¿Alguna vez os ha ocurrido que, de repente, objetos que llevan en vuestro hogar decenas de años se os antojan extraños? Ya sabéis, esa figura de un pastorcillo de vuestra madre que ya estaba ahí, en el recibidor, mucho antes de que nacierais. O ese frasco de loción verde en el baño que comprasteis hace quince años para tratar de erradicar un inoportuno brote de acné durante aquella época de nervios provocados por el desamor, que utilizasteis una sola vez y, obviamente, no funcionó. O ese calendario de restaurante chino colgado en la pared de la cocina, que ya nadie recuerda de dónde salió, según el cual el 3 de febrero cae en martes, aunque hace varios años ya que eso no es cierto. Son objetos que llevan tanto tiempo en la misma posición, que dejamos de prestarles atención porque forman ya parte de nuestro hábitat cotidiano. Pero, si un día nos detenemos un momento a mirarlos fijamente, se vuelven extraños de repente, como si hubieran mutado durante todos esos años en los que no les hemos hecho ni puñetero caso. ¿Os ha pasado alguna vez? Espero que sí, porque a mí me ocurre a menudo, y no quiero pensar que padezco alguna psicopatía rara que me hace dedicar más atención a los efectos de la permanencia temporal en objetos inanimados de la que merecen. Y, hace algunos años, me ocurrió exactamente algo así con este hombrecillo.

Mi ajada memoria insiste en revivir una escena del pasado relacionada con este adefesio con guantes naranjas. Alrededor de 1986 o 1987, mi madre me esperaba un mediodía al salir del colegio para volver a casa, devorar velozmente algunos víveres, para regresar de nuevo al colegio y vivir alguna fascinante clase de matemáticas que, pensando en perspectiva, debí aprovechar más a fondo cuando tenía la oportunidad, ya que ahora no soy capaz de resolver divisiones con divisores de más de un dígito, usando tan solo un papel y un lápiz. Aquel mediodía era distinto, y estoy casi seguro de que yo acababa de regresar de un encierro involuntario en mi hogar, debido a uno de mis habituales procesos faringítico-catarrales intensos. Sí, era un niño enfermizo y no me arrepiento de reconocerlo, sobre todo porque ahora soy un adulto enfermizo, siempre atemorizado y escaneando el ambiente en busca de posibles virus de los cuales huir. Tal vez por eso, para suavizar mi regreso a las clases tras unos cuantos días en casa tosiendo con sonido de claxon de camión y con la garganta color granadina, mi madre tuvo a bien llevarme un pequeño presente: el hombrecillo de guantes naranjas y dentadura que imposibilita comer nada que no sea gazpacho.

Pues bien, este pequeño esperpento ha permanecido a mi lado durante todas estas décadas. A veces apoyado en una estantería, otras dentro de una bolsa en los confines de un trastero, desaparecido durante años en Dios sabe qué armario… pero siempre ha reaparecido, cada vez con más desconchones en su pintura, convirtiéndose poco a poco en algo tan habitual en mi día a día como el microondas, al que no dedico absolutamente ninguna atención especial, excepto cuando comienzan a emanar de él relámpagos con aspecto peligroso porque he olvidado un tenedor dentro.
Hasta que cierto día, hace ya algo más de dos décadas, de manera totalmente anecdótica, comencé a observarlo, y todo tipo de incógnitas asaltaron mi mente. ¿Quién era este bicho? ¿A qué colección pertenecía? ¿Cómo se llamaba? ¿Dónde se vendía? ¿Cuántas figuras más existían en la colección? ¿Quién las fabricaba? ¿Por qué salen relámpagos con aspecto nocivo del microondas? Así, y entonces, comenzó una penosa etapa de mi vida en la que necesitaba obtener todas esas respuestas, pero no disponía de ningún lugar donde formular las preguntas pertinentes. Internet estaba todavía en los albores de su posterior establecimiento en nuestras vidas a nivel masivo, y el origen de este muñeco con guantes naranjas se perdía por momentos en el agujero negro del tiempo. Era obvio que se trataba de un plagio descarado de Skeletor, de los Masters del Universo, algo de lo que tal vez no fui del todo consciente de pequeño, ya que para mí, siendo que el tío de los guantes naranjas medía 10 centímetros de altura frente a los 14 de los Masters del Universo, siempre fue un muñequín más, sin ninguna relación directa con sus padres espirituales. Allí terminaban mis pistas. Pero eso no duraría eternamente.

Me encantan las librerías antiguas, «de viejo», «de lance», o cualquiera que sea su denominación correcta. Como si de un imán se trataran, y yo tuviera un implante biónico en mi cavidad ósea, me siento atraído hacia ellas en cualquier ciudad que visito, y siempre necesito entrar dentro, invertir siete horas en examinar libros, y comprar un par de ellos que, tras hojear un poco por encima, coloco en mi pila de libros para cuando sea muy anciano y disponga del suficiente tiempo y ganas para leerlos. Pues bien, años después de suponer que jamás averiguaría nada relevante sobre mi figura misteriosa, mientras examinaba en una de esas librerías viejas algunos libros arcaicos de ciencia ficción de esos que tienen pinta de ser fabulosos, pero que luego son un ladrillazo infumable, vi en una esquina un blister roñoso y con más dobleces en su cartón que las ingles de un dragón de Komodo, al tentador precio de 200 pesetas. Al examinar el reverso del blister, ¿qué creéis que apareció? Exacto, una galería de personajes disponibles, entre los cuales figuraba mi muñeco de guantes naranjas. El misterio estaba por fin resuelto. El dueño de la librería tenía aspecto de que, si le formulabas las preguntas adecuadas, sacaría un libro polvoriento de debajo del mostrador y, sin saber muy bien cómo, te encontrarías volando a lomos de un dragón blanco llamado Fuyur. Así que le pregunté si tenía más muñecos como ése a la venta. El hombre se limitó a mirarme con desprecio y, en completo silencio, meneó su cabeza de derecha a izquierda un par de veces, pero ya me daba igual. Mis preguntas ya tenían respuesta, la colección de muñecos se llamaba Fantastic Stars, habían sido fabricadas en España por una empresa llamada Wonilandia, y los libros de ciencia ficción coñazo podían esperar a otra mejor ocasión. Pero antes, un poco de historia.

Wonil S.A. se fundó en 1962 en Onil, Alicante. Entiendo que el 80 por ciento de su nombre proviene del municipio donde estaba ubicada, y la uve doble tal vez viniera de «wonderful». Si algún día me convierto en boxeador mediocre, mi nombre artístico será Wonderful Onil. Hasta los años 90, por algún extraño motivo, la zona de Alicante era la cuna definitiva del juguete español. Decenas de empresas se aglutinaban alrededor de algunos de los pueblos alicantinos, cada una normalmente especializada en un área concreta y, mientras que muchas de ellas desaparecieron hace tiempo, Wonil sigue existiendo a día de hoy. Pero con algunas salvedades.

En algún momento de su historia, se creó la empresa Wonilandia S.A., mientras que Wonil S.A. cambiaba su nombre por el de Miniland. En realidad no tengo muy claro si Wonilandia era una especie de marca para ciertos tipos de juguetes, o de si se trataba de una empresa propiamente dicha, hija de Miniland, pero tampoco creo que eso importe en estos momentos. La cuestión es que, a día de hoy, Miniland sigue existiendo en la misma ubicación de toda la vida y, aunque ahora se dediquen a fabricar productos por inyección de plástico y juguetes para niños que aún no hablan y llevan pañal que hay que cambiar cada dos por tres, pensé que valía la pena intentar contactar con ellos. Redacté un e-mail explicándoles mi hallazgo de aquella figura en la librería, y mi anhelo de recabar más información acerca de esos muñecos que copiaban descaradamente a los Masters del Universo. Quería saberlo todo: a quién se le ocurrió, quién bautizó a los personajes, si existía algún tipo de publicidad o catálogo impreso de la época, cuándo, dónde, por qué, y en qué lugar se enamoró de ti. De paso, dejé caer la inocente pregunta de si existían remanentes de stock en algún lugar de la fábrica. No sé muy bien qué esperaba conseguir con eso, era bastante improbable que me contestaran «oh sí, tenemos un pallet de cajas llenas de blísters cogiendo polvo en un rincón desde 1987, mándanos tu dirección y te lo enviamos en una furgoneta privada de color verde césped». Lo más probable sería que mi e-mail fuera reenviado de un ordenador a otro durante toda la mañana, y que cada empleado se riera a carcajadas de este pobre imbécil anacrónico preguntando tontadas en pleno siglo XXI.

La respuesta fue predecible, pero también sorprendente. Está bien, no había mágicas cajas que llegaran a mi casa en furgoneta verde, ni fantásticos catálogos que nadie había visto desde la Feria Internacional del Juguete de Valencia en 1986. Pero me sentí halagado de ver que la persona que me respondía no era otra que el (supongo) hijo del fundador de la empresa, y no algún becario con barba que ni siquiera había nacido cuando Wonilandia plagiaba a los Masters del Universo con total despreocupación y desafiando las leyes del copyright, con lo que quedé realmente agradecido por su respuesta. Solo espero que mi e-mail brindara algo de alegría nostálgica a la mañana de este señor, y no le impulsara a colocar un vigilante de seguridad en la puerta de ese archivo histórico, ante la amenaza de que un lunático de Zaragoza tuviera la intención de saquearlo. Y aquí podría haber quedado el tema, pero yo tenía que ir un poco más allá. Necesitaba, al menos, ubicar estas figuras en el tiempo, ya que mis recuerdos de 1986 o 1987 eran más difusos que la procedencia de esos extraños arañazos que descubres en el tórax un domingo a mediodía, después de que tu amigo se empeñó en invitar a chupitos de tequila a todo el mundo porque al parecer era su cumpleaños.

Oh, sí. He conseguido una copia de una patente de Wonilandia para lo que, sin lugar a dudas, sería la colección Fantastic Stars. Se trata de varios folios que me recuerdan a mis exámenes del instituto, aquellos para los que había estudiado más bien poco que, a medida que entraba en la adolescencia, eran por desgracia cada vez más habituales. Recuerdo escribir párrafos interminables tratando de exprimir al máximo el 2% de conocimientos que tenía sobre la pregunta en cuestión, en un fútil intento de que diera el pego y el profesor pensara que realmente sabía de lo que estaba hablando. Nunca colaba, no obstante, y más de una vez los profesores me recomendaron que saliera por la puerta y me dedicara a escribir novelas. No sé por qué nunca les hice caso, tal vez ahora podría estar firmando libros en Fnac en lugar de estar escribiendo sobre temáticas que a nadie interesan en una web que nadie lee.

Pues este documento de patente de Wonilandia es similar, ya que expone, a lo largo de varias páginas llenas de reiteraciones y verborrea, la invención de un muñeco que, básicamente, puede adoptar infinitas posiciones gracias a sus brazos y piernas giratorios. Infinitas… bueno, si admitimos que mover un brazo una milésima de milímetro hacia abajo es una nueva posición, pues sí, es probable que sus posibles posturas sean infinitas. Por lo demás, es un muñeco de plástico como llevan existiendo sobre la faz de la Tierra desde que los antiguos egipcios construían estatuillas antropomórficas para sepultarlas en el interior de pirámides, deseando que gracias a ello no descendieran los dioses astronautas de los cielos y redujeran sus cabañas a cenizas con lenguas de fuego, solo para demostrar su supremacía. Lo que Wonilandia olvidó incluir en este documento, y me sorprende porque fue la baza fundamental de la colección de figuras, es su intención de patentar la forma de plagio más impresionante de los Masters del Universo. Quizás no fueran pioneros en la fabricación de figuras de acción, pero desde luego sí lo fueron en imitar las formas, nombres y colores de Skeleturr y demás habitantes de Eternia.

Pero también está esto. Esta maravilla pictórica que, desde luego, no deja ninguna duda de que esta patente pertenece, efectivamente, a Fantastic Stars. Mirad qué sonriente está este señor, con su cabello a lo Gene Simmons, bajista de Kiss, en la actualidad, y sus muñecas morcillonas. A diferencia de los Masters del Universo, que poseían distintos mecanismos o movimientos especiales dependiendo del personaje, Fantastic Stars eran principalmente estáticos, disponiendo articulación tan solo en brazos y piernas. Ni siquiera la cabeza se movía, con lo que no comprendo cuál es la necesidad de destacar tantas piezas con líneas y números. ¿Cuál es la leyenda de esos números? ¿Brazo estático, cuello inmóvil con tortícolis, rodilla que no sirve para nada?

Pero, al menos, este documento nos da una pequeña cronología aproximada que, junto con la mía, aunque ésta sea de dudosa credibilidad, nos permite crear una línea temporal que disipe de algún modo la nebulosa acerca de cuándo se vendieron estas figuras. En diciembre de 1984 se presentó esta patente, que fue aprobada en mayo de 1985. Yo recuerdo haber conseguido mi muñeco en 1986 o 1987, pero aún tenemos una pista más, fruto de una larga investigación en hemerotecas repletas de documentos arcaicos y bibliotecarias que te observan como si estuvieras ahí solo para hacerles perder el tiempo.

En este artículo de junio de 1989, ¡al parecer, Fantastic Stars todavía existían! Conviviendo con G.I. Joe y las incipientes Tortugas Ninja, me resulta difícil de creer que, en una época en la que los propios y plagiados Masters del Universo vivían su agónica recta final, Fantastic Stars todavía estuvieran disponibles en tiendas.

Fantastic Stars, según algunas pruebas gráficas que sobreviven, y mi amplia capacidad inventiva, costaban alrededor de 250 pesetas, un desembolso considerablemente menor a las mil y algo que solían valer los Masters del Universo. Pero claro, medían 4 centímetros menos, eran más inmóviles que tus rodillas cuando te sientes valeroso y sales a correr por el parque por primera y última vez en tu vida, y carecían de cualquier característica especial. Mientras los Masters tenían a un tipejo verde cubierto de césped y que olía a pino, Fantastic Stars tenían trece figuras que tan solo podían, a duras penas, mantenerse en pie. Eso sí, las figuras de Wonilandia venían con unas armas exactamente iguales a las de otra colección de Galoob, Blackstar, pero en miniatura. ¿Cómo consiguieron hacer eso en Wonilandia, siendo que dudo incluso que las figuras de Blackstar fueran distribuidas en España por aquel entonces?

Fantastic Stars se presentaban en blísters individuales, enmarcados dentro de estos fabulosos expositores, y se vendían principalmente, si no me equivoco, en papelerías o bazares pequeños, de esos que ya no existen, y que solían estar regentados por un entrañable cincuentón con camisa de cuadros y gafas de, como se suelen denominar, culo de vaso. Los expositores podían albergar hasta seis blísters pero, maldición, no dispongo de seis para hacer la foto. No se puede tener todo en esta vida. También existió una versión reutilizada de este expositor, imagino que al final de su vida comercial y para intentar quitarse de encima excedentes de stock, que contenía doce figuras, sin armas ni accesorios, sujetas con unas gomas de carpeta, y pintadas con la desgana habitual de alguien que lleva varios años fabricando clones de Skeletor que ya nadie compra, y a quien ya le importa tres boniatos si todas las figuras salen bizcas o con aspecto de sufrir un retraso mental severo.

La historia de los Masters del Universo, aunque con algunos problemas de contiuidad en ciertos casos, era bastante concreta, apoyada también por los mini-cómics que incluían las figuras y por la serie de televisión. Podías saber fácilmente de qué iba el tema, quién era bueno, quién malo, y por qué todos en ese planeta llevaban mallas elásticas de licra de colores. En cambio, aunque los blísters de Fantastic Stars tienen unas fantásticas fotos con descripciones en cuatro idiomas en su anverso, la cosa no está tan clara.

En un primer momento aparecieron ocho figuras distintas, que se ampliaron algún tiempo después hasta sumar un total de trece personajes. Por suerte, dispongo de ambos tipos de blíster, aunque el cartón de la segunda variante parece que ha sido asediado por huevos de un híbrido entre araña chunga y hormiga roja, con lo cual me da bastante aprensión mirarlo o tocarlo. Veamos qué podemos sacar en claro de los denominados «Dueños y Señores de las Galaxias».

Ziman es el equivalente a He-Man, obviamente, y también es el gran héroe de las galaxias, así sin más. Durga tiene algo más de background, ya que es la diosa de la Guerra, Hija de la Gran Estrella, y legítima heredera del Imperio, algo que suena ligeramente a Star Wars. Parece ser que los fusilamientos no terminaban con los Masters del Universo. En definitiva, hay una Gran Estrella, la cual tiene una hija, un Imperio, el cual tiene una legítima heredera, de lo cual suponemos que alguien quiere hacerse con el poder de maneras no ortodoxas, y luego hay un héroe de las galaxias. Todo muy claro. No entiendo nada.

Las descripciones de estos tres tipos de arriba no arrojan mucha más luz al tema, ya que el hecho de que Belok sea un «inteligente y salvaje luchador» da lo mismo que si fuera «cocinero experto en tortillas y apasionado del dominó», por mucho que lleve la antorcha olímpica en su mano. De Belikos tan solo sabemos que renace de sus cenizas y tiene un aparato para medir la densidad de los gases de su intestino.
Todo apunta a que los tres fulanos de la última fila son los malos de esta historia, ya que todos están de alguna forma relacionados con el mal o los abismos, y nada bueno puede salir nunca de esos sitios. Observando estas fotografías, en aquella librería arcaica, fue donde descubrí que mi muñeco era, efectivamente Spektror, recordé instantáneamente ese carcaj, o como se llame, para portar convenientemente toda su colección de hachas y espadillas, y descubrí que se puede ser diabólico y poseedor de las fuerzas del mal al mismo tiempo, sin que un término lleve implícito el otro. Por cierto, he de alabar la labor que llevaron a cabo en Wonilandia para traducir las descripciones a cuatro idiomas, anticipándose a lo que podía ser la mayor revolución juguetera internacional desde la fiebre de Star Wars en los setenta pero, por desgracia, la mayoría de frases me suenan… mal. ¿«An appalling character of hells»? Sorry but, that’s not very good.

La colección se amplió con cinco nuevos personajes, entre los cuales tenemos a Galactor, claramente inspirado en el Juez Dredd, y posiblemente el más complicado de encontrar, ya que jamás he visto, ni siquiera en foto, una versión de este «defensor del Cosmos» en su blíster. Podríamos denominarlo el «santo grial» de Fantastic Stars y, de hecho, me atrevería a asegurar que jamás existió en versión blíster. Star-Red tiene otro medidor de flatulencias gástricas, Gladiator lucha cuerpo a cuerpo, aunque eso de «body to body» en inglés me suena bastante erótico, y el arco de Harrow molaba mucho en la teoría, aunque me consta que en la práctica nunca se llegó a producir, sino que sus complementos eran un par de palitroques de colores. Tal vez lanzó su única flecha destructora muy lejos, no la volvió a encontrar, y tuvo que cambiar de arma. Pero veamos a los Señores de las Galaxias más de cerca.

Ziman, como hemos comentado antes, es el homólogo de He-Man, entrañablemente inocente similitud fonética incluida. En verdad lamento que Wonilandia no se lanzara a por todas y creara un equivalente del Castillo de Grayskull. ¿Cómo lo habrían llamado? ¿El Palacio de Bravespoon? Aquí tenemos a Ziman, con la pierna a punto de desencajarse y aspecto de criajo lloroso e impertinente, a quien sus padres le suplican por favor que detenga su consumo de azúcar, se tranquilice un poco y deje de actuar como un imbécil. Y sinceramente creo que, si la colección se hubiera promocionado como «¡las fantásticas aventuras de los hijos de los Maestros del Universo!», habría tenido bastante más éxito. Tan solo habría que revisar ese eslogan con alguien más versado en márketing. De hecho, estoy tentado de mandar un nuevo e-mail a Miniland para relanzar estas figuras. Con el éxito que están teniendo las nuevas ediciones de figuras clásicas de Masters del Universo, ¿por qué no unos Fantastic Stars Classics?

Spektror, mi viejo acompañante de infancia, pubertad, adolescencia, y ahora presenectud, es obviamente Skeletor. Misma capucha, mismo cráneo amarillo verdoso, y mismos piececines de pato. Aquí los tenemos con su padre, ya no solo para ofrecer una imagen comparativa de las alturas de ambos tipos de figuras, sino porque fui incapaz de que mis Spektrors se mantuvieran de pie, sin apoyarse en nada, durante más de cinco segundos. Los Fantastic Stars están formados por un torso de plástico duro, que incluye la cabeza, pero sus extremidades están hechas de un plástico algo más blando que, con el paso de los lustros, se ha convertido en algo gomoso cuasi-imposible de articular y mantener en una posición fija. A los pocos segundos, todas las figuras tienden a adoptar la posición que les da la gana, y que la mayoría de las veces conlleva que se desplomen de morros.

Durga está inspirada por Teela y, aunque tiene las piernecillas algo menos sexys, mira de soslayo así en plan sugerente, y su mano tiene la posición perfecta para sostener un gin-tonic en algún bar en el que esté sonando reggaetón. Además, como Teela, tiene partes en las que se utiliza pintura dorada que, si se cumplen las leyes de los objetos brillantes, seguro que era más cara que la pintura normal.

Meca-Nic Man, aparte de tener la cabeza cubierta por un preservativo, es el vivo reflejo de Trap-Jaw, la figura de Masters del Universo que contaba con partes intercambiables para su brazo biónico. Meca-Nic Man, por desgracia, no tiene nada que intercambiar, y está obligado a tener una excavadora en miniatura como único apéndice robótico, así como una gran colección de rebabas que me hace pensar que las últimas producciones de Fantastic Stars se llevaban a cabo con algo menos de esmero que cuando tuvo lugar su debut. Me da un poco de pena que, a pesar de que el molde tiene claramente marcados los dientes en forma de serraje, nunca se molestaron en pintarlos dignamente.

Tri-Klops, el original de Masters del Universo, tenía la peculiaridad de poder utilizar su casco para ver por la noche cuando se levantaba a hacer pis, ver a través de los objetos, o ver a largas distancias para saber desde su casa si se le iba a escapar el autobús. Harrow, en cambio, se las apañó de tal manera que su casco quedó fijo para siempre en la parte central entre dos ojos, de forma que su poder especial era no ver absolutamente una mierda.

De manera similar, Man-E-Faces era un ser con desdoblamiento de personalidad que podía adoptar la cara de humano, robot o monstruo sin ningún motivo aparente, más allá de poder hablar con voces distintas e incomodar a todo el mundo que estuviera cerca. Lamentablemente, Fantastic Star-Red solo puede poner una cara, y es la de borracho en las fiestas del pueblo que se pone extremadamente pesado con tu novia, no sabes si deberías ponerte serio porque en el fondo eres pacífico y no tienes por qué aguantar estas mierdas, y decides que habría sido mejor idea quedarte en casa a ver películas de ninjas.

Stratos era un hombre-pájaro, aliado de las fuerzas del bien, que se pasaba el día revoloteando por los cielos y espiando los ridículos planes de Skeletor. Belikos, además de ser «dueño de las alturas», supuestamente también renace de sus propias cenizas y, según se puede ver, cuando hicieron el molde para la figura debieron pillarle en mitad de uno de esos renacimientos, ya que el deplorable aspecto que presenta solo puede ser debido a eso, o a que la noche anterior incumplió el viejo y sabio refrán de «cerveza y vino, buen camino. Vino y cerveza, dolor de cabeza».

El poder característico de Mekaneck era extender su cuello para poder ver a grandes distancias. El problema, y lo que nunca me quedó del todo claro, era que su cuello tan solo se extendía treinta centímetros hacia arriba, con lo cual tan solo le servía para investigar lo que estaba haciendo la persona que tuviera en el baño contiguo cuando estuviera en el centro comercial. Por el contrario, el poder de Gladiator consiste en encoger su cuello de forma tan intensa, que éste ha desaparecido por completo, haciendo mucho más obvia su papada, y obligándole a portar ese armatoste de caso y pechera para tratar de ocultarla.

Belok, a quien casi por eliminación podemos asociar con Zodac, un tío dudoso que nunca se sabía de parte de quién estaba, y que nunca me dio ninguna confianza cuando era pequeño, aparte de tratarse de una de las figuras más sosas de la colección, parece haberse besado durante toda la noche con una persona demasiado maquillada. Y, a juzgar por su lenguaje corporal, necesita un abrazo.

Man-At-Arms, aunque nunca he comprendido el motivo, siempre ha sido uno de los personajes más denostados por la gente de toda la familia Masters del Universo. Quizás fuera porque en la serie de televisión aparecía con mostacho y la figura no lo tenía, porque su muñeco tenía una cara realmente desagradable, o porque era un cansino que a la mínima ocasión te soltaba una lección de moralidad de veinte minutos de duración. Aunque a moralista casi nadie superaba a He-Man. Su apócrifo Strong, según la descripción del blíster, es un caballero errante y solo aparece en momentos de gran peligro, con lo cual suponemos que será bastante más tolerable y no aparecerá a la vuelta de cada esquina para recordarte que hay que devolver los bienes robados y que no está bien reírse de que alguien es tartamudo o tiene caspa.

Faltan algunas figuras por comentar y asociar con sus análogos de Masters del Universo, pero las dejaré como ejercicio pendiente para vosotros. Ya veréis, es muy fácil. Este ha sido mi pequeño tributo a una colección de muñecos que, en su momento, nadie deseaba necesariamente, y podían provocar una apoplejía de tristeza a cualquier niño que esperara un auténtico Master del Universo para su cumpleaños. Pero cómo son las cosas, ¿no? Hoy en día son tan escasas y están tan cotizadas, que hacerse con una colección medianamente digna se convierte prácticamente en una quimera. Algo que en su día era un regalo de categoría realmente baja y frustrante, y que podía adquirirse en papelerías por el irrisorio precio de un euro y medio al cambio, hoy se ofrece a la venta por treinta veces más. Y sí, efectivamente, el anuncio de ahí arriba es un montaje que he hecho yo mismo tras ir al parque a recoger unas cuantas ramas y pedruscos. Fantastic Stars jamás tuvieron publicidad en tebeos y revistas, pero me apetecía imaginar cómo podría haber sido. Y, de paso, es una pequeña trampa para averiguar cuántos de vosotros leen los infumables artículos del Escalón en modalidad diagonal. No olvidéis comentar aquí abajo toda la información o recuerdos sobre Fantastic Stars de los que dispongáis. Con vuestra ayuda, podemos convertir esta página en la mayor fuente de información sobre este tema en todo internetzs y, ¿quién sabe? Quizás llegue algún día a oídos de Miniland y revisen de nuevo ese almacén en busca de pallets extraviados.