Dentro de mi colección de vinilos, hay un apartado especial y un tanto inusual, del cual me siento realmente orgulloso y que me fascina hasta límites insospechados. Se trata de algunas decenas de discos grabados por grupos jevis procedentes de Rusia, Hungría y Checoslovaquia, cuando ésta todavía se llamaba Checoslovaquia, aunque también hay alguno procedente de Ucrania, que es un detalle muy poco relevante pero pensé que debía añadir para hacer esta explicación previa muy exhaustiva. Todos ellos pertenecen a rango de años que abarca desde mediados o finales de los años ochenta hasta principios de los noventa, y no sabría explicar a ciencia cierta qué es lo que me atrae de ellos.
Algunos suenan medianamente dignos, mientras que muchos de ellos son una horrible mierda. Con la excepción de dos o tres bandas como los rusos Kruiz, no podría decir que me gusta profundamente ninguno de ellos pero, aún así, siento unos deseos irremediables de añadir a mi colección cada vinilo que encuentro en cada tienda roñosa de cada ciudad que visito, siempre y cuando cumplan las tres reglas de oro: que su fecha de publicación no sea superior a 1993, que posea una portada digna de servir igualmente para un vídeojuego sobre guerreros medievales para Spectrum, y que al menos uno de sus componentes, en la habitual foto de contraportada, porte un look absolutamente risible.
Es extraño, pero siento una especie de compasión hacia estos discos olvidados y generalmente desconocidos, que en la mayoría de los casos ni siquiera llegaron jamás a traspasar las fronteras de sus respectivos países. Acostumbrado desde pequeño a escuchar el 97% de la música en inglés, y llevando ya bastantes años de mi vida entendiendo sus letras sin problemas y de una manera bastante fluida, la sensación de escuchar una canción en húngaro, de la que no entiendo absolutamente ni una de sus palabras exceptuando la consabida «rock», es realmente algo diferente.
Ya sé que Rusia no es Hungría, y ellas a su vez no son la antigua Checoslovaquia, ni sus idiomas son los mismos, ni debería meter a todos esos países en el mismo saco, principalmente porque la Geografía y la Historia son dos de las principales asignaturas pendientes en mi vida, ya que ahora mismo no sabría ni ubicar Filipinas en un mapa ciego. Pero todos esos lugares compartían una represión soviética similar durante esos años, un aislamiento y una sobreprotección opresiva por parte del estado que les impidió abrirse musicalmente al resto del mundo y recibir noticias y testimonios reales de lo que estaba ocurriendo en el mundo del rock en otros países algo más liberados.
Seguro que os sentíais incomprendidos cuando, caminando por la calle con vuestras flamantes melenas recién lavadas con champú y acondicionador, alguna anciana se cruzaba de acera con una mueca de desaprobación en su rostro. O cuando os recomendaron no acudir a aquella entrevista de trabajo con la oreja llena de piercings. Ah, qué desolación. Pues ahora imaginad tratar de montar una banda jevi en la Rusia soviética de 1986, cuando llevar patillas ya era de por sí motivo suficiente para pasar un par de noches en el calabozo, bajo la atenta mirada cargada de repulsa por parte de un par de policías rusos con abrigo largo y bigotón.
Me imagino que las noticias sobre el mundo de la música internacional, los discos y, en general, lo que estaba ocurriendo fuera de sus fronteras llegaría con absoluto cuentagotas hasta dentro de estos lugares. Quizá en forma de discos de importación varios años después de sus ediciones originales, o de pequeñas fotos y reseñas en alguna revista, pasadas por un intenso filtro. Tal vez sea por eso que gran parte de mi colección está formada por grupos heterogéneos de los que no sabes bien qué esperar, y que destilan cierto aire de ingenuidad. Hay algunos que tratan de llevar en 1991 el look que tenían Mötley Crüe en 1983, con escaso éxito, pero luego su música es una especie de speed metal rozando el thrash que poco tiene que ver con el glam macarra que se suponía ibas a escuchar. Otros parece que buscan una imagen tipo Bon Jovi, también sin mucho éxito porque siempre hay uno o dos miembros calvos, con cara de ruso y morritos de pato, o rollizos mofletes rosados, que inclina la balanza hacia el desastre a pesar de la flamante chupa de cuero blanca con flecos que lleva. En cambio, pones el disco y suena a Motörhead cantado por un castrato. Otras portadas parecen recién sacadas de 1984 y muestran a un guerrero, hacha en mano y calzoncillos de pelaje en pelvis, luchando contra un dragón, pero de repente le das la vuelta al disco y descubres que fue editado en 1992, ¡en pleno auge de Nirvana!
Mi teoría es que estos grupos tenían que trabajar con la poca información de la que disponían. A lo mejor tenían una ligera idea de lo que estaba de moda a nivel musical, otra ligera idea de lo que molaba en relación a la estética, lo mezclaban todo, y salía una amalgama de orientaciones musicales y pintas discordantes que no sabías muy bien a dónde se dirigía. Para mí, éstos son los verdaderos héroes del rock, los que decidieron montar un grupo jevi medio-glam en la Hungría represiva de 1988 y no lo dudaron ni un segundo. Éstos son los grupos que deberían estar hoy llenando estadios y ganando millones de euros por cada concierto, y no Jon Bon Jovi o Axl Rose. Ya solo por la dificultad que tenía que entrañar localizar un pañuelo de calaveras o unas mallas rojas en las frías calles de Bolshiye Vyazyomy en diciembre, merecen mi absoluto respeto.
Dance fueron unos de esos héroes anónimos fuera de Hungría, y allí fue precisamente donde se formó este grupo de corta vida que trataba de convertirse en los Faster Pussycat húngaros. Me lo consiguió hace algunos años ya un contacto que solía tener en Budapest, un hombrecico húngaro que tenía una tienda de discos y, como conocía mi predilección por este tipo de grupos, de vez en cuando me enviaba e-mails con las últimas joyas del metal de la Europa del este que habían entrado en su tienda. La verdad es que me los solía dejar a un precio realmente bajo, aunque luego en los gastos de envío me metía semejante puñalada al corazón que siempre sospeché estar pagando nueve veces más de lo que a él le habían costado estos vinilos que nadie quería tener por casa en su ciudad natal.
Solo con ver la portada, ya supe instantáneamente que tenía que insertar este disco en mi estantería especial checohúngara. ¿Qué importaba si luego el grupo era una puta basura? ¡Tan solo observad esa portada! Hay tantas cosas que destacar, que no sé muy bien por dónde comenzar. Primeramente, el logo del grupo me resulta ligeramente familiar. Tanto como que, efectivamente, es un pequeño plagio, o quizá homenaje, del logo de Poison. No sé si creyeron que nadie se daría cuenta jamás, o tal vez trataron de utilizar la estratagema de las tiendas chinas, en las que ves unos auriculares de marca SONIYN con la misma tipografía que la del logo de SONY y, si eres imbécil y estás borracho, los compras.
En cualquier caso, aquí no terminan las comparaciones con otros grupos relevantes del momento. ¿Cuál era aquel grupo que se caracterizaba porque sus portadas solían estar dibujadas por su cantante, con un muy peculiar estilo de dibujo basado en una especie de cómic con pinturas de madera y acuarelas, habitualmente sobre fondo blanco? Efectivamente, The Dogs D’Amour. Viendo esta portada, no me puedo creer que Dance no intentaran seguir la estela de Tyla y se inspiraran directamente en The Dogs D’Amour a la hora de diseñar su disco. Si de algo he estado completamente seguro al cien por cien en mi vida, es de ésto. Y de que es imposible mezclar zumo de piña con cerveza y vino blanco sin lamentar después las consecuencias.
La ilustración de portada nos muestra a los cuatro miembros de Dance, bajo un estandarte con lo que parece ser su slogan, «Fuck & Roll», haciendo gala de ser el grupo más peligroso de toda Hungría. Botellas de alcohol al 200% que incluso las avispas deben llevar máscara de gas para soportar, pistolas, cigarrillos, dinamita, e incluso un muslo de pollo en las cananas del cantante, cuyo botón de los pantalones sale volando debido a la presión, dándole a toda la portada un aire cómico que, estoy seguro, tuvo que ser motivo de conversación durante numerosos cafés mañaneros allá por 1990.
Tengo varias ilustraciones de Tyla, cantante de los mencionados Dogs D’Amour, colgadas por las paredes de mi casa porque me encanta su estilo de dibujar y colorear. De Dance todavía no tengo nada, creo que me lo tengo que pensar aún un poco más.
Si el disco se llama Love Commando, y el grito de guerra de la banda es «Fuck N’ Roll», es de suponer que sus miembros deben supurar más carisma, peligrosidad y actitud rockstar que si introdujéramos en una cabina telefónica de esas rojas londinenses que normalmente huelen a pis a Johnny Thunders cuando estaba vivo, Nikki Sixx cuando llevaba las rayicas negras debajo de los ojos, y Axl Rose cuando aún no tocaba pianos de cola en el escenario. ¿Será ésto cierto? Solamente podemos saberlo dándole la vuelta al disco.
Hum. No sé qué pensar. ¿Alguna vez os habéis hecho una foto intentando pretender que en ella estaban pasando cosas mucho más emocionantes de las que realmente ocurrían en el momento? Como, por ejemplo, encenderos un cigarro por el mero hecho de exhibirlo en la foto, sacar algunas botellas del armario de vuestros padres y depositarlas por ahí tiradas con una estudiada y premeditada indiferencia, o romper algún vaso contra la pared, siendo este último recurso algo exclusivo para los más sibaritas en el arte de aparentar. Oh, seguro que sí, todos lo hemos hecho alguna vez. Incluso yo mismo me hice esta estúpida foto en la que se puede ver, semicamuflada y con aspecto casual, una botella de Jack Daniel’s que, lógicamente, no suelo acarrear conmigo a todas partes.
Pues esa es la impresión que me causa la foto de contraportada de Dance. Cuatro tipos con aspecto de buenazos que tienen esperando en sus casas un juego limpio de sábanas con estampado de pequeñas frutas variadas, el cual les han colocado sus respectivas madres. No tiene nada de malo, seguro que gracias a eso todavía están vivos hoy en día, mientras que Johnny Thunders no puede decir lo mismo. El detalle de esas botellas, la mayoría de ellas enteras o sin abrir, desperdigadas con cierta premeditación por encima de la mesa es contrarrestado por la fabulosa estética, estudiada hasta el detalle y sin escatimar en abalorios, con chupas decoradas con bordados florales, sombreros, pañuelos, colgantes, anillos gigantescos que el tío de las gafitas redondas se desvive por exhibir, y esa camiseta de Faster Pussycat que siempre me ha molado un montón pero nunca he tenido oportunidad de conseguir a buen precio.
Siempre me ha cautivado el detalle que tuvieron al incluir en la contraportada al que parece ser el técnico de sonido o el productor que les grabó el disco en el estudio, un tal C. Arp, como si del quinto Dance se tratara, si los traductores online de húngaro a español no me engañan puesto que hangmérnök parece significar, efectivamente, «técnico de sonido». Por desgracia para Dance, C. Arp consigue irradiar un aspecto más cool que los otros cuatro juntos, quizás debido a que su foto es un poco más espontánea y a ese flequillín pseudo-gótico a lo The Mission. Uno de los motivos por los que me fascina este tipo de discos de la Europa del este es la existencia de detalles así. En cualquier otro país, sería absolutamente impensable dotar a un técnico de sonido de semejante protagonismo en una contraportada, a no ser que se tratara de la típica foto graciosa en el no menos típico collage interior del disco, en el que se entremezclan fotos del guitarrista brindando con el técnico en el estudio con fotos del grupo al completo comiendo con palillos en Japón. Sin embargo, aquí tenemos a C. Arp, inmortalizado para siempre en esta foto, gracias a la cual hoy estamos hablando aquí sobre él, cosa que seguramente ni podría llegar a soñar en sus más delirantes pesadillas tras comer kebab para cenar. Un saludo, C. Arp, allá donde estés.
Musicalmente, Dance son algo complicado de describir. Son muy standard, muy normales y corrientes, por así decirlo, pero no de la forma que cabría esperar dada su estética. Suenan como el típico grupo jevi común y vulgar que puedes encontrar levantando cualquier piedra en tu zona rural más cercana, pero pasado por el filtro de lo que en la Hungría de 1989 se entendía como fiesta, juerga, party rock y sleaze. El resultado son canciones que en ocasiones son pegadizas, y en otras poseen unos estribillos más dignos de jardín de infancia, todo ello aderezado por la voz histérica del cantante, que tan solo se puede soportar durante unos cuantos minutos seguidos, debido a su esfuerzo por entonar unos agudos bastante innecesarios.
Con todo esto no estoy diciendo que el disco sea malo, ni mucho menos, de hecho contiene algunas canciones majicas, sobre todo en la cara A del disco, la que está cantada en húngaro. Porque sí, mientras que la primera cara contenía algunos himnos en su lengua materna como Vad Száj (boca salvaje) o Mindent Akar A Lány (quieres a todas las chicas… o algo así), la segunda estaba cantada en inglés, e incluía otros prometedores bombazos como la homónima Love Commando, Don’t Turn… (don’t turn el qué?) o Girls Are Gonna Rock. No estoy seguro de si se trataba de un intento de sonar más americanos, más acordes con el estilo que pretendían llevar, o de una maniobra de allanar el camino, planificando un salto internacional hacia mercados extrahúngaros. Lo cierto es que escuchando las canciones, teniendo en cuenta la escasa relevancia que tuvieron en la misma época aquellos rusos llamados Gorky Park, y observando la oronda cara del cantante, con mofletes rosados incluidos, me temo que no habría sido una buena idea.
Ignoro qué será de los miembros de Dance hoy en día. Sé que el cantante, Attila Vértes, montó muy poco después de la edición de este disco una nueva banda, llamada XL Sisters, cuyo principal aliciente era que los dos cantantes estaban muy gordos. Sí, también forma parte de mi colección. Ignoro qué habrá ocurrido con los demás. Ignoro cómo estará considerado este disco en su Hungría natal, y a lo mejor acabo de escribir una sarta de herejías como si un húngaro, sin tener ni idea de música española, se pusiera a comentar algo intocable como el primer EP de Parálisis Permanente. Pero, de todas formas, la vida no es más que la búsqueda incesante de hitos. El hito de Dance fue ser uno de los primeros y escasos grupos de hard rock festivo pseudo-glam en la hermética Hungría de finales de los ochenta. Mi hito personal de hoy es tener la única web española en la que se habla de Dance. Y en la que podéis escucharlos.
Markus dijo, el 12 de abril de 2014 a las 12:50 am...
Coño por momentos me recuerdan a los bullet!!
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micki responde el 12/4/2014 a las 1:27 pm
No los tengo muy oídos, y eso que creo que los vi en un festival hace años (aunque a lo mejor llegué tarde y simplemente recuerdo que estaban en el cartel), pero me he puesto un par de vídeos y sí, es posible que la vocecica se dé un aire 🙂
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