El dueño de una de las últimas tiendas de vinilos de segunda mano que todavía existen en mi ciudad, también conocidas como refugios celestiales para mí, me comentó el otro día que había intentado recientemente ampliar su rango de negocio introduciéndose en el mercado de los cómics y tebeos viejos. Y que, como no vendía ni uno, estaba hasta la santísima proa escrotal de ellos y estaba ofreciendo todos los que tenía, sin importar tipo, colección, o precio original, a una tarifa plana tebeíl de cincuenta céntimos la unidad. También me dijo que si podía hacer el favor de largarme de allí en menos de diez minutos, ya que tenía que cerrar la tienda, coger un autobús y partir raudo y veloz hacia un destino que no terminé de entender. Con mis vinilos de jevi ruso en la mano, incapaz de decir que no, ante semejante situación de presión, y como muestra de solidaridad hacia las PYMES, decidí extender mi brazo en un ágil movimiento circunvalado, agarrar un puñado de tebeos, los que fueran, y evaluar a posteriori las mierdas que iban a pasar a engrosar mi armario recóndito.

Unos cuantos eran de Judge Dredd, Judge Anderson, 2000 AD y Ultramundo. No sé si los conoceréis, yo no tengo ni puta idea de cómics pero no tienen mala pinta en absoluto, lo que significa que hay una probabilidad del 4% de que los termine leyendo enteros de aquí a setenta años. El resto eran revistas de Zipi y Zape. Zipi y Zape todavía me gustan; el episodio en el que tratan de preparar café para no quedarse dormidos mientras estudian por la noche, y terminan haciendo explotar una olla a presión, culminando en la consabida persecución por las calles por parte de su padre Don Pantuflo, sacudidor de alfombra en mano, todavía me humedece los ojos. Para el resto de personajes cuyas historietas aparecían en este tipo de revistas, me temo que ya me he hecho demasiado anciano. Tengo una mente extremadamente pueril, no puedo negarlo, pero incluso ella tiene un límite. Ya sabéis, existe un número concreto de veces durante tu vida en las que puedes ver a Doña Urraca repartiendo puros explosivos, sólo por el mero hecho de joder, antes de que comience a resultar aburrido. «No importa» pensé para mis adentros. «Al menos podré utilizarlos para no manchar el suelo mientras limpio la jaula de la cacatúa». Entonces recordé que no tengo una maldita cacatúa. Entonces me quedé un rato pensativo, tratando de hallar una solución alternativa cuanto antes. Entonces reparé en un dato importante: ¡los anuncios! Estos tebeos están plagados de anuncios que no he visto en veinticinco años. Algunos de ellos puede que sean incluso más antiguos que vuestra propia existencia. Mientras mi scanner funcione, y hasta que decida comprar una cacatúa, evaluaremos en el Escalón Imaginario algunos de ellos.


¿Recordáis cuando existían doscientas mil marcas de helados distintas que, aunque se copiaban las unas a las otras y todas tenían su particular versión de un helado de limón con forma de nave espacial y punta de sabor cola, cada una de ellas poseía un polo característico que las hacía ligeramente únicas? Avidesa, Miko, La Menorquina, Frigo, Camy… La mayoría de ellas ya no existen, o fueron absorbidas por otras, o directamente perdieron relevancia en nuestras vidas hasta el punto actual, en el que los helados ya no son importantes para nosotros y nos la soplan. Sí, de vez en cuando podemos comernos un Frigo Pie por la tarde, pero lo hacemos silenciosamente y con la mirada perdida en la fría ventana. Bien, incluso puede que nos dé por comer un Calippo, pero está tan jodidamente duro al principio que a los dos minutos hemos perdido el interés porque no tenemos tiempo y debemos irnos a algún sitio con hora. La vida rápida y vertiginosa ha destruido la industria heladera.

Helados Alacant todavía existe como tal, pero ahora es una empresa aburrida que se dedica a fabricar helados sin gracia. Ésto realmente no es cierto ya que, viendo su web, acabo de descubrir que fabrica cien mil tipos de helados distintos con una pinta realmente buena, teniendo incluso unos muñecajos de plástico con aspecto de Pokèmon y rellenos de chocolate y vainilla, llamados Tibu y Dico, que me hacen gracia y podría llegar a comprarme si tuviera sólo un poquitín menos de amor propio. No sé, quizá estoy un poco amargo porque Alacant, a pesar de fabricar helados con pinta de estar buenos, ya no comercializa polos con forma de Popeye. Y, ante todo, su mascota ya no es una palmera sonriente, la cual representa el epítome de la felicidad cuando parece ofrecerte un helado y decir «¿quieres un cucuruchico?».

Recuerdo devorar estos polos con forma de Popeye durante el transcurso de unas vacaciones de verano ya muy lejanas en el tiempo, como si de ello dependiera la salvación de la especie humana. Es posible que no estuvieran tan buenos, y los esté confundiendo en mi cabeza con los helados con forma de Pantera Rosa, de otra marca y posiblemente mis polos favoritos de la historia. Pero mi mente está ya cansada por la senectud y últimamente tiende a confundir conceptos. Sin ir más lejos, hace un par de semanas confundí el vodka con el vinagre y mi cubata se vio drásticamente damnificado. Mi hermana seguro que se acuerda mejor que yo. En cualquier caso, de lo que no estaba al corriente es de que existieran más sabores distintos de este polo que signos del zodíaco. Sé que solía comprarme y mordisquear concretamente el de fresa, pero desconocía la existencia del de cola, que parece que vuelve de bucear en una fosa séptica, Fresky, el cual suponemos que posee un interior de sustancia blanca desconocida, o El Marino, que aglutina lo mejor de todos los mundos y está formado por todos los sabores de la gama Poppy, a modo de familia feliz en un restaurante chino.

Ignoro por qué, de todas las licencias de personajes existentes en el mercado de 1985, Alacant decidió decantarse por utilizar a Popeye. Si no recuerdo mal, en Estados Unidos los polos con palito se llaman «popsicles», nombre con el que fueron bautizados por el creador de los mismos, y Popeye fue de hecho su mascota oficial durante unos cuantos años, supongo que por eso de que tanto Popeye como popsicle comienzan por «pop». Así como «popocho». Sí, popocho realmente es una palabra, buscadla. Pero aquí en España no consigo descubrir la relación, a no ser que el departamento de marketing de Alacant supusiera que relamer a un marinero tuerto y con elefantiasis en sus extremidades era el fetiche secreto de los niños españoles de la época. El cual, en un gran número de casos, no dudo que lo fuera. Como mi cerebro mezcla conceptos, no estoy seguro de si la historia de los popsicles la aprendí jugando al Trivial Pursuit o directamente me la he inventado así que, si tenéis intención de recontarla en un futuro, aconsejo que la confirméis en Wikipedia.

Ojalá no tuviera 67 años, ojalá no hubieran pasado ochenta décadas desde el 30 de agosto de 1985, en ese caso podría participar en el concurso «Tu Polo Ideal». Hey, sólo por participar podría recibir una carpeta para el colegio y forro para libros, ¿no es excitante? Alacant realmente sabía lo que los niños deseaban para ser felices: carpetas y forro para libros. Me extraña que, dado el nivel lúdico de los regalos, no se ofreciera también, sólo por participar, una fabulosa réplica del Tratado de Versalles encuadernada en piel de oveja, y una fantástica tabla de multiplicar sumergible. Los premios finales, los de verdad, suenan bastante mejor. Aunque los «juegos electrónicos de bolsillo» me suenan a esas maquinicas de cristal líquido, sin marca y cuyo juego era un puto aburrimiento, muy lejanas de las maravillosas Game & Watch de pantalla doble, y que solían llamarse «Space War» o «Tennis». Pero, sinceramente, ¿qué más se puede pedir a cambio de dibujar un horroroso polo con tus estúpidas pinturas Plastidecor? Si seguro que el 90% fueron copias del ColaJet. Me pregunto si alguno de los diseños recibidos se convertiría alguna vez en un helado de verdad, dentro de las novedades de Alacant para el verano de 1986.

¿Cuál sería vuestro polo ideal? No vale decir el polo norte, esa broma está ya más oída que la de «nos salen granos de verte». ¿Cuál fue vuestro helado preferido? Con veintisiete años de retraso, fuera del rango de edad permitido, y en una época realmente poco proclive a pensar en helados, como es esta ola de frío siberiano que consigue que mis orejas adquieran la apariencia de una gamba muerta por las mañanas, no puedo sino ofreceros mi polo ideal. Quizá debería enviarlo a Alacant. Quizá quede allí alguien del antiguo equipo de marketing y recuerde con nostalgia a Poppy y esta promoción. Quizá me envíen forro para libros.


Un rato después de hacer visible este artículo, la escasa repercusión que acostumbra a tener todo lo referente a ésta vuestra querida web fue por una vez reemplazada en nuestra página de Facebook por un aluvión de comentarios de dos chicas, suponemos que hermanas, y que se apellidan igual que aquel tenista rubiales que rompía raquetas porque no sabía perder. Una de ellas llegó incluso a crear en cinco minutos su propia versión del polo ideal y me la envió a micki@escalonimaginario.com.

¿No sientes unos incesantes deseos de hacer lo mismo? ¿No necesitas que el reducido mundo que visita esta web sepa cuál es tu polo ideal? Si tienes cinco, seis, siete o incluso doce minutos que perder, saca del cajón tus artilugios para colorear favoritos, y extiende tu idea del helado perfecto. Todavía no sé cuáles serán los premios de lo que, por mucho que trate de enmascararlo, es el concurso más estúpido de la última década, pero si las participaciones acaban llegando a cinco, prometo acudir a un bar gótico disfrazado de Doraemon y pedirle al camarero un gofre.

Fiona nos envía lo que bien podría ser un helado, o también perfectamente las provisiones de un astronauta para la duración íntegra de un viaje de ida y vuelta a Saturno. Constando de seis capas bien diferenciadas, la cantidad de ingredientes que aglutinan provocaría que, si mis cálculos aproximados no me fallan, este helado tendría un PVP recomendado de 135 euros. Asimismo, el elevado número de frutas del bosque necesarias para su elaboración haría necesario el expolio de varios bosques sólo para la fabricación de un helado. Finalmente, la última capa, consistente en «chocolate relleno de crema de chocolate», personalmente me asusta y acaba de entrar en los anales de la mitología culinaria junto al archifamoso «bocadillo de pan».

¡Muchas gracias por tu participación Fiona! Por desgracia olvidaste bautizar tu creación, aunque yo ya tengo un nombre para él que puedes utilizar libremente si te gusta. Me encantaría que se llamara ChocoHell.

Susan nos ha hecho llegar esta especie de cornucopia de texturas conocida como Manopolito. A partir de su nombre, se podría deducir que se trata de un polo con forma de mano pero, en un alarde de inesperado asombro, lo que en realidad representa este helado es, creo, un simio cocainómano.

Siguiendo la escuela heladera iniciada por Fiona, sus trescientos ingredientes provocarían que, para la realización de tan sólo un polo Manopolito, se debería seguir un largo proceso de media hora que involucraría seis operarios, un físico, un psicólogo, una cinta transportadora, muchas mascarillas, un matemático y varios guantes de látex.

Pero el resultado creo que sería bastante satisfactorio, sobre todo si lo primero que se comiera fueran esos ojos saltones, para evitar que la sensación de estar siendo observado por un mono loco provoque que te siente mal el helado y te entren gases. El único problema que le encuentro es el helado sabor Frigo Pie, efectivamente marca registrada y resultado de una fórmula secreta que Frigo jamás revelaría porque, admitámoslo, cualquier helado es mil veces mejor que todos los demás si tiene una nariz hecha de chicle.

Anécdota irrelevante: Como buen niño con salud de geranio pisoteado que fui, cada semana y media solía tener faringitis, con lo que tuve que visitar infinidad de médicos. A día de hoy todavía detesto la textura de aquellos palitos de madera que utilizaban para apartarte la lengua de su ángulo visual y poder examinarte tu garganta roja como los tomates rojos. Tanto es así, que desarrollé una fabulosa manera de abrir mi garganta cual escotilla de barco para que los médicos pudieran observarla perfectamente incluso desde varios pies de distancia. Hoy en día esa cualidad me sirve para tragarme mandarinas enteras cuando tengo prisa por terminar de comer, pero me habría ayudado a labrarme un próspero futuro en el mundo del cine gay.

Markus envía ya no su polo perfecto, sino toda una gama de sabores, en forma de esta maravilla pictórica inesperada. Helados de Axl Rose. ¡Hey, qué buena idea! Aquí tenemos algo que podría perfectamente haber funcionado a las mil maravillas en 1991, época álgida y de mayores cotas de popularidad de Guns N’ Roses. ¿Por qué a nadie se le ocurrió en su momento? Hoy en día no dudo que también pudieran tener algo de salida comercial, no en vano Axl posee esas dotes camaleónicas, las cuales propician que cada polo sea no sólo de un sabor distinto, sino también con una forma diferente.

Aquí tenemos al Axl clásico de 1990 con sabor güiski, el Axl con cara estirada sospechosa de botox y trencitas de alrededor de 2002, el Axl más reciente con coletilla y en pleno proceso de engorde y con sabor a ron, y el Axl misterioso con bigotón de manillar de bicicleta y sombrero de ala ancha con el que apareció recientemente en aquel episodio de That Metal Show hablando mal de Slash… todavía después de 17 años. Todos ellos con semblante serio, malhumorado, y esa expresión facial con la que no sabes si, en caso de contarle un chiste, se va a reír o por el contrario va a llamar a sus guardaespaldas para que te forren la cara. Tan sólo falta el Axl más primigenio de alrededor de 1986, cuando llevaba los pelicos cardados, unos pantalones con el culo al aire, y tenía la piel más rosada que nunca. Ese polo tenía que saber a calimocho con fresa por obligación.

No sé si hoy en día, exceptuando a los incondicionales, alguien desearía chupar un polo con forma del Axl del año 2012 con sombrero pero, como comentaba antes, una colección de polos de Guns N’ Roses al completo, con un fabuloso adhesivo de regalo en cada helado, y la posibilidad de ganar una fantástica guitarra de Slash si encuentras un palo premiado, sería recordada con cariño nostálgico aún a día de hoy. Casi puedo ver el polo de Slash y el de Axl como superventas, mientras restos de stock de helados de Matt Sorum y Gilby Clarke se pudrían en el fondo de los congeladores. Casi puedo ver a los fans más íntegros comprando el helado de Izzy Stradlin y comentando que los Use Your Illusion son un puto rollo y las únicas canciones buenas son las de Izzy. Y casi puedo ver a los perdedores comiendo polos de Dizzy Reed y recibiendo por ello patadas en el estómago al llegar al colegio. Yo creo que me habría decantado por el polo de Duff, que probablemente habría sido de lima-limón y café. Sweet Popsicle O’Mine.

De la diestra mano de un anti-fan confeso de los helados cuando era pequeño, Rick Jarmin, nos llega esta entrañable y refrescante creación que resume las características de lo que sería hoy en día su polo ideal. Apuntándose al carro de la popularidad inusitada de la que gozan los muertos vivientes últimamente, Rick nos presenta a Frosti-Zombi, primer personaje de lo que perfectamente podría convertirse en toda una gama llamada Frosti-Monsters, con Frosti-Draqui, Frosti-Franki, Frosti-Nessi y Frosti-Mumi. Los dos últimos estarían basados en el mónstruo del Lago Ness y en una momia, respectivamente, explicación creo que necesaria ya que Frosti-Nessi suena a futbolista yugoslavo retirado.

Con esa combinación de sabores, y el detalle exclusivo del interior de gelatina con sabor a fresa ácida, puedo prever un éxito rotundo para Frosti-Zombi en el próximo verano. Me resulta tan atrayente que ahora mismo bajaría a comprarme uno, si no tuviera una sensación térmica de -30 grados centígrados y una incipiente faringitis que me va a joder la semana. Por no hablar de la expresión adorable de Frosti-Zombi, con esa carica de tratar de hacerte comprender que el hecho de que él sea un zombie no es motivo para que no podáis ser amigos, pero que también debes entender que cualquier día te puede arrancar la mano de un mordisco porque él es, en definitiva, un zombie.

Creo que no podría mirar a los ojos a Frosti-Zombi y morderlo o relamerlo, me daría demasiada pena. Lo más probable es que terminara viviendo en mi congelador hasta el fin de los tiempos, junto a las bolsas de acelga congelada que también vivirán allí hasta el fin de mis días, porque no me gusta mucho la acelga.

Dime por favor, Rick Jarmin, que Frosti-Zombi incluye un terrorífico cromo en cada envoltorio, y que reuniendo cinco palos de madera puedes participar en un concurso cuyo máximo premio es un monopatín negro con ruedas rojas. Sólo con esos dos detalles, este polo alcanzaría un 101% de perfección.

Alejándose de las texturas cítricas y ácidas de las anteriores aportaciones, Ana opta por un regreso a la dulce cremosidad de tres sabores clásicos: el chocolate con leche, la fresa y la nata. Todo ello representado por una de las imágenes más castizas y autóctonas de la península ibérica, un imponente jamón de jabugo. A pesar de que quizá no sería del todo comprendido en algunos países de Asia y Oceanía, el Jabuguete crea una paradoja visual en la que la parte sucia exterior del jamón, que normalmente da un poco de asquete tocar, sabe a chocolate, mientras que el tocino ese blanco, que algunas personas deciden retirar y no comerse, hecho que tu compañero gordo del curro considera un delito porque según él «es lo mejor del jamón», sabe a nata. Porque no todo en esta vida es lo que parece ser. Como esas gominolas con forma de hamburguesa cuyos panecillos, en lugar de saber a panecillos, saben a fresón. O ese chico aparentemente tan majo con el que te ibas a casar en mayo hasta que descubrió hace dos semanas su verdadera acera y se echó un novio. Esa historia me la han contado hoy en el café.

El Jabuguete, como se puede apreciar en la imagen, no tiene palo, sino que se sujeta directamente por donde se pueda, con el objetivo final de comérselo entero, dando lugar a criajos con manos sucias y pegajosas como aquellos niños que subían sudorosos y jadeantes del recreo tras haberse comido un paquete entero de ganchitos, y a los que tenías que advertir que si osaban tocarte lo lamentarían durante el resto de su miserable vida. No obstante, Ana no da pistas acerca del ingrediente secreto con el que está hecha la pezuña del jamón. ¿Será regaliz? ¿Chocolate negro? ¿Quizá Starlux? Personalmente prefiero pensar que se trata de cafeína caramelizada.

Posible primer ejemplar de toda una gama de helados inspirados en la dieta mediterránea, como el Tortillo, realizado a base de helado de limón y yogur, o el Freshceituna, pequeños minihelados de menta y chocolate para llevar contigo a todas partes, el Jabuguete creo que es uno de esos helados que te ves obligado a fotografiar y colgar en Facebook antes de comértelo, como muestra de respeto, aunque a nadie le importe tres cojones que te estás comiendo un helado. Porque hey, ¿qué más se puede pedir de un helado en el cual se puede ver la cara de un fantasma? ¿También lo veis, no? ¿O es el logotipo de Antena 3?