Desde hace aproximadamente diecisiete años, Queen es mi grupo favorito de todos los tiempos. Pero no soy un fan standard como tu vecino, que fue a ver a «Queen + Paul Rodgers» en Barcelona, se compró una camiseta y «lo flipó que casi lloró cuando las tres mil personas levantaban los brazos a la vez en Radio Ga Ga». No, yo soy un snob, llegando a límites incluso cargantes. Soy tan snob que miro con desprecio a la gente que no sabe quién es Barry Mitchell. Que hablo con condescendencia a los que no han escuchado nunca Silver Salmon. Que me produce una profunda lástima la gente que desconoce la existencia de Tim Staffell, que no sabe que hubo una versión de Polar Bear cantada por Freddie, que piensa que Mad The Swine es una película o a la que no dicen nada las palabras De Lane Lea.

Pero como buen snob, o como buen snob misántropo si realmente nos ponemos a especificar, lo que más detesto en este mundo son las conversaciones y comentarios habituales típicos de ascensor, bar y lugar de trabajo. Ya sabes, tu compañero el oficinista trajeao que se compra para navidades el pack «Greatest Hits 1 & 2» y lo cuenta orgulloso porque «le encantan Queen». O la amiga de tu colega, a la cual no puedes mandar a la mierda porque la acabas de conocer, pero que sostiene que «Queen cantaba genial». O tu vecino el que se empeña en sacar temas de conversación en una distancia de tres pisos que se acaba en seguida, pero te ve con una camiseta de Queen y te recita el catálogo de las canciones que le gustan, traducidas al español, tipo «de los Queen la buena buena es la rapsodia bohemia. Y bueno, claro, la de somos los campeones, esa es tremenda». ¿Por qué nunca tiene huevos a traducir «We Will Rock You» o «Tenement Funster»? Está bien, tal vez no le gusten.

No obstante, ahora que después de tantos años ya he dejado de indignarme cuando alguien escribe «Freddy» y de replicar a voz en grito que «Queen era un grupo formado por cuatro tíos, de los cuales uno era el cantante y se llamaba Freddie Mercury, no Queen», hay un temor que todavía perdura y revolotea sobre mi cabeza cuando se me ocurre sacar el tema de que me gusta Queen. Y es el de que alguien, con expresión grave y seria a la par que jocosa, crea estar descubriendo las islas afortunadas y me cuente la historia de la garrafa.

Seguro que la habéis oído alguna vez. Creedme, si tuviera un euro por cada vez que he tenido que escuchar la misma historia/anécdota no sería rico, pero seguro que podría estar durante dos semanas borracho. Al parecer a alguien se le ocurrió, posiblemente alrededor de 1992, empezar a propagar que a Freddie Mercury (conocido también como Queen en su círculo de familiares, amigos y mi vecina) le encontraron en el recto, suponemos que durante la autopsia, la cantidad equivalente a una garrafa de varios tipos de esperma distintos. Y al parecer, a mucha gente alrededor del globo le resultó apasionante la historia y se dedica a contarla y extenderla por los confines de la tierra. Me imagino que dicha historia tiene una fascinación especial del estilo de «joder macho, era TAN gay que tenía cinco litros de sabo en el culo. Es que no era gay, era DEMASIADO gay«. Hubo un tiempo, alrededor de 5º de EGB, en el que admitir que el cantante de tu grupo favorito era gay era misteriosamente sinónimo de que tú también eras homosexualeiro, así que me pasé aproximadamente curso y medio defendiendo a capa y espada que Freddie no era gay sino bisexual, ya que tenía una novia llamada Mary Austin. Lo que me convirtió automáticamente en bisexual a los ojos de mis compañeros de clase, detalle con el que no había contado. Poco más tarde empezó a darme igual todo ese tema y me habría parecido fabuloso que Freddie practicara la postura del misionero con una cebra ciega, pero el hecho de que un cualquiera me contara por enésima vez la leyenda urbana falsa del semen en el culo de Freddie me incomodará de por vida. Es que ni siquiera es como cuando me enteré de que era falso que la rubia de Abba se hubiera vuelto loca y viviera en una isla desierta, pero lo sigo contando porque tiene gracia.

Cuando digo que mi grupo favorito es Queen, me gusta especificar que sólo en su época de los setenta, aunque cite discos que provoquen respuestas tipo «ese no se cuál es, yo tengo el de Wembley». Dicho mágico periodo coincide casi perfectamente con los años en los que Freddie todavía no tenía bigote, y a mi me gusta denominarlo cariñosamente «Queen sin bigote», como en esta página de Facebook que creé para hacer la coña con mis colegas y que ahora sorprendentemente tiene gente apuntada que no se ni quiénes son ni qué estaban buscando para llegar hasta ahí. Aún recuerdo con nostalgia y emoción los dos meses que me pasé ahorrando cuando tenía 12 años para comprarme una edición bastante carente en cinta de A Night at the Opera, todavía a día de hoy mi disco favorito de todos los tiempos, y cuando lo escuché por primera vez esa misma noche lluviosa de sábado. Recuerdo a mi hermana pillándome a traición mientras cantaba la parte operística de Bohemian Rhapsody en el baño y convirtiendo ese momento en el más bochornoso de mi existencia junto a aquella vez que tropecé en las duchas de la piscina y me caí de culo mientras me miraban las tías buenas. Recuerdo comprar Jazz en cinta y escucharla con el ceño fruncido porque sabía que era el último disco de los setenta y a partir de entonces comenzaba la época de «Queen con bigote» que no me hacía ni puta gracia. Recuerdo encontrar nada menos que durante unas vacaciones en Roma un libro con las letras de todas las canciones. Por fin podía saber, ya que con 12 o 13 años no podía permitirme CDs y mis cintas de mierda no tenían ni créditos ni letras ni nada, de qué cojones hablaba «The Fairy Feller’s Master Stroke», e incluso podía comprobar lo fulera que sonaba en italiano! También recuerdo pasar noches en vela, pluma de pato en mano y tintero en mesa, intentando descifrar el misterioso mensaje de «The March of the Black Queen». Recuerdo estar convencido de que John Deacon era realmente Roger Taylor, simplemente porque tenía cara de llamarse Rogelio, y quedarme relativamente decepcionado al descubrir finalmente que John Deacon era John Deacon.

Y sobre todo, recuerdo aquel sábado por la noche a los dieciséis años que estaba solo en casa y decidí no salir de juerga para quedarme bebiendo calimocho casero hecho con el vino de mi padre y escuchando mi por entonces escasa colección de rock progresivo/sinfónico, en la que juro por lo más sagrado que Freddie me habló desde un poster de Queen II que tenía por aquel entonces en mi puerta. Mientras iba ya por el tercer litro de calimocho estilo cargadete, porque podía robar un montón de vino a mi padre pero sólo tenía una lata de coca-cola, justo cuando comenzaba a sonar Ogre Battle, vi como la boca de Freddie se movía como intentando decirme algo, pero por mucho que me acerqué al poster, no conseguí escuchar ninguno de sus seguro valiosísimos mensajes. Tal vez debería haber bajado la música. Quizás trataba de decirme que la historia de la garrafa era cierta. Nunca lo sabré.

Con todos estos recuerdos, quiero transmitir los buenos momentos que Queen Sin Bigote me ha proporcionado durante ya casi veinte años, y la suprema superioridad que, en mi humilde opinión, mantiene frente a Queen Con Bigote, una época oscura que comenzó a mediados de The Game y que originó discos tan fuleros como A Kind of Magic y The Works, por mucho Radio Ga Ga que contenga, que sale mal parada incluso a canciones setenteras sub-standard como The Loser in the End.
Casualmente, aparte de la música, la imagen de Queen Sin Bigote siempre me pareció infinitamente más atractiva que la ochentera. Cuando Queen eran una especie de entidad glam misteriosa con maquillaje y melenas. Cuando Freddie llevaba maillots con alitas, estampadicos de rombos blancos y negros, antes de cortarse el pelo estilo vendedor de kebabs. Cuando John Deacon todavía tenía un aspecto más que respetable antes de dejarse una bola de pelo a lo afroamericano y ponerse shorts en los conciertos. Cuando Brian May todavía estaba en proceso de descubrir esa gran pasión suya llamada zuecos y se ponía unas fabulosas camisas con mangas acampanadas. Normalmente, cuando se habla de Queen a todo el mundo le viene a la mente la imagen de Freddie con zapatillas Adidas de boxeador, chaqueta amarilla y poniendo caras en Wembley, mientras que la imagen primigenia pocas veces ha sido documentada en exclusividad… hasta que apareció Killer Queen.

Yo quería tener Killer Queen, era un sueño hecho realidad. Se trataba de un libro editado en 2003 formado íntegramente por fotografías de Queen desde 1973 hasta 1975, todas tomadas por Mick Rock, el famoso hombre que «fotografió los setenta» y trabajó con David Bowie, Lou Reed, Mick Ronson, Iggy Pop, Ramones o Blondie. El hombre que ideó la imagen de Queen basada en blancos y negros que tuvieron durante la época de Queen II, con una portada que fue rescatada para el vídeo de Bohemian Rhapsody. El hombre que documentó la actividad en directo de Queen e hizo fotos en conciertos clásicos como el de Hammersmith Odeon de 1975 o los del Rainbow en 1974. Y un hombre que me caería bien aunque no hubiera tenido ninguna relación con Queen y fuera frutero de esos que te venden los peores melocotones porque no tienes ni puta idea de fruta, básicamente porque se apellida Rock y eso, como es de sobra conocido, siempre es un plus. El libro era perfecto para un fan obseso de Queen Sin Bigote, con más de doscientas páginas llenas de fotos, muchas de ellas inéditas, pruebas rechazadas para portadas, gran parte de las sesiones hechas para Queen II y Sheer Heart Attack… y ni un sólo bigote o chupa amarilla a la vista. El problema era que, tal vez por sus características especiales, el precio era ligeramente elevado. No recuerdo de memoria ahora mismo las características, pero eran algo así como tapas de pelaje de toro parlante, papel blanqueado con el aloe vera extraído de los dientes de leche de un panadero sabio, edición limitada de 23 copias y firmada por Brian May y Freddie sin bigote mediante escritura automática gracias a una medium. El precio ascendía a unas 500 libras esterlinas, que al cambio son 550 euros, así que sintiéndolo mucho tuve que prescindir de él, ya que no invertiría 550 euros en un libro de fotos ni aunque viniera de regalo una de las manoplas que llevaba Roger Taylor en el vídeo de We Will Rock You mientras se le ponía roja la nariz por el fresquico que debía hacer.

Finalmente, cuatro años más tarde y viendo que el libro original sólo lo iba a comprar algún emir venido a menos, en 2007 apareció una edición más cutre, sin firmar por nadie, con otro diseño y otra portada, pero lo que es más importante, más barata. Y esa edición sí que la he conseguido, aunque por avatares del destino he llegado dos años tarde porque no tenía ni idea de que dicha edición hubiera aparecido. Como que yo sepa no ha sido editado en España, ya que los fans de Queen Sin Bigote sospecho que somos minoría, tuve que importarlo de Alemania, donde aparte de una fabulosa edición en alemán que no me hacía mucha gracia, también estaba disponible la edición en inglés. Una rápida mirada a eBay me reveló que el libro rondaba alrededor de un precio de 16 euros para arriba, sumando a ello los gastos de envío, que no bajaban de 5 en el mejor de los casos. Hasta que vi una misteriosa tienda alemana en el propio eBay que tenía varias unidades de la edición en inglés por 5 euros más 1,99 de gastos de envío. Oh?. La diferencia de precio con respecto a los demás vendedores de eBay me hizo pensar que lo que iba a recibir no sería un libro de Queen, sino que en realidad el vendedor era un enfermo que me iba a enviar unos calzoncillos con sangre seca y musgo dentro de una caja de zapatos tipo botín. Pero no, llegó Classic Queen, que es como ha sido rebautizado el libro en su edición «para pobres», en perfecto estado y oliendo a libro nuevo y brillante. La tienda en cuestión, que por cierto tenía miles de votos positivos y alguno que otro negativo, dejó de estar registrada en eBay poco después, así que sólo me queda pensar que un becario introdujo todos los artículos con precios calculados al azar tirando dados de rol, llevó a la quiebra a la empresa y fue asesinado por la hija mayor de uno de los directivos mientras se daba una ducha rápida. Pero ese ya no es mi problema.

Classic Queen es más grande de lo que yo pensaba, ya que daba por hecho que iba a ser tamaño cuartilla y resulta que es bastante más grande que un A4. Tiene tapas duras de pasta moradilla, y una sobrecubierta de papel bastante prescindible montada en 4 minutos con Adobe Illustrator usando la consabida portada de Queen II. En este aspecto el original Killer Queen era bastante mejor, ya no por el pelo de toro parlante, que pensándolo fríamente creo que me lo he inventado, sino por el diseño en general, bastante más sobrio, en blanco y negro y sin aspecto de libro de lance tipo «Las 100 mejores portadas del rock» que compras en el VIPS porque es un regalo bastante socorrido.

El papel es, en cambio, grueso, huele bien y no te corta las yemas de los dedicos al pasar las páginas, lo cual es un alivio porque en mi familia siempre hemos tenido la costumbre de quemar los libros cuyas páginas nos cortan las yemas en una hoguera, mientras bailamos alrededor de ella desnudos y enarbolando una calavera de simio. Evidentemente, el grueso de las páginas se compone de fotos de Queen Sin Bigote, algunas a doble página, otras a página completa, otras más pequeñicas y algún que otro collage. Algunas en color, otras en blanco y negro. Algunas del grupo al completo, otras de Freddie enseñando dentadura, otras de Freddie tratando de ocultar dentadura, otras de John Deacon haciendo como que canta con el micrófono apagado, otras de Brian May con cara de preocupación, y otras de Roger Taylor con aspecto cool. La mayoría son en directo, incluyendo los conciertos de sobras conocidos y antes mencionados como Rainbow ’74 y Hammersmith ’75, pero también otros bastante menos documentados y poco vistos de 1973, así como un par de fotos de lo que supongo que sería el local de ensayo primigenio de Queen, lugar en el que sinceramente siempre quise estar para intentar disuadir a Brian May de meter «She Makes Me» en el disco Sheer Heart Attack.

Se echan de menos, pues, más fotos que no hayan sido tomadas en directo, pues aunque éstas sean imprescindibles y me gusten todas y cada una, posiblemente el fan eventual dejará de sentir fascinación y mariposas en la tripa cuando vaya por la foto en directo número 80. No obstante, hay un montón de fotos fuera del escenario que no había visto nunca, sacadas del archivo personal de Mick Rock y que jamás habían aparecido en ningún sitio hasta la edición de Killer Queen en 2003. Tenemos la famosa sesión que Queen hicieron en pelotas, brillante idea creo que de Mick Rock en la que descubrimos que John Deacon gana desnudo pero Brian May parece un tirillas. También tenemos un montón de instantáneas pertenecientes a las sesiones para las portadas de Queen II y Sheer Heart Attack, con comentarios del propio Mick Rock acerca de dichas sesiones, como que Freddie, Brian y Roger eran un poco cansinos cuando se juntaban los tres a pesar de que también colaboraban mucho con él, mientras que John Deacon se dejaba llevar un poco más por la corriente aunque era igual de presumido con su pelo y todos corrían hacia el espejo cada tres minutos a retocar el rizo.

Hay una sesión en solitario de Roger Taylor en la que sale amanerado como un yogur de zarzamoras, y alguna otra que se comprende que jamás saliera de los archivos de Mick Rock como la que muestra a Roger dentro de su cama y un gorro de flores y cara seria en plan «ya sé que llevo un gorro de flores pero voy a ponerme serio como si no llevara nada porque así hace más gracia». También hay una sesión de Freddie en solitario con aspecto majestuoso y su entonces nueva túnica blanca con manguitas anchas diseñada por Zandra Rhodes, así como fotos de backstage, fotos de Freddie con su mejor amiga, y heredera de casi toda su fortuna, Mary Austin, fotos en estudio nunca utilizadas para nada, y alguna foto en la que sale el propio Mick Rock con el grupo que supongo metería a lo somardas para que nosotros ahora le tengamos envidia.

No todo son fotos, sino que entre unas y otras hay una pequeña historia bastante resumida del grupo durante esos dos o tres años que aparecen documentados en el libro, así como comentarios de Mick Rock acerca de cada sesión de fotos. Realmente no hay anécdotas realmente chocantes ni ningún trapo sucio. Yo estaba esperando leer algo parecido a que Brian le hizo tragar literalmente un zueco vía ortal a Roger el día que le dijo que las canciones sonarían mejor si metiera menos notas y en cambio se meneara un poco más, pero la historia más llamativa que aparece es un pobre chaval que vomitó encima de los zapatos de Freddie pero éste, lejos de cabrearse y mandarlo a la mierda, se los quitó y estuvo el resto de la noche preocupándose de que el pobre chaval en cuestión no se ahogara en su propio vómito o ahogara a algún inocente. Mick sentía fascinación por Freddie, pero tampoco trata de ocultarlo, ya que la mayoría de los textos tratan sobre él. Sobre su ambigüedad, sobre sus tres personalidades, sobre su preocupación por el tamaño de su piñata, sobre cuando le enseñó a morderse los carrillos para tener cara más angulosa en las fotos, sobre Freddie tal y sobre Freddie cual. Todo eso está muy bien, pero me habría gustado leer más sobre los tres miembros restantes, por ejemplo qué merendaba John Deacon antes de hacerse las fotos para la portada de Queen II.

Mientras que las historias de Mick Rock tienen casi todo el tiempo a Freddie como protagonista, las citas que aparecen de vez en cuando son absolutamente todas de Freddie. Me imagino que la persona encargada de recopilar citas de entrevistas y similares era uno de esos que dicen «Queen cantaba genial», porque si no, no se explica el hecho de que no aparezca ni una miserable cita de ninguno de los otros tres miembros, como alguna de Brian declarando que le gusta llevar zuecos porque le dejan los pies blandicos.

Como es lógico, Classic Queen es para fans snobs de Queen. El cuñao de tu prima que mantiene que Queen es su grupo favorito pero luego tiene Wembley ’86, Greatest Hits II y un CD Verbatim con la discografía completa en mp3 a 128kbps lo encontrará tan tedioso como encontraría yo un libro de fotos de Macaco. Pero para vosotros y vosotras, snobs que declaráis sin vergüenza alguna que escucháis Drowse cada noche antes de dormir y que sabéis exactamente lo que hay debajo de los pitidos de Death on Two Legs en Live Killers, este libro es fabuloso. Y hey, aunque tal vez ya no sea posible encontrarlo por cinco euros, también vale los dieciocho que os pueda costar. Palabra de snob.