Era una fría mañana de vacaciones navideñas, a principios de este mes de enero que pronto nos abandonará, y desperté con una inesperada, horrible y traicionera faringitis. Si algún día unos monjes decidieran escribir mi biografía, creo que ésta podría comenzar perfectamente con esa frase. Todos los capítulos, de hecho. Estoy casi convencido de que un alto porcentaje de los artículos de esta web comienzan de una manera similar, pero no pasa nada, estoy resignado a que mi débil faringe adquiera sistemáticamente cada cierto número de semanas el tamaño de un guante de baseball. Es la historia de mi vida y, pensándolo fríamente, podría ser mucho peor. Una vez leí la desconsolada historia de un hombre que había nacido con un pene de tres milímetros y sinceramente, no sé qué opinaréis, pero yo prefiero sin duda una faringe de color fresa ácida y que no me permita hablar a un volumen superior a dos decibelios antes que tener que lidiar con semejante tragedia cada vez que consigas ligar.

¿A qué viene ésto? Ah sí. Era una fría mañana de vacaciones navideñas con faringitis dolorosa, aunque en realidad ya era por la tarde porque la mañana la había invertido maldiciendo mis defensas y gritándoles insultos a dos decibelios de intensidad. Mis amigos estaban trabajando, mi novia había viajado a una ciudad colindante para visitar con espíritu navideño a algunos familiares, y mis únicos quehaceres en aquel día aburrido se limitaban a comprar algo de pan para cenar. Mientras caminaba por las calles atestadas de gente portando bolsas llenas de regalos, con solo la rendija suficiente entre el final de mi gorro y el comienzo de mi bufanda para poder ver a través de ella y no morir atropellado por una furgoneta, me armé de valor y decidí que ése iba a ser el día elegido para formular la pregunta mágica.

¿Qué pregunta, preguntaréis, valga la redundancia? Creo que ya he comentado en alguna ocasión mi no demasiado fundada creencia de que todas las tiendas antiguas, especialmente las jugueterías, tienen una mística trastienda o almacén repleto de cientos de fantásticos objetos arcaicos cubiertos de polvo, restos de stock sin vender de otras épocas, concretamente de la época en la que yo era un niño pequeño con grandes gafas, ya puestos a elegir, totalmente olvidados por la humanidad y esperando ser rescatados por mí. Estoy seguro de que esta estúpida creencia es absolutamente falsa en un elevado porcentaje de veces, pero cada vez que paso por una tienda que cumple estas características, no puedo evitar soñar con que sus dueños me abren sonrientes una puerta marrón invadida por la carcoma, y me zambullo entre cajas y cajas de Masters del Universo que dichos sonrientes dueños me venden por precios realmente simbólicos mientras comentan que «nosotros no los queremos ya para nada». Hay gente que sueña con encontrar el amor verdadero, ganar la lotería de Navidad o tener hijos superdotados, yo sueño con almacenes de mierda llenos de telarañas y juguetes de 1985. La pregunta mágica es, evidentemente, «¿tienen juguetes viejos?».

Habitualmente no me atrevo a formular dicha pregunta, principalmente porque no me gusta parecer un tío raro y que me observen como si mi cara estuviera cubierta por escamas de sardina rancia. Por otra parte, alguna nefasta experiencia anterior formulando la pregunta a hoscos dueños de carácter desapacible me ha quitado las ganas de volver a repetir. Pero ese día me daba todo igual, estaba dispuesto a visitar dos o tres intrigantes tiendas que merecían el apelativo «de toda la vida», o por lo menos «de toda mi vida», ya que recordaba verlas en la misma ubicación desde que comencé a tener uso de razón. Estaba dispuesto a quitarme la espina de la incertidumbre, descubrir de una vez por todas si esos almacenes con roña y cajas de cartón llenas de maravillas existían, y conseguir transformar un frío día de faringitis en un éxito rotundo.

La primera juguetería no fue un buen comienzo. A pesar de existir en el mismo lugar desde que soy capaz de rebobinar en los albores de mi memoria, ha debido sufrir algunas renovaciones porque todo tenía aspecto de ser muy nuevo. No les culpo, hay que renovarse o morir, ya que una vieja juguetería añeja con aroma a humedad en el ambiente y estanterías de madera construidas en 1974 solo provoca una irrefrenable atracción a un reducido porcentaje de la población. Tras preguntar a una señora si tenían todavía algunas cosas antiguas sin vender de cuando yo era pequeño, y someterlo a debate con los siete empleados restantes, los cuales me miraban con semblante serio y mirada preocupada, la señora me mostró una especie de reproducciones actuales de los típicos coches, autobuses, y demás juguetes de hojalata de los años 40. ¿Qué edad dieron por hecho que tenía yo, ochenta años? Pensaba que me conservaba algo mejor. Tras especificar un poco más, otra señora, supuestamente la más veterana del lugar, me comentó que cualquier cosa con dos años de antigüedad la «liquidaban». Lloré un poco internamente imaginando Skeletors siendo arrojados al fuego, y me fui.

Mi siguiente destino era otra de esas jugueterías que han estado en el mismo emplazamiento desde que el mundo es mundo y decidí que, si obtenía un fracaso similar al anterior, me iría definitivamente a casa a tomarme un zumo de naranja y seguir increpando a mis leucocitos imbéciles. Recordemos que faltaban dos o tres días para la noche de Reyes, con lo que nada más abrir las puertas me topé con una vorágine de padres y madres buscando regalos para sus hijos, a lo largo y ancho de los dos pisos de los que contaba la tienda. No hizo falta preguntar a nadie, puesto que todas las dependientas estaban intensamente atareadas atendiendo a padres impertinentes y exaltados con miedo de quedarse sin algún juguetes que quizás debieran haber adquirido con un poco más de antelación y porque, en cuanto miré hacia una esquina al azar y descubrí unos blisters con coches que cambiaban de color, y diseño que no podía ser posterior a 1988, supe que estaba en el lugar adecuado.

Madre mía. La siguiente hora y media transcurrió realizando una especie de labor arqueológica a lo largo y ancho de la tienda ya que, al parecer y por algún motivo, el tiempo se había detenido en la mayoría de sus estanterías, y juguetes actuales de esta misma campaña de Navidad convivían en paz y armonía con otros que no había visto desde que mi vello genital era absolutamente nulo. Tan solo hacía falta mirar hacia las esquinas recónditas, las estanterías más altas e inaccesibles, o retirar cualquier juguete actual para encontrar quién sabe qué sospresa cubierta de polvo que no había sido palpada por manos humanas en al menos veinte años. Tampoco quiero engañaros, no se trataba de la absoluta meca juguetil con Castillos de Grayskull originales y en perfecto estado o Airgam Boys espaciales precintados. Digamos que los restos que habían sobrevivido al paso del tiempo y al ojo ávido de coleccionistas cuarentones eran juguetes de clase B o C, pero no por ello dejaba de ser una clase B o C muy excitante.

Si hacías el ridículo tumbándote en el suelo para observar un rincón oscuro que no había visto una escoba desde que los tomates se pagaban en pesetas, encontrabas un circuito de coches Hot Wheels de 1985. Si retirabas una caja actual de Playmobil, aparecía una moto de las Tortugas Ninja de 1990. Si te encaramabas a una estantería, con el peligro añadido de resbalar y sepultar a siete padres y madres inquietos bajo cajas de cartón, emergía una nave de He-Man de 1989. Juegos de CEFA, Transformers de 1990, figuras de varias colecciones, robots imitaciones de colecciones famosas de fecha incalculable pero obviamente añeja, e incluso cacharros que no había visto en mi vida pero que me pedían a gritos ser rescatados, todos ellos nuevos, y la mayoría a un precio más que razonable. Cuando las dependientas por fin repararon en la presencia de ese imbécil que recorría la tienda reptando entre los pasillos y dejando pequeñas pilas de cajas a su paso, amablemente me preguntaron si deseaba que fueran trasladando dichas pilas al mostrador, haciéndome sentir como Julia Roberts en Pretty Woman comprando ropa en Beverly Hills, pero la segunda vez, cuando aparece con el sombrerico blanco y le hacen la pelota. No he visto esa maldita película entera en mi vida, ¿por qué recuerdo ahora que precisamente llevaba un sombrero blanco? Tras hacer una cola de 45 minutos repleta de padres impacientes, y escuchar la frase «¡te llevas todo reliquias!» de labios de la cajera, comprendí que un día aburrido de faringitis traidora podía convertirse en un absoluto éxito, o «score!» como dicen en United States of A.

Digamos que tengo material digno de ser reseñado en esta web para los próximos cincuenta años, sobre todo al ritmo habitual de un artículo cada ocho meses, pero por algún sitio hay que comenzar, y ese sitio se lo ha ganado a pulso uno de los hallazgos más excitantes de aquel día faringítico, una pequeña gran joya de la corona del mundo jugueteril mierdero que recibe el impactante nombre de…

GUARDIAN RIDER. En cuanto lo vi, semiaplastado por otras cajas desde todos sus flancos, supe que debía hacerle un hueco en mi casa y, dicho y hecho, ahora vive expuesto encima de una estantería en mi salón, para que todo el mundo que venga de visita pueda admirarlo y reírse de mí con motivos más que suficientes. Jamás había oído hablar de Guardian Rider, pero con semejante foto en la caja, mostrando a ese pobre hombre montado encima de ese no menos pobre bichejo alado, era evidente que se trataba de un asunto de comprar ahora y hacer preguntas después.

Extrañamente, Guardian Rider parece ser una gran incógnita, fruto de las más místicas leyendas del plástico barato, ya que tras varias búsquedas exhaustivas solo encuentro gente que lo ha vendido o intenta venderlo por cantidades de tres dígitos, y otra gente que desea poseerlo por su leve conexión con Sectaurs. Para los que desconozcáis su existencia, Sectaurs fue una enormemente fallida colección de figuras editadas por Coleco en 1985, tal vez tratando de aprovechar algo de la inmensa gloria que por aquellos años disfrutaban los Masters del Universo, y ambientada en un mundo en el que convivían insectos gigantes y personas genéticamente alteradas que habían obtenido cualidades insectoides, como esa gente que cuando respira emite sonidos de abejorro hiperventilado. Era un concepto bastante original, salieron a la venta algunos insectos peludos que podías colocar sobre tu mano a modo de guante marioneta, e incluso tuvieron su propio Castillo de Grayskull con el legendario The Hyve, una especie de fortaleza de plástico que medía tres metros y tenías que sacar al pasillo la mecedora de tu abuela si querías instalarlo en el salón. Pero por desgracia, la idea no terminó de cuajar y hoy en día no son más que un tema recurrente de conversación para snobs que, ante la recurrente conversación nostálgica en la máquina del café con sus compañeros de trabajo, sueltan la frase «yo es que era más de Sectaurs» y se quedan solos porque nadie sabe de qué están hablando. Porque, aunque me consta que fueron editados en España, corregidme si me equivoco pero me parece que no los compró ni el hijo de Cristo.

Pues bien, Guardian Rider posee una ligerísima interrelación con Sectaurs, puesto que las dos figuras de las que consta esta horrible colección guardan una intensa semejanza con estos últimos, la cual podríamos llamar inspiración, la cual podríamos llamar plagio. Hmmm, o sea, que lo que tengo en realidad entre mis manos es un oscuro objeto de deseo por parte de coleccionistas snobs alrededor del mundo, capaces tal vez de pagar doscientos dólares por esta auténtica depresión hecha de plástico. Porque reconozcámoslo, Guardian Rider no es un Master del Universo ni algo de una calidad mínimamente comparable, sino que es el típico regalo navideño de categoría C o D que te trae tu tía abuela la tacaña, la cual encima se pasa la comida entera hablando de que su médico le ha dicho que tiene artritis y otras tantas enfermedades que te dan igual, mientras tú te preguntas por qué no te habrá regalado algún vehículo de Skeletor o cualquier cosa un poco más digna que esa farsa de tío montado en una araña. Es extraño pues, que solo cuando ya han transcurrido casi tres décadas y ya todos somos viejos, es el momento en el que este tipo de especímenes sufren una extraña revalorización y se convierten en objetos tan apreciados. Los coleccionistas lo desean por el escaso número de copias que han sobrevivido hasta nuestros días y porque se trata de un peculiar plagio de una serie de culto fracasada y a mí, que cuando era pequeño seguramente me habría parecido una soberana mierda, hoy en día me lo habría llevado a casa aunque hubiera tenido que sufrir una cola de dos horas llena de padres. Que hey, es lo que realmente hice.

A pesar de ser un juguete nuevo y jamás abierto por manos mortales, la caja ha conocido tiempos mejores, debido seguramente al jaleo de vida que ha tenido que llevar, y que no me atrevo ni siquiera a imaginar. Estanterías, escaparates, almacenes, trastiendas, quizás incluso llegamos a coincidir frente a frente en 1986, y nadie ha sido capaz de comprarlo hasta hoy. Porque efectivamente, la prestigiosa y desconocida empresa Son Ai Plastic Industrial Company Limited editó en 1986 esta maravilla de tonalidades amarilloazuladas, que muestra a un pobre tipo con armadura azul montado de diversas maneras encima de una especie de robot arácnido, y juntos se dirigen caminando sobre papel de plata arrugado hacia dios sabe qué cabalgata homosexual interestelar. La caja tiene una maltrecha solapa que revela los fabulosos contenidos que están amortizando con creces tu dinero: un arañón gigante con colores que molan mucho menos que el que aparece en la engañosa portada, y un guerrero rubiales cuyos ojos… cuyos ojos… luego veremos.

Así que ocho patas se menean en orden hacia arriba y abajo, mientras que las dos pinzas o lo que sean frontales y la cola se agitan también. Y rebota y se mueve emitiendo sonidos. Y se incluyen dos alas y un arma. Y tiene luz en los ojos, la cola y la cabeza de… ox significa buey, ¿no? No veo ningún buey por aquí, a no ser que… ah, claro, esa especie de cabeza de aguilucho con pico, cuernos y ojos con demasiado eyeliner es un buey. Suponemos, pues, que en un mundo post-apocalíptico los experimentos irresponsables con la mutación genética han provocado que si una araña muerde a un buey, el resultado sea este mónstruo que ahora busca venganza. O también podría ser que a Son Ai Plastic Enterprises Limited Company les importaba tres cojones que la estúpida historia de Guardian Rider tuviera unos antecedentes con algo de sentido porque «mira, es un tío que va montado encima de un robot con forma de araña y sí, cabeza de buey también porque me da la gana, y le pones pilas y se mueve y tiene luces, ¿qué más quieres? ¿Un cómic como el que llevan los juguetes caros que tus padres no pueden o no quieren comprarte?».

Lo que queda bastante claro es que en Son Ai trabajaban al menos tres personas distintas. Una, la que hizo ese título de Guardian Rider tan molón, con degradado de rojo a naranja, y esa tipografía medieval de la que debió quedar tan orgullosa. Otra, el imbécil de Sao Yung que todavía no se había enterado de que los juguetes en los que llevaban dos meses trabajando se llaman Guardian y no Ouardian, por mucho que la G medieval parezca una O. Por último, tenemos al director de marketing y diseño, el cual dio su visto bueno a esta caja tan ridícula porque «bueno, ¿y qué más da que en un sitio ponga Guardian y en otro Ouardian? No es que ningún niño se vaya a poner a llorar por eso, ¿no? O ¿qué quieres? ¿Una serie de televisión con un título fijo y sin erratas como tienen los juguetes buenos que tu padre no te compra porque se lo gasta en ir a emborracharse y cenar con esa otra mujer que no es tu madre, en esas noches en las que dice que ha trabajado hasta tarde?».

También queda bastante claro que, una vez más y debido a esa nube negra de mala suerte que revolotea sobre mi cabeza en determinados momentos, Guardian Rider es el peor de los tres personajes de la colección. Ouardian Horseman es sin duda el mejor, ya que es exactamente igual que Dargon, el protagonista principal de Sectaurs, y porque va montado en una extravaganza plástica en forma de centauro caleidoscópico con varios pares de ojos diseminados por todo su cuerpo y blandiendo sus propios hacha y escudo. Ouardian Warrior es un imponente robot que tiene las mismas armas que el centauro, y seguramente es el que destruye las rocas que les impiden salir de una caverna tras un derrumbe. Mi Ouardian Rider, en cambio, tiene pinta de ser el que muere en todos los capítulos para luego resucitar, el que hace los chistes, el que está todo el día comiendo, o el que dice la frase «hey chicos, no os vayáis sin mí» constantemente.

Y llegó el momento de la verdad, de descubrir qué sorpresas aguardan en el interior de esta caja interior de corcho blanco, o poliestireno, para ser más exactos. No está mal, ¿no? Tenemos una araña con cabeza de supuesto buey y colores marronáceos que molan menos que los blancos y metalizados que prometía la caja, dos fabulosas alas de plástico amarillo para que la araña ya no tenga ningún sentido zoológicamente hablando. Tenemos también al mismísimo Guardian Rider con unos ojos… unos ojos… que más adelante veremos, y para finalizar encontramos también un pistolón intergaláctico y algo que se asemeja a esas grandes palas de madera que utilizan los cocineros italianos para sacar del horno la pizza barbacoa que le has pedido, a pesar de que tu novia está poniendo caras de disgusto porque ella prefería carbonara, pedazo de egoísta, que no eres capaz de transigir ni siquiera en una cena romántica.

Incluso Guardian Rider observa sorprendido, y suponemos que también algo decepcionado, la foto de la caja, la cual nos prometía un fabuloso y resplandeciente espadón además de la pistola láser, para proveer de más ambientación a este excitante mundo que mezcla fantasía medieval, tecnología futurista e insectos del tamaño de una furgoneta de Correos. En cambio, no he podido localizar dicho espadón por ningún lugar de la caja, tan solo la pala que solo sirve para extraer pizzas del horno y sacudir alfombras en la ventana, aunque está prohibido en tu comunidad de vecinos pero lo haces igual porque eres un cerdo irrespetuoso.

Ok, era broma. El espadón en realidad está dentro de la pala de pizzero, la cual es simplemente una funda que se puede colocar en la espalda de Guardian Rider mediante unos pequeños pivotes de plástico de la peor calidad conocida por el ser humano moderno, uno de los cuales por supuesto se rompió en cuanto traté de retirarlo de la espalda para guardarlo de nuevo en la caja, devaluando 50 dólares del dinero que podría conseguir si lo vendiera en eBay. Mierda.

Cuando mencionaba que todo en Guardian Rider está fabricado con el plástico más frágil y desagradable al tacto de la historia, no estaba mintiendo. Cada vez que tratas de articular alguna de sus extremidades para conseguir alguna pose medianamente digna, sientes que el muñeco al completo está a punto de estallar y dejarte esquirlas y metralla plástica por toda la cara. Pero eso no es todo, no solamente está hecho de la peor calidad de plásticos disponibles, también está fabricado con la menor cantidad posible. Aquí se puede ver perfectamente cómo los brazos están huecos, aunque las manos tienen un cilindro de plástico extra que le otorga un toque de realismo increíble. ¿Os imagináis tener que vivir con semejantes extremidades superiores? Los brazos huecos podrían incluso resultar útiles, por ejemplo para introducir clandestinamente alcohol y bocadillos en los festivales, y no verte obligado a pagar siete euros por un kebab horrible. De la mano en perpetua posición cilíndrica tengo mis dudas. Parecería algo raro.

Efectivamente, parecería algo raro, tan raro como que Guardian Rider parece que está masturbándose constantemente.

Y los ojos. Esos ojos. Azules, horriblemente estrábicos, tristes, con la mirada absolutamente muerta e inerte, acompañados de esos labios rojos en constante mueca de absoluta desolación. Los ojos y la cara al completo de Guardian Rider me dan miedo, nunca sé a dónde están mirando, nunca sé a dónde le debo mirar. Me da la impresión de que es un muñeco poseído por alguna fuerza demoníaca y puede saber lo que estoy pensando a cada momento, y creo que es su influencia diabólica la que provoca que los tomates se me pongan pochos en la nevera, justo cuando más los necesito. Jamás he deseado tanto que la caja de un muñeco contenga un accesorio en forma de gafas de sol.

Guardian Rider tiene varias maneras de montar encima de su araña buey, pero todas son absolutamente vergonzantes. Primero, tenemos la clásica posición sentado a horcajadas, utilizando esa especie de cuernos azules a modo de manillar, y perdiendo completamente toda la credibilidad en el intento. Quiero decir, imaginad una batalla interestelar seria, en la que hay seres malignos muy poderosos provenientes de dimensiones que nuestra mente no alcanza a imaginar. Una batalla en condiciones, en la que muere gente, las espadas seccionan miembros sin ningún miramiento, la sangre salpica hasta en la Osa Menor y los disparos láser revolotean por la atmósfera. Sacrificios humanos, perros y gatos viviendo juntos, histeria colectiva. Y de repente aparece Guardian Rider montado en su araña multicolor con alas, a modo de triciclo. Estoy seguro de que conseguiría provocar un silencio sepulcral en mitad de la batalla y una situación incómoda, con todo el mundo mirándole. Hey, quizás no sea tan mala la técnica, paralizar a los dos bandos creando confusión, para que después nadie tenga ganas más que de marcharse a casa a llorar.

Coloques a Guardian Rider como lo coloques, su semblante siempre es como de vergüenza infinita. Observad esa cara. Parece decir «por favor, ya es suficiente, deja de humillarme, méteme en la caja de nuevo y permite que el mundo se olvide de mí durante otros treinta años».

La otra posición es igual de ridícula, aunque pretende ser algo más majestuosa ya que Guardian Rider se coloca de pie, sujetándose mediante unos pequeños salientes en sus tobillos que encajan ingeniosamente dentro de sendos orificios ubicados en el cuerpecín de la araña, y milagrosamente no se rompen por una vez en la vida. De pie se le ve un poco más contento, aunque sigue transmitiendo semejante amargura que esta noche creo que me iré a la cama sin cenar y encenderé velas alrededor de la mesilla.

Finalmente, la prueba de fuego. ¿Funciona tras haber pasado casi treinta años dentro de una caja? Y, en caso afirmativo, ¿qué mierda hace? Para hacerlo funcionar, es necesario ubicar dos pilas de esas que son gordas, pero no las más gordas, en el interior de la araña, retirando para ello la parte de las alas. Y mira por dónde, casi por casualidad descubrimos la única manera de que Guardian Rider posea un aspecto medianamente decente: montado encima de la tapa de las pilas con un ala a cada lado, como si estuviera surcando los cielos a bordo de un monopatín volador. Ahora Guardian Rider es casi digno de ser expuesto en una vitrina.

Pero volvamos a lo que estáis realmente deseando contemplar desde que comenzasteis a leer este tratado acerca de juguetes vergonzosos de hace tres décadas, que es la televisión. Hey no, no es la televisión, para eso siempre hay tiempo. Lo que realmente deseáis ver es a Guardian Rider en movimiento y, para ello, nada mejor que un vídeo que lo muestra en todo su esplendor.

Bueno, funciona, aunque las luces por desgracia no se encienden, me imagino que se cansaron de esperar y decidieron no encenderse nunca jamás. Maldita obsolescencia programada, ya en 1986 estaba haciendo de las suyas. La araña de Guardian Rider es como esos robots Roomba que te barren el suelo, pero habiendo bebido mucho café, sin barrer nada, y emitiendo un horrible sonido absolutamente intolerable durante más de un minuto. Por supuesto, y debido a ese fallo de diseño que ya se echaba en falta, las alas chocan con las patas y no funciona, con lo que hay que retirarlas antes, o quizás Guardian Rider directamente se niega a deambular por mi casa montado encima de una araña gigante con alas naranjas.

En cualquier caso, ahora sé que jamás seré capaz de vender a Guardian Rider en eBay, ni por todo el dinero del mundo. ¿Por qué? Muy sencillo, acabo de descubrir que, de alguna extraña manera, Guardian Rider es una extensión de mí mismo, se ha mimetizado conmigo de tal manera que me ha sorprendido. ¿Veis esa puerta que aparece en el vídeo? Es la puerta de mi cuarto de baño. Y hace un par de sábados intenté entrar en él efectuando exactamente los mismos movimientos que Guardian Rider, cuando volví de aquel cumpleaños en el que pensé que sería buena idea mezclar pacharán con whisky. Nunca te abandonaré Guardian Rider, tras verme reflejado en ti.