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La Noche de Reyes, hoy en día, probablemente no signifique para nosotros y nosotras más que, de nuevo probablemente, al día siguiente no tenemos que levantarnos pronto y realizar la tediosa rutina cotidiana que detestamos más que el picor intenso en la ingle. También es posible que signifique que podemos emborracharnos de manera intensa sin temor al amanecer del mañana. Y, finalmente, también significa que sería recomendable visitar una pastelería deprisa y corriendo el día de antes para así poder regalar a nuestra madre una caja de bombones y aparentar durante 365 días más que no somos el hijo o hija detestable que realmente somos. Pero antes, hace más décadas de las que podemos recordar, la Noche de Reyes era algo más. No exenta de un alto porcentaje depresivo, sin embargo, al menos para mí, ya que esa noche equivalía al último remanente de las fabulosas vacaciones navideñas, el último refugio antes de tener que volver a madrugar para acudir al puto colegio, la última oportunidad de ver dibujos animados rusos y programación navideña en la tele. Normalmente, la Noche de Reyes también solía significar que a la mañana siguiente habrían aparecido mágicamente a los pies de tu cama unos cuantos regalos o, si tus padres no te querían lo suficiente, algunos packs de ropa interior.
Todo esto no ocurría de forma espontánea, no señor. Para que los Reyes Magos supieran qué clase de tontadas tangibles podían hacerte feliz ese año, antes te veías obligado a detallar todos tus deseos en una especie de lista de la compra, enmascarada en forma de carta postal, la cual debía ser enviada a sus mencionadas Majestades para que ellos supieran qué debían sacar exactamente de ese gran saco mágico que portaban, ubicado dentro de un no menos mágico carromato volador, tirado por también muy mágicos camellos, poseedores de un realmente mágico sistema digestivo que les permitía volar por los cielos, alimentándose tan solo de restos de turrón sucio y frío, colocado en la barandilla de la terraza. En resumidas cuentas, me pregunto cómo eran mis cartas a los Reyes Magos. Y, como todo tiene una respuesta en esta vida si ponemos de nuestra parte para tratar de averiguarla, gracias a los cajones sobrenaturales de casa de nuestros progenitores, esos que permanecen imperturbables al paso del tiempo debajo del teléfono, y que pueden contener tanto facturas de establecimientos que dejaron de existir en 1987, como extrañas fotos de comunión de gente que no conocemos pero debe tener algún vínculo genealógico con nosotros, pasando por boletines de notas que hacen patente nuestra escasa atención prestada en clase, hoy en pleno año 2012 puedo saber cómo eran esas cartas. Porque sí, esos místicos cajones también, en ocasiones, contienen en lo más hondo de su estructura cartas auténticas a los Reyes Magos escritas en 1990 pero que jamás llegaron al buzón.
Llevo un buen rato tratando de localizar algún elemento de esta carta que me demuestre que es anterior a diciembre de 1989. Pero no lo consigo, todo en ella indica que la epístola data de, efectivamente, 1989. Las fechas de fabricación de algunos de los objetos, fácilmente localizables hoy en día gracias a internézs, me permiten contemplar la posibilidad de que, tal vez y como mucho, esta carta podría haber sido escrita en diciembre de 1988. ¿Por qué este extraño interés en retrasar la evidencia de los acontecimientos? Pues porque no sé exactamente qué me avergüenza más, si admitir que a los 9 años todavía estaba escribiendo cartas a los Reyes Magos de Oriente, o reconocer que a los 9 años ya era un jodido pedante. «Que me traigáis estos objetos que están escritos a continuación». ¿De qué va este niño cargante? ¿Qué se cree, un escritor? Si yo hubiera sido un Rey Mago en 1989, esta carta habría ido directamente, convertida en una humillante bola de papel, al cubo de la basura oriental. Y ni siquiera me habría importado que hubiera caído fuera, para eso están los pajes, para recoger cartas improcedentes. Y para llevar esos peinados de naipe.
Hace unos cuantos años tenía un excolega el cual, si a las 4 de la mañana de un sábado todavía no había ligado con nadie, y cuando habitualmente todos estábamos ya borrachos como arbustos, se ponía a tirar los tejos a absolutamente todas las tías del bar en el que estuviéramos, de la primera a la última e incluso siguiendo un estricto orden por ubicación. Era absolutamente humillante y el resto solíamos distanciarnos de la situación, tratando de que nadie nos asociara con él. Era una mentalidad que se podía resumir en las palabras «me da igual cualquier cosa». Esa era mi mentalidad con los regalos navideños. Por supuesto, había tres o cuatro juguetes que me hacían especial ilusión, pero solía rellenar el resto de la carta con cualquier cacharro que tuviera un aspecto mínimamente interesante en los catálogos de juguetes. Y de los que no sólo no tenían aspecto interesante, sino que sabía honestamente que jamás los iba a utilizar, también incluía unos cuantos sólo «por si acaso». Por eso, esta carta me resulta demasiado escueta, vacía y directa al grano, adjetivos que jamás solían poseer mis verdaderas cartas. Así, no me queda más que suponer que lo que tengo en mis manos no es más que un boceto, un croquis, un esquema o una versión muy primigenia de lo que posteriormente sería la carta verdadera, la cual seguramente constaría de varios folios grapados. Sí, por eso esta carta jamás llegó al buzón y se quedó almacenada en un cajón durante 22 años, los dos patitos, the two ducks.
Hoy, a escasas horas de comenzar la Noche de Reyes de 2012, en la auténtica cuenta atrás más importante del año y, gracias a mi memoria estúpida que me permite recordar los regalos que me hicieron en 1990 pero me impide saber si he comprado pan para cenar, podemos averiguar…

Sólo cuando había terminado de localizarlas todas, y cuando ya había olvidado totalmente de dónde las había sacado, se me ocurrió que tal vez habría sido útil apuntarme las webs de las cuales había robado las fotos para incluir aquí una sección de agradecimientos o créditos. Así que, si alguien ve algún día aquí su foto y se siente indignado o ultrajado, espero que se consuele pensando que, si en un futuro me lanzo en paracaídas, seguramente también recordaré que debería haberlo abierto cuando ya esté estrellado contra el suelo. Lo siento, pero mi mente suele funcionar así a destiempo.

Uno de los detalles que me demuestran que esta carta no es posterior a 1990 es que la consola Master System todavía era mi auténtica obsesión. Me parece que uno o dos años después conseguí, tras mucho berrear y amenazar con el suicidio por inhalación de gases inestables, que mis padres me compraran la consola NES, la Nintendo de 8 bits. Sí, tuve las dos principales consolas rivales durante aquella pugna por la corona de los 8 bits, porque siempre me ha gustado tener en mi poder lo mejor de ambos mundos. Por ese mismo motivo mis mascotas son un gato y un perro, tomo mi café con azúcar y sal, llevo sólo la mitad de la cara afeitada y soy hermafrodita. Los juegos de Master System dominaban mi existencia por aquel entonces y, del pequeño catálogo con fotos de los demás juegos que solía venir incluido dentro de algunas de las cajas, yo soñaba con algún día poseerlos absolutamente todos. Excepto uno de golf que siempre me pareció una puta mierda ya sólo por la minúscula captura de pantalla.
A medias. Yo pedí los juegos GhostBusters, Rampage, Captain Silver, Altered Beast, Alex Kidd: High Tech World y uno de vaqueros cuyo nombre al parecer desconocía, pero daba por hecho que los Reyes Magos, corona en mano, manto de pieles cubriendo sus reales cuerpos, y con mirra en los bolsillos, iban a acercarse parsimoniosamente al Corte Inglés para preguntar por un juego de vaqueros para un maldito niño imbécil de los varios millones que pueblan el planeta que no sabe ni lo que quiere pedir. Supongamos que tal juego era «Wanted».
Si consultamos esta publicidad de enero de 1990 que acabo de escanear, podemos ver con horror que cuatro de los juegos que pedí tenían un precio de 5.900 pesetas. Los otros dos no aparecen, porque esta tienda en cuestión parecía ser bastante escasa en cuanto a surtido pero, haciendo un rápido cálculo matemático, yo pretendía que los Reyes Magos se dejaran 35.400 pesetas, unos 212 euros, en videojuegos para mí. El cultivo de la mirra no da para tantos derroches así que no, no me trajeron todos esos juegos. Tan solo Captain Silver y GhostBusters, lo cual tampoco estaba nada mal.
Un coche teledirigido es… cómo explicarlo… un coche manejado por control remoto. A veces me sorprende mi destreza léxica para explicar asuntos complejos. No sé cómo estará la situación hoy en día pero, a finales de los años 80, los coches teledirigidos por radio control eran una gran maravilla. A diferencia de aquellos cochecillos ridículos que, si bien eran igualmente controlados a partir de un mando, éste estaba unido al coche mediante un cable, convirtiendo el aparato en una risa, y dotando a su propietario de un fabuloso aspecto de retrasado mental, los de radio control eran algo más allá, un paso adelante. Marcas como Nikko y Taiyo, cuyos nombres también habrían servido para bautizar a sendos hámsters, ofrecían vehículos que se movían sin cable, hacia adelante, hacia atrás, con velocidades turbo y formas que emulaban a los principales coches deportivos del momento. Si Nikko y Taiyo siguen existiendo, quiero dirigir sus spots publicitarios. Con sus productos y mi párrafo anterior, creo que podemos reflotar el mundo de los coches de radio control.

¡Sí! De hecho llegué a tener dos de ellos, no fruto de las mismas navidades, por supuesto, pero sí ambos de la marca Taiyo. Sé que los dos eran rojos, pero por desgracia mi memoria no es tan portentosa como para recordar los nombres, que para más complicación solían tener un formato similar a «Super Jet Turbo VXI Ultra Powersaliva II». Sin embargo, la foto anterior rescatada de las arcas de la obscenidad estética me muestra con mi madre y mi colega Marcos jugando con dicho coche a principios de 1990. Me permitiréis que no os enseñe la foto completa, pero creo que por hoy tengo suficiente bochorno con que sepáis que solía ir vestido íntegramente de verde como una puta ficha de parchís.

Era uno de esos balones para jugar al baloncesto, pero más pequeños que los normales. Seguramente, alguien que tenga un verdadero interés por el deporte y conocimientos apropiados acerca del tema, sabrá decirme si realmente existe un deporte al que se juege oficialmente con balones más pequeños. Como miembro honorífico del club de gente que aborrece el deporte como siempre he sido, me resulta extraño pedir un balón a los Reyes Magos. Supongo que de alguna manera tenía que llenar el vacío que había dejado la desaparición de los Masters del Universo, el cual afortunadamente fue ocupado muy poco después por las Tortugas Ninja, y algunos años más tarde por el calimocho.
Creo que sí. Ahora que lo pienso fríamente y, a pesar de ser el ente más distanciado del mundo del deporte del universo, tuve varios balones de minibasket, basket normal e incluso uno de fútbol, más duro que la genitalia de Lucifer y que terminé llenando de firmas falsas de futbolistas y olvidando en un armario.
De todas formas, lo único que viene a mi mente cada vez que pienso en minibasket es uno de los últimos balones que tuve, allá por 1992. Cierta tarde, se lo presté a mi colega Nacho para que se lo llevara a su casa pero, al día siguiente, acudió al colegio sin él. Al parecer, en uno de esos alardes del destino que propician la caída de un excremento de paloma precisamente en tu paquete de tabaco recién abierto, el balón quedó atrapado en la rendija de su ascensor mientras subía a su casa, y explotó. La historia me pareció tan inverosímil que estuve hasta final de curso sin hablarle, pero a día de hoy ya no le guardo rencor. Aunque, pensar que en el hueco del ascensor de la casa de sus padres todavía hay pequeños pedazos de aquel antiguo balón, me hace sentir desamparado ante la crueldad de este mundo.

Me parece que esta vez sí que es innecesario explicar qué son los tebeos. Igual que ocurró con los Rolling Stones y los Beatles, con Oasis y Blur, con Deep Purple y Led Zeppelin, con He-Man y Skeletor o con Ortega y Gasset, resulta que uno debía siempre identificarse y decantarse por una de las dos opciones, Zipi y Zape o Mortadelo y Filemón. Yo siempre fui incondicional de Zipi y Zape. Llegué a tener cientos de aquellos álbumes de la colección Olé y, aún hoy, podría comunicaros sin titubear y sin previa documentación que el gato que tenían Zipi y Zape en algunos episodios se llamaba Zapirón, y que el compañero gafe de su clase se llamaba Lechuzo. Me encantaba Lechuzo, y la manera tan ilusionada de chillar «¡albricias!» que tenían los hermanos Zipi y Zape en cuanto ganaban un vale para un radio de la rueda delantera de la puta bicicleta.
No. Los Reyes Magos debieron considerar que ya tenía suficientes tebeos de Zipi y Zape como para regalarme unos cuantos más, ya que en esencia las historias no variaban demasiado de unas a otras. ¿Cuántas veces en la vida puedes leer sin aburrirte acerca de atracos frustrados del Manitas de Uranio, el cual siempre terminaba siendo arrestado por el policía Don Ángel, no sin la inestimable ayuda de Sapientín? Joder, zapateta, es cierto que recuerdo los nombres de todos los personajes. De hecho, me parece que jamás llegué a tener un Super-Humor, aquel buque insignia de lujo en el mundo de los tebeos, que recopilaba cinco o seis volúmenes variados de la colección Olé en un gran tomo que parecía interminable.

¿Quién cojones pide chicles a los Reyes Magos? Bang Bang era una marca de chicles de cuando daba igual que los niños se comieran su peso en azúcar y terminaran con los molares más podridos que una acequia de aguas fecales. Hoy en día hay que incluso esforzarse y visitar varias tiendas hasta dar con un paquete de chicles CON azúcar, pero por aquel entonces era una práctica habitual. Bang Bang, marca ya tristemente difunta pero que al parecer en 1990 todavía seguía en activo, era una especie de homóloga de la americana Bonkers, teniendo un formato similar y caracterizándose ambas por sus famosos chicles de dos sabores, que consistían en una capa de un color y sabor que envolvía un centro de sabor y color diferentes. Tal como queda patente en mi carta, mis favoritos eran los de fresa/plátano y los pica-pica, que tenían una especie de sidral en el centro e imagino que generaban caries en los incisivos al doble de velocidad.
No. Incluso los Reyes Magos saben que algo que puedes comprar en cualquier momento bajando a la papelería de la esquina no es digno de ser pedido a Sus Majestades de Oriente. Es como escribir en tu carta a los Reyes que quieres un litro de leche, kilo y medio de mandarinas, medio de patatas, y unos caramelicos de esos que siempre ves en la cola del supermercado y se te antojan. No procede.

También llamado Computer II, era un accesorio para el Scalextric que te permitía llevar un concienzudo recuento de las vueltas que habían realizado los vehículos en esas apasionantes carreras en miniatura. El anuncio lo mostraba como un complemento imprescindible en tus competiciones, y creo que en él aparecían dos criajos excesivamente excitados en mitad de una vertiginosa carrera. Por supuesto, el número de vueltas estaba igualado, tal como evidenciaba su flamante cuentavueltas electrónico, pero al final ganaba el rubio, mientras el moreno se convertía en una mosca gigante. Ese final creo que no aparecía realmente en el anuncio, pero habría sido un increíble colofón a su puta carrera que me hizo desear un cuentavueltas eletrónico porque…..
¡No! Y desde entonces no he vuelto a fumar Camel, para que se jodan los camellos, caminen inquietos, y como consecuencia de ello los Reyes Magos sientan sus almorranas a flor de piel. ¿Por qué nunca pude tener el cuentavueltas electrónico? Ya sé que mis carreras no eran muy emocionantes, ya sé que solía jugar yo solo y por tanto siempre ganaba y no había necesidad de contar vueltas, ya sé que la mitad del tiempo que pasaba jugando con el Scalextric lo invertía en oler el misterioso aroma del transformador y en experimentar qué ocurría si tocabas los carriles metálicos mientras apretabas el pulsador. ¡Pero esos no son motivos suficientes que justifiquen el que yo nunca pudiera tener el maldito cuentavueltas electrónico! O tal vez sí.
Se trataba de partes específicas para ser ensambladas dentro de tu propio circuito de Scalextrix, añadiendo características especiales y convirtiéndolo en la santa puta hostia, cumbre del delirio y de la emoción trepidante. En realidad, la mayoría de ellas solían provocar que tu coche saliera volando por los aires sin motivo aparente, para estrellarse contra el rodapié de tu pared y perder pequeñas piececitas de plástico de los alerones. Pero los anuncios de televisión las hacían parecer tan excitantes…

La Curva Chicane Deslizante era una terrorífica curva que juntaba los carriles de ambos coches, con lo cual los dos no podían atravesarla simultáneamente. Si se daba la casualidad de que ambos vehículos circulaban juntos, uno de ellos salía volando y se estrellaba contra el rodapié de la pared.

El Cambio de Pista era un pequeño tramo en forma de equis que provocaba que tu coche pasara a circular por el carril del contrario, y viceversa. El problema aparecía cuando el rival y tú coincidíais en mitad de la equis. En tal caso, uno de los coches salía volando y se estrellaba contra el rodapié de la pared.

Finalmente, el cruce de salida Le Mans permitía ubicar a los coches en una posición de salida apropiada antes de comenzar la carrera. Habitualmente, pulsabas el acelerador con tanto ímpetu que tu coche, en lugar de incorporarse al circuito principal, salía volando y se estrellaba contra el rodapié de la pared.
¡Creo que sí! ¡Los tres! Tengo mis dudas acerca del cruce de salida Le Mans, además me parece bastante poco emocionante y me extraña que me interesara en su momento. A no ser que, como comentaba antes, no me hiciera especial ilusión y sólo lo incluyera en la carta «por si acaso». Estoy convencido de haber tenido el cambio de pista, e incluso de que éste no cumpliera mis expectativas, y casi pondría el coxis en el fuego a favor de que también tuve la curva Chicane esa. Por desgracia, toda mi colección de Scalextric se esfumó durante una mudanza como el vapor del aceite cuando fríes langostinos, y jamás podré averiguar por qué esa curva era deslizante. Aunque tengo mis sospechas de que tiene algo que ver con rodapiés.

Desde su aparición en 1732, surgieron multitud de coches disponibles para Scalextric, siendo muchos de ellos réplicas en miniatura de vehículos reales y relevantes del momento. Algunos se han revalorizado de tal manera que hoy en día cuesta una pequeña fortuna hacerse con ellos. Conozco a un tipo que se gana la vida vendiendo coches de Scalextric. Pero también vende chapas de champán, así que no le envidio en absoluto. De toda la amplia gama, el que me gustaba aquellas navidades era el Mercedes Sauber SRS (acrónimo de Super Racing System, lo cual significaba que tenía menos probabilidades de salir volando y chocar contra un rodapié). Hoy en día no estoy seguro. Por una parte me parece una mierda estrafalaria mientras que por otra, con ese diseño que parecen circuitos exteriores que transmiten las órdenes del piloto hasta cualquier recoveco del chasis, se me antoja un coche que me gustaría tener a tamaño real para circular por la ciudad, escuchando a The Wildhearts con la ventanilla bajada. Si tuviera carnet de conducir.
No. De hecho, sólo llegué a tener tres coches de Scalextric. Los dos que venían con el pack principal, que eran unos vehículos de carreras genéricos, uno blanco y otro rojo, y otro negro comprado algo más tarde que era fantástico porque se le encendían los faros y era modelo Ford Nosequé. No obstante, y a pesar de la apariencia totalmente irrelevante que tiene el Mercedes Sauber hoy en mi vida, me ha servido para datar definitivamente mi carta a los Reyes Magos en diciembre de 1989, ya que este modelo de coche para Scalextric fue puesto a la venta en, efectivamente, 1989.
Sólo un poquico.
Y eso es todo. Lo que iba a ser un artículo rapidísimo para al menos tener un pequeño componente navideño en el Escalón Imaginario este año se ha convertido en un rollo semejante a la puta carta de los Efesios en la biblia. Me gustaría saber algo más acerca de vuestras cartas a los Reyes Magos. ¿Recordáis cómo estaban escritas? ¿Tenéis algún trauma derivado de un juguete que deseabais, del cual los Reyes optaron por olvidarse? ¿Cuáles fueron vuestros regalos favoritos de todos los tiempos? ¿Qué les habéis pedido este año? A mí, sin duda, me gustaría despertar mañana y tener las bragas de Brody Dalle anudadas en mi frente. ¡Oh no, mierda, quería decir un paquete de chicles Bang Bang sabor pica-pica! ¡Acabo de estropear el final nostálgico y soñador que debe tener todo artículo acerca de los Reyes Magos!

Starman82 dijo, el 6 de enero de 2012 a las 12:26 am...
¡ Yeihhhh ! Los míticos «Bang Bang»… no me acordaba de ellos ! mis favoritos eran también los de pica-pica y fresa y plátano, que devoraba en grandes cantidades. ¿ existían otros sabores, ahora que pienso ? Incluso recuerdo cómo «desmenuzaba» los de pica pica para poder acceder al corazón color limón de ácido sabor, o incluso meterme en la boca varios a la vez para disfrutar de una «explosión de acidez», ja ja…
¡ Da la casualidad de que sí recuerdo mis 3 regalos estrella de consecutivos Reyes y además de los años 88, 89 y 90 presumiblemente ! ( tan importantes y esperados fueron para mí esos regalos ). Fue una época en la que me chiflaban los juegos de mesa fantásticos o de ciencia ficción que sacaban Mattel o MB…
En el primer caso, recibí el mítico ( y super ruidoso y molesto a más no poder ) TRAGABOLAS ( No era fantástico ni de ciencia ficción, lo sé ), con sus cuatro hipopótamos enloquecidos que ingieren bolas de una forma brutal y peligrosa para caulquier ser humano que se acerque en ese momento a la charca.
En los segundos Reyes, recibí el juego CROSSFIRE, un juego para dos en el que ambos contrincantes han de hacer avanzar hacia el lado del oponente una estrella «ninja» rodante que ha de ser «empujada» por los disparos continuos de las pistolas lanza – bolas de acero de que disponen cada uno de los jugadores. Otro juego frenético y ruidoso desquicia-padres, pero muy guay.
Ya en los terceros, recibí el ansiadísimo para mí «LA ISLA DE FUEGO», un tablero tridimensional de aventuras que representaba una isla volcánica en cuya cima central se erguía una cabeza demoníaca móvil que escupía «bolas de fuego» que literalmente arrollaban las miniaturas que representaban a los jugadores y estos perdían turnos. Todo ello aderezado con puentes colgantes, cartas de juego, cuevas…. vamos, super guapo.
Años más tarde, como ya sabrás, yo me decanté también por los Nikkos, los vehículos de G.I. Joe, etc… Hace poco adquirí, mira por dónde, un radiocontrol vintage de Nikko de 1990 más o menos por eBay, que además funciona muy bien, aunque con los neumáticos ultradesgastados.
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micki responde el 7/1/2012 a las 11:15 pm
bueno, de la marca Bang Bang recuerdo que también había sabores de Fresa standard, Menta standard, Cola (que me parece que era mi tercer favorito), e incluso creo que salieron unos de chocolate, que no le gustaban a nadie pero me parecían bastante interesantes, aunque no consigo recordar si me gustaban o no.
en 1988, mi día perfecto alcanzaba su cumbre si conseguía un paquete de Bang Bang o un Tubigum, que si recuerdas era ese chicle dentro de un tubo repugnante, el cual tenía una consistencia gelatinosa y cuyo sabor duraba veinte segundos. entonces se convertía en una especie de piedra. pero hasta entonces era genial.
nunca tuve el tragabolas, pero tuve una especie de variante, mucho menos popular, llamada «Traga, Payaso, Traga». el hecho de que el nombre pareciera más apropiado para una película porno de marineros que para un juguete tal vez tuvo algo que ver en su fracaso. trataba de, efectivamente, dos payasos tragando bolas, y era vergonzoso incluso sacar la caja del armario.
recuerdo algún anuncio viejo de Crossfire y, aunque tampoco tuve el de La Isla De Fuego, vi hace unos meses un episodio de Board James (del mismo que hace lo del Angry Videogame Nerd) en el que hablaba de él. parecía bastante guay, y enorme de tamaño. creo que mis Reyes Magos particulares eran más partidarios de la marca Cefa, ya que casi todo lo que recuerdo haber tenido era de Cefa: Franki, un juego de tablero llamado Drácula, la Huida del Imperio Cobra… y el ¿Quién es Quién?, que no era de Cefa sino de MB, pero todavía lo tengo por ahí, milagrosamente.
en cambio, en cuanto a coches teledirigidos mi Reyes Magos eran accionistas de Taiyo, marca de los dos coches que tuve… y tengo todavía, por algún lugar de alguna de las mansiones de mis ancestros! en principio deberían funcionar y, como tampoco les dí mucho tute, sus neumáticos no deberían tener consistencia de ciruela pocha. me están entrando ganas de desenterrarlos, en cuanto se me ocurra algún pretexto para esta web que lo justifique, creo que lo haré 🙂
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Starman82 responde el 8/1/2012 a las 12:21 am
Ostras, es verdad ! Recuerdo los Bang – Bang de Cola, estaban buenísimos ! Por mi parte no probé nunca los de chocolate, aunque recuerdo vagamente su existencia. De los de menta pasaba totalmente, ya que es un sabor que nunca me ha atraído – potenciado este hecho por ser el sabor que a todo el mundo le gusta -.
Del Tubigum recuerdo que en mi colegio, una vez acabado su contenido «chicloso», los chavales usaban el tubo en sí mismo para pisotearlo y que el tapón surgiese disparado a modo de «proyectil». Fue una costumbre algo molesta y que duró lo mismo que duró la vigencia del tubigum. Esto me remite a otra moda colegial : ¿recuerdas la popular «mano loca»?
Recuerdo el juego «Traga, Payaso, Traga»… Acabo de ver el vídeo del tipo de «Angry Videogame…» y mola. Como ves, el tipo piensa como yo, ese juego era «Everything but boring!». Me acabo de acordar de un vídeo que vi hace poco de esa clase, no recuerdo hecho por quién, que hablaba de » Fucking impossible videogames » y que mencionaba una lista de juegos, la mayoría vintage de 8 bits de los años 90 y de formato videoconsola, que eran particularmente difíciles de jugar y de llegar hasta el final, en muchos casos por fallos de programación o de diseño conceptual o de los niveles, o por el mismo duro control del personaje. Creo que uno de ellos era el terminator de no sé qué consola, en el que en una fase, para sortear un socavón en tierra muy alargado, había que arrojar sobre él un cajón y así pasar por encima. Era un juego tipo plataformas y el socavón estaba en una plataforma superior y que había que sortear forzosamente y claro, lo lógico para el jugador era pensar que el cajón caería por la fuerza de la gravedad hacia abajo, por lo que esta opción se desechaba. La gente se quedaba, claro, atascada en este punto sin pasar jamás de ahí. Lo gracioso es que, por intentar algo absurdo y ya desesperado a esas alturas, lanzabas ese cajón en mitad del socavón por intentar cualquier cosa ya, y este quedaba «suspendido» en el aire en mitad del hueco -por un fallo de programación o por un horrendo diseño del juego sin más -y así podías pasar por encima y sortear el agujero, llegando al final de la fase. Pero era algo que se te tenía que ocurrir por casualidad. Y claro, molaba ver al artífice de este vídeo exclamando : » You see ?!!! This game´ s fucking impossible !!! How in holy hell they expect us to do that stupid thing ??!!! Fucking asshole programmers !! »
Bueno, no sé si me he explicado muy bien, je je, el vídeo habría que verlo, era todo en ese tono.
Recuerdo algo también del de «Huida del Imperio Cobra»…
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micki responde el 10/1/2012 a las 1:42 pm
cierto, cuando el tubo del Tubigum estaba vacío, el tapón salía disparado a toda ostia si le pegabas un pisotón. claro que recuerdo la mano loca, de hecho recuerdo perfectamente el olor que tenía cuando todavía estaba relativamente nueva y no llena de polvo y mierdas o después de haber sido lavada con jabón cien veces. un día traté de cazar una mosca con la mano loca y, a pesar de que lo conseguí, justo después deseé no haberlo hecho, porque me daba mogollón de asco despegarla de ahí. al final acabé tirando la mano con su mosca a la basura. para una vez que la suerte me sonríe y mis deseos se cumplen. soy un ingrato.
no recuerdo exactamente lo del socavón y la caja, pero efectivamente había juegos que parecían haber sido planificados, diseñados y programados por un equipo de ranas amaestradas. en los tiempos pre-Youtube, las únicas pistas de las que disponías para decidir qué juego comprar eran las críticas de las revistas, la portada y las capturas de pantalla de la parte trasera. y esas tres pistas la mayoría de las veces eran muy engañosas. las licencias de películas, con excepciones por supuesto, solían conllevar juegos horrorosos. todavía recuerdo el Back to the Future 3 para la Master System, en el que jamás conseguí que una partida me durara más de quince segundos seguidos.
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Starman82 dijo, el 6 de enero de 2012 a las 12:28 am...
¿» Alex Kidd : high Tech World «? La primera vez que lo escucho !! : corro a documentarme gráficamente a YouTube…
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micki responde el 7/1/2012 a las 11:22 pm
nunca habías oído hablar de él? yo me lo compré ya de mayor (cuando tenía 19 años o algo así), y doy gracias a dios por ello, ya que estoy seguro de que me habría cagado en su padre al verlo. es totalmente diferente a los dos anteriores, ya que la primera parte va más de recoger pistas y solucionar pruebecillas y saber realmente lo que tienes que hacer o tener mucha intuición o más paciencia que un santo. la segunda parte se parece un poquillo más a los otros Alex Kidd, es más de acción/plataformas, pero es tan cutroncia que no vale la pena. aunque salen ninjas y eso está bien.
la verdad es que en Japón no era un juego de Alex Kidd, sino de un personaje de una serie llamada Anmitsu Hime, pero alguien con poca habilidad comercial decidió cambiar algunos personajes y venderlo en Europa y USA como el tercer Alex Kidd. en realidad el juego no está mal y tiene música majica, pero me imagino que todo el mundo esperaba algo radicalmente distinto cuando lo compró en su día.
todavía hay un cuarto juego de Alex Kidd para la Master System que nunca salió de Japón! Alex Kidd: BMX Trial, te suena? parece coña, pero es real 🙂
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Starman82 responde el 8/1/2012 a las 12:23 am
Al ver el de «High Tech World» pienso: no es que haya muchas referencias en el juego a nada que sea muy «high tech world», ¿no?
Voy a echar un vistazo al de BMX ( tampoco lo escuché nombrar nunca )…
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micki responde el 8/1/2012 a las 1:00 am
al adaptarlo para el mundo occidental y meter a Alex Kidd con calzador, el argumento era que Alex tenía que encontrar las partes de un mapa para llegar a unos recreativos nuevos llamados «High Tech World», en los que estaban los últimos juegos de Sega… en el final del juego salía Alex Kidd jugando al Out Run y era todo bastante absurdo 😀
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Starman82 responde el 8/1/2012 a las 3:30 pm
ostras, sí que parece todo bastante absurdo y metidito con calzador…
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yvanne dijo, el 31 de enero de 2012 a las 11:32 pm...
1990 y no pediste nada de Batman???joooder!!
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micki responde el 3/2/2012 a las 12:44 am
aunque parezca mentira, la Batmania nunca me afectó demasiado en su día… de hecho, ni siquiera vi la película en el cine, sino en vídeo un par de años más tarde. no sé qué tiene Batman, que nunca nos hemos llevado demasiado bien. deben ser los batarangs, o su amigo Robin.
de todas formas, como comentaba más arriba, esta carta no puede ser más que un boceto de la verdadera, ya que mis cartas a los Reyes Magos solían constar de varios folios por las dos caras y grapados 🙂
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