Estamos plenamente inmersos en la Navidad, desde finales de agosto aproximadamente, fecha en la que creo que vi por primera vez en el supermercado stands de turrones y cajas de hojalata con forma de muñecos de nieve sonrientes y pequeñas grageas de chocolate en su interior, mientras hacía mi compra semanal de birra, mortadela y naranjas, pilares fundamentales de mi alimentación en invierno.

En este mundo del eterno descontento en el que vivimos, cuando frecuentemente se pueden escuchar frases con tono indignado del tipo «cada vez ponen antes las cosas de Navidad», «cada vez llega más tarde el frío», «cada vez llega más tarde el calor», «cada vez es más caro el cine» o «cada vez que llueve me olvido el paraguas en casa, vuelvo a buscarlo, llego tarde por ese mismo motivo a trabajar, mi jefe me pregunta si creo que algún día el mundo podrá estar mínimamente orgulloso de mí, pierdo el paraguas en el autobús y al llegar a casa me siento miserable», es común que el constante desánimo nos haga olvidar un detalle crucial durante estas fechas: los regalos. Hoy en día, los regalos navideños no son más que una excusa para tratar de que algún familiar con más disponibilidad monetaria nos regale ese cierto electrodoméstico que nos da reparo comprar nosotros mismos porque es bastante caro y porque, en realidad, tampoco lo necesitamos demasiado. Entre los regalos por compromiso, los regalos que te gustaría recibir pero que a nadie se le ocurren, y los regalos con los que te equivocas y a nadie hacen ilusión, el mundo del regalo navideño actual es un fracaso.

Pero no siempre fue así. ¿Recodáis cuando erais pequeños y esperabais con anticipación casi angustiosa la llegada de las Navidades, porque sabíais que los regalos que recibiríais iban a ser, exceptuando el set de pañuelos bordados de vuestra tía la maldita vieja tacaña, una maravilla? ¿Y el meticuloso proceso de selección mediante el cual, normalmente ayudados por un catálogo, seleccionabais los juguetes que queríais para, simultáneamente, escribir una carta destinada al buzón de una remota casa de Oriente en la que vivían, todos juntos y entre montones de incienso y mirra, tres reyes, tres camellos y tres pajes? Espero que ventilaran bien esa casa, porque debía oler como cuando bajas en ascensor con un vecino que la noche anterior se fue a cenar kebab y no se ha cambiado de ropa.

A menudo recuerdo aquellos catálogos, de los cuales el de El Corte Inglés solía ser el buque insignia. No importaba si los Reyes Magos odiaban el corporativismo del Corte Inglés y posteriormente los juguetes se obtenían en la pequeña juguetería de don Luis, amable y barbudo, pero que jamás hizo un mínimo descuento a pesar de llevar toda la vida comprando en su roñosa tienda. El catálogo de juguetes de El Corte Inglés era el compendio definitivo de casi absolutamente todo lo que podías desear en Navidad. Había otros, por supuesto, y si no recuerdo mal, el catálogo de los difuntos almacenes Galerías Preciados se le parecía en majestuosidad, pero siempre recuerdo la llegada del catálogo de El Corte Inglés como el comienzo de varias largas semanas de hojear sus páginas soñando con decenas de productos hechos a base de plástico y cartón. Por supuesto, dicho catálogo se sigue publicando religiosamente cada año, pero hace más de veinticinco que no le presto ninguna atención. Además, no puedo permitirme el lujo de dejar que mis hijos lo vean, ya que eso les distraería de su labor diaria consistente en coser zapatillas en el ático.

Sí, a menudo recuerdo esos catálogos, y me encantaría tener una colección completa de los que yo solía tener en mis manos cuando era pequeño, los de mi época, desde 1984 hasta 1992 más o menos, año en el que empecé a preocuparme más por cómo podría aprender a tocar la guitarra para poder llevar gafas de sol por la noche sin que quedara ridículo y que las chicas se levantaran la camiseta solo con mi mera presencia, que por si Shredder finalmente conseguiría destruir a las Tortugas Ninja. Y desearía haber conservado una copia de cada uno de ellos, en lugar de haberlos tirado a la basura como naranjas pochas justo después de cada Navidad. ¡Eran gratis, caramba! ¡Pude incluso haber guardado diez unidades de cada año y, ahora que son considerados piezas inencontrables de coleccionista, venderlos a imbéciles como yo y no tener que trabajar en dos años! Pero ¿quién iba a pensar en algo así por aquel entonces? Por ello, jamás imaginé que una imagen como ésta tendría lugar en mi casa, en el año 2014:

Y, de hecho, nunca jamás se volverá a repetir, o al menos nunca jamás en mi casa. En efecto, son cinco catálogos de juguetes de El Corte Inglés, absolutamente impolutos, como recién recogidos del expositor mientras una dependienta agobiante te pregunta si buscas alguna cosica. Resulta que, por avatares del destino, una conversación desviada hacia derroteros navideños me llevó a averiguar que la madre de una compañera del curro había guardado (entre muchas otras cosas) todos los catálogos de juguetes de cuando ella y su hermano eran pequeños. Por desgracia, debido a nuestra diferencia de edad, el más antiguo data de la Navidad 1988/1989, cuando mi compañera tenía algo así como 0 años y yo alrededor de 8. Así, 24 horas más tarde y un discreto «DÉJAME AUNQUE SEA VERLOS O ME TIRO AHORA MISMO EN LLAMAS POR LA VENTANA» entre medio, los catálogos estaban en mi poder, bajo la promesa de devolverlos a su legítima dueña en un corto plazo de tiempo.

Mi idea principal, claro está, siempre fue utilizarlos para volver la vista atrás durante un rato en esta web y repasar los objetos olvidados que solíamos tener en nuestro armario y los objetos olvidados por los que acostumbrábamos a desear y por los que deseábamos desgracias infames a nuestros amigos que sí los poseían. Por un momento, el demonio ese pequeñito que aparece de vez en cuando en nuestro hombro y nos recomienda que salgamos a comprar heroína se apoderó de mí y pensé en quedármelos y desaparecer de la ciudad, pero sentí miedo de las posibles represalias, ya que conozco muy bien a esas personas que, a pesar de no haber pensado en cierto objeto durante treinta años, de repente alguien les dice que dicho objeto ha desaparecido. Conozco muy bien a esas personas porque yo soy una de ellas. Intenté escanearlos completamente, pero pronto descubrí que eso no iba a ser posible sin forzar un poco la encuadernación y doblar algunas páginas, y volví a sentir miedo a las represalias, ya que conozco muy bien a esas personas que, si les devuelves algo de papel con páginas dobladas, pueden amordazarte en su ático y obligarte a escribir el padre nuestro al revés sujetando una tiza con los codos. Conozco muy bien a esas personas porque… porque… sí. Así que las imágenes que veréis hoy son relativamente mierderas porque, en tiempo récord, dediqué una tarde a fotografiar todas y cada una de las páginas para seleccionar y comentar hoy una pequeña recopilación de ellas. Nunca ganaré el Pulitzer. Bienvenidos a las Navidades de hace más de dos décadas.

Bravestarr (catálogo 1988).

Marshal Bravestarr era un policía intergaláctico nativo americano que, a lomos de su caballo, el cual podía adoptar una posición antropomórfica si así lo deseaba, trataba de luchar contra su némesis, el malvado Tex Malone (con un apellido realmente apropiado), que era un tío parecido a la mascota de Iron Maiden pero con bigotones y la piel violeta. No recuerdo mucho más sobre la serie de televisión realizada por Filmation, los mismos creadores de Masters del Universo o Cazafantasmas (aquellos que iban acompañados por un gorila).

Aunque, viéndola en perspectiva, la serie de BraveStarr no estaba nada mal, lo cierto es que a mí nunca me emocionó en exceso. Al fin y al cabo, ¿quién quería un indio con coletita y la fuerza de un oso aburrido cuando podía tener a tíos con forma de avispa en Masters del Universo? La Cárcel Bank del catálogo definitivamente no puede compararse con un Castillo de Grayskull, ya que parece realmente simple escapar de ella. Y además faltan unas cuantas paredes, ¿no? Tal vez las «grandes posibilidades de juego» consistan en imaginarlas.

Aquí está mi Marshal BraveStarr, el único muñeco que llegué a tener de la serie. El pobre ha perdido su sombrero, la pistola y el chaleco, y ahora está condenado a adoptar una pose según la cual parece que está haciendo un striptease para señoras ebrias de mediana edad, procedentes de Nuevo Texas.

Sonic Flashers (catálogo 1989)

Los Sonic Flashers de Majorette conseguían provocar un ambiente desagradable de agresividad y violencia en cualquier hogar que se preciara, ya que se trataba de modelos de vehículos en su mayoría ya existentes en la colección de Majorette, en algunos casos con nueva pintura, pero dotados de la capacidad de emitir luces y sonido, principalmente sirenas, accionados al presionar sus ruedas. Ambulancias, coches de policía y camiones de bomberos eran los vehículos principales de la serie, pero ésta se extendió enormemente hasta cubrir un amplio rango de jeeps militares e incluso helicópteros. Coge un niño sentado en la alfombra, dale dos o tres Sonic Flashers para que juegue simultáneamente con ellos, y es solo cuestión de tiempo que todas esas sirenas chirriantes sonando al unísono causen en sus padres el anteriormente mencionado ambiente de violencia.

Personalmente, tuve dos de ellos, la ambulancia de la foto y un coche de policía que no aparece aquí pero, aunque estoy absolutamente convencido de que vi la maldita ambulancia hace no demasiado tiempo, no soy capaz de encontrarla ahora mismo. No importa. Mi último recuerdo de ella es de cuando se le estaban acabando las pilas y, al accionar la sirena, ésta sonaba como un canario borracho moribundo.

Insecto Acorazado (catálogo 1988)

Se acercaba el fin de la hegemonía de los Masters del Universo, que habían dominado el mundo de las figuras de acción de manera universal, valga la redundancia, durante muchos, muchísimos años. La mayoría de las ideas estaban ya evidentemente agotadas, pero todavía quedaban algunas cosas por decir. Este avioncete con apariencia insectoide se llamaba realmente Fright Fighter y había sido lanzado en 1986, aunque tal vez a España había llegado un poco más tarde (recordemos que, en aquellos años, los juguetes no aparecían simultáneamente en todo el mundo).

Nunca tuve el Insecto Acorazado, y me da que es uno de esos cacharros que olvidas en una bolsa de plástico junto a veinticinco mierdas más sin ninguna preocupación y, cuando finalmente la abres de nuevo no sin antes retirar varias capas de polvo, descubres que le falta un ala. Así que, en cierto modo, me alegro de no haberlo tenido nunca porque, en caso contrario, ahora estaría buscando en eBay «Fright Fighter wing». Me gusta la cara de satisfacción de ese niño albino quien, a pesar de llevar el mismo peinado que He-Man, disfruta humillándole con una mueca que parece decir «¿quién tiene ahora el puto poder de Grayskull, eh He-Man?».

Cinturón de Trabajo Multihobby (catálogo 1988)

Tengo un mensaje muy importante para todos esos padres y madres, preocupados por la influencia positiva o negativa que los juguetes puedan causar en sus hijos. Como que, por ejemplo, si su hijo tiene juguetes muy violentos, dentro de unos años secuestrará a gente cuyos nombres comiencen por la letra B, y los atará cruelmente a árboles en lo más profundo del bosque, con azúcar en los pezones para que los mordisqueen los castores, armadillos y demás fauna forestal. O que, por ejemplo, si su hijo tiene el Cinturón de Trabajo Multihobby, se apasionará por el bricolaje como el criajo zanahorio de la foto y de mayor será un manitas, experto en arreglar todos los desperfectos del hogar.

Padres y madres preocupados, no os inquietéis más. Los juguetes no tienen ninguna influencia en absoluto. Yo mismo tuve el mencionado Cinturón de Trabajo, crecí con él, y hoy en día no solo no tengo un taladro en casa, sino que ni siquiera sé cómo utilizarlo y, cada vez que tengo que colgar un maldito cuadro en casa, me veo obligado a sobornar a algún amigo un poco más versado en labores relacionadas con el bricolaje, ofreciéndole cerveza gratis.

Eso de ahí arriba es mi Cinturón original, aún en su caja y completo. Desgraciadamente, hoy en día es demasiado estrecho para mi cintura y demasiado ancho para mi pierna, por lo que no solo no sé taladrar una pared, sino que ni siquiera puedo aparentarlo.

Barbie Fragancia (catálogo 1988)

Estoy casi convencido de que mi hermana tuvo a Barbie Fragancia, principalmente porque al ver el frasquito de supuesta «eau de toilette» han venido a mi mente recuerdos muy vivos de lo mal que olía esa mierda. Por alguna razón, en aquellos tiempos el concepto «colonia para niñas» se equiparaba al de «lavavajillas con azúcar», siendo difícil borrar aquella fragancia dulzona de mi memoria. Lo que no recordaba era que Ken fuera tan bizco, pero este pequeño defecto se ve compensado por el hecho de haber sido un visionario, puesto que ya entonces llevaba el mismo corte de pelo que tantos adolescentes hoy en día, popularizado por Justin Bieber.

Por otra parte, y a pesar de que ni Barbie ni la niña que la sujeta se ven reflejadas en el espejo, dándole un inquietante toque vampírico con lo que también podría ser precursora de las actuales Monster High, el vestido transformable de Barbie era la solución perfecta para aquellas chicas que querían llevar minifalda a la discoteca, pero tenían un padre severo y se veían obligadas a cambiarse en el ascensor.

Action Set Family Game / Gamate (catálogo 1991)

Oh, la NES, la consola Nintendo de 8 bits… cuántos recuerdos jugando con mis amigos al Super Mario Bros 3 y al Double Dragon 2, todavía me acuerdo de cuando, en un viaje con mis padres a Francia, encontré el juego de Dragon Ball y, al volver a España… hey, un momento. Esa no es la Nintendo oficial, es un clon pirata como la copa de un pino. No hay ningún tipo de marca en la puertecilla de los cartuchos, y los botones de los mandos son negros en lugar de rojos. Por lo demás, es una consola clónica realmente lograda, y al menos se parecía a la auténtica, no como todas aquellas Nasa, Yess y similares, que se parecían a la NES original si las mirabas de reojo y después de haber ingerido varios orujos de hierbas, pero luego descubrías que los juegos se introducían por una ranura frontal a modo de vídeo VHS. Los juegos que tiene al lado también son absolutamente piratas, todo es pirata aquí, ¡y en el catálogo de Navidad de 1991 nada menos! Lo cual me resulta realmente extraño, porque jamás vi en El Corte Inglés ninguna consola falsa, únicamente vi productos oficiales de Nintendo desde el origen de los tiempos.

Y ese artefacto de la zona inferior es la consola Gamate, un maldito despropósito infumable que aglutinaba lo peor de la GameBoy y lo peor de la Game Gear en una única consola portátil. Recuerdo haberla tenido en mis manos por esa época en El Corte Inglés, una tarde previa a las Navidades cuando a mis padres les parecía demasiado cara la Game Gear y estábamos barajando algunas alternativas. Jugar con la Gamate era una actividad deprimente, casi humillante, no era divertido, era como una obligación cotidiana más. «Oh no, tengo que fregar los platos». «Oh no, tengo que sacar la basura». «Oh no, tengo que echar una partida a la puta mierda de juego de romper ladrillos con la bazofia de Gamate que me han regalado mis padres». Incluso mi madre se dio cuenta, y esas Navidades recibí una maravillosa Game Gear.

¿Quién es Quién? (catálogo 1988)

Casca Hielos y Saltipanta no fueron juegos especialmente longevos, si no recuerdo mal. Para ser totalmente sincero, no recuerdo absolutamente nada acerca de Saltipanta y, si no tuviera este anuncio ahora ante mis ojos, apostaría por que dicho juego jamás existió. Introducir saltamontes con forma de hombrecito de jengibre dentro de unos pantalones no parece el argumento más apasionante de la historia lúdica moderna, y me suena más al director de márketing de MB diciendo a sus empleados «haced algo muy barato y muy inofensivo, aunque sea una santa mierda, que nuestras estadísticas demuestran que la Navidad pasada las abuelas mayores de 80 años compraron un 34% de nuestros juegos baratos e inofensivos».

En cambio, ¿Quién es Quién? es el juego inmortal, lleva existiendo desde que los comienzos de mi memoria se funden con el limbo, y sigue existiendo aún hoy en día. Había aproximadamente uno de estos juegos en cada familia alrededor del mundo, exceptuando Etiopía, y siento que ni siquiera necesito recordaros la mecánica del juego porque, bueno, a no ser que estéis leyendo ésto desde Etiopía, seguro que había uno en vuestra casa.

Tengo todavía el que había en mi casa, que es justo la misma edición que aparece en este catálogo, aunque me consta que, en las ediciones modernas, los dibujos de los personajes han sido reemplazados por otros con un nivel de repelencia más bajo. Porque seguro que no era yo el único a quien los personajes de ¿Quién es Quién? provocaban una profunda sensación de rechazo, con esos labios gordos y esas narices horribles. ¿Os imagináis tener que viajar en un autobús urbano, en hora punta, rodeados por estos adefesios?

Fútbol Súper Stadium (catálogo 1990)

Tuve un futbolín extremadamente similar a ese, tanto que seguramente sería una versión algo anterior, porque era realmente igual pero de color rojo. Recuerdo haberlo desempolvado un par de veces hace algunos años, para echar algunas partidas ebrias con mis amigos cuando ya éramos mayores, las cuales se convertían en una especie de festival horrible de alaridos y whisky derramado.

Afortunadamente, de pequeño jamás tuve que jugar contra un padre siniestro con bigotón y pintas de haber dicho antes de comenzar la partida «el que pierda saldrá a la calle vestido de mujer». Si hasta el pobre niño de rojo está llorando, pensando en lo que le espera, aparte de haberse dado cuenta de que están jugando sin pelota.

Auto Cross Turbo (catálogo 1988)

Auto Cross es otro de esos juguetes que, en una encarnación u otra, también estuvieron existiendo (o incluso todavía quizá lo hacen) durante años y años. La premisa era bastante simple, ya que consistía en, mediante algún sistema de imanes demasiado avanzado para que mi mente lo comprenda, conducir un coche pequeñajo a través de un circuito relativamente limitado. No obstante, en dicho circuito existían suficientes recorridos alternativos y banderas ajedrezadas como para darle un aura emocionante. En algún momento de su evolución, Auto Cross recibió la coletilla de Turbo, lo cual no sé de qué manera se vería reflejado en el resultado final aunque, a juzgar por la cara de infinito éxtasis del niño con pelo acaracolado y jersey de abuelo sucio que baja a comprar el pan en alpargatas de cuadros, doy por hecho que la velocidad tenía que ser desenfrenada.

Siempre quise tenerlo, pero finalmente solo obtuve Moto Dakar, también en este catálogo, y también con un niño hyper-excitado, del que ya hablamos en su momento.

Juegos Mediterráneo (catálogo 1988)

La serie Nova de Mediterráneo comenzó a tomar un cariz de sobresaturación en un momento dado, cuando ya existía un juego para cada actividad del ser humano existente en el planeta. Alfanova, Quiminova, Ceranova, Mineranova, Plantanova, Felanova, Navratilova, Langostinova, Caspanova… Llegó un punto en el que la diversidad de opciones dejó de ser educativa y original para convertirse en agobiante. Y lo peor es que cada nuevo Nova que salía al mercado, cada nueva Navidad, era un poquitín más absurdo que el anterior. Como por ejemplo Serigrafic-Nova, o cómo estampar desde tu propia casa delfines verdes y gallos rojos en tu ropa, que provocarán una patada en el estómago por parte de tus compañeros en cuanto te vean aparecer por la puerta del colegio al día siguiente.

Mi hermana y yo tuvimos Quiminova, con el cual únicamente conseguí fabricar sustancias que olían a mierda y huevo, Ceranova, que era bastante aburrido, y otro juego para fabricar algodón de azúcar que creo que era de otra marca, pero aprovechando la coyuntura lo meto en el mismo saco.

La serie Nova de Mediterráneo me enseñó a amar el consumismo y que, si quieres una vela, es mucho más fácil bajar a comprar una a un comercio de procedencia oriental que pasar tres horas fabricándola en tu casa y dejar la mesa de la cocina llena de pequeños quemazos. Espero que tuvieran una influencia más positiva en el resto de niños.

Scatron (catálogo 1988)

Recuerdo perfectamente los anuncios de estos juguetes, y también recuerdo que hubiera preferido jugar al escondite con un mejillón muerto antes que recibir Scatron como regalo de Navidad. Hoy en día me arrepiento porque, a pesar de que siempre suelo escudarme tras la excusa de que «soy de letras», si hubiera dedicado mi infancia a jugar con Scatron en lugar de estar todo el día pensando en esqueletos azules que luchan contra culturistas rubios con espadas mágicas que viajan montados en tigres mutantes y putas majaderías similares, tal vez ahora no tendría que buscar un servicio técnico de electrónica cada vez que tengo que hacer una soldadura básica o reemplazar un potenciómetro de mi amplificador.

Pero seamos sinceros, las imágenes promocionales no ayudaban demasiado a potenciar el atractivo del juego para niños que no tenían la predisposición innata, con ese crío que parece estar diciendo «ah perfecto, conseguí iluminar mi reloj de muñeca conectando una batería de 150 megavoltios a un circuito integrado con una serie de puertas NOR, XOR y NAND. ¿Quién necesita ir a los recreativos teniendo ésto?».

Sprinters de Majorette (catálogo 1988)

Unos de los objetos más emocionantes de mi infancia pero con menor uso práctico al fin y al cabo fueron los Sprinters de Majorette. Se trataba de unos contenedores oviformes, dentro de los cuales introducías tu coche, lo apretabas hacia el fondo hasta que un muelle llegaba a su tope, y luego, al pulsar el botón, el coche salía despedido a mil kilómetros por hora hasta que se estampaba contra el rodapié de la pared. Y ese era básicamente el problema, que salía volando tan rápido que necesitabas tener una casa enorme, un pasillo de varias decenas de metros de longitud, o vivir en la basílica del Vaticano.

Y luego en el colegio, si la memoria no me falla, con los coches se jugaba a base de darles empujoncitos para atravesar poco a poco un recorrido relativamente abrupto. Con lo cual, no había Sprinters que valieran, por mucho que aparecieras con todo el equipo completo, incluyendo cinturón, portacoches y guantes ergonómicos de gomaespuma. Por cierto, veo en esa foto del pack Grand Prix, con el número 3 serigrafiado en el capó, el célebre Pontiac Fiero, uno de los cochecines más cotizados en mi recreo porque era realmente complicado que se volcara y siempre caía de pie.

Yo todavía conservo mis Sprinters de cuando era pequeño, siempre pienso en tratar de reciclarlos y darles una nueva vida en forma de servilletero o palillero, pero siempre me da demasiada pereza y los vuelvo a introducir en la caja de cartón, dentro de la que yacen junto a veinte mierdas más. La palabra oviforme no existe, por cierto, no la utilicéis nunca.

Vehículos con batería (catálogo 1988)

Reconozco que de pequeño estaba algo mimado, ya que recuerdo haber poseído un montón de los juguetes que aparecen en estas páginas. Pero mi consentimiento tenía un límite, y jamás pude aspirar a tener una de estas monstruosidades en forma de coche eléctrico de tamaño infantil. Con luces, claxon, limpiaparabrisas e incluso intermitentes, yo solía soñar noche y día con ser capaz de fruncir mi entrecejo de una manera tan antinatural como el niño del coche azul, y viajar a través de la orilla del mar junto a una niña gorda con chándal rosa y la cara de Corey Feldman.

Nunca lo conseguí. Lo más cerca que estuve de ellos fue una tarde en el parque, cuando mientras yo sorbía una horchata junto a mis padres y jugaba con mis Sprinters, un maldito crío acaparaba todas las miradas con su rojo coche eléctrico de Feber. En ese momento deseé que se estampara contra un árbol y comenzaran a salirle llamaradas desde el interior y, cuando mis deseos no se cumplieron, creo que fue la primera vez en mi vida en la que sentí odio y frustración simultáneamente.

Packs Indiana Jones (catálogo 1988)

Ah sí. Madre mía. Definitivamente tuve uno de estos packs, y estoy absolutamente seguro de que fue el número seis. La cámara era una absoluta basura de plástico hueco y jamás conseguí hacer una foto digna con ella sin que se me velara el carrete. Los prismáticos y la bolsita color marrón aventurero estuvieron dando vueltas y más vueltas durante años por la casa en la que vivía en aquel entonces con mis padres, hasta que una mudanza traidora los catapultó directamente hasta el éter de los objetos extraviados en el olvido. Y al reloj se le salió en un momento dado la pigmentación esa que muestra los dígitos en la pantalla de cristal líquido, la cual quedó invadida por un borrón negro. Pero hey, tenía brújula incorporada.

Me encantan las ilustraciones de las cajas. En una, Indy está presenciando algo tan jodidamente apasionante en mitad de la jungla, que siente la necesidad de utilizar simultáneamente el walkie-talkie y la cámara de fotos. Y estoy seguro de que, si tuviera un tercer brazo, también estaría agarrando los prismáticos que lleva colgados. En la otra, no se aprecia a ciencia cierta si el doctor Jones está atravesando un profundo barranco colgado de una cuerda, o posando sensualmente para una revista gay.

Estos packs de Indiana Jones no eran nuevos en 1988, y también se siguieron vendiendo al año siguiente, ya que los encontramos también en el catálogo de 1989. Pero éste contiene una pequeña foto con una enigmática colección de figuras sobre las que no he conseguido averiguar nada en absoluto. De hecho, ni siquiera aparecen reseñadas en el catálogo, solo se incluye información sobre los packs, y únicamente se muestra su foto, la cual sugiere que se trataba de una colección bastante deprimente, ya que parecía constar de cincuenta modelos distintos de Indiana Jones y treinta caimanes. ¿Alguien tiene algún dato sobre estas figuras? ¡Twampas!

El Castillo del Vampiro (catálogo 1988)

Normalmente, la zaragozana CEFA era la empresa que, por algún extraño motivo, acostumbraba a editar un montón de juegos con temática relacionada con el terror (Drácula, Franki, El Extraño Caso de la Calle Morgue). Pero esta vez, fue Borrás la encargada de lanzar este misterioso juego del cual no recuerdo absolutamente nada. Al parecer, incluía una figura del vampiro en cuestión, la cual escondía un tampón bajo el sombrero, para llenar de pequeños murciélagos rojos la puerta de la cocina y terminar el día de Navidad llorando en tu habitación sin cenar. La portada fue dibujada por Rafael López Espí, creador de las portadas de los cómics de Marvel editados en España por la editorial Vértice, así como realizador de ilustraciones para los muñecos de Madelman 2050 y las ediciones españolas de algunas figuras de Masters del Universo. Creo que necesito este juego en mi colección, y va a provocar el descenso del microondas a la posición número 2 en mi carta a los Reyes Magos. Pensándolo bien, ¿quién necesita calentar la leche rápidamente, si puede tardar diez veces más haciéndolo en un cazo y jugando mientras tanto a El Castillo del Vampiro?

Masters del Universo (catálogo 1989)

Éste sí que comenzaba a ser el absoluto final de la colección clásica de Masters del Universo, rascando el fondo del cubo de la creatividad. Cuando absolutamente todo, desde hombres con césped en el cuerpo y olor a pino hasta cavernas con serpientes gigantes a modo de marioneta, había sido explotado ya, solo quedaba sacarse de la manga algunas últimas marcianadas hasta que fuera inevitable dar el último carpetazo a esta línea de figuras que tantas alegrías nos había dado en nuestras alfombras. A pesar de que por estas fechas mi antaño intensa obsesión con el mundo de Eternia ya se había disipado casi completamente, todavía recuerdo algunos de los últimos productos que aparecieron a la venta, como una especie de bichejos extraterrestres que se convertían en pelotas voladoras llamados Meteorbs, y un He-Man Laser Power que tenía la cara como si le hubieran pegado un sartenazo y es exactamente el que aparece en la foto.

No obstante, no me suenan en absoluto estos dos dinosaurios, Tyrantisaurus y Bionatops (rebautizado como Dinosaurus para el mercado español con niños de mentes más simples), con lo cual doy por hecho que su distribución fue más bien escasa, aunque su venta al parecer fue internacional, no como aquellas últimas figuras que solo se vendieron en ciertos pueblos italianos al pie de las montañas y hoy cuestan 900 euros en eBay.

Tan solo tengo dos comentarios que realizar acerca de Bionatops y Tyrantisaurus. El primero es que, como de costumbre, el dinosaurio heroico parece una puta vergüenza frente al diabólico, mucho más amenazador. Y el segundo es la lamentable colocación incorrecta de esa tilde en la palabra «heroico», presente durante absolutamente toda la evolución de la colección en España. HEROICO NO LLEVA TILDE. Erótico sí.

Madelman 2050 (catálogo 1989)

Los Madelman originales han pasado a la historia como unos de los juguetes más antológicos de España aunque a mí, personalmente, me pillaron siendo demasiado pequeño y no los conocí. Lo que sí que conocí fue este segundo advenimiento de Madelman, una vez habiendo comprado Exin la licencia del nombre, añadiéndole la coletilla 2050, e inspirándose claramente en G.I. Joe, no sin antes añadirles algunas peculiaridades.

La historia transcurría alrededor de los Zarkons, unos extraterrestres con cara de lagartija que trataban de invadir la Tierra, defendida por un grupo de valientes humanos denominados COTA, todos provistos de imanes en los pies, gracias a los cuales podían subir caminando hasta lo más alto de la Torre Eiffel, y esperar allí a que los gendarmes los llevaran a la cárcel. La curiosidad principal era que los Zarkons podían utilizar caras humanas de tíos con bigote para camuflarse entre la población común y así invadir poco a poco y más fácilmente pero, en cuanto un miembro de los COTA se le ponía delante, su rostro reptiliano auténtico salía a la luz, mediante un complejo sistema de imanes.

En su momento tuve un par de muñecos Madelman 2050, los cuales todavía conservo y, a pesar de que uno de ellos perdió el brazo en alguna cruenta batalla contra bolisas de polvo y mugre en el trastero, lo utilicé hace ya unos cuantos años para esta tontada. Me encantaría haber tenido esa fabulosa base de operaciones, a medio camino entre el castillo de Grayskull y atrezzo para una película sobre la vida de Neil Armstrong.

Sega Master System (catálogo 1989)

Aaaah el Maestro ya está aquí. Sí señor. Este anuncio a gloriosa página completa provoca más sensaciones placenteras en mi interior y cosquillas en las ingles que contemplar de cerca el cuadro de La Lección de Anatomía de Rembrandt, por mucho escorzo ingenioso que posea. La Master System fue mi primera consola, y absolutamente mi favorita de todos los tiempos. Tengo una estúpidamente enorme colección de juegos, que comencé a acumular a finales de los noventa, cuando la gente despreciaba de tal manera los juegos de 8 y 16 bits que los llegaba a intercambiar por chupitos de vodka, y trato de sacar un poco de tiempo cada semana para jugar a los que me conozco de memoria desde que era pequeño, porque en los que no me siento tan diestro me matan pronto y me desespero porque ya no tengo edad propicia para el aprendizaje.

Recibí mi primera Master System para mi también primera comunión, alrededor de mayo de ese mismo año 1989, con lo cual su aparición en este catálogo ya no significaba novedad para mí. Pero recuerdo que, durante mucho tiempo, El Corte Inglés era el único lugar de mi ciudad en el que podía encontrar juegos de Master System. Eso sí, una impresionante selección dentro de una no menos impresionante vitrina llena de posibilidades, frente a la cual pasé más de cinco horas y más de diez tratando de decidir mi próximo juego, basándome en las dudosas portadas y en las fotos traseras.

A pesar de que el argumento que aparece aquí de «Movimiento de imagen: derecha, izquierda, arriba, abajo, diagonal y parcial» me parece motivo más que suficiente para comprar la consola, el mío fue otro: en la Master System estaba mi juego-obsesión de aquella época, Out Run.

Chabel Madonna (catálogo 1988)

Si yo fuera Ken y tuviera que elegir entre Barbie y Chabel para ir a pasear en barca por el río, o cualquier otra de esas actividades castas que realizan los muñecos, sin duda elegiría a Chabel. Si tuvieran vida propia y fueran personas de verdad, Chabel tiene pinta de ser la típica chica majica a la que podrías mostrar tu colección de vinilos de jevi alemán desconocido de los ochenta y te escucharía con interés, mientras que Barbie te observaría con una mueca de asco y desaprobación.

Y, una vez hecha esta reflexión introductoria, debo decir que echo de menos aquellos tiempos en los que podías copiar, plagiar y «homenajear» alegremente sin que ocurriera nada realmente grave. ¿Os imagináis si alguien editara hoy en día una línea de muñecas llamada Madonna sin tener la licencia de la cantante? Al día siguiente habría seis demandas interpuestas, y varias personas habrían colgado vídeos en Youtube denunciando el caso entre sollozos. A Chabel le daba igual. Chabel lanzaba una serie de vestidicos inspirados en la estética que por aquel entonces lucía Madonna, no pagaba derechos de imagen ni de marca, y además se permitía el lujo de escribir todos sus eslóganes de forma que rimaran. Aunque la rima de tejanos y bordados resultara algo forzada.

No recuerdo si mi hermana llegó a tener algún traje de la línea Madonna, seguramente sí pero ahora mismo solo me vienen a la mente una carroza de Cenicienta y una especie de peluquería o centro de estética que venía con unos pequeños botecitos de champú, los cuales apestaban igual de horriblemente mal que la colonia de Barbie.

Mesa chequeo médico (catálogo 1989)

No me gustan los hospitales, me da aprensión tocar cosas en hospitales, odio las series de televisión sobre hospitales y las enfermeras sexy nunca han sido mi fantasía erótica. Por tanto, jamás he deseado tener una mesa de juguete para chequeos médicos. Únicamente me llama la atención que, mientras que todos y cada uno de los juguetes de este catálogo vienen acompañados de un pequeño párrafo explicativo, éste es el único en el que solo aparece el nombre. Es como si la persona que redactó los textos fuera consciente de que, escribiera lo que escribiera, cualquier párrafo que contuviera la frase «jugar a los médicos» resultaría incómodo de leer al final, y daría lugar a segundas interpretaciones. A veces la omisión es la mayor victoria, decía Lope de Vega. Creo.

Party Wagon (catálogo 1990)

Es paradójico, pero ahora que soy anciano estoy coleccionando más tontadas de las Tortugas Ninja que cuando era pequeño, que habría sido su momento apropiado, así que aquí utilizo la palabra «paradójico» en sustitución de «lamentable», mucho más adecuada en este contexto. En aquel entonces, solamente llegué a tener las cuatro tortugas básicas y absolutamente nada más, hasta el punto de, cuando veía más muñecos y vehículos en las tiendas, ni siquiera me apetecía tenerlos, ya que en ese momento de mi vida creo que estaba más volcado en tratar de conseguir todos los discos de Queen cuanto antes.

El Party Wagon era, de la sarta de accesorios y vehículos ridículos de los que llegó a constar la colección de las Tortugas a lo largo de su historia, quizás el más reconocido, ya que hey, era la icónica furgoneta llena de portezuelas, trampillas y cohetes a bordo de la cual solían viajar las Tortugas en la mayoría de los episodios de la serie. Nunca la quise intensamente. Me resulta increíble encontrar, en el catálogo de juguetes de El Corte Inglés perteneciente a este mismo año 2014, una reedición exacta del Party Wagon clásico, con las mismas ilustraciones, accesorios y diseño, conviviendo simultáneamente con el otro Party Wagon, el perteneciente a la serie actual de Nickelodeon que ven los niños de hoy en día.

Me pregunto a quién irá dirigida esta reedición, y quién la comprará. Tal vez los ancianos que eran niños cuando salió a la venta por primera vez, pero que por aquel entonces no la desearon intensamente porque estaban más preocupados por conseguir todos los discos de Queen cuanto antes.

Temblors (catálogo 1990)

«Gritan, tiemblan y se estremecen. Lo tienen todo para gustarte». No, no están hablando de tu novio teniendo un orgasmo. «Son feos, brutos y desagradables». Hey, ahora tal vez sí. Es broma. Si hace treinta y dos párrafos hablábamos acerca de las vacas gordas del plagio, aquellos tiempos en los que era habitual y hasta en cierto modo esperable que empresas españolas sacaran a la venta juguetes «inspirados» en otros productos populares internacionales y más caros, aquí tenemos la foto que debería ir acompañando a la palabra plagio en el diccionario. Efectivamente, los Temblors (rebautizados aquí como Temblores, por si el nombre original causaba algún tipo de confusión) no eran más que una copia descarada, creada por la casa española Vir, de aquel otro bicho con pelaje suave, colmillos, cadenas y ojos de huevo, My Pet Monster.

Me parece que un día vi uno de éstos en un rastrillo, pero en cuanto veo peluches desgastados de segunda mano, instantáneamente imagino restos de vómito de algún niño que hoy ya es treintañero y me entran ganas de echar a correr.

Báculo-Calavera de Skeletor (catálogo 1991)

Cuando finalmente desapareció la línea clásica de figuras de Masters del Universo, inmediatamente después apareció una nueva, con serie de dibujos animados incluida. Se llamó simplemente He-Man, creo que tanto él como Skeletor habían sido transportados de alguna manera varios cientos o miles de años hacia el futuro, y a día de hoy jamás he visto ni un solo minuto de ella, con lo que no sabría deciros si es buena o si por el contrario es equiparable a lamer axilas ajenas. Tan solo sé que, desde el principio, todo lo relacionado con el nuevo He-Man estaba destinado al fracaso. La línea anterior, después de un historial longevo e impresionante, se había cancelado porque los niños ya no estaban interesados en un forzudo con peinado de bibliotecaria. ¿Por qué iban a estarlo un año después en el mismo forzudo, aunque éste se hubiera cortado el pelo? Los niños de 1991 estaban ya con sus pequeños e ilusionados ojos puestos en las Tortugas Ninja, los Caballeros del Zodiaco y el Pressing Catch, con lo que el nuevo He-Man se sumió en el olvido para siempre. Quizá la serie sea un absoluto clásico por descubrir, quizá lo hagamos en un futuro aquí en el Escalón.

El hecho de que el báculo del mal de Skeletor apareciera aquí como el báculo «del mal», así entrecomillado y como quitándole maldad, y que lo anunciara un niño zampatortas con aspecto de estar jugando al tenis, no ayudó demasiado a la popularidad de esta nueva línea.

Hey. ¡Hey, despertad, sí, ya ha terminado! Hasta aquí llega este «pequeño», entre comillas como el báculo-calavera de Skeletor, repaso a un minúsculo porcentaje de los objetos que se pueden encontrar en estos catálogos navideños de juguetes de finales de los ochenta y principios de los noventa. Seguramente esos años coincidieron, como fue mi caso, con vuestras infancias, y me encantaría que alguno de los juguetes reseñados hoy os haya conseguido despertar una pequeña parte muy olvidada en vuestro cerebro. Si por el contrario aquellos años os pillaron realmente pequeños, o incluso no natos, es posible que os resulte interesante averiguar con qué mierdas y maravillas estaban obligados a jugar vuestros primos mayores.

No quería extenderme tanto, sinceramente, porque luego estos artículos son incapaces de ser leídos en su totalidad incluso por filólogos vocacionales sin amigos. Pero llevaba unos cuantos años queriendo escribir algo especialmente navideño para coincidir con estas fechas, y cada año lo acababa desechando porque la desidia y la procrastinación se apoderaban de mí. Y ya sabéis, en el Escalón Imaginario, o todo o nada. Feliz Navidad.