The Wildhearts ostenta uno de los primeros puestos en mi Top 6 de grupos favoritos. Los descubrí en 1995, cuando en el programa Headbangers Ball de la MTV europea, que milagrosamente podíamos sintonizar en la televisión de casa de mis padres, solía aparecer frecuentemente su, por entonces, principal éxito «I Wanna Go Where The People Go». Pero no les presté demasiada atención hasta alrededor de 2007, cuando redescubrí de golpe al grupo y se convirtieron en una pequeña obsesión musical para mí desde entonces. Supongo que hay bandas que están como hechas a medida para determinados tipos de personas, y The Wildhearts, con esa mezcla de estilos que a veces combina dentro de una misma canción aires que rozan el thrash con melodías pop pegadizas, conectan perfectamente con mi pequeño corazón de rock y de roll.

Desde entonces, he viajado ex profeso a lugares como Bilbao, Londres o Manchester para asistir a conciertos de The Wildhearts, he comprado numerosas camisetas, he deleitado a mis vecinos berreando mis canciones favoritas en la ducha o caminando por el pasillo con una toalla cubriendo mi torso, y he adquirido la costumbre durante las últimas nocheviejas de recibir el cambio de año bebiendo whisky y escuchando su primer disco, «Earth versus The Wildhearts». Ya sabéis, siempre he detestado intensamente la costumbre de comer uvas en Nochevieja, y tratar la llegada de un nuevo año como si realmente fuera a suponer el fin de todas nuestras angustias y el descenso de varios ángeles del cielo, portadores de oro, incienso, mirra, néctar, ambrosía, falafeles y vino avinagrado infinito. Supongo que soy un rancio. Así que, hace muchos años, decidí que iba a tratar de ignorar el cambio de año con todas mis fuerzas, realizando la actividad más estúpida posible para que, cuando saliera de la habitación, la gente me dijera «pero ¿Dónde estabas? ¡Si acaban de sonar las campanadas!». Hasta hace unos años, mi actividad habitual era beber whisky y jugar al Golden Axe. Ahora escucho el primer disco de The Wildhearts.

Durante los primeros años de existencia de la banda, allá en los principios de los años 90, solían vender un pin de metal con la forma de Smileybones, la mascota/logotipo de The Wildhearts. Smileybones es una especie de emoticono con dientes afilados y huesos que le salen desde dentro en forma de cruz, y sospecho que está en cierto modo plagiado del personaje Evil Ernie, que precede a la existencia de The Wildhearts y tiene un parecido más que evidente con Smileybones. Este pin dejó de fabricarse hace un montón de años y, ante el clamor popular que suplicaba su regreso, en 2010 se puso a la venta un nuevo pin de Smileybones, creado a partir de un nuevo molde, y estaba muy guay. Cada vez que me acordaba de él, me decía a mí mismo que tenía que comprar uno, y me imaginaba a mí mismo atormentando a los pobres incautos que me preguntaran por él tras verlo en mi chupa, narrándoles aquella navidad cuando viajamos hasta Londres para ver a The Wildhearts. Pero siempre lo dejaba «para mañana», siempre habría tiempo para ello, creía yo.

Finalmente, hace un par de meses, decidí poner fin a esa farsa y comprar de una vez por todas el maldito pin de Smileybones a través de la web oficial. Pero, oh desilusión, el pin se había agotado y ya no estaba disponible. Lo cual es lógico, porque me había costado tres años alcanzar esa resolución. Lamentando mi desdicha, decidí poner un anuncio en una página de Facebook sobre el grupo, preguntando si por casualidad alguien tenía algún pin sobrante que me quisiera vender. No esperaba muchos resultados porque, habitualmente, la gente no suele tener un cajón lleno de pins sobrantes de Smileybones pero, de manera totalmente inesperada, un tipo residente en Stoke-on-Trent y con un perro de dibujos animados como foto de perfil me envió un mensaje diciéndome que sí, que él tenía un pin sobrante de Smileybones y que era mío, pero que a cambio yo tenía que donar la cantidad equivalente al precio del pin y los gastos de envío a una asociación benéfica de mi elección.

Ya sé hacia dónde creéis que se dirige esta historia. A que, como buen español de la época clásica picaresca del Lazarillo de Tormes, jamás doné el dinero a ninguna asociación, y como consecuencia de ello cayó sobre mí una maldición y ahora mi pene mide un centímetro y es de color verde. Pues no, doné el importe a una asociación con cuya labor estoy realmente concienciado, el pin llegó perfectamente a mi buzón un buen día inesperado y, tras agradecérselo mil veces a mi nuevo amigo el del perro como foto de perfil, le dije que le ofrecería mi hogar, sopa y mantas si en algún momento tuviera alguna necesidad.

Pero todo ello me ha hecho pensar. Lo habitual es que no exista un tipo con un perro como foto de perfil en Facebook que solucione los asuntos que has perdido por dejar las cosas «para mañana». El tiempo no suele ser tan benévolo, y no acostumbra a esperarte. Y a veces te deja sin un puto pin, que no importa demasiado realmente, pero otras te hace perder algunas otras cosas realmente irreemplazables. Creo que el tiempo nos envía señales para que aprovechemos cuando todavía es posible para hacer todas esas cosas que siempre quedan pendientes. Decir a esa persona que la quieres. Reconciliarte con aquella exnovia. Pedir perdón a aquel antiguo amigo con quien ya no te hablas porque en su cumpleaños de hace quince años te emborrachaste y tal y cual. Todos tenemos asignaturas pendientes, y el tiempo quiere que dejen de serlo, nos lo dice en forma de pins de Smileybones. Yo, por mi parte, creo que he recibido perfectamente las señales y voy a comenzar ahora mismo. O bueno, mejor lo dejaré para mañana, que siempre hay tiempo. Ahora tengo que decidir en cuál de mis chupas va a quedar mejor este pin.