su verdadera naturaleza robótica, llena de tubitos plateados, conexiones, y cosicas de metal entrelazadas.

La historia prometía convertirme en uno de esos imbéciles que, a la mínima oportunidad en conversaciones de bar, aprovechan para exclamar «no, pero la Terminator 2 realmente buena es la versión italiana de 1990, no me digáis que no la conocéis! Joder, la de Haven Tyler, Christopher Ahrens y Fausto Lombardi. ¿No?». Afortunadamente no fue así, ya que Terminator 2, la falsa, resultó ser un poco rollo. La acción nos sitúa en Venecia, en el año dos mil y pico, tras una hecatombe de tipo medioambiental que ha supuesto la aparición de una nube radiactiva sobre la ciudad, la contaminación de las aguas, y la conversión de Venecia en un lugar muerto, desolado, en el que sólo algunos pobres seres deformes deambulan sin rumbo por las catacumbas y los pasajes subterráneos, rememorando aquellos años del siglo XX en los que tantas parejas insulsas viajaban hasta allí para pasear en góndola, comer pizza Margheritta y Quattro Formaggi y declararse amor eterno. Odio Venecia, aunque no tanto como para desear que se hunda bajo una nube radiactiva.

Un grupo de investigación en los túneles subterráneos de Venecia desaparece tras sollozar chillidos a través de las cámaras de seguridad, con lo que se crea una brigada de rescate para que se infiltre en los oscuros pasajes bajo tierra que comunican la base con Venecia, y descubran qué ha ocurrido con el grupo de investigadores. La brigada en cuestión está formada por unos cuantos tíos complicados de diferenciar porque todos llevan casco y ninguno tiene una personalidad realmente destacable, un tipo de coleta rubia que me caía bien precisamente porque, gracias a su coleta rubia, podía diferenciarlo de los demás, una doctora llamada Sara, un tío miembro de la Corporación Tubular, compañía encargada de la fabricación del túnel de comunicación con Venecia, y una tía negra que, sorprendentemente, odia a los italianos y muere bastante pronto, a pesar de ser el personaje más carismático de la película. Teniendo en cuenta que ser el personaje más carismático en esta película significa tener un nivel de carisma similar al de un caracol sin ojos en la vida real.

Hasta ahí todo marcha bien pero, nada más transcurrir unos minutos dentro del túnel, los protagonistas descubren que éste ha sido invadido por una especie de mónstruos alienígenas de los cuales se pasan huyendo los siguientes setenta minutos. Es muy probable que la mayoría de las situaciones, efectos y estética estén plagiados de la saga de Aliens pero, como comentaba con anterioridad, todavía no he visto ninguna de sus películas, con lo cual todavía puedo vivir en la ignorancia. Durante la huida, se encuentran con una niña llamada Samantha, hija de uno de los investigadores desaparecidos en el túnel, cuyo papel consiste en poner caras de sufrimiento mostrando los dientes incisivos, y en repetir constantemente las frases «¡tengo miedo!» y «¡Sara!». De acuerdo con www.imdb.com, esta fue la única interpretación en el mundo del cine de Dominica Coulson, pero he agregado en Facebook a una tía que se llama igual, y que probablemente sea la misma persona porque en su foto también aparece mostrando dientes, sólo para permitirme el lujo de comunicarle que el doblaje español de su personaje en su única película realizada consiguió ponerme los nervios más de punta que los cuernos incandescentes de Satán.

Cuando el desdichado espectador está ligeramente saturado de escenas estúpidas como en la que muere el 60% de los personajes a manos de los aliens porque la doctora Sara está presionando el botón de «cerrar puerta» en lugar del de «abrir puerta», dos únicas opciones que tiene en la pared, mientras chilla desesperada «¡no se abre!» y Samantha la niña enseña los dientes, se descubre todo el pastel. Uno de los protagonistas, miembro de la Corporación Tubular, resulta ser un robot, justo cuando cualquiera habría dado por hecho que el tío de la portada no iba a hacer acto de presencia en la película y es como cuando compras un yogur en cuyo envase aparecen grandes y relucientes fresas, para luego en su interior encontrar una especie de partículas rojas que son más fáciles de asociar con fermentos de algún sucedáneo que con fresas propiamente dichas.

Los supervivientes averiguan que la Corporación Tubular, con la excusa de construir un túnel de comunicación con Venecia, había contaminado a propósito la ciudad para apoderarse de ella y de todos los bienes que contiene. Porque apoderarse de una ciudad inhabitable y con el agua totalmente contaminada es realmente útil, casi tanto como sacar a pasear a un perro muerto por miedo a que se te cague dentro de casa. Así, la parte final de la película consiste en la lucha de las dos supervivientes, la doctora Sara y la jodida niña Samantha, contra el cyborg de aires Arnoldianos, incluyendo destrucción total de la base subterránea de la Corporación Tubular, formas estúpidas de las cuales muere el robot aunque realmente no muere y vuelve a reaparecer cuando parece que todo ha terminado, y viajes en el tiempo mediante los que las protagonistas vuelven a la Venecia de 1990, llena de enamorados, góndolas, turistas y niños gordos felices jugando en la calle y comiendo chocolatinas, todavía a tiempo de evitar la catástrofe contaminadora que ocurrió en un futuro alternativo.

Terminator 2, la falsa, tampoco está mal realmente. Existen tantos plagios de Terminator y Aliens que ésta sólo destaca por ser el colmo de la despreocupación y haberse titulado directamente Terminator 2. Aunque habría sido bastante excitante que hubiera incluido un subtítulo, a modo de «Terminator 2: The Judgement Day», y en la portada pusiera «Terminator 2: La Falsa». «La Falsa» en letras más pequeñitas, por supuesto, y a ser posible con un destello en una esquina de la letra F. Incluso se podría haber hecho el videojuego oficial de la película, llamado «Terminator 2: La falsa: The videogame». Si la película te resulta un puto asco, al menos queda una utilidad alternativa, consistente en dejarla de forma visible cerca del televisor, organizar una cena en casa con tus colegas, y tratar de adivinar previamente cuántos se percatarán y dirán de repente «hey un momento, ésta no es Terminator 2 la verdadera, ¿no?».