Hay regalos de cumpleaños que molan, y otros que desearías no haber recibido jamás. Hay regalos de cumpleaños que te esperas, otros que te imaginas en qué consisten, otros que sabes exactamente lo que son, otros que te pillan desprevenido, y otros totalmente descorazonadores como el de tu tía, que después de varias décadas todavía no te conoce en absoluto, y te regala unas sandalias de cuero marrón aduciendo que son «muy frescas para el verano», arruinándote el día y sin saber que, dentro de tu cabeza, los conceptos «pie masculino» y «sandalia de cuero marrón» son sinónimos de «muerte por inserción anal de hierro fundido todavía incandescente».

Dentro de unos pocos días será mi cumpleaños de nuevo. Desde hace algún tiempo ya, cumplir años me resulta tan desapacible que desearía poder esconderme en el interior de un búnker con algunas latas de alimentos deshidratados en su interior y paredes reforzadas de amianto, para emerger de nuevo cuando el día de mi cumpleaños hubiera quedado atrás ya, con cara despreocupada y como si nada hubiera pasado. Ya sé que para ser feliz en esta vida, una de las máximas importantes a seguir es saber envejecer con orgullo y gracejo, pero eso no es para mí, y sospecho que tampoco lo es para nadie, y de hecho tengo una teoría cuyo principal axioma es que toda esa gente que dice públicamente frases del tipo «tengo 54 años y estoy estupendo» miente de forma intensa.

Así pues, digamos que dentro de unos pocos días voy a cumplir 3X años, al más puro estilo de aquellos videojuegos de peleas callejeras que siempre estaban ambientados en el año 19XX, en el cual supuestamente una guerra nuclear habría desolado el planeta, tal como lo conocemos, y de entre las ruinas habrían emergido numerosas bandas callejeras con hombreras de pinchos y máscaras de hockey. Pero como tal guerra nuclear todavía no ha estallado, tendremos que centrarnos en acontecimientos algo más irrelevantes y mundanos, como que mi novia lamentablemente no va a poder estar presente el día de mi cumpleaños, así que vino a casa a traerme una misteriosa caja.

¿Qué puede contener esta caja, tan austera, tan enigmática, tan de cartón, tan marrón, tan rellena de pedazos de corcho y papeles de periódico? Evidentemente, todos sabemos ya a estas alturas que contiene un Critter, pero vamos a pretender por un momento que ésto no es una página web, que no habéis leído el título de este artículo, que una guerra nuclear ha estallado en la ciudad, que la estatua de la libertad yace semiderruida encima de lo que alguna vez fueron aceras, y que los productos muy caducados y que da asco tocar desaparecen de la nevera por arte de magia. Eso último no hace falta que lo imaginéis, puesto que ya lo hago yo todos los días sin éxito. ¿Qué, pues, puede contener esta caja?

¡Aaaaaaaah! No, mejor dicho, mi reacción fue más similar a ésto: ¡AAAAAAHHHAHAHGH DIOS AH RRRWONG! La caja contenía nada más y nada menos que un Critter. Justamente cuando ya había perdido toda la esperanza de tener uno encima de la mesilla, al lado de la lámpara, justamente cuando ya estaba convencido de que la misteriosa caja marrón contenía unos calzoncillos con estampación de Skeletor. Para los no iniciados, debería apuntar que Critters fue una película de 1986 en la que unos pequeños alienígenas con tres hileras de dientes y en forma de bola, también conocidos oficialmente como «Crites» en la jerga interplanetaria, escapan de una prisión interestelar en un asteroide y aterrizan en un pueblo norteamericano lleno de granjeros incrédulos, para comenzar a comerse a toda la población uno por uno, hasta que finalmente son erradicados por un par de cazarrecompensas con la habilidad de modificar su rostro a voluntad, también interestelares por cierto, ayudados por un niño pelirrojo muy rosadico de piel llamado Bradley Brown.

Nunca vi Critters en el cine. Pero tengo a Critters en una de las posiciones más altas de mi pequeño olimpo del séptimo arte. Codeándose con los Kung Fu Kids, los Cazafantasmas y las películas de intercambio de cerebros entre un padre y su hijo. Sí sí, así de altos están Critters en mi ranking, no os engaño. Las dos primeras partes, por supuesto, ya que Critters originó nada menos que tres secuelas: una en 1988, otra en 1991 y una final en 1992. En la tercera parte el protagonista es Leonardo DiCaprio y no me gusta, no por la aparición del pobre Leonardo sino precisamente por la no aparición del pelirrojo rosado que protagonizaba las entregas anteriores. La cuarta parte me temo que no creo querer verla.

¿Pero las dos primeras, y sobre todo la segunda parte? Oh señor. Si no las he visto como mínimo un total de 726 veces cada una, que baje ahora libremente del firmamento un mono alado y me convierta en mermelada de tomate. Descubrí Critters en el videoclub, allá por probablemente 1988 o 1989, y alquilaba sistemáticamente tanto la primera como la segunda, soñando con que algún día tendría ambas cintas VHS en mi poder para siempre, y sería capaz de ver las dos películas todos los días. Como casi todos los sueños se cumplen si se desean muy fervientemente y se sacrifica a un par de cabras indefensas en nombre de nuestro señor Satansansatán Man, ya tengo las dos VHS en mis manos desde hace años y, aunque no veo las películas todos los días, sí les guiño el ojo con complicidad cada vez que paso cerca de la estantería en la que viven, mientras busco el móvil extraviado dentro de mi propia casa.

Siempre he deseado tener un Critter, en versión muñeco, y jamás he sido capaz de hacerme con uno. Hace poco, conseguí una especie de minúsculo personaje de goma verde, claramente inspirado en los Critters, y me resigné pensando que esa mierda iba a ser lo más parecido a un Critter que iba a ser capaz de lograr localizar. El caso de Critters es algo extraño. Mucha gente recuerda las películas, pero nadie reconoce abiertamente que le gustaran. Me refiero a la gente normal con la que conversas acerca de cosas aburridas en el café de por las mañanas nada más llegar al curro o a clase, no a los seres como tú y como yo, que detectamos inteligentes metáforas en los diálogos de Karate Kimura. ¿Qué? ¿Que ahora no sabes de qué estoy hablando? Bueno, mejor olvidemos ese último párrafo. Lo cierto es que Critters siempre ha vivido a la sombra de Gremlins, como parte de esa breve pero intensa corriente cinematográfica basada en películas sobre seres pequeños y sonrientes, pero con el ceño fruncido al mismo tiempo, que mataban de manera cruel a mucha gente, corriente que lanzó otros especímenes como Ghoulies, Hobgoblins, Munchies o, ya en los noventa, Hideous.

No me malinterpretéis, me gustan los Gremlins como al que más. Bueno, quizá como al que más no, pero me gustan. Y aunque reconozco que la segunda parte no la he visto desde que se estrenó en el cine, porque creo recordar que le intentaron dar un enfoque más pseudogracioso y a mí me pareció realmente decepcionante, la primera de 1984 sí que la he visto más veces que veces he limpiado los alféizares de las ventanas de mi casa. Esa última frase no estoy seguro de que esté muy bien construida.

Pero, por algún motivo, los Gremlins calaron realmente hondo entre la gente, probablemente porque Gizmo era «muy majico y ay cómo era aquella canción que cantaba?», casi todo el mundo tiene uno en casa que funciona a pilas y mueve las orejas, ya en su día se lanzaron a la venta varios peluches, en la época actual puedes conseguir toda una familia de Gremlins y Mogwais sin salir de la misma tienda, y han aparecido todo tipo de videojuegos desde los tiempos de la Atari 2600.
En cambio, jamás ha habido merchandising de Critters. Me consta que, a principios de los años noventa, se podían conseguir algunos muñecos a través de un anuncio publicado en la edición americana de la revista Fangoria, pero poco más.

Llevo literalmente dos décadas en busca y captura de un Critter a quien dar besicos de buenas noches cuando el sol se ponga, y lo único que he encontrado han sido réplicas o incluso originales a la venta en eBay por la mitad de mi sueldo o en algunas ocasiones el doble. Hasta localizar una camiseta de Critters en condiciones me ha llevado varios años de intenso escrutinio online, mientras que ahora mismo podría acercarme a la Fnac y encontrar dos o tres camisetas distintas de Gremlins mostrando a Gizmo montado en un cochecito y en similares poses muy monas. Hablar de Gremlins en público equivale a ganar puntos en la escala de la sociabilidad. Hablar de Critters significa obtener respuestas del tipo «ah sí, menuda mierda. Vaya cosas veíamos de pequeños», y sentirte mal porque tú todavía ves esas películas emocionado de vez en cuando. ¿Por qué está la balanza tan inclinada a favor de Gizmo? ¿Por qué?

Y es aquí cuando entra en juego mi pobre novia, la cual lleva desde hace varios meses planificando la llegada de este Critter a mis manos. Ella, que realmente no comparte en exceso mis gustos cinéfilos más… llamémoslos delicados. O llamémoslos bochornosos. Ella, que tuvo que ver las dos primeras partes de Critters en cierto modo obligada aunque sin necesidad de llegar a ser maniatada, y algo me dice que no quedó especialmente entusiasmada tras la experiencia. Hecho que, por cierto, quedó plasmado en un libro que le regalé hace algún tiempo, el cual recogía en forma de dibujos las mejores y peores cosas de nuestro tiempo juntos.

Para ello ha recurrido a los servicios de Figuras Mestre, quien ha realizado un trabajo que solo puedo calificar como espectacular, sin escatimar en detalles. Tanto, que cada vez que lo miro de reojo me da la impresión de que me va a lanzar una espina de esas afiladas, me va a morder entre un testículo y otro, va a aparecer el niño pelirrojo y rosado acompañado de los cazarrecompensas, y me van a arruinar la casa a base de explosiones y cañonazos. Y aún encima tendré que estarles agradecido por salvarme la vida, y únicamente apareceré en los títulos de crédito como «helpless man bitten in the crotch». Sus ojos rojos, sus tres filas de dientecicos afilados, las texturas de la piel, el pelo proveniente de una peluca de los chinos… es todo perfecto. ¿Que cómo sé que el pelo proviene de ahí, y que el pobre Critter se rompió durante su proceso de cocción en el horno y tuvo que ser rehecho desde cero? Pues porque su creador iba colgando en Facebook todo el proceso de creación, con sus vicisitudes incluidas, todo ello a mis espaldas mientras yo continuaba con mi rutinaria vida, totalmente ajeno a los acontecimientos y desconocedor de que muy pronto un Critter iba a escapar de su prisión interestelar para aterrizar en mi hogar, algo que, sinceramente, era una de esas cosas que únicamente planificaba comprar cuando finalmente me resignara a vivir con un solo riñón y vendiera el otro.

He estado echando un ojo en la web de Figuras Mestre, y he descubierto con agrado algunos nexos comunes conmigo, como la afición por los Masters del Universo, las Tortugas Ninja o la Mega Drive. ¿Quién sabe? Quizá pueda ser un lector potencial de esta web. Y ¿quién sabe? Quizá pueda hacerme una rebaja de precio en mi próximo Critter porque, viendo este resultado, ¿cómo voy a ser capaz de dejarlo solo y no darle algo de compañía? Si además seguro que entre dos o tres pueden morderme mejor entre testículo y testículo e invadir exitosamente mi nevera, en la que tampoco van a encontrar grandes maravillas, todo sea dicho. Una cosa está clara: cada vez que miro a mi nuevo Critter, me enamoro un poco más. No sé si de mi novia, de Mestre o del Critter. Quizá un poco de cada uno. Quizá de alguna parte más que de las otras dos. Pero la respuesta debe quedar a la libre interpretación del lector, como hacía Cervantes.